Mientras caminaba por el pasillo sacudía la cabeza pensando en David y en lo que iba a comentarle. Ya le había avanzado de qué se trataba la vacante que quedaba en la National Gallery. Y la verdad era que lo atraía, pero más lo hacía quedarse junto a Fiona. Ese era el verdadero motivo por el que había escuchado la propuesta de David, y ahora se dirigía a conocer más detalles.
No hizo falta que llamara a la puerta de su despacho, ya que la había dejado abierta. Lo encontró inclinado sobre un libro y sin percatarse de que él acababa de aparecer.
–Parece que sea interesante –le comentó Fabrizzio para hacer notar su presencia.
–Bueno, estaba echando un vistazo a la pintura flamenca –le dijo cerrándolo para atender a su amigo–. Cierra la puerta y siéntate. No quiero que nadie, y menos Fiona, se entere de lo que voy a revelarte.
–¡Cuánto misterio! En verdad que me siento halagado –exclamó mirando a su colega con inusitada expectación, mientras gesticulaba con sus manos.
–Lo cierto es que le prometí a Fiona no contarte nada. Quería ser ella quien te lo propusiera. Lo que no entiendo es por qué aún no lo ha hecho –le confesó contemplando a Fabrizzio con curiosidad.
–Yo tampoco, aunque si te soy sincero no me extrañaría nada que se le hubiera pasado. Entiende que lleva unas semanas en las que la exposición ocupa todo su tiempo –le recordó como si disculpara el momentáneo olvido de Fiona.
–No obstante, no le comentes nada de lo que voy a decirte –le pidió como si en el fondo se sintiera culpable por lo que iba a hacer.
–Puedes quedarte tranquilo. Haré como que no sé nada.
–Bien, como te comenté de camino al hotel, dejo la dirección de la National Gallery.
–Te marchas a Londres, como me dijiste.
–Eso es. Llevó cuatro años aquí y ya es hora de cambiar de destino. Ahora dirigiré la National Portrait Gallery.
–Celebro escucharte decir eso. Es una oportunidad excelente. Y no te queda lejos de aquí.
–Sí, eso también lo he valorado. No quería estar muy alejado de mi casa, aunque ahora tenga que mudarme a Londres. Pero lo que me interesa es ofrecerte mi puesto.
–Te agradezco que hayas pensado en mí para el cargo. Sin duda me siento honrado –le confesó Fabrizzio sonriendo de felicidad y de expectativas de futuro.
–Cuando propuse tu nombre a la junta gestora, nadie se opuso –le confesó sonriendo de satisfacción–. Que el director de la Galería Uffizi de Florencia fuera el candidato a dirigir la National Gallery de Edimburgo le pareció bien a todos los miembros de la junta.
–Pero, ¿por qué has pensado en mí?
David sonrió de manera cínica ante esa pregunta.
–Aparte de que eres mi amigo, y colega, ¿quién si no tú que has alcanzado cierta notoriedad en el mundo del arte? –comenzó a explicarle mientras Fabrizzio sonreía y se sentía orgulloso de que David pensara eso de él–. Ya había pensado en ti para el cargo, y mi idea se vio reforzada al ver la estrecha relación que surgió entre Fiona y tú.
Aquel comentario lo dejó clavado literalmente a la silla. No fue capaz de mover un solo músculo, ni de pestañear. Se preguntó qué habría querido decir con eso mirando con cara de sorpresa a David.
–¿Desde cuándo…?
–Dices que soy poco observador, pero nada más lejos de la realidad. En verdad te diré que desde el primer momento que os vi juntos, supe que vuestra colaboración sería más bien estrecha, y que os entenderíais a la perfección.
–No sabía que fuera de dominio público.
–Y cuando Fiona regresó de Florencia… –se detuvo al recordar que le había parecido perdida. Poco a poco fue encajando las piezas hasta dar por resultado lo que se temía.
–¿Qué sucedió? –quiso saber mientras entornaba la mirada hacia su amigo.
David estalló en una carcajada.
–Amigo mío. Estaba más que claro que se había enamorado de ti.
–No sabía que fueras tan perspicaz…
–Bueno, creo que me desvío del tema. Lo que me interesa saber es si estás dispuesto a aceptar el cargo. Eso es todo, luego ya vendrá formalizarlo.
–Creo que no tengo otra salida tal y como yo lo veo –le aclaró esbozando una sonrisa de diversión.
–En ese caso comunicaré a la junta que aceptas ser mi sustituto. Por cierto, sabes que ello implica que Fiona trabajará bajo tu cargo, ¿no? –le recordó con un toque de humor en su voz.
–Tal vez sea ese el último empujón que necesitaba para aceptarlo –le comentó con la misma ironía. Era lo primero en lo que había pensado cuando David se lo propuso camino del hotel. Trabajar juntos. ¿Se entenderían? Aquella pregunta revoloteó en su mente arrancándole una sonrisa muy explícita.
–¿Dices que te ha regalado los dos cuadros que faltaban? –le preguntaba Catriona sin salir de su asombro mientras miraba perpleja a Fiona. Las tres amigas se habían pasado a verla para invitarla a tomar algo, pero cuando ella les contó que Fabrizzio se había marchado hacia rato al hotel, y había quedado en pasar a recogerla en unas horas, las tres sonrieron como adolescentes enamoradas.
