ASÍ QUE no era tan malo como lo pintaban.
Podía haberse enfadado con ella por haberse olvidado las notas, pero había sido bastante amable.
Y tampoco era un banquero aburrido. Era inteligente. Y guapo a pesar de la nariz rota y la oreja llena de cicatrices.
Ruby miró sus muslos y sus bíceps, enfundados en el esmoquin mientras esperaban en la parte trasera de la limusina a que les tocase atravesar la alfombra roja, y pensó que se había equivocado al imaginar que no tenía el encanto de su madre.
Tampoco era inofensivo, como había dicho esta. La había interrogado nada más conocerla, pero en esos momentos entendía el motivo. Quería proteger a su madre. Ella habría hecho lo mismo en su lugar. Aunque la última persona que necesitaba que la defendiesen era su madre… salvo de ella misma.
Abrieron la puerta del coche. Había llegado el momento de salir. Matteo se giró a guiñarle el ojo y sonreír y después salió y anduvo hacia la entrada con la gracia de un felino.
Ella se dijo que era como estar en el escenario, pero sin bailar. Se le hizo un nudo en el estómago. Respiró hondo, se obligó a sonreír y lo siguió. Se detuvo detrás de él mientras Matteo charlaba con alguien en el hall de entrada.
Cuando faltaban muy poco para que se levantase el telón, entraron en la sala, que bullía de excitación. Todo el mundo se giró a mirar hacia el palco real mientras ellos se instalaban. Ruby mantuvo la mirada al frente, no le gustaba tanta atención.
Fue a sentarse detrás de él, pero Matteo le indicó con una sonrisa y un gesto que se instalase a su lado.
Cuando las luces se apagaron, se acercó a ella.
–¿Estás segura de que va a ser tan bueno como me has dicho?
–Si no lo es, puede pedir que le devuelvan el dinero.
Empezó a sonar la música y se oyó la penetrante y bonita voz de una mujer india. El público contuvo la respiración.
Matteo le mantuvo la mirada y ella sintió un escalofrío.
–Tal vez pueda ser compensado de otra manera –respondió.
Recorrió con la mirada sus ojos desnudos, su escote, y después subió a los labios y a los ojos. Sonrió a modo de promesa. Y ella sintió cómo aumentaba la atracción entre ambos, notó cómo su cuerpo reaccionaba como si lo acabasen de encender. No eran imaginaciones suyas.
Apoyó la espalda en el respaldo y miró hacia el escenario sin ver. Sabía que estaban bailando, pero solo era consciente de su propio cuerpo.
–¿Te estás divirtiendo? –le preguntó Matteo en un susurro.
«Sí», deseó responder ella en voz alta. Por primera vez en meses, tenía la sensación de estar viva otra vez.
–Preferiría estar sobre el escenario –respondió, pensando que, por primera vez en su vida, dudaba de que aquello fuese verdad.
–Me encantaría verte bailar.
Matteo se había acercado más.
–Debes de ser una bailarina increíble. Tal vez algún día…
Por un instante Ruby pensó que iba a tocarla, pero Matteo alargó la mano y después volvió a apoyarla en su propia pierna. Ella la miró y después levantó la vista a su perfil. Matteo tenía la cabeza girada hacia el escenario, pero había una extraña energía entre los dos que hacía que ella fuese muy consciente de su cuerpo.
Estaba acostumbrada a utilizar su cuerpo para expresarse y a interpretar el lenguaje corporal de los demás. El lenguaje que estaba hablando el cuerpo de Matteo era el de los amantes. Y eso a ella le excitó.
Se inclinó hacia delante y observó la obra, sintió cómo sus compañeros expresaban con sus cuerpos el amor. Y se imaginó a sí misma con él agarrándola por la cintura.
Había bailado y sentido muchas manos en su cuerpo, como todos los bailarines, pero nunca antes se había sentido así. Solo con mirar. Con esperar.
La sensación era electrificante. ¿La estaría sintiendo él también?
–¿Qué le parece? –le preguntó en un susurro.
–Me parece que estoy enganchado, que he descubierto una nueva pasión.
Su gesto era indescifrable, pero sus palabras hicieron que Ruby sintiese todavía más calor. Observó la escena final como aturdida.
Y, por fin, terminó. El público aplaudió, vitoreó y golpeó el suelo con los pies. Y ella se quedó allí sentada, a su lado.
–Ahora tengo entendido que tengo que ir a conocer a los bailarines –le dijo él–. Y después…
Y le dedicó una mirada que la sacudió por dentro.
Ruby se giró hacia el escenario y aplaudió. Él se puso de pie a su lado mientras los bailarines miraban hacia el palco real. Les sonrió, los saludó y aplaudió una vez más.
Ruby se levantó también. Le temblaban las piernas. Las luces se encendieron y el público empezó a salir. Ella siguió a Matteo, que se dirigía a la parte trasera del escenario.
Vio los ojos brillantes de sus compañeros, los cuerpos sudorosos, y la adrenalina que había en el ambiente después de la actuación. Se sintió casi tan emocionada como ellos mientras se los presentaba a Matteo.
