Catriona tomaba notas y más notas en su asiento del autobús que la llevaba desde Edimburgo hasta Stirling. Tachaba, escribía, volvía a tachar las más disparatadas ocurrencias acerca de Kathryn McGovern. ¿Por dónde empezaría su particular investigación? Lo mejor sería alojarse en The Golden Lion y preguntarle al recepcionista. De no aportarle ningún dato de interés, entonces acudiría a la oficina de turismo de Stirling, aunque no estaba segura de que pudieran facilitarle tal información. Si, como parecía, la escritora era tan celosa de su vida, tal vez ni siquiera los propios habitantes de Stirling supieran de su existencia. Suspiró centrando su atención en el paisaje que corría a su lado a medida que el autobús avanzaba hacia su destino.
Conforme se acercaba a la pequeña estación de autobuses, Cat podía ver el puente de Forthside. Una construcción moderna que cruzaba el Forth y servía de pasarela para cruzar el río uniendo Riverside con el centro de Stirling. El autobús se detuvo en la dársena dos y Cat procedió a descender con su maleta en la mano. Inspiró cuando puso los dos pies en la acera y tirando de su maleta comenzó a caminar en busca del hotel. No tenía que andar mucho, según el mapa que llevaba, de manera que procedió a disfrutar de las primeras vistas que ofrecía la ciudad.
El hotel era un edificio de dos plantas construido en piedra gris y en el cual destacaba el nombre del mismo en grandes letras de color dorado, así como la figura de un león del mismo color sobre el pórtico de la entrada. Esta estaba precedida por un pequeño tramo de escaleras, que no supuso ningún contratiempo para Cat, pese a ir cargada con su maleta. Su llegada parecía coincidir con una boda, ya que había numerosas personas vestidas con sus mejores trajes. Los hombres lucían con orgullo el kilt, mientras las mujeres que encontraba a su paso iban con vestidos elegantes pero con algún distintivo escocés, esto es un plaid por encima de sus hombros, un broche o incluso el propio vestido tenía su falda confeccionada en tartán. Un gaitero vestido de igual forma amenizaba la reunión tocando Scotland, The Brave.
Cat sonrió a unos y a otras a medida que se abría paso hasta el mostrador de recepción. ¿Una boda a su llegada a Stirling? ¿Qué podía significar? Sacudió la cabeza desechando cualquier connotación romántica relacionada con ella. Lo que a ella le interesaba era averiguar dónde vivía Kathryn McGovern, hacerle un par de preguntas y regresar a Edimburgo cuanto antes.
–Bienvenida a The Golden Lion. ¿En qué puedo ayudarla?
El saludo de la recepcionista sacó a Cat de sus pensamientos acerca de la boda.
–Tengo una reserva a nombre de Cat Munro.
La muchacha tecleó en su ordenador y al momento volvió su atención hacia Cat.
–Una reserva para tres días, ¿verdad?
–Sí, así es.
–¿Ha estado alguna vez en Stirling?
–No. Es la primera vez.
–Espero que le guste la ciudad, así como los alrededores.
–No sé si me quedará mucho tiempo para recorrerlos. Si termino pronto lo que he venido a hacer…
La muchacha la contempló con cierta tristeza porque su visita se debiera a trabajo.
–No obstante, espero que disfrute.
–Dígame, ¿sabe dónde puedo encontrar a Kathryn McGovern, la escritora? Me han informado de que es de aquí.
La muchacha frunció los labios en clara señal de estar pensando en aquel comentario.
–Ah, la famosa escritora. ¿En serio es de aquí? –le preguntó asombrada por este descubrimiento.
–Eso tengo entendido.
La respuesta de la recepcionista no pareció agradar a Cat. Su primer intento parecía fallido y no creía que la muchacha estuviera fingiendo.
–Podría pasarse por la librería del capitán Sinclair –intervino el otro recepcionista que parecía haber escuchado la conversación.
–¿El capitán Sinclair? –repitió Cat algo cohibida al escuchar la palabra capitán. ¿Un militar? Fue lo primero que vino a su mente.
–Steven Sinclair. El que fuera capitán de la selección escocesa de rugby durante los últimos diez años –le informó fijándose en el gesto que expresaba el rostro de Cat–. Deduzco por su expresión que no es muy aficionada al rugby.
–La verdad… no. No lo soy.
–Es igual. Sinclair es tal vez la persona que pueda ayudarle. Sabe mucho de literatura.