–Ese hombre no es real. No puede serlo –apuntó Moira confundida–. Pero es tan bonito que tenga esos detalles contigo…
–Si la quiere… –intervino Eileen como si aquel gesto de Fabrizzio no le pareciera extraño.
–Ha sido todo un detalle, la verdad. Pero no creo que hiciera falta –les confesó Fiona turbada por ese gesto.
–Pues claro que lo hacía –dijo tajante Catriona mirando a su amiga–. Te quiere y te lo está demostrando. Estoy segura que si se lo pides se quedará contigo.
Fiona resopló al oírle decir aquello. Se lo había pedido de una manera algo surrealista cuando él le dijo que se había quedado con lo mejor de él. Pero no sabía si su respuesta iba en serio. Debería preguntárselo de manera directa esa noche. Hablarle de que David se marchaba a Londres y que su puesto quedaba libre, y que él podría… Se estaba haciendo sus propias cábalas sin saber qué era lo que pensaría cuando se lo propusiera. ¿Y si no le atraía la idea? ¿O si tenía las suyas propias al respecto? Lo que si quedaba claro era que tenía que proponérselo cuanto antes, o él podría acabar marchándose de regreso a Florencia.
–Por la cara que has puesto, entendemos que aún no le has dicho nada de lo que nos contaste… Que David se marcha a Londres –sugirió Catriona mirando a su amiga con preocupación.
–No he encontrado el momento, ya lo sé –les dijo con un tono de desesperación y de cansancio.
–Pues deberías hacerlo antes de la exposición. De ese modo estarías más relajada mañana –apreció Eileen asintiendo mientras miraba a su amiga con los ojos abiertos al máximo. Dándole a entender que debía hacerlo cuanto antes.
Fiona seguía escuchando los consejos de sus amigas mientras ella seguía terminando de retocar los últimos detalles de la exposición.
–Tenéis toda la razón, chicas. Debo hablar con él para saber qué piensa hacer una vez que la exposición quede inaugurada mañana.
–¿Tienes miedo a su respuesta? ¿A que no quiera quedarse? –quiso saber Moira mirando a Fiona con gesto serio
–No importa si quiere regresar a Florencia. Si no acepta el puesto de David. En ese caso sería yo quien lo seguiría –les confesó mirándolas a las tres y sintiendo que necesitaba estar con él. Fuera la ciudad que fuera.
–¿Cuándo es la inauguración? –preguntó Eileen cambiando de tema para no hacer pensar más a su amiga.
–Primero tendremos una rueda de prensa para presentarla y después será el momento de la inauguración. A media tarde. Vendréis, ¿verdad? –les preguntó mostrando un tono que se acercaba a un ruego. Quería estar rodeada por ellas en ese día.
–Pues claro. ¿Por quién nos tomas? –le preguntó Moira como si le hubiera parecido mal su petición–. Y ahora deberías irte a casa, darte una ducha, cambiarte de ropa antes de quedar con Fabrizzio.
–No importa, tengo tiempo de sobra –le dijo sacudiendo su mano en el aire como si le restara importancia a ello.
Miró el reloj extrañado porque Fiona se retrasara tanto. Se suponía que hacía media hora que debería haber llegado, según su última llamada. Se resignó al pensar que con toda seguridad estaría aún dentro de la exposición. Y no la culpaba, ya que él en su momento también había sido así. Pasando horas encerrado en su despacho de la Galería Uffizi, o en otro museo. Viajando por toda Italia y Europa buscando las mejores obras para la galería. Se quedó pensativo unos segundos dándole vueltas a una nueva idea. Sí. Apostaba a que triunfaría y que la sorprendería como con las anteriores.
Empujó la puerta del museo y saludó al guardia con una agradable sonrisa. Estaba a punto de marcharse.
–La señorita sigue en la galería –le hizo saber.
–Comprendo.
–Ella tiene llaves del museo, así que si le parece bien me marcharé. Buenas noches.
–Buenas noches.
Se dirigió a la sala donde tendría lugar la inauguración de la exposición. La vio en el centro, con el pelo recogido en alto por una pinza, un lapicero entre los labios, la camisa por fuera con las mangas subidas. Estaba centrada en la perspectiva de aquel retrato a juzgar por sus miradas, sus poses. La luz de los focos, la panorámica.
La contemplaba trabajar en silencio. Disfrutando y recreándose con ella. Con cada una de sus posturas, de sus gestos. Era divina y él solo podía amarla. Por un instante se giró para quedar frente a él. Y entonces comprendió lo que sucedía. ¡Su cita para cenar! Cerró los ojos y exclamó una maldición en gaélico que Fabrizzio no comprendió pero a la que se estaba acostumbrado ya. Fiona resopló mientras sus hombros se relajaban por primera vez en muchas horas. Caminó hasta él con la culpa reflejada en su rostro, pero feliz y dichosa por verlo. Estaba tan atractivo recién afeitado y arreglado para salir a cenar, y ella…
–Lo siento, lo siento –susurró mientras se acercaba a él.
Fabrizzio sonrió divertido por verla con aquel aspecto y pidiéndole disculpas. No tenía que hacerlo. Introdujo su mano por dentro de los vaqueros de Fiona y la atrajo para sentirla más cerca. Aspiró su aroma femenino mezclado con su perfume mientras la besaba con frenesí. El beso fue cálido, tierno y sensual a la vez, provocándole un repentino revuelo de sensaciones. Lo rodeó con los brazos para prolongar la sensación.
