La cuenta atrás para la exposición había comenzado. Fiona llevaba unos días frenéticos preparando la sala donde irían expuestos los cuadros. Cuadros que habían comenzado a llegar desde Italia. Sonrió al verlos aparecer mientras su corazón se agitaba más y más, cada vez que descubría una nota de Fabrizzio sujeta a estos. Notas de cariño. Tiernas. Románticas y algunas picantes que no hacían sino que Fiona deseara que él estuviera allí con ella; siendo partícipe de todo aquello. Durante el tiempo que dedicó a tomarse un breve descanso leyó y releyó sus notas. El mero hecho de hacerlo e imaginar que él estaba allí susurrándole aquellas palabras la hacía estremecerse. Suspirar. Anhelar sus caricias, su sonrisa maliciosa que la descolocaba. Sin poder aguantar más cogió su teléfono para llamarlo. Esperó impaciente a que lo descolgara.
–Ciao, signorina. ¿Cómo estás? –respondió él y Fiona sonrió.
–Llamaba para agradecerte el esfuerzo que has hecho por que los cuadros llegaran tan pronto.
–Bien, veo que ya te han llegado. ¿Has comprobado que todos están en perfecto estado? –Un tono de preocupación porque no fuera así se notó en su voz.
–Sí, hasta ahora todos están en perfecto estado. Mi equipo se está encargando de ello. Por cierto, faltan dos… –le hizo saber con un tono de incertidumbre porque pudiera haberles sucedido algo. O no los hubiera enviado aún.
–Sí, tenía que comentarte que los dos cuadros que te faltan son los que pacté con Giulio en Bolonia. ¿Recuerdas?
–Sí, los que estaban en una exposición y que dijo que los mandaría después –le dijo cerrando los ojos para hacer memoria de aquel día. Sus recuerdos avanzaron deprisa hasta el preciso instante que Fabrizzio le dijo que la quería, y entonces sintió que la piel se le erizaba como si acabara de decírselo.
–Exacto. Al parecer su dueño quiere llevártelos en persona.
–¿Cómo dices? –le preguntó sorprendida por este hecho–. ¿El dueño? –insistió Fiona emocionada por este hecho. Le encantaba esa idea. Muchos coleccionistas querían donar o prestar sus obras para exposiciones. Y también era verdad que algunos preferían entregarlas en mano a enviarlas por transporte.
–Lo que has oído.
–¿Pretende venir desde Italia? –insistió una Fiona alterada por lo que supondría la visita de un coleccionista para su exposición.
–En eso hemos quedado él y yo. Será él mismo quien te los lleve.
–En ese caso estoy impaciente por conocerlo y agradecerle en persona este detalle. ¿Le has dicho que tiene que venir…?
–Está al corriente de todo. No tienes de qué preocuparte. Los dos cuadros llegarán pasado mañana. Justo un día antes de tu exposición.
–¿Y tú?
Su tono provocó una sonrisa y un sentimiento de cariño en su interior. Le gustó oírselo decir. Había perdido la cuenta de las veces que se lo había preguntado durante la última semana. No quería decirle la verdad. Que supiera que él le entregaría los cuadros, que él era el dueño. Ni tampoco deseaba que supiera cuándo llegaría. Confiaba en que verlo aparecer junto con los retratos fuera para ella toda una sorpresa.
–Estoy cerrando algunos proyectos. Necesitaré un día, a lo sumo dos antes de partir hacia Edimburgo.
–¡¿Eso quiere decir que estarás aquí el día antes de la exposición?! –le preguntó con un pequeño grito de satisfacción, mientras su pulso se aceleraba con la sola idea de imaginarlo allí.
Cuando Eileen vio su rostro no tuvo que pensar mucho con quién estaba hablando por el móvil. Acababa de llegar para ver cómo le iban las cosas con su exposición. Pero quedaba claro que era lo que menos le importaba en ese momento. Percibió el brillo en su mirada cuando la vio y levantó la mano para saludarla. Fiona se sentía como ella cuando Javier la miraba como solo él sabía.
–Salvo que surjan inconvenientes aquí.
–Pero está Carlo… –le recordó con un tono de fastidio por que tal vez no asistiera, y al mismo tiempo de esperanza de que confiara en su amigo.
Fabrizzio no pudo reprimir una carcajada al oírla. Sin duda que era única, incorregible, tremenda. Una mujer destinada a transformar su vida y a quedarse en ella.
–No te prometo nada, salvo que haré todo lo que pueda. Tú procura tratar bien al dueño de los dos retratos.
–Sí, no te preocupes. Lo tendré en cuenta.
–Tengo ganas de verte.
Fiona se sonrojó como una niña. Sonrió y sacudió la cabeza tratando de centrarse, pero aunque quisiera, no podía en su estado. Estaba enamorada de Fabrizzio y aquel sentimiento la hacía parecer una cría.