Cat agradeció aquella información con una sonrisa amplia. Pero no estaba segura de que el antiguo capitán de la selección escocesa de rugby pudiera saber mucho de Kathryn McGovern. Estaba convencida de que él ni siquiera habría oído hablar de la escritora. Y que su librería sería pequeña y no encontraría nada de valor para su investigación. Pero probaría, ya que el recepcionista había sido tan amable.
–Su llave. En el segundo piso –le indicó la muchacha.
–Y no olvide pedirle que le haga de guía por Stirling. Conoce esta ciudad como la palma de su mano –apuntó el recepcionista antes de volverse para atender a más huéspedes.
–Gracias por la información. La tendré en cuenta.
Cat se alojó en su habitación de corte moderno a pesar de la antigua tradición que se respiraba en la entrada del hotel. Dejó la maleta aparcada en un rincón y se asomó a la ventana para comprobar que las vistas daban a la calle por la que se entraba al hotel. Sacudió la cabeza pensando si debería ir a la oficina de turismo en busca de algo más de información, o aventurarse a visitar al capitán. Bueno, no perdía nada por acercarse hasta la librería. No quería ser grosera después de la amabilidad mostrada por los recepcionistas.
Encontró la librería a pocas calles del hotel como le había indicado el recepcionista. La verdad era que Cat tenía sus dudas al respecto, pero no perdía nada por intentarlo. Se detuvo delante de la puerta de la librería echando un vistazo a los escaparates con los que contaba y que estaban repletos de las últimas novedades en literatura local e internacional. Cat frunció los labios y empujó la puerta mirando aquí y allá como si en verdad buscara algún libro en particular. Pero en realidad lo que hacía era intentar ver al capitán Sinclair. Ella no tenía mucha idea de rugby, ni siquiera sabía el aspecto que tendría.
–¿Desea algo?
Cat se volvió al escuchar la amable voz de una chica que ahora la contemplaba con curiosidad.
–Verás, busco al dueño.
–¿Para algo en particular? –preguntó la joven entornando la mirada con curiosidad.
–En el hotel me han asegurado que él podría darme la información que ando buscando para mi artículo.
–Ahhhh, eres periodista.
–Sí, vengo de Edimburgo.
–De la capital. Espera, voy a avisarlo. –La joven dependienta desapareció dejando a Cat a solas. Ese tiempo de espera lo aprovechó para curiosear los títulos de novela romántica que aparecían en la estantería de este género. Allí estaban las cuatro obras de McGovern, sin lugar a dudas. Cogió el tercero que había escrito y que ella no se había leído. Cat comenzó a pasar las hojas de manera distraída y ajena a lo demás.
–¿Me buscabas? –La voz ronca de un hombre le provocó un leve sobresalto que hizo que el libro revoloteara como un pájaro que fuera a emprender el vuelo. Por suerte, la mano de aquel hombre lo sujetó antes de que acabara en el suelo. Le pareció que lo había cogido sin esfuerzo y como que desaparecía entre sus dedos. Su mirada y su sonrisa provocaron un leve escalofrío en el cuerpo de Cat. Se centró en su rostro de ojos claros, sonrisa perfecta y un hoyuelo en su mentón–. Soy Steven Sinclair, el dueño. Rowena me ha dicho que me buscabas.
¡Por favor, aquel cuerpo ocupaba todo su campo de visión! Trató de centrarse en el motivo de su presencia allí y no en la musculatura de aquel hombre. Se había quedado contemplándola con inusitada curiosidad, aguardando a que le explicara por qué quería verlo en persona. Ahora le tendía la mano esperando que ella la estrechara.
–Cat –murmuró estrechándola con cuidado, no fuera a ser que se la estrujara con la suya. Pero para su sorpresa se limitó a sujetarla con delicadeza.
–Hola, Cat, tú dirás. –Steven cruzó los brazos sobre su denso pecho y los músculos de sus antebrazos se tensaron. Sin duda que había hecho mucho ejercicio y que el hecho de jugar al rugby había desarrollado su cuerpo hasta tan maño volumen. Pero no le había restado ni un ápice de atractivo, pensó Cat sintiendo al instante un extraño calor en su cuerpo ascendiendo a su rostro.
–Bien… Yo… Vengo de la capital –comenzó diciendo al tiempo que Steven asentía entornando la mirada hacia ella con curiosidad. Si lo pensaba con detenimiento, hacía tiempo que no veía una mujer tan bonita–. Trabajo en Scottish Women of Today, una publicación para la mujer escocesa del siglo XXI.
–La conozco. ¿Qué quieres? –le preguntó adoptando una pose más bien algo borde.