–Te olvidaste de nuestra cita –le susurró en sus labios provocándole un gesto de malestar–. Pero no importa. He traído la cena.
Fiona lo miró con un gesto entre la sorpresa y la diversión por escucharle decir aquello. Y cuando él la soltó para recoger del suelo las dos bolsas que llevaba estalló en una carcajada. Aquel hombre no dejaba de sorprenderla, a cada rato que pasaban juntos.
–Pero…
–Déjame. Por cierto, no eres la única que se ha pasado noches enteras montando una exposición –le dijo caminando hacia la mesa que había en el centro de la sala. Dejó las bolsas y ante la atónita mirada de Fiona, comenzó a sacar los utensilios para una cena ante la atenta mirada de ella y su sonrisa–. No sabía qué podía gustarte, así que compré un poco de todo.
Si alguien pudiera leer en el fondo de su corazón, leería: lo quiero. Pero eso solo podía saberlo ella, quien en esos momentos no podía pensar en otra cosa que no fuera en él. Fabrizzio abrió una botella de vino y extrajo dos copas de plástico de su chaqueta. Aquel gesto tan improvisado, tan natural pero tan romántico la desarmó por completo. Creía que el corazón le acabaría estallando por la velocidad de sus latidos con cada nueva ocurrencia suya.
Le tendió la copa mientras él la contemplaba embelesado por su belleza. Fiona hizo ademán de soltarse el pelo y de adecentarse un poco pero entonces la mano de él y su gesto con la cabeza la detuvieron.
–Estás preciosa.
Sintió cómo las mejillas se le encendían por el cumplido, porque sabía que lo decía en serio. En verdad que la encontraba tal y como le había dicho. Lo podía leer en su mirada, percibir en su sonrisa.
–¿Por qué brindamos?
–Por ti y tu exposición –le respondió al instante, con una voz ronca, pausada, y llena de encanto mientras la miraba y no podía ni imaginar cuánto la amaba, cuanto la necesitaba. Estaba allí. Delante de él.
–Pero tú también has tenido…
Posó un dedo sobre sus labios para callarla mientras negaba con la cabeza.
–El mérito es todo tuyo. Yo solo te he ayudado, pero tú elegiste los cuadros para tu exposición.
Inspiró hondo mientras intentaba deslizar el nudo formado en su garganta y así poder decir algo. Pero era tan complicado cuando él la miraba de aquella manera en la que le transmitía tanto. La instó a levantar su copa y brindar con él. Sus miradas no se apartaron en ningún instante, ni siquiera cuando bebieron, cuando dejaron las copas sobre la mesa, y menos cuando él le acarició la mejilla con lentitud, con devoción. Fiona cerró los ojos y se dejó acunar por su mano mientras sentía el leve roce de sus labios. Fue como si una ráfaga de viento los hubiera acariciado. Como si apenas lo hubiera sentido, pero, en el fondo, su pecho se había agitado en demasía.
Lentamente comenzó a besarla, dejando que sus labios buscaran su cuello en dirección a la clavícula. Fiona gemía mientras su cuerpo ardía de deseo y de pasión por estar con él. Recorrió todo el cuello pasando de un lado al otro, besando la piel que la apertura de su camisa dejaba entrever. Consciente de cuánto la deseaba, de cómo anhelaba la caricia de su propia piel sobre la suya. Enmarcó su rostro entre las manos para ahondar en el beso mientras ella echaba la cabeza hacia atrás dejándose arrastrar por su calidez.
–Eres única –le susurró mirándola a los ojos fijamente hasta que se vio reflejado en sus pupilas, y entonces sonrió.
–Tú haces que lo sea. No sé qué tienes pero… Has descubierto en mí una persona que desconocía. Haciéndome sentir aquello que nunca pensé sentir.
–Aún me quedan muchas cosas por hacerte mi bella signorina –le susurró al oído mientras le daba delicados mordiscos que arrancaron las risas de Fiona.
Se separó de él con ese gesto en su rostro que denotaba la dicha que estaba viviendo.
–¿Bella? –le preguntó con suspicacia mientras su ceja formaba un arco–. Debe ser la luz de la sala –le comentó mientras ella misma se miraba.
–Vamos, estás preciosa cual estrella en el firmamento –le dijo rodeándola por la cintura para atraerla de nuevo hacia él entre risas.
–Te pareces a Moria hablando de las estrellas y todo eso del destino.
Fabrizzio la miró con el ceño fruncido.
–¿El destino? ¿La estrellas? Trovare il tuo destino? –le preguntó empleando el italiano y mirándola con gesto gracioso.
–Oh, vamos… No pienses que yo creo en esas cosas –le advirtió sintiendo que la temperatura de su cuerpo ascendía unos grados. Los nervios le apretaban el estómago y se sentía como una quinceañera.
–Mi abuela decía que el destino de cada uno está escrito en las estrellas –le comentó mientras ella sonreía divertida y pensaba en la noche anterior, cuando contempló el cielo desde Arthur’s Seat. Apoyada en su moto, mirando el cielo estrellado hasta que la estrella fugaz pasó y… Pidió un deseo que en ese momento era realidad. Se quedó pensativa, con la boca entreabierta mientras Fabrizzio la seguía sosteniendo contra él como si no quisiera dejarla escapar. ¿Sería posible que las estrellas pudieran influir en su vida? ¿Podrían determinar el destino de una persona?–. Pero yo digo que el destino se lo forja una persona día a día.
