Capítulo 5

 

 

 

 

 

NO PUEDE esperar, David? Estoy ocupado.

Matteo hizo un gesto al conductor para que arrancase y agarró la mano de Ruby. De no haber sido por aquella llamada, se la habría llevado a los labios.

–Por supuesto. Puedo esperar a mañana por la mañana para decirte que Claudio se ha puesto en contacto con Augusto Arturo para ofrecerle una fusión, si lo prefieres así.

–No es nuevo, ya lo sabía, pero no tiene nada que hacer.

Puso el brazo alrededor de los hombros de Ruby y la acercó más a él, enterró los dedos en su pelo sedoso mientras el coche avanzaba entre el tráfico.

–Al parecer, ha habido algún cambio. Los han visto comiendo juntos en Cannes.

A Matteo se le hizo un nudo en el estómago. Se inclinó hacia delante. Si habían comido juntos era porque estaban enfocando el tema de manera informal. Y eso no era una buena noticia.

–¿Qué? ¿Estás seguro? ¿Cómo te has enterado?

–Claudio lo ha puesto en sus redes sociales. ¿Quieres que te lo lea?: Deseando ponerme al día con viejos y nuevos amigos en la Riviera francesa este verano. La regata Cordon d’Or es una cita obligatoria y, después, un fin de semana en la Toscana con el imparable Augusto Arturo.

–Tiene que ser una broma. ¿A qué está jugando? ¿Cómo que va a ir a la regata? Es la última persona a la que quiero ver allí. ¿Y por qué menciona a Augusto? Eso no prueba nada.

–Prueba que sabe cómo fastidiarte.

Matteo sintió que se le aceleraba el corazón, pero decidió no reaccionar de manera exagerada ante aquello. Conocía a Claudio y sabía cómo funcionaba.

–Tienes razón. Claudio sabe lo importante que es esto para nosotros. Le da igual conseguir a Arturo o no, no necesita esos clientes. ¿Qué piensas que es lo que trama en realidad?

–En mi opinión, solo está intentando provocarte. Habrá visto que se ha hablado públicamente de ti y querrá que reacciones a esto también. Como bien has dicho, si se presenta en Cordon d’Or será porque habrá cambiado de táctica. Pondré seguridad, solo por si acaso.

–No lo he visto venir. Pensé que tendría asuntos más importantes que atender.

Matteo también estaba enfadado consigo mismo por haber sido tan ingenuo en lo relativo a Claudio Calvaneo.

–Es posible. Lo único que sabemos es que, para Arturo, Banca Casa di Rossini es mejor apuesta que Calvaneo Capital.

–Pero Claudio está intentando fastidiarme y es posible que quiera proponer una fusión a Arturo. En cualquier caso, ahora mismo no hay nada que podamos hacer al respecto.

–Espero no haberte estropeado la velada, pero he pensado que debías saberlo… por si acaso.

«Por si acaso». Matteo sabía lo que significaba aquello. Tal vez en el pasado habría hecho una tontería con tal de acabar con Claudio, por conseguir que este confesase sus crímenes, que se hiciese justicia.

Pero no iba a actuar. Conocía sus fortalezas y sus debilidades. Sabía que podía tumbar a Claudio de un puñetazo, pero que con eso solo conseguiría acabar en la cárcel, el mayor miedo de su madre. Y, muy a su pesar, tenía que admitir que era una posibilidad. Por eso hacía años que mantenía las distancias.

Tenía que controlarse y pensar.

Gracias, David. Te lo agradezco. Lo consultaré con la almohada y lo hablaremos mañana.

Apoyó la espalda en el asiento y sintió que se le aceleraba la mente, como ocurría siempre que Claudio volvía a aparecer en su vida, pero se dijo que no podría hacer nada hasta que se reuniese con Augusto Arturo.

–¿Va todo bien?

Matteo miró a Ruby.

–Claro, cielo.

Si había algo que iba a ayudarlo a sobrevivir durante las siguientes veinticuatro horas, sería aquella mujer. Iba a ser una noche memorable para ambos.

–Es solo trabajo. Nada de lo que tengamos que preocuparnos.

–¿Está seguro?.