–Aunque me duela decirlo, tengo que colgar –le aseguró Fabrizzio con un lamento en su voz–. Cuídate, y no olvides que te echo de menos, signorina.
–Descuida. Lo haré, hasta que tú llegues. Después dejaré que seas tú quien lo haga. Ciao.
Fiona suspiró al tiempo que cortaba la llamada y se quedaba abstraída en la pantalla del móvil, sin darse cuenta de que su amiga Eileen la miraba con gesto divertido.
–Debo admitir que te tiene enamoradita –le comentó señalando su móvil.
–Bueno, podría decirse –asintió mientras suspiraba sin poder evitar que lo que sentía por Fabrizzio fuera de dominio público. Pero, ¿qué podía hacer? De entrada no le molestaba lo más mínimo que sus amigas o compañeros pudieran saberlo. Ni tampoco podía, ni quería evitar sentirse así por él.
–Estoy segura que estás contando las horas hasta volverlo a ver.
–Los días, las horas, los minutos, y hasta lo segundos –la corrigió mientras la miraba buscando una respuesta a sus ganas de verlo–. No sé qué más puedo hacer para que el tiempo avance más deprisa. Si al menos pudiera robarle horas al día… –le confesó alzando las manos en alto y paseando su mirada por la sala de exposiciones.
–No puedes hacer nada. A mí me sucedió cuando supe que Javier se había marchado a España a solucionar asuntos relacionados con su tesis. No veas lo mal que lo pasaba cuando estaba a solas. ¡Recuerdo que miraba el reloj cada cinco minutos! A veces pensaba que se me había parado.
–¿Por qué me siento como una adolescente, Eileen? ¡Tengo treinta años! –exclamó mientras trataba de que ella le explicara el porqué de su comportamiento.
–¿Tal vez sea porque por primera vez alguien te hace sentir especial? –le preguntó mientras le guiñaba un ojo en señal de complicidad–. Por cierto, he venido para que comamos juntas. Cat y Moira no pueden, así que, como yo no tengo clase hasta dentro de dos horas… Había pensado en rescatarte de tus pinturas y que te distrajeras un rato. De ese modo me cuentas cómo va todo.
–Ya lo ves –le dijo abarcando la sala con sus brazos extendidos, y girando sobre ella misma–. Viento en popa. Solo faltan un par de cuadros.
–Pero estarán para la exposición, ¿verdad? –le preguntó Eileen entornando su mirada hacia ella.
–De eso estaba charlando con Fabrizzio cuando llegaste. Me ha prometido que estarán. Y que el dueño quiere venir a cederlos en persona –le aclaró sin poder abandonar el gesto de sorpresa mientras cruzaba los brazos y se apoyaba en una mesa.
–Vaya, pues sí que tiene celo por sus cuadros. Algún tipo estirado que no se fía.
–O un maniático del arte que quiere ver cómo lucen sus cuadros, y luego pavonearse por la exposición diciendo al resto: «Vean, esos cuadros son míos».
Eileen arrancó a reír debido al tono que había empleado Fiona para imitar al supuesto dueño.
–Tal vez se trate de un coleccionista apuesto y varonil –le sugirió mientras sus cejas subían y bajaban a toda velocidad hasta fundirse con su pelo.
Fiona frunció los labios mirando a Eileen con un gesto de incredulidad.
–¿Estás segura? –Pero Eileen se limitó a encogerse de hombros sin saber qué decirle–. Vayamos a comer.
–¿Qué tal Javier con las clases? Imagino que estará contento… –comentó Fiona antes de dar un trago a su café solo. Puso mala cara al recordar el sabor del café italiano que bebió en Bolonia.
–Está contento, aunque le toque encargarse de las clases de otros profesores y echarles una mano con documentación para sus publicaciones, ya sabes. Acaba de entrar y tiene que hacerse un nombre. Oye, ¿y tú desde cuando bebes café solo? –le preguntó haciendo una señal con la mano hacia la taza.
Fiona pareció no darle importancia a este hecho, a juzgar por el gesto de su rostro.
–Bueno, la verdad es que empecé a tomarlo en Italia. Aunque a decir verdad no tiene nada que ver con este –le dijo mientras cogía su taza y miraba el interior a ver qué cantidad le restaba. Frunció los labios en claro señal de desagrado.
–Vaya, parece que Fabrizzio te ha venido bien, ¿eh? –le dijo viendo la cara de sorpresa de su amiga–. Creo que necesitabas una relación así.
–A ver, relación, relación…
–Pues claro que tenéis una relación –insistió Eileen mirando a su amiga fijamente–. ¿Lo dices porque ahora estáis separados? Eso no importa porque lo bueno es que va a venir pasado mañana, y que volveréis a estar juntos. ¿Le has comentado lo de tu jefe?