Abrió los ojos sorprendida por esa última declaración, que le gustó más que lo de las estrellas. Aunque era más romántico y propio de personas que soñaban con ello. Como Moira.
–¿Cuál es tu destino? –le preguntó acariciándole el rostro mientras lo obligaba a apoyarse contra el borde la mesa, como si lo estuviera acosando.
–El mío está en tus manos.
Fiona se derritió ante aquella sentencia pero no por ello abandonó su intención de fundirse con él en un beso que hizo saltar las chispas de la pasión. Fabrizzio la sostuvo mientras ella le apresaba los labios para besarlo. Y dejó que decidiera su destino, aunque era consciente de que estaba ligado al de ella desde el día que se conocieron.
Sintió una suave caricia, como si de un leve soplo de aire se tratara, pero suficiente para que toda la piel se le erizara. Para que esa sensación de placer que hacía poco que la había abandonado regresara y la despertara. Sonrió con los ojos cerrados, dejándose llevar por el sentimiento de aquella caricia. Sí, aunque increíble en un primer momento, ahora estaba convencida que no había nada en este mundo que deseara más que despertar de esa manera. Que se sintiera la mujer más dichosa, la más deseada. Sintió la presión de los labios de Fabrizzio sobre su nuca arrancándole un suspiro prolongado. Sus manos descendieron por los costados de su cuerpo, regalándole caricias tanto tiempo anheladas. Sintió la quemazón en el interior de su cuerpo, la llama del deseo avivarse de manera inmediata y prolongarse hacia su sexo. La había amado durante toda la noche, con paciencia, con tranquilidad, saboreando cada caricia, disfrutando de cada beso, experimentado en cada uno de los recovecos de su cuerpo. No imaginaba las cosas que él podía hacer con su boca, con su lengua, con sus manos… Ahora sí lo sabía. El dedo de Fabrizzio dibujó la longitud de su espalda hasta las dunas de sus glúteos, para seguir su camino por sus muslos. La besó en el cuello, en la espalda, y siguió descendiendo de manera lenta provocando un estallido de deseo en Fiona. Se volvió para mirarlo bajo el velo del sueño, del deseo que había despertado y alimentado. Y sonrió cuando él se inclinó sobre ella, apoyando las manos sobre la cama, mirándola con gesto de depredador, de amante insaciable. La besó con ternura en la punta de la nariz, provocando un mohín en ella. Descendió hacia sus labios que Fiona se había humedecido con picardía. Los tanteó, en una especie de juego del gato y el ratón. Convirtió el beso en un tira y afloja que arrancó la sonrisa más cautivadora que pudo contemplar en sus labios. Sus ojos chispeantes, su gesto risueño. ¿Qué más podía desear? ¿Qué podía faltarle en la vida ahora que la tenía a ella? Sonrió al pensar en este aspecto, antes de volverla a besar. Despacio. Atrapando su labio inferior entre los suyos. Dejando que su aliento la impregnara como si de una capa de rocío se tratara. Permitiendo que la punta de su lengua trazara el contorno de sus labios antes de adentrarse con timidez en su boca. Sintió cómo ella la atrapaba entre sus labios y la succionaba con exquisita delicadeza, con sensualidad, mientras sus dedos recorrían su cuerpo desde la cadera hasta el pecho. Trazar su contorno y ascender por entre los dos hacia la garganta. La sintió agitarse de placer, suspirar y gemir presa del deseo que la quemaba. Profundizó el beso mientras su dedo descendía por su vientre hacia su sexo. Fiona se arqueó por las convulsiones que agitaban todo su cuerpo ya. Emitió un gruñido leve, suave, cuando sintió cómo los dedos de él jugueteaban entre sus pliegues. Fabrizzio sonrió al sentir la humedad, el calor, el deseo entre sus muslos. Lo deseaba. No podía esperar más. Escuchó el sonido del látex entrando y saliendo de ella y se abandonó al placer que Fabrizzio le proporcionaba.
Salió de la ducha envuelta en su albornoz de tartán. Caminó hacia el salón para quedarse mirándolo desde el umbral de la puerta con una sonrisa. Allí estaba esperándola. El desayuno puesto en la mesa y mirándola como si ella fuera una especie de aparición. Fiona se acercó a él con el sigilo propio de una gata. Lo sostuvo por la camisa y lo besó de manera tierna, cerrando los ojos, disfrutando del beso.
–Me estás malcriando –le susurró en los labios mientras levantaba la mirada hacia él.
–¿Te has parado a pensar que tal vez me guste hacerlo?
Fiona arqueó una ceja mirándolo con complicidad. Su corazón se desbocó en su interior al escuchar decirlo. Al sentir su mirada de complacencia.
–En ese caso, no me negaré a que me sorprendas por las mañanas –le confesó tratando de hacerle ver que quería despertarse a su lado, compartir esos momentos en la cama y en la ducha.
Fabrizzio asintió mientras esbozaba una sonrisa tímida. ¿Por qué no le decía que había aceptado el puesto que dejaba David? Que ella era lo más importante en esos momentos para él
–¿A qué hora es la inauguración?
–No te preocupes. Tengo tiempo de sobra. ¿Estarás a mi lado? –le preguntó cubriendo su mano y mirándolo con esa sensación de anhelo en su mirada.