–¿De verdad? –inquirió Cat desconcertada por el hecho de que se lo dijera. ¿Sería un farol por parte de él para quedar bien con ella? No tenía aspecto de leer esa clase de revistas…
–Sí. De hecho, la tenemos aquí –le aseguró alejándose de ella con paso firme hasta la sección de revistas para coger el último número y mostrárselo a Cat.
–Vaya.
–¿Has venido para entrevistarme? –le preguntó de una manera algo molesta y con un toque de desconfianza en su voz–. Porque de ser así ya te puedes volver por dónde has venido. No concedo entrevistas. Así de simple.
Cat estaba demasiado anestesiada con la visión del capitán Steven Sinclair.
«Y yo pensando si sería un militar retirado. Anda que…», se dijo sin poder apartar su mirada de los brazos de él y de sus dos tatuajes que asomaban bajo la manga corta de su camisa. Una pata de león, que estaba segura de que pertenecía al león rampante que aparece en el escudo de Escocia. Y en el otro el tallo de color verde que representaría a la flor del país: el cardo. «¿Tendrá alguno más bajo la ropa?». El simple hecho de pensarlo le provocó una inesperada agitación en su cuerpo.
–Ah, bien, no vengo a entrevistarte a ti. Tan solo me han dicho que tú podrías ayudarme con respecto a Kathryn McGovern –le comentó con el mismo tono irónico y hasta cierto punto borde que el empleado por él para dirigirse a ella y dejarle clara su postura sobre las entrevistas.
Steven se quedó paralizado en el sitio sin ser capaz de poder mover uno solo de sus músculos. Contempló a Cat como si acabara de insultarlo o abofetearlo. Y en verdad que se lo tenía merecido por su manera de recibirla y presentarse. Sacudió la cabeza sin comprender muy bien si era una especie de broma o algo así. Por un momento su cuerpo pareció relajarse y el estado de desconfianza comenzó a disiparse a medida que su atención se centraba en Cat y se daba cuenta de lo atractiva que era. Incluso enojada como lo estaba en esos momentos.
–¿Kathryn McGovern? –repitió entrecerrando los ojos sin apartar su mirada de Cat, quien se sintió algo intimidada por la presencia tan cercana de él.
–La escritora de romántica que ha… –Cat se sentía vulnerable ante él. Balbuceaba y sentía las palmas de sus manos húmedas sin saber explicar el motivo. Bueno, sí. Sin duda era debido a la impresión que él le había causado. No esperaba encontrarse con alguien tan… grande y tan… atractivo. Apostaba a que aquellas manos podían acariciar…
Steven comenzó a esbozar una sonrisa amplia que derivó en una cadencia de carcajadas que se escucharon en toda la librería. Cat se sintió algo molesta por su reacción, ya que le dio la ligera impresión de que se estaba burlando de ella. Frunció el ceño y entrecerró sus ojos sin dejar de contemplarlo en un intento por no arredrarse ante él.
–Señor Sinclair…
–Steven, si no te importa –le cortó volviéndola a dejar sin palabras y con el rostro encendido–. Disculpa mi comportamiento, pero…
–Bien, Steven, no sé qué le ha hecho tanta gracia, pero desde luego…
–Te pido disculpas si mi comportamiento te ha molestado pero es que eres la primera persona que entra en mi librería y no quiere hacerse una foto conmigo. Ni quiere que le firme un autógrafo. Ni mucho menos que le conceda una entrevista. Algo que por otro lado no concedo.
–Me ha quedado claro –le reprochó Cat frunciendo sus labios y cruzando los brazos sobre sus pechos como si estuviera estableciendo una barrera para evitar que el tal Steven se acercara más de lo debido.
–Sí, no hemos empezado con buen pie. Lo lamento. Si me has hecho reír es porque eres todo lo contrario a lo que esperaba –le aseguró regalándole una sonrisa que volvió a sacudir el interior de ella sin motivo aparente. ¿Qué diablos le estaba sucediendo?–. Reitero mis disculpas. Pero no deja de ser curioso –le confesó con un tono pausado y con un cierto toque de agobio.
Cat intuyó que todos los días su librería estaría llena de curiosos, de fans del rugby y de él en cuestión. Que lo atosigarían con fotos, autógrafos y demás. Podía llegar a entenderlo.
–Ya sé a quién te refieres. Al fenómeno literario de los últimos años –corroboró volviendo a tomar el libro que Cat había estado mirando–. Pero ¿por qué yo? ¿Quién te ha dicho que puedo ayudarte?
La curiosidad estaba impresa en el tono de su pregunta, en el gesto de su rostro, en su mirada escrutando el rostro de Cat.
–En el hotel donde me alojo. El recepcionista me aseguró que podrías ayudarme.