Fiona abrió los ojos al máximo e inspiró profundamente mientras pensaba en lo que David le había comentado. Pero ella lo había pasado por alto cuando hablaba con Fabrizzio.
–No. Aún no le he dicho nada. Entiende que cuando charlamos por teléfono la conversación gira en principio en torno a la exposición, y después nosotros.
–Parece que se ha tomado como algo personal la exposición, ¿no?
–Lo cierto es que le concede mucha importancia. Quiere que todo esté perfecto.
–Quiere agradarte. Que ese día todo esté perfecto para que triunfes. Es un encanto, la verdad.
Fiona sintió un escalofrío recorriendo su espalda cuando pensó en las palabras de Eileen. En verdad que se estaba tomando muchas molestias por ella.
–Sin duda. No puedo creer que en realidad me esté sucediendo a mí –le confesó entrecerrando sus ojos y dejando la mirada fija en la pared de enfrente, pero sin verla–. Lo cierto es que todavía no me explico por qué se quedó en mi cama…
–Porque está a gusto contigo. Porque no es el típico tío que la abandona en mitad de la noche y del que no vuelves a saber nada. Tal vez encontró algo en ti que le hiciera tomar esa decisión. No lo sé, el amor surge de la manera más absurda y cuando menos lo esperas. No hay explicación. Solo tienes que ver la forma en la que Javier y yo…
Fiona sonrió divertida al recordar a Eileen tropezando contra él y tirándole por encima dos pintas de cerveza.
–Tienes razón, anda que el pobre Javier…
–Sí, pero, ¿quién podría haber jurado que acabaríamos juntos? –Fiona se limitó a encogerse de hombros dando a entender que ella no lo sabía–. ¿Y qué me dices de ti? Te llevas a casa a un tío que resulta ser el director de la galería Uffizi de Florencia. Además de ser íntimo amigo de tu jefe y que va a echarte una mano con tu exposición –le resumió mirándola fijamente esperando a que reaccionara–. ¿Cómo diablos explicas esas coincidencias?
–No irás a decirme que todo ha sucedido porque los planetas se alinearon en una determinada secuencia –bromeó con Eileen pensando en Moira y su afición a la astrología y las cartas del tarot.
–No. Pero piénsalo. Son demasiadas coincidencias.
–Sí, es cierto. Que me haya enamorado de Fabrizzio después de lo que tú dices. Pero…
–Tal vez él sea tu pareja, tu compañero para el resto de tu vida. Pero solo tú lo sabrás. Por cierto, deberíamos pensar en irnos. Me queda media hora para llegar a la facultad –le informó mirando su reloj.
–Sí, yo también tengo que volver y seguir montando la exposición. Restan dos días y hay trabajo por hacer. Esta noche saldré tarde del museo.
–Como anoche, y hace dos noches, y…
–Vale, vale. He captado la indirecta. Pero sabes lo importante que es la exposición para mí, y además, así no dejo que la mente me juegue una mala pasada pensando en lo mucho que echo de menos a Fabrizzio.
–¿Sabes lo raro que se hace verte comportándote de esta manera? Tú. ¿Tú, echando de menos a un hombre? Sin duda que el mundo está cambiando –le aseguró con un toque de ironía en su voz.
Fiona se limitó a asentir mientras era presa de una risa nerviosa al pensar que Eileen tenía toda la razón del mundo.
Se encontraba recogiendo todo para irse, cuando apareció Carlo.
–¿No le has dicho nada aún? –Fabrizzio movió la cabeza en sentido negativo–. Pretendes no decírselo y presentarte de buenas a primeras, ¿no?
–Esa es mi idea. Sí. Prefiero que sea una sorpresa y ver la cara que se le queda –le dijo riendo al imaginarse su rostro cuando lo viera junto con los dos retratos.
–¿Cuándo te marchas?
–Mañana. Quedas al cargo de la galería –le recordó posando la mano en su hombro.
–Dime, ¿piensas volver?
–Dependerá de ella.
–¿Va en serio entonces lo que me contaste el otro día? –le preguntó sin poder creer que en realidad lo estuviera pensando.
–He planteado la posibilidad a la junta directiva de la galería.
–¿Y qué te han dicho?
Fabrizzio se encogió de hombros como si no le diera la suficiente importancia a este hecho. La misma que parecía haberle dado la junta.
–Que lo pensarían. Tengo que irme a casa a prepararlo todo. Ya te llamo cuando llegue a Edimburgo.
–Si no te veo…
–No creas que te vas a librar de mí tan fácilmente.
–Sí, sí. En cuanto ella abra la boca y te pida que te quedes allí. Lo harás, amigo. Acuérdate de lo que te digo.
Fabrizzio sonrió mientras se marchaba y lo señalaba con un dedo como si lo estuviera acusando.