–Sí –le respondió él–. Tengo que tener el teléfono cerca, pero no creo que nos molesten más. Ya estamos…

El coche se detuvo delante de Luigi’s, uno de sus restaurantes favoritos en el que la comida era deliciosa y el servicio rápido y agradable.

Matteo bajó del coche e hizo girar sus hombros porque estaba muy tenso. Respiró hondo y aspiró el olor a jazmín de las plantas que había a ambos lados de la puerta del restaurante.

Ruby salió del coche y él pensó que solo mirarla era como un sorbo de vino en verano. Se sintió mejor.

Solo quedaba un detalle para asegurarse de que podía relajarse completamente con ella…

Unos minutos después estaban sentados en un rincón del restaurante, donde las sombras jugaban con el delicado cuello de Ruby y sus largos y delgados brazos. Matteo no podía desear más alargar la mano y tomar la de ella por encima del mantel, pasar un dedo por su escote y absorber la suavidad de su piel.

Pero el autocontrol lo era todo.

–Has estado increíble esta noche –le dijo–. No habría podido tener una asistente mejor. Conoces muy bien tu mundo y no te han hecho falta las notas. Estoy impresionado.

–Es fácil cuando es algo que te importa.

–No se trata solo de la danza, ¿verdad? También te importa la compañía.

Pensó en el gesto de admiración y orgullo con el que le había presentado a sus compañeros, cómo se habían abrazado los unos a los otros.

–Son mi familia desde hace años. He tenido mucha suerte.

–Supongo que hablas en sentido figurado, ¿no?

–He estado con el British Ballet desde los once años, así que es realmente mi familia. Mi madre y su marido se mudaron a la costa sur cuando yo tenía doce, pero tuve la suerte de poder quedarme aquí.

Matteo se dio cuenta de que la alegría con la que le contaba aquello era fingida.

–Estoy seguro de que te va a ir bien, Ruby –le dijo–. Aunque no puedas bailar, seguro que puedes hacer otras cosas en la compañía, siempre y cuando quieras quedarte ahí. ¿No te apetecería ver mundo? ¿No hay trabajo en otras compañías?

–Por supuesto, pero todavía no quiero hacer planes. Todo depende de lo que el médico me diga el mes que viene.

¿Y si estás bien, estarías dispuesta a cambiar? ¿Hay algo o alguien que te ate aquí?

–No tengo a nadie especial en mi vida, si es a eso a lo que se refiere.

–Es exactamente a eso a lo que me refería.

Ella hizo una mueca.

–No tengo un gran historial de novios. Nunca me ha gustado demasiado socializar y la lesión me ha dejado completamente agotada. Así que no, no tengo a nadie especial.

–Mi historial con las mujeres tampoco es mi punto fuerte.

Ella sonrió.

–Pero por motivos muy distintos.

–Eso ha dicho la prensa –comentó él, agradecido por la llegada de los camareros.

No tenía ganas de hablar de sus relaciones anteriores con ella. Ni quería saber las suyas. Hablar de aquel tema habría sido mandarle a Ruby señales equivocadas, hacerle entender que podían tener un futuro.

Se quedaron en silencio mientras les llevaban los platos con queso y carne, olivas y alcachofas, melón con jamón, y les servían vino.

Ella lo observó todo con los ojos muy abiertos.

Por fin se marcharon los camareros.

–Ataca –le dijo Matteo, observándola mientras cortaba el melón con jamón muy despacio y lo tragaba con delicadeza, para después empezar a devorar.

Nunca había visto comer a una mujer con tanto apetito y eso le gustó. Ruby era como un soplo de aire fresco, era diferente y no le importaba lo que pensasen los demás. No había mostrado ningún interés por su avión ni por su coche, ni había intentado fotografiarse con él. Solo había querido transmitirle su pasión por la danza.

Él conocía aquella sensación de sus tiempos del rugby.

Pero aquello formaba parte del pasado, en esos momentos tenía que atender a una madre viuda y tenía que salvar un banco.

En ocasiones, el dinero le provocaba náuseas. Había personas que se volvían demasiado codiciosas, como Claudio, que siempre había sido un hombre rico, pero quería más.

Vio que Ruby apoyaba la espalda en el respaldo de la silla y sonreía con satisfacción.