Fabrizzio volteó su mano y se la llevó a los labios. Depositó un beso suave y cálido allí donde el pulso late con más fuerza, para que la sensación de cariño fuera más acentuada. Fiona sintió el escalofrío que recorrió su espalda, y cómo su rostro parecía enrojecer. Abrió los ojos y sonrió risueña como una niña que acaba de recibir un premio por portarse bien.
–¿Acaso lo dudas?
–No, solo es que… –Pensó que por algún motivo él no estaría presente. Que tendría que hacer algo. Dudas. Dudas acerca de si lo suyo tenía futuro. De si él la quería como decía. Para quedarse con ella. Para estar a su lado ahora y siempre.
–Estoy aquí, ¿no?
–Sí, pero has venido por la exposición. Por los cuadros –le rebatió Fiona mirándolo sonrojada.
–Si estoy aquí es única y exclusivamente por ti. Habría venido igual, aunque no te hubiera traído los dos últimos cuadros. Aunque no tuviera exposición, vendría por ti –le confesó con un tono de sinceridad que la sobrecogió e hizo palpitar su pecho por la felicidad.
Se levantó de la silla y se sentó sobre él besándolo con una pasión desmedida. Atrapando su rostro entre sus manos para contemplarlo fijamente. Le pasó los pulgares por sus mejillas y trazó el contorno de sus cejas, de su nariz, de sus labios, mientras la emoción la embargaba. Sus pupilas se dilataron por el brillo de las lágrimas.
–¿Sabes lo que has provocado con esas palabras? –le preguntó sintiendo que la lengua se le trababa y que no era capaz de articular una sola palabra por la emoción, mientras él sacudía la cabeza esperando que se lo dijera–. Has trastocado mi mundo de tal manera que no sé quién soy. No me reconozco. No queda nada de la mujer que era antes de conocerte.
–¿Y eso te preocupa?
Fiona sacudió la cabeza mientras las lágrimas amenazaban con desbordarse.
–¿Cómo puede importarme si tú has sido el culpable?
–Vaya. No sé si he hecho bien o…
Fiona lo acalló con un efusivo beso mientras se aferraba a su rostro y sentía que le entregaba todo su ser.
–Te quiero…Te quiero…
La entonación que Fiona puso en esas palabras sacudió por completo el pecho de Fabrizzio. Aquella hermosa muchacha lo tenía pendiente de un hilo. Lo volvía loco. Era tal el estado de agitación y sorpresa en el que se encontraba junto a ella que no deseaba abandonarla por nada. Lentamente comenzó a deslizar el cinturón de su albornoz sin dejar de besarla.
Llegó al museo con tiempo de sobra para prepararse para la rueda de prensa. David la esperaba impaciente en su despacho. No por la exposición en sí misma, sino por si Fabrizzio y ella habrían hablado de su vacante. No obstante, sabía que tal vez no fuera el momento.
–Todo está dispuesto –le dijo nada más verla–. La prensa te está aguardando.
–Pero si faltan… –dijo mirando su reloj, algo confusa por aquellas palabras de David.
–Lo sé pero quieren hacerte una entrevista antes de tu exposición.
–Bien, en ese caso, adelante.
–¿Y Fabrizzio? –le inquirió David mirando por encima del hombro de ella, como si lo estuviera buscando.
–Se ha quedado… –le dijo volviéndose sobre sí misma para localizarlo. Allí estaba. Charlando de manera cordial con varias personas. Por primera vez se fijó en lo elegante y atractivo que estaba con aquel traje oscuro y su corbata en un azul que llamaba poderosamente la atención. Sí. Lo amaba. No podía concebir la vida sin él. No ahora, después de que la hubiera convertido en una especie de cuento donde cada día le regalaba lo mejor de sí mismo.
–Venga, vamos –la urgió David–. Oye, por cierto, ¿le has comentado algo? –le preguntó con gesto cargado de preocupación.
Fiona puso los ojos en blanco y suspiró. No. No le había comentado nada la noche anterior, ni esa mañana. ¿Cómo podía haberlo hecho cuando le estaba regalando aquellos besos, aquellas caricias tan placenteras? Sacudió la cabeza mientras miraba a David con gesto de disculpa por no haberlo hecho.
–Deberías hacerlo. Cuando la inauguración de la exposición concluya.
–Sin duda. No pasará de hoy –le dijo convencida de que así sería.
–Bien, ahora vayamos a la entrevista con la prensa.
Respiró hondo y soltó a continuación todo el aire mientras Fabrizzio la observaba detenidamente. Estaba realmente preciosa con su traje de chaqueta y falda que dejaba a la vista sus piernas. Elegante. Femenina. Sensual. Una mujer como ninguna otra. Y él se sentía afortunado porque estaba a su lado.
La rueda de prensa fue más bien breve, ya que lo que de verdad interesaba era la inauguración de la exposición. En todo momento se sintió protegida por la presencia de Fabrizzio. De pie, al fondo de la sala, la observaba con curiosidad, con cariño, con ternura, deseo… Un sinfín de emociones desfilaron por su interior cada vez que sus miradas se encontraban. Podría aventurarse a decir que saltaba a la vista que entre ellos existía una fuerte atracción.
Cada vez que él sonreía o asentía ante alguno de sus comentarios, Fiona sentía que su vida le pertenecía. Que él no solo era el dueño de sus pensamientos, de sus emociones, sino de su corazón. No podía creer que él se hubiera convertido en su sueño hecho realidad que se hubiera enamorado perdidamente de él. Era capaz de elevarla al cielo con una mirada, con una sonrisa. Ahora era consciente de que no podría apartarse de él; ni quería que él lo hiciera.