–Tomaré nota.
Llegó a casa con la imagen de Fiona en su mente. Pero lo que quería no era imaginársela en su mente, sino tenerla delante de él para poderla abrazar. Se pasó la mano por el mentón y sonrió al recordarla con ese gesto travieso en su rostro; esa mirada llena de picardía cuando quería algo, y ese mohín tan seductor en sus labios. ¿En qué momento se dio cuenta de que no podría estar sin ella? ¿Por qué aquellas semanas se estaban convirtiendo en un infierno sin su presencia? ¿Cómo había conseguido que la deseara hasta el punto de estar dispuesto a renunciar a su actual vida para comenzar un nueva a su lado? ¿Estaba loco? Sí, sin duda que lo estaba. Pero, era una locura placentera. Que muchos querrían experimentar. Y para la cual él conocía su cura. Se llamaba Fiona.
Se sirvió una copa de vino y salió al balcón para relajarse. La noche caía sobre Florencia en esos momentos. Un cielo despejado, salvo por la corte de estrellas que rodeaban a la luna. Cerró los ojos e inspiró profundamente mientras pronunciaba el nombre de ella. Cuánto daría porque al abrirlos estuviera a su lado, disfrutando de esa noche. Un viento suave y cálido le acariciaba el rostro. Así era su amor por él. El pensamiento mitigó un poco la sensación de vacío que llevaba experimentado desde que ella se marchó. Sí, podría decirse que se había llevado algo consigo. Algo más, aparte de los cuadros que había elegido. Si supiera cuánto la necesitaba; que el tiempo que quedaba para que volvieran a verse le parecía eterno. La había extrañado en la cama al despertar. Su pelo esparcido sobre la almohada, su espalda al descubierto para que él la regara con caricias y besos. Escucharla ronronear como una gatita. ¿Tanto había cambiado su vida desde que la conoció? Ahora se preguntaba cómo había sido posible todo. Tan intenso. Tan rápido. Habían encajado como las piezas de un puzle; como las dos mitades de una naranja. Sin ninguna fisura. Ahora se daba cuenta de la clase de conexión que había entre ambos, y cómo él quería que siguiera existiendo. Para ello tomaría un avión al día siguiente e iría en su busca. Porque desde que se marchó él había dejado de ser el mismo. Había dejado de sonreír en la mañana al no verla. Ya ni siquiera preparaba el café para sentarse a desayunar.
Ahora recordaba con ternura su rostro al despertar al día siguiente de haberse conocido. Su extrañeza por verlo en la cama. ¿Por qué pensó en ese momento que le gustaría verla despertar todos los días? ¿Por qué tuvo la impresión de que aquella mujer que lo miraba con curiosidad, le marcaría para siempre? Fue una de esas ocasiones en las que percibes que algo acaba de encajar. Nunca había amanecido en la cama de una mujer. Por lo general, la abandonaba en mitad de la noche, pensó sonriendo como un cínico, mientras bebía de su copa de vino. Pero esa noche. En aquella ocasión… ¿Qué sucedió para que aun despierto de madrugada no se levantara y se fuera? Y no solo eso, sino que decidiera abrazarla como si en verdad ella le importara. No tenía una explicación lógica. Él se quedó tan sorprendido como ella al descubrirlo en su cama por la mañana. Casi mejor, no quería saberlo. Lo había hecho y el resultado no había podido ser mejor. Apuró el vino mientras se sentía nervioso al saber que al día siguiente volvería a verla, a besarla, a acariciarla, a ver su reflejo en su mirada.
Fiona acabó tarde en el museo, como ya le había dicho a Eileen. Restaba un día para terminar de montarla y al siguiente sería la inauguración. Se quedó en mitad de la sala, observando los cuadros colocados en sus respectivos lugares. Sintió una agradable sensación en su interior. Esa sensación que te dice que el trabajo esté bien hecho. Sonrió satisfecha por ello y sus ojos se humedecieron de emoción porque, tras años de luchas, lo había conseguido. Traer una exposición de retratistas italianos a la National Gallery de Edimburgo. Su sueño hecho realidad. Aunque cuando su mirada se detuvo en los dos huecos que restaban por completar, sintió cómo los nervios le apretaban el estómago. Confiaba en la palabra de Fabrizzio y en que el dueño de esos dos retratos los entregaría a tiempo.
Se dijo para sí que nada fallaría. Que todo saldría a la perfección. Que al día siguiente llegarían los dos retratos que faltaban, y, junto con los últimos retoques, todo quedaría listo para la inauguración.