Steven frunció sus labios asintiendo de forma leve.
–Bueno, no sé qué te habrán contado, pero… adelante, ¿qué quieres saber? –preguntó poniendo sus ojos como platos y balanceándose sobre sus talones.
–He venido para obtener información acerca de la escritora.
–¿Qué clase de información? ¿Por ella estás en Stirling?
A Cat le parecía que el tono de aquel hombre, que ocupaba todo su campo de visión, se acercaba a la burla y a la desconfianza.
–Se trata de un reportaje para la revista en la que trabajo. Están interesados en saber algo más de ella. Ya que, si te has dado cuenta, no ha acudido a ninguna presentación de sus obras, ni ha asistido al Festival Internacional del Libro en Edimburgo, ni hay fotografías suyas en las redes sociales, ni en Google… Es una especie de fantasma –le aclaró una Cat que parecía animarse y emocionarse a medida que exponía la situación ante él.
–Para, para. Entiendo lo que buscas. Pero ¿en Stirling? Acabas de contarme que ella se mantiene en esa especie de anonimato, ¿qué haces aquí?
–Alguien me dijo que ella es de aquí –le confesó bajando la voz hasta convertirla en un susurro.
–¿Cómo dices? –insistió Steven inclinando su cuerpo hacia ella dejando que su perfume floral lo envolviera. Un aroma fresco y dulce para las cálidas temperaturas que había. Sin querer, su mirada se deslizó por el hueco de la camisa que quedaba abierta, lo que le llevó a vislumbrar el comienzo de sus firmes pechos. Este hecho sacudió a Steven haciéndole pensar en la suavidad de su piel.
Cat se sintió algo intimidada al verlo acercar su rostro. Su mirada llena de curiosidad por lo que acababa de contarle y su ceño fruncido captaron toda su atención. Deslizó el nudo que se le había formado en su garganta al ser consciente de su atractivo. Sus ojos grises, pelo negro algo largo, mentón firme y esa barba de varios días otorgándole un aspecto salvaje y primitivo. Y su voz ronca susurrándole tan cerca…
–Que alguien me comentó que ella era de aquí.
–¿Quién te lo dijo? Si no es indiscreción…
–Oh, entiende que no te puedo revelar mis fuentes –le dijo algo molesta por su interés, lo que provocó que él se apartara un poco, pero que no dejara de contemplarla con renovado interés.
–Vale. De manera que has venido a Stirling a averiguar por qué diablos una escritora prefiere permanecer en el anonimato a estar en los medios todos los días, ¿es eso?
–Lo has resumido a la perfección. A parte de las descripciones que hace de la ciudad y de los alrededores en sus novelas. Esa parte de información me ha llevado a pensar que Kathryn es de Stirling. O al menos de algún lugar de los alrededores –precisó moviendo sus cejas con la esperanza de que él pudiera ayudarla. Pero todo le parecía indicar que no iba a ser así.
–¿Has leído sus novelas? –La pregunta de él la pilló algo descolocada. Dio un leve respingo al escucharlo, pero más si cabe al darse cuenta de su mirada cargada de interés y expectación.
–Las dos primeras –le confesó sintiéndose algo culpable por no haberse leído las otras dos.
–Entonces, tal vez deberías leerlas todas para tener una visión más general de su obra, ¿no crees?
–Tal vez, pero creo que con las dos primeras puedo hacerme una idea de la clase de persona que es. No me cabe la menor duda de que ama esta región por las descripciones que hace.
–Sí, a mí también me lo parece.
–¿Las has leído?
–Pues claro. Leo todas las novedades que llegan a la librería. Y entre mis lecturas están las cuatro obras de Kathryn. No lo dudes –le aseguró moviendo la cabeza para dejar constancia de sus palabras.
–Entonces, estarás de acuerdo con lo que digo.
–Yo soy de Stirling. Con eso te lo digo todo. –Steven sonrió de manera risueña. Debía admitir que aquella mujer le estaba haciendo pasar un rato agradable, y que por algún motivo desconocido no deseaba que se marchara–. Para comprenderla mejor deberías recorrer las calles de la ciudad. Visitar el castillo. Viajar hasta la Trossachs y navegar por Loch Katrine a bordo del Sir Walter Scott.
Cat inspiró hondo al tiempo que abría los ojos al máximo.
–Sin duda que son buenas opciones, pero solo dispongo de tres días.
–Suficientes para conocer mejor esta región y formarte una idea de la escritora.
–Sí, todo eso está muy bien, pero es ella quién me interesa –le dejó claro haciendo hincapié en el pronombre mirándolo de manera fija.