–Quiero agradecer en especial la ayuda y la disposición del director de la Galería Uffizi de Florencia que ha tenido la amabilidad de asistir a esta inauguración. El señor Fabrizzio Montechi –dijo mirándolo fijamente mientras lo señalaba con su mano para que todos le rindieran el homenaje que se merecía.
Fabrizzio sonrió agradecido, y luego miró a Fiona con esa mezcla de picardía e ironía por lo que había hecho. Le había pedido expresamente que no lo mencionara. Que no quería ningún mérito. Quería que fuera ella el centro de atención esa noche. Que ella fuera la que recibiera los aplausos y las felicitaciones. No quería restarle protagonismo, pero aun así, lo había hecho. Fiona se sintió orgullosa por anunciar su presencia, y más lo estaría si pudiera anunciar que era su pareja.
–La verdad es que tiene una planta… inmejorable –susurró Catriona mirando a Fabrizzio.
–No lo había visto con traje y la verdad es que gana mucho –asintió Moira.
–Sin duda que Fiona ha sabido elegir. Aunque prefiero a Javier –se apresuró a dejar claro Eileen mientras sonreía de manera risueña.
–¿Creéis que se quedará con ella? –preguntó Catriona entrecerrando sus ojos mientras miraba a su amiga, y no escuchaba lo que decía.
–Si lo deja escapar, me lo pido para mí –dijo Moira sonriendo mientras su rostro enrojecía a medida que Catriona y Eileen la miraban como si no creyeran lo que acababa de decir–. Es broma.
–Puedo asegurarte que no lo va a dejar escapar –dijo Catriona muy segura de sus palabras, al tiempo que asentía convencida de que así sería. Llegado el momento Fiona no vacilaría en pedirle que se quedara a su lado.
Cuando la rueda de prensa finalizó, Fiona recibió los saludos de varias personalidades de la ciudad, mientras Fabrizzio permanecía en un segundo plano. Quería verla desde la distancia, disfrutar de ella sin que lo supiera. Verla desenvolverse de aquella manera entre tanta gente distinguida, le hacía sentirse más orgulloso de ella. Sin duda que era una mujer única, y a la que no podía dejar escapar. Por esa razón, esa noche cuando todos los flashes de las cámaras dejaran de disparar sobre ella; las luces del museo se hubieran apagado, y no quedara nadie salvo ellos dos, le pediría que le dejara ser su compañero, su pareja, su amante. Pero que le dejara ser parte de ella. No tenía pensado regresar a Florencia, de manera que el resto, dependería de ella.
Caminó con las manos en los bolsillos de su pantalón sin perderla de vista a medida que avanzaban hacia la sala de exposiciones. Allí una cinta simbolizaba que aún no podía accederse aun. Fiona y David procedieron juntos a cortarla y declarar inaugurada la exposición de retratistas italianos en medio de las celebraciones. Lo buscó con su mirada en el preciso instante que parecía que estaba algo más libre. La estaba mirando con ese sentimiento de cariño, de anhelo por tenerla para él y de orgullo por lo que había conseguido. Le hizo una señal con la mano para que se acercara, pero Fabrizzio negó con la cabeza. Fiona se preguntó si le daría vergüenza y sonrió divertida. Pero entonces sucedió lo que Fabrizzio se temía. Ella se abrió paso entre la gente en su dirección. La vio avanzar hacia él enfundada en aquel vestido de cóctel en tono azul noche, moviendo las caderas con sensualidad en cada paso que daba hacia él. Con una mirada felina en sus ojos y una sonrisa tan sensual que Fabrizzio pensó que no podría resistirse a besarla. Allí. Delante de todos. Sin importarle lo que pudieran pensar o decir.
Todas las miradas se dirigieron a ellos dos y muchos sospecharon que algo que no sabrían como definir había surgido. La manera de mirarse. La forma en la que ella se acercó hasta que sus cuerpos se tocaron. La forma en que rozó su mano con la de Fabrizzio. Una simple e imperceptible caricia. Pero tan reveladora.
–Te dije que Fiona no iba a dejarlo escapar. Así que ya puedes ir buscándote a otro –le susurró Catriona a Moira mientras ambas sonreían al verlos.
Los ojos de Fiona chispeaban de la emoción del momento que estaba compartiendo. Y no solo porque por fin tenía su exposición, sino porque él estaba allí.
–Quiero que vengas. Eres parte de todo esto –le susurró para que solo él pudiera escucharlo. Su voz suave, su tono exigente pero dulce y sensual, su perfume envolviéndolo, lo volvieron loco de deseo.
Fabrizzio sonrió tímido mientras asentía de manera leve. Imperceptible. ¿Cómo haría para seguir adelante sin ella? Ya nada tendría sentido.
–Es tu noche…
–Nuestra noche –le corrigió mientras lo miraba de manera fija y lo invitaba a seguirla, mientras entrelazaba su mano con la de él ante la sorpresa de muchos.
Aceptó sin preguntarle por qué lo hacía. No hacía falta que lo hiciera, porque lo había leído en su mirada. Él era la persona con quien quería compartir aquel momento, pero no como director de la Galería Uffizi, sino como el hombre que amaba.