Caminó hacia la salida para recoger su chaqueta negra de piel y su bolso. Apagó las luces y abandonó el museo saludando al guardia de seguridad. Inspiró hondo empapándose del viento frío que soplaba en la ciudad a esas horas de la noche. Se abrochó la chaqueta mientras subía a su moto y la ponía en marcha. Se ajustó el casco y condujo en dirección contraria a su casa. Quería relajarse durante un rato antes de meterse en la cama. No había nada de tráfico a esas horas, así que se permitió el lujo de acelerar un poco más de lo normal hasta perderse en la carretera que conducía a Leith, la zona del puerto y después hacia Arthur’s Seat a las afueras, donde se detuvo. Se desprendió del casco y sin apearse de la moto se quedó mirando a lo lejos. La ciudad aparecía dormida e iluminada ante ella. Recordó las vistas de Florencia la última noche con Fabrizzio. Cómo se había emocionado, pero más cuando él la había abrazado por detrás para que apoyara su cabeza contra su hombro. Ella misma se abrazó por la cintura, pero estaba claro que la sensación no sería la misma. Que el tacto que tenía él era mágico, era capaz de despertarle la más increíble ternura y pasión a la vez. Algo que nunca pensó que ella pudiera esconder. ¿Por qué nunca se había sentido como ahora con Fabrizzio? No era la misma mujer desde que lo conoció; y mucho menos desde que se marchó de Florencia. Juraría que parte de ella se había quedado con él. Y ahora tendría que reclamárselo cuando lo viera. No permitiría que se marchara de vuelta a Italia así. Tendría que hacerlo llevándose todo su ser, o quedarse con ella. No quería más separaciones, no más despedidas, no más días como aquellos que llevaba anhelando volverlo a ver. No. Se negaba. Porque si alguna vez echó de menos a un hombre, era ahora. En ese preciso instante. Y no quería más mañanas amaneciendo sola en su cama. Ni más desayunos aburridos en el salón con una triste taza de café. ¡Si hasta había dejado de hacerlo para tomárselo de camino al museo! ¿Qué le había hecho? ¿Por qué no podía volver a ser la misma Fiona que antes de conocerlo? Sonrió al pensar en la respuesta. Se humedeció los labios y lanzó una última mirada hacia el cielo estrellado. Miraba las estrellas, como si ellas pudieran encontrar la respuesta a todo lo que le sucedía. Su destino. Y sonrió al pensar en ello, porque le pareció ridículo. No, no era posible que allí arriba estuviera escrito que Fabrizzio y ella estaban destinados a encontrarse y a enamorarse. En ese momento una estrella fugaz cruzó el cielo a toda velocidad. Y entonces, Fiona… Un momento, ¿qué demonios estaba haciendo? ¡¿Estaba pidiendo un deseo?! ¡¿Ella?!
Murmuró algunas palabras con los ojos cerrados sintiendo que su piel se erizaba al pensarlo, pese a lo abrigada que iba siempre. La humedad le empañó la vista cuando los abrió y sonrió plena de felicidad por lo que Fabrizzio la hacía sentir.
Fabrizzio llegó al aeropuerto de Edimburgo con algo de adelanto. Esperó a que los responsables le hicieran entrega de las cajas que contenían los cuadros. Fabrizzio los cargó sobre un carrito de equipaje con la ayuda de dos responsables de su seguridad. Con una sonrisa en sus labios se encaminó hacia la puerta de llegadas. Fiona no sabía que él llegaba ese día, y ello le permitía planificar mejor si cabía su entrada en la galería para hacerle entrega de los dos cuadros. Tan solo David estaba al corriente de ello, pero le había rogado que no le dijera nada. De ese modo la sorprendería.
Su amigo le hizo señales con la mano en cuanto lo vio aparecer detrás de las puertas automáticas.
–Fàilte gu Alba! Bienvenido a Escocia de nuevo, amigo –le dijo empleando la terminología gaélica a la que Fabrizzio no acababa de acostumbrarse.
–Gracias –le correspondió estrechando su mano mientras la otra permanecía fija en el carrito de equipaje.
–¿Los cuadros? –inquirió señalándolos con la mano.
–Exacto, los dos retratos que faltan –le respondió palmeándolos de manera orgullosa.
–¿Por qué no se lo has dicho? Deberías ver lo nerviosa que está pensando si llegarían a tiempo.
Fabrizzio sonrió ante la pregunta y el gesto de desconcierto de su amigo.
–Es una sorpresa.
–¿Puedo preguntarte qué hay entre vosotros dos? –El tono de su voz lleno de suspicacia y su mirada provocaron la carcajada en Fabrizzio, quien palmeó a su amigo en el hombro, al tiempo que sacudía la cabeza sin poder imaginar que no hubiera notado nada en ella a su regreso. Ese cambio que él sí había notado y que, en cierto modo, había propiciado–. Creo que me hago una ligera idea…
–David, siempre fuiste el último en enterarte de lo que sucedía a tu alrededor.
–Tienes toda la razón, amigo. Será mejor que te lleve al hotel.