¿Estás mejor?

–Sí, gracias. Estaba todo delicioso.

–Pues eran solo los entrantes. Espero que todavía te quede espacio.

Los camareros se llevaron los platos y trajeron otros con pasta, pescado y ensalada.

–Un poco –respondió ella–. Aunque no suelo comer mucho. Bueno, eso no es verdad, sí que como mucho, pero últimamente he comido menos, desde que he dejado de bailar.

–¿No te pagan? –le preguntó él–. ¿No te ven como una inversión?

–Por supuesto que cuidan de mí, pero… si no puedo bailar, no puedo bailar. Y la verdad es que últimamente he tenido que ajustar mi presupuesto. En otras circunstancias, en otra cita, insistiría en pagar la mitad de la cena, pero ahora mismo estoy sin blanca.

¿Piensas que esto es una cita, Ruby?

Ella dejó el tenedor que había estado a punto de llevarse a la boca.

–No… no lo creo.

–Ya ha quedado claro que hay algo interesante entre nosotros, ¿no?

–¿Es así como suele seducir a las mujeres? –le preguntó ella–. Pensé que sería un poco más sutil.

Volvió a tomar el tenedor y se comió un bocado de pasta mientras arqueaba las cejas.

–No me parecía que fuese necesario ser sutil. A mí me ha quedado bastante claro que te resulto sexualmente atractivo.

Ella se llevó una mano al pecho, sobre los pequeños pechos. Y él pensó que era exquisita. De hecho, se permitió imaginarse aquellos pechos desnudos y a él pasando la lengua por sus pezones rosados.

–¿Qué? ¿Te sorprende que te hable así?

–Me sorprende que diga eso cuando ha sido usted el que has estado tanteando el terreno toda la noche.

–¡Ja! ¿Eso piensas?

Por supuesto. Cada vez que le hablaba, invadía mi espacio personal. En cuanto me apartaba un centímetro, volvía a estar pegado a mí, tocándome.

–¿Tocándote? –repitió él, haciendo un esfuerzo por contener una carcajada–. En ese caso, acepta mis disculpas. No me he dado cuenta de que intentabas apartarte ni de que quisieses que dejase de invadir tu espacio personal. De hecho, he tenido la sensación de que tú invadías también el mío. Casi diría que te has frotado contra mí. Tal vez, como bailarina, eso te parezca normal, pero para el resto de los mortales… yo diría que ha sido una provocación.

Mientras hablaba observó su rostro. Se le habían dilatado las pupilas y le costaba tragar.

–¡Pero si ha sido usted el que me ha provocado a mí!

–Tienes unas orejas y un cuello muy sensibles.

Añadió él, viendo cómo se ruborizaba Ruby.

–No eras capaz de quedarte recta cuando te hacía una pregunta, era acercar los labios a tu oreja y sentir que te derretías.

Ella puso los ojos en blanco, pero también sonrió y se ruborizó todavía más.

–Solo he hecho mi trabajo –le respondió–. No es culpa mía que lo haya interpretado así.

Por supuesto –le respondió Matteo, que conocía muy bien a las mujeres y sabía lo que era real y lo que no–. Lo voy a pensar durante el postre. Si estoy equivocado, me disculparé, si no…

–Ya veremos –le dijo ella, encogiéndose de hombros.

Matteo se inclinó hacia delante y tomó su mano. Ella no la apartó. Él trazó las delgadas venas con el dedo pulgar y ella contuvo un suspiro.

–Sí, ya veremos.

Le acarició el antebrazo y ella cerró los ojos.

–Me he quedado sin ir al casino esta noche, pero apuesto a que, antes del amanecer, habré descubierto todas tus zonas erógenas.

–Le advierto que el sexo no es lo mío –le dijo ella sonriendo.

Él se inclinó hacia delante y la miró a los ojos, y entonces vio cautela y a la niña que Ruby debía de haber sido, pero esta cerró enseguida los ojos, presa del deseo.

Él inclinó la boca y le dio un beso lento y suave en los labios. Después se apartó muy lentamente.

–Estoy dispuesto a arriesgarme.

Ella sonrió y abrió los ojos.

De acuerdo.