Lejos del glamour de la exposición y cambiados de ropa, Fiona conducía su moto por la artería principal de la ciudad con Fabrizzio detrás. Aferrado a su cuerpo. ¿Cómo podía ser dos mujeres tan diferentes? Hacía unas horas ella charlaba de manera amistosa con la prensa y daba explicaciones sobre retratos de artistas italianos del Renacimiento a entendidos en la materia. Y ahora, después de despedirse de sus tres amigas, iba enfundada en sus vaqueros y su chaqueta de piel conduciendo su moto sintiéndose libre.
Se detuvieron en lo alto de Calton Hill. Fiona bajó de la moto llevando de la mano a Fabrizzio. Le había pedido que cerrara los ojos hasta que ella le pidiera que los abriera. Quería darle una sorpresa como la que él le dio en Florencia. Tal vez no lo impactara tanto, pero al menos tenía que intentarlo.
–No vale mirar. No hasta que te lo diga.
–No pienso hacerlo.
–Más te vale –le dijo con un tono de advertencia que arrancó una carcajada de él.
Lo situó frente a las mejores vistas de la ciudad mientras inspiraba hondo.
–Ya puedes –le dijo con un tono de voz lleno de emoción, no por las maravillosas vistas que desde allí se podían contemplar, sino porque podía hacerlo con él. Porque lo había deseado desde que se enamoró de él.
Fabrizzio abrió los ojos despacio para ser testigo de cómo la ciudad le mostraba su otra cara. La que ponía cuando el día dejaba paso a la noche. Pero no solo era la vista, sino también los acordes que emitían un grupo de gaiteros escoceses detrás de él, tocando Amazing Grace. Sintió que la piel se le erizaba y un escalofrío invadiendo su cuerpo. Creyó que lo había visto y sentido todo hasta ese instante. Y cuando los brazos de Fiona lo rodearon pensó que nada podría mejorar ese momento.
La ciudad parecía suspendida en mitad de la bruma, mientras infinidad de puntos luminosos brillaban como si fueran luciérnagas. Las cúpulas del monumento a sir Walter Scott, o de Saint Giles se erigían por encima de los tejados, apuntando hacia un cielo estrellado. Y al fondo, sobre una loma, aparecía el castillo iluminado de tal manera que pareciera un faro en mitad del océano de tejados.
Rodeó a Fiona con su brazo para atraerla hacia él y mirarla con devoción y ternura.
–Es el mejor regalo que podías hacerme, pero se supone que hoy es tu noche y que…
Fiona lo silenció con un beso mientras sus manos enmarcaban su rostro para sorpresa de Fabrizzio. Sintió su aliento, su beso húmedo y cálido. Sus labios adueñándose de todo su ser por un momento. La estrechó contra su cuerpo para no soltarla aunque se lo pidiera. Fiona dejó que sus manos rodearan ahora su cintura mientras lo miraba esperando que entendiera lo que significaba para él. Sus pupilas titilaban como las estrellas esa noche. Y un leve rubor teñía sus mejillas, debido al ardor que había puesto en su beso. Le acarició el rostro con los pulgares. Sintió la suavidad de su piel bajo éstos, mientras trazaba el contorno de su rostro.
–Quería decirte que eres una mujer increíble. Pero dime, ¿acaso quieres matarme? –le preguntó mientras ella sonreía divertida–. ¿Has visto a la velocidad que hemos venido? Y ahora esto…
–Si quisiera matarte te ahogaría en mis besos. Te haría perder la razón con mis caricias –le confesó mirándolo de tal manera que pareciera que le estuviera exponiendo su corazón para que hiciera lo que quisiera.
–Una muerte dulce, pero prefiero seguir vivo y quedarme a tu lado.
Aquellas palabras le provocaron un pálpito que la paralizó. Y Fabrizzio comprendió que tal vez ella no lo esperaba.
–¿Qué… qué has dicho?
–He dicho que prefiero seguir a tu lado. Por cierto, David me ha comentado que se marcha. Y que ha pensado en mí para ocupar su puesto –le dijo mirándola con recelo, esperando a que ella se lo dijera. No podía esperar más aquella intriga.
Fiona sonrió al tiempo que sacudía la cabeza y pensaba que había llegado el momento de decírselo. De pedirle que se quedara con ella, pero no quería ser egoísta. No quería obligarlo a tomar una decisión que tal vez…
–¿Tú lo sabías?
Fiona hizo un mohín con sus labios mientras desviaba la mirada de la de él. Pero Fabrizzio volvió su rostro para que lo mirara a la cara y le dijera la verdad.
–¿Por qué no me lo contaste?
El tono de él le pareció algo resentido por este hecho. Fiona lo temía. Sabía que si él se enteraba por David, y no por ella, podría parecerle mal por su parte. Ahora entornaba su mirada hacia ella esperando una respuesta, mientras comprendía que tendría su razón para no habérselo contado.
–No quería que te sintieras obligado a aceptarlo por el hecho de que yo…
–¿Para estar contigo? –le interrumpió dejándola sin palabras mientras lo contemplaba con los ojos abiertos hasta su máxima expresión.
–No quiero que aceptes el trabajo por mí. Quiero…
–¿Y si así fuera? –le preguntó cruzando sus brazos y mirándola con el ceño fruncido.