Vio cejas arqueadas y sonrisas amplias. Supo que la estaban observando y que comentarían que la rarita de Ruby, que nunca se salía del guion, estaba coqueteando con el patrocinador.
No le importó. No iba a defraudar a nadie, ni a ella misma. Lo tenía muy claro.
Había varias mesas con bebida y comida. Sintió que alguien le ponía la mano en la espalda y la guiaba hacia ellas, su cuerpo se puso tenso, se derritió. Matteo.
Él la miró y sonrió con indulgencia, como queriendo decirle que aquello iba a durar un poco más. Y Ruby no tuvo sed de champán. Le costó concentrarse mientras intentaba resistirse a la atracción física que sentía por Matteo.
Cuando este inclinaba la oreja sobre el hombro derecho, para indicarle que quería más información acerca de alguien o de algo, ella se ponía de puntillas con gusto e intentaba alargar el momento para disfrutar de la sensación. Él apoyaba la mano en su cintura, la acercaba más a su cuerpo, y ella dejaba que sus labios le rozasen la mejilla.
Matteo tenía la piel suave y su olor era increíblemente sutil al tiempo que magnético e irresistible.
–Repíteme eso –le pidió cuando Ruby le dijo un nombre.
Entonces se acercó un camarero con una bandeja llena de canapés y Matteo se apartó para dejarle pasar y pegó a Ruby contra su cuerpo. Ella se quedó inmóvil, presa del deseo.
Supo que debía apartarse, pero no pudo.
El camarero volvió a pasar y, por fin, se apartaron.
–¿Quién es esa mujer de verde, que viene hacia aquí con el director?
Ruby miró hacia donde estaba mirando Matteo y se sintió culpable. El director había confiado en ella porque era la más sensata del grupo y no podía defraudarlo.
–Dame Cicely Bartlett –le respondió, centrándose–. Actriz convertida en política. Al parecer va a hablar de la falta de financiación a las artes…
–Estoy impresionado. Lo sabes todo de tu mundo. Con o sin las notas –comentó Matteo, acercándose otra vez–. ¿Estás bien? De repente, te has puesto pálida.
Tomó su mano, le frotó el interior de la muñeca con los dedos y ella se quedó sin habla. Intentó mantener la mente fría, pero estaba ciega de deseo, se sentía más débil con cada momento que pasaba. Tenía que poner fin a aquello antes de que se le fuese de las manos.
–Si no le importa, necesito sentarme. Creo que he tomado demasiado champán.
Él la acompañó hasta una silla.
–Lo siento. No sé en qué estaba pensando. En cuanto termine de hablar con Dame Cicely podremos irnos a cenar.
¿A cenar? Seguro que Matteo no quería cenar, sino acostarse con ella.
La idea le aceleró el corazón. No podía continuar con aquello. ¿A quién estaba intentando engañar? Acabaría en su casa y entonces empezarían a besarse. Y a tocarse. Entonces ella se daría cuenta de lo que estaba haciendo y querría marcharse de allí. Él se sorprendería y se preguntaría el motivo. Y ella llamaría un taxi y se marcharía. Siempre terminaba así.
Y después no pasaba nada más porque no volvía a verlos, pero Matteo Rossini era su patrocinador y no podía hacer el ridículo con él.
–No pienso que eso sea buena idea.
–¿Qué ocurre? –le preguntó él, acercándose de nuevo.
Ella pensó que tal vez aquella vez fuese diferente. Tenía la sensación de que aquello era diferente.
–Ruby, es muy buena idea –le dijo Matteo en voz baja.
–No, sinceramente, no. Estoy cansada. Debería marcharme a casa.
Él la estudió con la mirada y la miró a los ojos como si pudiese ver en su interior.
–No estás cansada. Estás nerviosa. Te preocupa que los demás te puedan juzgar.
Matteo miró por encima de su hombro y frunció el ceño.
–Espera aquí. No te muevas.
Se alejó y ella se quedó sola entre la multitud. Sintió como si la noche se hubiese cernido sobre ella sin luna y deseó que volviese Matteo y la iluminase con su luz.
–Bien. El banco se ha comprometido a apoyar el programa de estudios de danza y tu director está encantado. Me ha pedido que te lo diga. Así que mi trabajo aquí ya ha terminado. Vamos a ir a cenar y no voy a aceptar un no por respuesta.
Sus palabras la animaron, aplastaron la poca fuerza de voluntad que le quedaba.
–Está bien –respondió–. Será estupendo ir a cenar.
Él tomó su mano y ella no se apartó. Unos minutos después estaban saliendo del teatro. Varias personas se acercaron sonrientes a despedirse de Matteo, que les dijo adiós, les dio la mano y sonrió, o les dio una palmadita en el hombro y siguió avanzando.
La inevitabilidad de lo que iba a ocurrir después tenía a Ruby completamente aturdida.
Salieron a la calle y llegaron hasta donde los esperaba el coche.
Entonces Matteo se giró y le sonrió de manera encantadora.
–¿Preparada? –le preguntó.
–Más que nunca –susurró ella.
La puerta se abrió y ella entró.