–¿Le dijiste a qué hora llegaría el dueño de las pinturas?
–Hice lo que me pediste. Le dije que a media tarde, y que seguramente coincidiría para ir a cenar. Confío en que sepas disculparme de esa cena… –Le hizo saber mientras sonreía con ironía.
–Disculpado. Ahora vayamos al hotel.
–Una última cuestión. ¿Has hablado con ella acerca de la vacante en el museo?
Fabrizzio lo miró contrariado por esa información. ¿Qué vacante? ¿En el museo? Frunció el ceño sin poder comprender a qué se refería David.
–No sé nada. ¿A qué vacante te refieres?
David lo miró contrariado. Pensaba que ella se lo habría dicho.
–Te pongo sobre aviso en el coche. Por si ella te comenta algo.
Fabrizzio lo siguió mientras en su mente revoloteaba aquella información y sentía que el pulso acababa de acelerarse.
Fiona no paraba de dar indicaciones a sus colaboradores. Se movía con celeridad por el recinto acotado para la exposición. Estaba hecha un manojo de nervios, porque inaugurarían al día siguiente y todavía le faltaban por completar dos retratos. Los dos que se suponía que entregaría en persona su dueño. Cada cinco minutos lanzaba un vistazo a su reloj. El tiempo no solo avanzaba, sino que más bien corría. Era la hora de comer, y no sabía si podría detenerse. Aunque a decir verdad poco más podría hacerse en el museo. Todo estaba prácticamente terminado a excepción de los dos retratos que iban desde Bolonia. De repente una idea absurda la asaltó poniéndola más nerviosa aún. ¿Y si por algún motivo no llegaban a tiempo? ¿Y si tenían que inaugurar sin esos dos retratos? Pero Fabrizzio le había asegurado que estarían, y ella no tenía motivos para no confiar en su palabra. Es más, desde que lo conoció no había hecho sino ayudarla en todo lo referente a su exposición; y le había conseguido los cuadros. De manera que sería mejor que se marchara a comer y tratara de calmarse. Sus tres amigas la esperaban para ir juntas a una taberna cercana al museo.
Cuando percibieron su mala cara las tres temieron que algo malo había sucedido.
–¿Todo va bien? –preguntó Catriona frunciendo el ceño mientras la miraba.
–Sí, aunque estaría más tranquila si los dos cuadros que me faltan estuvieran ya aquí –le respondió con un tono que denotaba su crispación por este hecho.
–Bueno, pero… Fabrizzio te ha prometido que estarían, ¿no? –le recordó Eileen mostrándose comprensiva–. Y él siempre ha hecho lo posible para que tú tuvieras los cuadros para la exposición…
–De todas maneras, siempre que inauguras una exposición, te pones atacada de los nervios. Y al final todo sale perfecto –le recordó Moira sonriendo y haciéndole ver que se estaba comportando como una novata pese al tiempo que llevaba dedicada a ello.
–Ya lo sé. Pero, no puedo evitar sentirme así. Lo siento, chicas. Si al menos lo tuviera a él aquí –murmuró con un tono de ensoñación que provocó las sonrisas en sus amigas.
–Ver para creer, chicas. Fiona suspirando por un hombre –comentó Moira con gesto divertido mientras le pasaba la mano por el brazo para tratar de tranquilizarla.
–Yo iría más allá. Fiona enamorada como una adolescente –terció Eileen.
–Vale, vale. Ya está. Ya está –les interrumpió la aludida entre risas–. Es que lo echo de menos. Eso es todo.
–Y nos alegra verte así. Enamorada de tu chico. Anda, vayamos a comer –sugirió Catriona mientras cruzaban Princess Street–. Verás como todo se soluciona. Relájate.
A pesar de sus enormes deseos de verla, Fabrizzio se contuvo todo lo que pudo. Ahora, en la sala de exposiciones del museo se preguntaba cómo era posible que se le hubiera ocurrido semejante locura. ¿Tanto la quería como para estar allí de pie contemplando los dos cuadros colocados? Sin duda que Fiona se había convertido en algo más que una aventura. Había quedado con David para llevar los retratos al museo y colocarlos mientras ella salía a comer. De ese modo cuando llegara se encontraría con la sorpresa.
–Si me permites decirlo, creo que son dos de los mejores retratos con los que cuenta la exposición. Y no lo digo porque los hayas conseguido y traído tú. Que conste –le advirtió sonriendo por este comentario–. Pero, ¿por qué?
Fabrizzio volvió el rostro hacia su amigo y frunció el ceño como si no comprendiera qué quería saber.
–¿A qué te estás refiriendo?
–¿Por qué lo has hecho? Me refiero a comprar los cuadros.