Cat pensó que por primera vez lo miraba y se encaraba con él sin sentirse intimidada por su presencia. Y cuando él se limitó a sonreírle de manera tímida, y hasta tierna, Cat sintió el remolino de nervios adueñarse de su estómago provocándole un sonido semejante a cuando uno tiene hambre. Sintió entonces el calor invadirla y adueñarse de su rostro porque acababa de quedar en ridículo.
–¿No has comido?
–Ahhh, no. La verdad es que salí a media mañana de Edimburgo y…
Steven alzó un dedo delante de ella.
–Un momento.
Lo vio marcharse con aquella manera tan segura de caminar. ¿Cómo podía mover aquel cuerpo? De acuerdo que sus piernas se mostraban firmes bajo los pantalones y que se ajustaban a cada paso que dada, pero era cierto que era enorme.
Steven se acercó hasta la joven que trabajaba con él.
–¿Puedes encargarte de cerrar? Me marcho a comer con la señorita Cat.
Rowena sonrió divertida.
–¿Con ella? –preguntó la joven dependienta sonriendo, mientras se asomaba por un lado del cuerpo de Steven para poderla ver mejor–. Es guapa –le aseguró con una mezcla de picardía y curiosidad.
–¿Por qué me miras de esa manera?
–No te miro de ninguna manera, Stevie. Me parece genial. ¿Ha venido a conocer al capitán de la selección? –le preguntó con sorna adoptando un tono ronco en su voz.
–No, no ha venido a conocerme a mí.
–Vaya, entonces, ¿cuál es su interés?
–Kathryn McGovern –respondió de forma espontánea mirando a la muchacha.
–Ahh, vaya. Eso sí que es nuevo. Bueno, tú sabrás.
–Nos vemos después.
–Tómate el tiempo que necesites.
–Gracias.
Cat lo vio regresar hacia ella con el mismo aplomo con el que se había alejado. Y con una sonrisa en sus labios que podía derretirla.
–Podemos irnos. Rowena se encargará de cerrar la librería.
–¿A dónde? –Cat se mostró contrariada por aquella sugerencia por parte de él.
–Deja que te invite a comer para subsanar mi mal comportamiento contigo. Por favor –le pidió contemplándola con inusitado interés. Deseando que ella accediera para no dejarla marchar.
–Bueno… Lo cierto es que acabo de llegar y no conozco la ciudad…
–En ese caso… –Steven le cedió el paso para salir de la librería. Fue cuando Cat sintió la mano de él sobre su espalda. De una manera natural, apenas perceptible pese a su tamaño. Pero que a ella le provocó esa extraña sensación de frío. Lo miró desconcertada al tiempo que él volvía a sonreírle caminando a su lado.
Cat se sentía vulnerable y pequeña a su lado, y aunque intentaba erguirse para que la diferencia de estatura no fuera tan evidente, cuando llevaba un par de minutos en esa posición, lo dejaba por la incomodidad que sentía en su espalda.
–¿Qué quieres saber de Kathryn McGovern? –le preguntó rompiendo el hielo sentados a la mesa de un elegante e informal restaurante en la misma calle del hotel.
–Saber por qué permanece oculta. Es como si no existiera.
–Pero los libros están ahí.
–Sí, pero cualquiera diría que esa persona es de carne y hueso, si ni siquiera se ha mostrado a la sociedad. ¿Después de cuatro novelas que han alcanzado el número uno de los índices de ventas? –le preguntó Cat sin comprender todavía si le sorprendía más este hecho o el estar comiendo con aquel hombre.
–Tal vez tengas razón.
–Vamos, tú eres alguien conocido –apreció Cat obviando que ella no había oído hablar de él hasta ese día. No era una gran aficionada al deporte, por otro lado.
–Sí. Por ese mismo motivo cada uno está en su derecho de permanecer en el anonimato. Al menos hay que concederles ese beneplácito, ¿no crees?
Cat apretó los labios hasta convertirlos en una delgada línea. Entrecerró sus ojos y sacudió la cabeza sin poder creer que él pudiera estar en lo cierto.
–Te advierto que en ocasiones yo también lo desearía –le confesó centrando su mirada en cómo sus dedos jugaban con la copa de agua.
–Pensé que te agradaba ser reconocido por la gente. –Algo en su mirada le indicó a Cat que no era así del todo.
–Es agradable que te reconozcan, pero créeme si te digo que te llega a cansar –le confesó acercando su rostro al de ella un poco más y bajando el tono de su voz.