–No quiero que lo hagas por ese motivo. Quiero que lo hagas porque en el fondo lo deseas. Porque quieres quedarte en esta ciudad. Porque te atrae convertirte en el director de la National Gallery, y no por lo que puedas sentir por mí. No quiero ser egoísta –le aclaró sintiendo que el corazón la latía desbocado en el interior de su pecho, y que al serle tan sincera corría el riesgo de perderlo. Por eso mismo, se quedó clavada, mirándolo con el alma en vilo; con el corazón en la mano dispuesta a entregarlo.
Fabrizzio se acercó hasta ella para sujetarla por los hombros y sonreír de manera cínica mientras la miraba. Aquella tensa espera iba a matarla, si él no se decidía.
–¿Ahora piensas ser tú quien me mate con la espera? –quiso saber presa de los nervios de la situación.
–La única forma que elegiría sería con mis besos y mis caricias –le susurró dejando que su aliento la acariciara sus labios. Que sus manos enmarcaran su rostro y que sus pulgares recorrieran sus mejillas mientras se fundía en su mirada–. Vine para quedarme a tu lado, Fiona. Vine porque eres mi mundo. Te lo dije aquella noche en la Piazzale.
Tuvo la sensación de que dentro de su interior se producía un estallido de emociones. ¿Cómo podría describir lo que en ese momento le sucedía? ¿Era cierto entonces que su presencia allí se debía a ella? ¿Solo a ella?
–Entonces, ¿vienes conmigo? –le preguntó en un susurro apoyando su frente sobre la de él.
–¿Debería preocuparme por tu manera de conducir? –quiso saber con ese toque tan irónico que lo caracterizaba.
La risa de Fiona se entremezcló con los acordes de las gaitas que todavía sonaban. Tendió su mano para que él la cogiera y juntos se marcharon.
Despertó antes de que el despertador sonara. Sonrió de satisfacción mientras apoyaba un codo sobre la almohada y la cabeza en la mano. Podía contemplarla dormir plácidamente con sus cabellos ocultando parte de su rostro. Decidió apartarlos con mucho mimo para no despertarla. Le gustaba verla dormir. Le parecía tierna, dulce, indefensa. Todo lo que lo cautivó la noche en que se conocieron. Sus labios entreabiertos lo tentaban. Pero no quería acercarse para no despertarla. No. Quería mirarla como lo estaba haciendo. Recordando sus gestos, su respiración pausada, envuelta en sábanas. Sin duda que era una mujer maravillosa, y no lo decía porque estuviera con él, sino porque lo era de verdad.
Comenzó a mover los párpados de manera lenta y perezosa mientras sus ojos se adaptaban a la luz de un nuevo día. Sus labios se curvaron en una sonrisa que le iluminó todo el rostro, mientras Fabrizzio trazaba el perfil de su nariz con su dedo. Fiona sonrió de manera más descarada al sentir el suave tacto. Ronroneó como una gatita y se agitó bajo las sábanas. En ese instante, Fabrizzio aprovechó para dejar que su mano trazara el contorno de su espalda y sus glúteos hasta posarla en la cadera, cuando Fiona se giró hacia él.
–¿Qué hacías? ¿Verme dormir? –le preguntó con voz soñolienta sintiendo su mano ascendiendo por su espalda.
–Sí. Y me pareces tan dulce… –le respondió provocando un nueva sonrisa en su rostro.
–¿De verdad? –Quiso saber empleando un tono de incredulidad.
–Deberías verte. En nada te pareces a la apasionada mujer de anoche –le dijo mientras se inclinaba sobre ella y la besaba en la nuca, provocando un remolino de sensaciones por toda su piel.
–¿No me digas? No irás a decirme otra vez que hablo en gaélico, ¿no?
–No, mo gaol –le susurró en su oído provocándole las carcajadas.
–Yo no hablo así –protestó fingiendo estar enfadada mientras se incorporaba y quedaba sentada en la cama mirándolo.
–Entonces, ¿me lo he imaginado otra vez?
Pero antes de que pudiera decir más, Fiona se abalanzó sobre él quedando a ahorcajadas. Atrapó su rostro entre sus manos mientras sus ojos miraban con tal intensidad que Fabrizzio pensó que se fundiría allí mismo con ella.
–No te lo has imaginado, pero no se dice así. Es mo ghaoil –le susurró de manera sensual sobre sus propios labios, al tiempo que provocaba en Fabrizzio un repentino escalofrío, antes de que ella se inclinara sobre sus labios para besarlo una vez más.
–Sabía que lo habías dicho, mi signorina escocesa. Y suena tan bien en tus labios. Y ahora, dime, ¿estás dispuesta a trabajar conmigo? Que sepas que seré implacable contigo si no trabajas como debe hacerse –le recordó con una voz que denotaba un fingido enfado.
–¿De verdad? –le preguntó mientras le susurraba al oído, y su lengua y sus dientes hacían el resto, provocando en Fabrizzio el deseo por perderse en su cuerpo de nuevo.
–No creas que…
–No me importa lo implacable que te muestres conmigo. Solo quiero que despiertes a mi lado por las mañanas.
Fabrizzio enmarcó su rostro entre sus manos, despejándolo de sus cabellos rebeldes.
–Eso puedes darlo por hecho. Me gusta abrir los ojos y que tu rostro sea lo primero que veo.
–Bueno, en ese caso no me vendría nada mal que también me prepararas el café… –le sugirió con cara de inocente, antes de que las manos de Fabrizzio comenzaran a provocarle sonoras carcajadas. Luego la besó y juntos decidieron que no sucedería nada por llegar tarde a trabajar esa mañana.