Fabrizzio volvió su mirada hacia ambos retratos. Se quedó mirándolos con gesto pensativo mientras apoyaba su mano bajo su mentón. Inspiró hondo mientras trataba de encontrar la respuesta, pero el sonido de tacones entrando en la sala lo despistó. Cerró los ojos y sonrió imaginando a Fiona avanzando hacia ellos.
–Aquí la tienes.
Fiona estaba bastante aturdida cuando regresó a la sala del museo como para darse cuenta que los dos retratos que faltaban cuando se marchó ahora lucían en sus respectivos lugares. Estaba consultando su teléfono en busca de algún mensaje, alguna llamada de Fabrizzio, pero no había ninguna. Apretó los dientes y maldijo en voz baja. Percibió la presencia de dos personas en la sala, pero estaba tan nerviosa que no se dio cuenta de quiénes eran. Y cuando buscó el número de Fabrizzio para ver si sabía algo, entonces… Se fijó detenidamente en la pared donde lucían los dos retratos. ¿Pero cómo era posible? ¿Cuándo habían llegado y porqué no se le había dicho nada? ¿Por qué David no la había llamado? Se quedó con la mirada fija en ellos mientras el teléfono permanecía en su mano, sin haber llegado a pulsar el botón de llamada. No hacía falta. Los cuadros estaban allí. Y junto a David estaba… Su corazón palpitó deprisa. Más de lo que nunca pudo imaginar que podría hacerlo. Pero… No podía ser… Le había dicho que el dueño de los cuadros estaría presente para entregarlos y verlos expuestos. Y él… ¿Qué hacía allí Fabrizzio? Se suponía que llegaría…
David le susurró algo y lo dejó solo contemplando los dos retratos mientras Fiona trataba de correr hacia él, pero parecía que sus piernas no pudieran ir más deprisa.
Fabrizzio se volvió con una tímida media sonrisa en los labios. Y entonces comprendió todo. Supo la respuesta a la pregunta de David. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué sentía que su corazón abandonaba su pecho para instalarse en el de ella? Sí. Solo había una posible y razonable respuesta. La amaba.
Fiona se detuvo a escasos pasos de él mientras su pecho parecía que fuera a estallarle por la velocidad que habían alcanzado sus latidos. Su vista se cubrió con el velo de las lágrimas mientras se humedecía los labios y no era capaz de articular ninguna palabra. La emoción de verlo la atenía atenazada en ese preciso instante. Tantos días anhelando que llegara ese momento y ahora por fin había llegado.
–No te recordaba tan preciosa.
Fiona abrió los ojos al máximo y rio nerviosa. Extendió su mano para rozarle el rostro y asegurarse que no era una ilusión suya.
–Espero que puedas perdonarme, pero consideré oportuno adelantar mi vuelo. No creo que te importe, ¿no? –le preguntó extendiendo sus brazos a los que ella corrió para que la estrecharla mientras Fabrizzio sonreía.
–No, no –repetía una y otra vez mientras sacudía la cabeza.
Sintió su cuerpo abalanzarse contra él con tal ímpetu que estuvo a punto de hacerlo caer. Sus manos le enmarcaron el rostro dejando que los pulgares le borraran las lágrimas mientras ella seguía riendo de manera nerviosa.
–¿Por qué…? ¿Por qué no me lo dijiste? Que vendrías hoy… Yo… –balbuceaba sin saber qué decir presa de los nervios.
–¿Y estropearte la sorpresa? ¿Y perderme la expresión de tu rostro hace unos minutos? –le preguntó mientras él negaba–. No. Quería que sintieras precisamente lo que acabas de sentir. Y yo quería ser testigo de ello.
Fiona se alzó de puntillas para besarlo con efusividad las veces que consideró necesarias, sin dejar que él pudiera decir una sola palabra. Fabrizzio sintió que por fin la otra parte de su ser había vuelto a su lugar correspondiente.
–He estado perdido desde que te marchaste. No he conseguido ser el hombre que era contigo, sino tan solo una sombra –le susurró mientras ahora su mano se deslizaba bajo su mentón y alzaba su rostro para que lo mirara fijamente–. He venido a recuperar lo que te llevaste cuando dejaste Florencia.
Fiona se quedó sorprendida ante aquellas palabras. No entendía a qué se estaba refiriendo, pero necesitaba saberlo.
–No me llevé nada –le aseguró con un gesto de desconcierto en su rostro.
–Yo creo que sí –insistió mientras se apretaba a ella y le apartaba del rostro algunos mechones de pelo, que colocaba con exquisita ternura tras de sus orejas. Sonrió complacido por aquella visión, pero más aún cuando vio su reflejo en los ojos de Fiona–. Te llevaste lo mejor de mí –le susurró de manera lenta en su oído produciendo el efecto que esperaba. Fiona cerró los ojos y sintió que todo su cuerpo se convulsionaba ante aquellas palabras–. Ahora, dame una sola razón, aunque sea muy pequeña, por la cual no debería pedírtelo.