–En ese caso, entiendo el motivo de tu risa en la librería cuando te dije que no estaba interesada en ti… como jugador de rugby –se apresuró a aclararle para que no hubiera un mal entendido.
–Eres la primera persona que lo hace. Ya te lo dije. Y en cuanto a Kathryn… –Steven resopló acomodándose contra el respaldo de la silla mirando a Cat sin saber por dónde comenzar.
–Vas a confesarme que no sabes nada, ¿no? –Cat se aventuró a decir sintiendo que a pesar de que por ahora no había averiguado nada sobre la escritora, estar con Steven le estaba resultando agradable de una manera que ni ella misma podía imaginar.
–Bueno, no sé quién te contaría que vive en Stirling, yo…
–La editorial no suelta prenda para hacerle una simple entrevista.
–Debes respetar sus deseos.
–Pero ¿cómo puede hacerlo? Me refiero a la escritora. ¿Cómo puede pasearse tan tranquila por Stirling o por cualquier sitio sabiendo quién es? Sin dejar que sus lectoras puedan reconocerla. A mí me agradaría sentirme arropada y querida por mis lectoras, si yo fuera ella.
–Tal vez por lo que acabo de contarte sobre mí. Hay momentos en los que lo que necesitas es un poco de tranquilidad. Perderte en los alrededores de esta ciudad y olvidarte de lo demás. Imagino que eso mismo es lo que le sucede a ella. Tal vez no quiera mostrarse para evitar esa avalancha de periodistas y curiosos que no la dejarían ni siquiera respirar. Además, muchos escritores lo hicieron en un primer momento. Recuerda a Scott cuando firmó su novela Waverley como «el autor». Solo sus amigos más allegados a su familia lo sabían. O recientemente J.K. Rowling.
–Scott lo hizo para salvaguardar su éxito en la poesía. No quería arriesgarse a que la novela fuera un fiasco y que ello afectara a su carrera como poeta. Y Rowling para evitar que el éxito alcanzado con sus novelas sobre Harry Potter…
–La misma situación que Scott –le interrumpió alzando sus cejas–. Vale, pero tú ahora mismo desconoces lo motivos que llevan a Kathryn a permanecer en la sombra.
–¿Sugieres que podría ser el mismo caso que Scott o Rowling? –preguntó con suspicacia deseando que él arrojara algo de luz a todo aquello.
–Me he limitado a presentarte dos casos de escritores escoceses que ya lo han hecho.
–Pero al final se ha acabado por descubrir.
–Exacto. Scott lo confesó él mismo en una reunión. De Rowling tampoco tardaron mucho en saberlo.
Cat se quedó observándolo con atención. Parecía como si estuviera algo atrapada por la presencia de Steven. Tanto que se había olvidado de que todavía le restaba parte de la comida en el plato.
–Eso significa que tarde o temprano se sabrá –murmuró Cat bajando la mirada hacia el plato y pensando en lo que podría suponer para ella que otra persona averiguara la verdadera identidad de Kathryn McGovern. Podría representar el fin de su trabajo en la revista–. Ya no tendrá sentido si llego tarde.
Steven cruzó las manos apoyando los codos sobre la mesa y observando con inusitada atención cada gesto de Cat. Le parecía una mujer bonita, alegre, entusiasmada con su trabajo. ¿Bonita? Pensó. ¿Desde cuándo había vuelto a pensar en una mujer de esa manera? Llevaba tiempo, no solo retirado de los terrenos de juego, sino también del de las relaciones.
–Si no encuentro algo sobre Kathryn me despedirán de la revista –le soltó de buenas a primeras levantando la mirada hacia él.
Steven se quedó petrificado. Ahora le tocaba a él quedarse con la boca abierta, que cerró al momento apretando sus labios con fuerza. La mirada de Cat y la expresión de su rostro le hacían ver que acababa de decirle la verdad. Inspiró hondo adoptando un gesto de preocupación y de inusitada sorpresa.
–Vaya. Lamento oírte decir eso. ¿Tan grave es la situación financiera de la revista?
Cat se limitó a asentir. Ni siquiera podía pensar en el motivo que la había empujado a confesarle aquello a alguien que acababa de conocer.
–Ni siquiera soy consciente de por qué te lo cuento. Al fin y al cabo, tú…
–Has hecho bien, Cat –le aseguró mirándola con preocupación por su situación.
–El artículo sobre la escritora puede ayudarme a mantener mi puesto. No me lo han dicho así, pero las formas han sido parecidas. La revista no está atravesando un buen momento y se baraja la posibilidad de despedir gente, cerrarla…
–¿Crees que ese artículo podría relanzar la publicación?
–Así lo piensan los jefazos –le aclaró con una sonrisa irónica y con la rabia de saber que era cierto y de que su culo dependía de aquella enigmática mujer cabezota.
–Desconocía que la situación fuera tan alarmante. Había leído algo al respecto de sus bajos índices de ventas, pero por lo que me cuentas es más serio. ¿El encargo que te han hecho es una especie de revulsivo para remontar? –le preguntó interesado en el tema. Más de lo que podría haber supuesto desde un principio. ¿O más bien se trataba de ella?
–No sé si servirá de mucho, de poco o de nada. Pero es mi trabajo y por ese motivo estoy aquí en Stirling intentando averiguar algo. Cuando me dijeron que tú podrías ayudarme me sentí algo entusiasmada porque tal vez supieras decirme dónde podría encontrarla.
Steven contemplaba el anhelo en el rostro de Cat. El brillo de la ilusión en sus ojos. Se sintió extraño. Descolocado ante ella porque era la primera ocasión en la que una mujer le provocaba un ligero escalofrío en su cuerpo cuando lo miraba.
–Bueno, tal vez las expectativas que te hayan creado sean demasiado elevadas. Pero veré qué puedo hacer por ti. No te prometo nada, pero preguntaré a algunas personas en Stirling.
–Gracias –susurró sonriendo ante el ofrecimiento sincero de él–. ¿Por qué te retiraste? –La pregunta salió por su boca sin que Cat la hubiera llegado a pensar. Para cuando se dio cuenta, Steven la estaba mirando con incredulidad–. Oh, disculpa, no quería…
–Lo de la escritora no será un señuelo para después hacerme una entrevista… –comenzó diciendo Steven sin cambiar su postura y arqueando su ceja derecha con suspicacia.
–¡No! ¡No, no! –exclamó Cat como si de un resorte se tratara.
–Porque me parecería algo bastante ingenioso y atrevido por tu parte –le aclaró volviendo a sonreír de manera risueña al ver cómo ella había reaccionado. Sin duda que no había ido a Stirling a buscarlo a él.
–No. No he venido a entrevistarte. Te lo prometo –comenzó explicándose tratando de parecer convincente, pero empezaba a ser complicado con él contemplándola con la mirada entornada de aquella manera llena de curiosidad.
–Qué desilusión –le aseguró chasqueando la lengua–. Que sepas que no me importaría que una mujer bonita como tú me entrevistara.
Cat abrió la boca para rebatirle, pero de nuevo volvió a quedarse sin argumentos.
–Está bien. Cierra la boca o pensarán que acabo de hacerte una proposición indecente –le aclaró sonriendo de manera irónica–. No tengo por costumbre conceder entrevistas. De manera que nos ceñiremos a tu misteriosa escritora y a recorrer los lugares donde ella sitúa sus novelas. Tal vez allí encuentres las respuestas –le aseguró asintiendo de manera leve–. Podría quedar contigo cuando cerremos la librería. ¿Qué me dices?
Cat sintió un leve respingo en su cuerpo. Como si alguien la hubiera pellizcado. ¿Qué estaba pasando? ¿El capitán se ofrecía a pasear con ella por Stirling y enseñarle el castillo? ¿Qué había de malo en hacerlo? Además, Steven le parecía un tipo normal, muy atento y educado. No creía que fuera a hacerle nada malo.
–Sí, claro. Podría ser buena idea.
–En ese caso, puedo pasar por el hotel cuando cierre la librería y esperarte en el bar.
–Sí, me parece bien. De ese modo tendré tiempo para hacer algunas llamadas y deshacer mi equipaje.
Steven asintió experimentando la extraña necesidad de permanecer junto a ella, por muy raro que le pareciera. Aquella atractiva mujer había captado su atención desde el primer momento porque no había acudido hasta él como el resto de personas que entraban en la librería. Por haber sido una figura reconocida y emblemática en el deporte. Y aparte creía estar en deuda con Cat por la manera en la que se había dirigido a ella desde un primer momento.
Steven la acompañó hasta la misma entrada del hotel. Intercambiaron un par de comentarios al respecto de la comida y por fin él se volvió caminando calle abajo. Por muy increíble que pudiera parecerle a Cat, allí estaba contemplándolo. Y solo la melodía de su teléfono logró abstraerla. ¡Por San Andrés, se había quedado contemplando a Steven como una quinceañera!
–Un tipo simpático el capitán Sinclair –comentó una voz a la espalda de Cat, haciéndola girar al instante para encontrarse con el empleado del hotel que aprovechaba para fumar en la calle.