Fiona abrió los ojos para mirarlo fijamente mientras sus pupilas titilaban por las lágrimas de felicidad que la atenazaban. Se humedeció los labios y deslizó el nudo que parecía ahogarla, antes de responderle.
–No puedo devolvértelo –le susurró en sus propios labios–. No, cuando ha sido lo único que tenía de ti para sobrellevar tu ausencia. No puedo hacerlo.
Fabrizzio sonrió complacido cuando la escuchó decir aquello.
–¿Qué se supone que debo hacer?
–Puedes quedarte conmigo –le pidió sintiendo que arriesgaba todo lo que tenía. Aún no le había comentado nada de lo hablado con David sobre la vacante en el museo. Quería ser ella quien se lo dijera. Pero también quería que él no se sintiera obligado a aceptarlo por ella.
Fabrizzio asintió mientras apretaba los labios formando una delgada línea que poco a poco se fue curvando hasta convertirse en una amplia sonrisa.
–Tendré que pensarlo, aunque no me disgusta tu propuesta.
Fiona abrió los ojos al máximo cuando lo escuchó decir aquellas palabras. ¿Se quedaría con ella? Pero… ¿Lo había dicho? ¿Y ella, había entendido bien? Pero no le dio tiempo a pensar en nada más porque Fabrizzio la estaba besando con esa mezcla de pasión y ternura que había mostrado en cada uno de los besos que le había dado. La sintió estremecerse bajo sus manos, gemir complacida y, cuando se apartó de ella, vio su rostro risueño iluminado por la felicidad de tenerlo de vuelta.
–Creo que no es el lugar idóneo –señaló sonriendo mientras su excitación era evidente y Fiona sonreía con una mezcla de sorpresa y de malicia.
–Estoy de acuerdo.
Se centró en contemplar los dos cuadros que había traído mientras intentaba aclarar su mente y sus ideas. Se volvió de repente hacia Fabrizzio con el gesto turbado.
–¿Dónde se supone que está su dueño? No lo veo por ningún lado.
Fabrizzio cruzó los brazos sobre su pecho y la miró detenidamente tratando de hacerle ver quién era el dueño de aquellos dos retratos. Sonrió ligeramente mientras su mirada se dirigía a ellos y Fiona parecía comprender poco a poco lo que él le estaba diciendo.
–¿Tú? –le preguntó entornando su mirada mientras su tono se perdía en un susurro.
Sabía que era extraño. Que no lo creería. Pero era cierto, y lo había hecho por ella.
–Pero… Se suponía que estos dos retratos estaban en Bolonia. En una exposición y que su dueño… –balbuceaba tratando de encontrar una explicación posible a aquello.
–Los compré después. Para tu exposición.
–Pero, ¿por qué? No había necesidad de… –Dejó de hablar en cuanto sintió cómo los brazos de Fabrizzio la rodeaban por la cintura atrayéndola de nuevo hacia él.
–Son un regalo.
–¿De la galería Uffizi? –le preguntó arqueando su ceja como si no lo creyera.
Fabrizzio negó con la cabeza.
–¿Tuyo? –preguntó sin poder salir de su asombro. Sin poder creer que estuviera haciendo eso.
–Es un regalo que te hago.
–Pero… –Estaba aturdida. Emocionada por lo que estaba escuchando.
–Prometí que los tendrías. Y aquí están.
Lo atrajo hacia ella para besarlo. Devoró sus labios deleitándose en su suavidad, en su sabor sintiendo que no podía querer más a aquel hombre. Se fundió entre sus brazos, arrastrada hacia un remolino de sensaciones que había echado en falta pero que había regresado con él. ¿Qué había dicho de devolverle lo mejor de él? No. Estaba más que convencida que tendría que quedarse con ella para recuperarlo, porque ella no estaba dispuesta a dejarlo marchar.
–Mientras terminas con la exposición voy a ver a David. No sé qué cosa tan urgente quiere comentarme. Pero prometo que recuperaremos el tiempo perdido. Puedes darlo por hecho –le aseguró guiñándole un ojo mientras caminaba hacia la salida de la sala y en dirección al despacho de su colega.
Fiona lo vio alejarse al tiempo que sentía un extraño pálpito en su pecho cuando escuchó a Fabrizzio referirse a David y a lo que tuviera que contarle. ¿No se trataría de…? Le había pedido que no lo hiciera. Quería ser ella quien se lo propusiera. Pero se le estaba haciendo complicado hacerlo. ¿Por qué no lo había hecho en ese preciso instante? Tenía que comentárselo sin falta esa misma noche. No quería seguir sin saber qué pretendía. ¿Cuáles eran sus expectativas de futuro para su relación? Ella quería que estuvieran juntos. No le importaba el lugar. Pero no quería separarse de él ni un momento más.