–¿Cómo dices? –preguntó alarmada por este comentario, pero tal vez más porque aquel hombre la hubiera pillado observando con atención cómo Steven se alejaba de su lado.
–Me refería al capitán. ¿Le ha servido de mucha ayuda?
Cat frunció los labios en un claro gesto de no saber muy bien qué decir. Desde luego que pasar aquel par de horas en su compañía había sido algo extraño, sorprendente y muy agradable.
–Algo de información me ha facilitado. Si me disculpa –dijo mostrándole el teléfono que Cat se dispuso a responder–. ¿Maggie?
–Hola, Cat. Imagino que ya estás en Stirling.
–Sí, he llegado esta mañana.
–¿Qué tal tu primer contacto con la ciudad?
–Bueno, la verdad es que no he tenido tiempo para verla –le respondió soltando el aire acumulado. Era la verdad, ya que su tiempo se había dividido en registrarse en el hotel y después conocer a Steven. Pensar en él le provocaba sensación de hambre pese a que acababa de comer.
–Supongo que no te habrá dado tiempo a hacer avances…
Cat se quedó con la boca abierta pensando la respuesta que iba a darle. ¿Comer con el apuesto capitán de la selección de rugby entraba dentro de estos? Bueno, algo le había contado, aunque no gran cosa.
–La verdad es que he averiguado más bien poco. Al parecer, nadie sabe que la escritora sea de aquí –le confesó turbada porque hasta ahora ni en el hotel ni el propio Steven le hubieran facilitado información. Y se debía a que les había chocado y sorprendido ver llegar a una persona a Stirling preguntando por Kathryn.
–¿Cómo que nadie…? Pero…
–No sé si es cierto que nadie lo sabe. O que nadie quiere decirme nada. Son las dos posibilidades que estoy barajando hasta ahora.
–Supongo que una localidad se siente orgullosa de tener a alguien famoso, ¿no?
–A quien parecen conocer todos es a Steven Sinclair –le confesó paladeando su nombre.
–¿El capitán de la selección de rugby?
–Vaya, desconocía que te gustara el deporte.
–En alguna que otra ocasión me han invitado a Murrayfield a ver un partido. ¿Lo ves? –chilló de repente sin que Cat lo esperara, haciendo que poco más que soltara el teléfono.
–¿Qué?
–Acabas de contarme que todos en Stirling lo conocen. A Steven. Luego, ¿por qué no a una escritora que vende cientos de miles de sus novelas? –se preguntó a sí misma sin creer que fuera posible
–El propio Steven se ha mostrado algo escéptico.
–¿Steven? –repitió Maggie con un tono que dejaba claro su pensamiento al respecto.
–Ya sé que vas a pensar lo mismo que hice yo cuando me lo comentaron.
–Es que no veo qué relación puede tener el rugby con la novela romántica.
–Steven tiene una librería en el centro de Stirling. Conoce la obra de la escritora y me ha hablado de los lugares que describe en sus novelas.
–Pero no conoce a la escritora, ¿no? –le cortó Maggie de repente, ya que aquello no parecía de interés–. Procura no perder el tiempo con él si no sabe nada de Kathryn.
Cat entrecerró sus ojos pensando en este último comentario de Maggie. ¿Perder el tiempo con él? Por el poco que había compartido no había tenido esa impresión. Y estaba dispuesta a quedar con él esa tarde para visitar el castillo. Tal vez, durante el tiempo que estaban cada uno por su lado, él lograra averiguar algo más al respecto de la escritora.
–Llámame en cuanto tengas algo. De ese modo podré aplacar a los de arriba –le confesó con un toque de mal humor por la situación que atravesaba la publicación.
–Lo haré. Descuida.
–Una última cuestión. Steven no es muy amigo de la prensa. Ha tenido diversos altercados por noticias publicadas sobre él. Ten cuidado. Aunque si te concediera una entrevista para la publicación no estaría de más. Eso sí, cuidado con el terreno que pisas. Podría olvidarse de su amabilidad.
–Lo tendré en cuenta si se la hago.
Cat apagó el teléfono. Se dio unos toques con este en la palma de su mano y decidió proseguir su propia investigación. De este modo no tendría la sensación de estar perdiendo el tiempo. Y, además, le valdría para dejar de pensar en Steven y su impresionante aspecto. Verlo sin camiseta debía de ser… Una sonrisa traviesa bailó en sus labios al pensarlo.
–Si Fiona estuviera aquí estoy segura de lo que me diría –se dijo sin poder dejar de sonreír camino de la oficina de información de Stirling. Suponía que sus preguntas resultarían estériles, pero no perdía nada con intentarlo.