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La cena transcurría de una manera tranquila. Más incluso de lo que Cat había pensado en un primer momento. El toque romántico e íntimo del restaurante del hotel había pasado a un segundo término por el simple hecho de que había comenzado a acudir más gente y porque ella se sentía cómoda en presencia de Steven. La conversación era fluida y había momentos en los que parecía que ambos eran viejos amigos que habían vuelto a encontrarse después de mucho tiempo.

–Allí estaba yo, hecha un manojo de nervios frente a la jefa de la revista pensando que me iba a poner de patitas en la calle por haberme tropezado con el borde de la alfombra al entrar en su despacho. ¡Por favor, casi me estampo contra el canto de su mesa! –le estaba explicando una Cat más suelta y abierta que cuando había conocido a Steven ese mediodía.

–No empezaste con muy buen pie –apuntó Steven haciendo un chiste fácil.

–No, es cierto. Pero al final logré enderezar la situación y quedarme con el puesto –le aclaró entre risas. De pronto su sonrisa risueña y divertida dejó paso a la delgada línea en la que se convirtieron sus labios. Sus pupilas adquirieron un brillo especial que sorprendió a Steven.

–¿Qué sucede? –Su voz le pareció un leve susurro. Cat no quería hacerlo partícipe de sus problemas, pero no podía evitar sentirse algo desesperada cuando recordaba la situación que ahora atravesaba la revista.

El tono de su teléfono pareció sacarla del estado de ensoñación en el que sus recuerdos la habían mecido. Sonrió de manera tímida tirando su móvil sobre la mesa. Entrecerró sus ojos al reconocer el nombre de Maggie parpadeando en la pantalla.

–Discúlpame un momento.

Steven la siguió con la mirada al tiempo que Cat abandonaba el comedor. Se quedó solo y, por extraño que le pareciera, era como si la calidez y el encanto del comedor se hubieran marchado con Cat. Sonrió sacudiendo la cabeza. No podía ser verdad. Cat le gustaba. Eso era lo único que tenía que tener en mente. Pero ¿qué iba a hacer con ella? Nada, se dijo de manera resuelta.

«Por ahora no haré nada».

Cat había abandonado el restaurante del hotel y se había quedado en el pasillo que lo unía con el bar. Allí podría tener algo de intimidad para conversar con Maggie.

–¿Cómo marcha todo? ¿Te pillo en mal momento?

–Oh, no, tranquila. Estoy cenando.

–¿Sola?

El tono suspicaz de Maggie puso en guardia a Cat, quien no esperaba esa pregunta por parte de Maggie.

–No, ¿por qué? –preguntó bajando el tono hasta casi susurrarle las palabras impregnadas en un tono de cautela.

–¿Con el capitán de la selección? –Ahora su tono era divertido y Cat pudo escuchar la ligera sonrisa de Maggie al otro lado de la línea.

–Sí, con Steven.

–Me alegro. Por cierto, la editora de Kathryn ha venido a verme.

–¿No me digas? ¿Y qué quería, si puede saberse? –preguntó Cat irónica volviéndose hacia la entrada del restaurante desde donde podía ver a Steven.

–Alguien le ha dicho que estás ahí en Stirling haciendo preguntas acerca de Kathryn McGovern –le informó recreándose en el nombre.

–¿Alguien? Pero ¿quién?

–No me ha querido decir el nombre de su fuente. Así como tampoco el nombre verdadero de Kathryn McGovern.

–¿Es un seudónimo? –preguntó alarmada por este descubrimiento, ya que ahora podía entender que nadie allí la conociera en persona.

–Eso complica la situación ya que, si ya era difícil antes, imagina ahora que sabemos que no es su nombre real. Ah, y también me dejó caer que podrías estar a su lado, charlando de manera cordial y no saberlo.

Cat se mordía el labio contemplando a Steven y memorizando aquellas palabras.

–Podría ser cualquiera, Cat.

Esta permanecía con la mirada fija en Steven, pero no por lo que acababa de contarle Maggie, claro está. No lo veía a él como un escritor de historias románticas. Además, si fuera él, estaba segura de que se lo habría dicho ya. No tendría necesidad de estarlo ocultando, ¿o sí? No hacía falta que buscara la respuesta a esta pregunta puesto que Steven no era Kathryn McGovern.

–No quiero entretenerte más. Disfruta de la cena y llámame si te enteras de algo más.

–Sí, lo mismo digo –dijo Cat sin poder apartar la mirada de Steven a medida que regresaba a la mesa para seguir cenando.

Lo contempló en silencio tratando de averiguar si él podría ser Kathryn McGovern, recordando el comentario de Maggie: «Podrías estar con Kathryn y no saberlo».

–¿Te sucede algo? –El tono enigmático de la pregunta de Steven pareció despertar a Cat–. ¿Todo bien?

–Sí… Era Maggie, la editora de la revista.

–Espero que no sean malas noticias –comentó entornando la mirada hacia Cat y dejando los cubiertos sobre el plato.

–No, no. Quería saber qué tal iba la investigación. Si había logrado averiguar algo y tal… Cosas del trabajo –le comentó de pasada sin querer darle mayor importancia.

Steven apretó los labios y asintió respetando su voluntad de no quererle contar nada más a este respecto. Sin embargo, el gesto pensativo en el rostro de Cat volvió a ponerlo en alerta. Cuando ella lo descubrió contemplándola de manera fija y casi sin pestañear, sintió un vacío en el estómago y un ligero temblor de piernas.

–¿Sucede algo? ¿Por qué me miras de esa manera?

–Disculpa si te ha molestado, es que…

Cat decidió pasar al ataque y retomar el tema de la llamada. Todo con tal de tener a Steven ocupado con algo que no fuera ella. Llevaba un rato sintiendo su mirada, su curiosidad y su calidez en sus gestos. No quería ser más que nadie y dárselas de creída, pero percibía cierto interés en su persona. Y no precisamente por su trabajo, sino por ella como mujer. Apostaba a que, si se lo proponía, él pasaría la noche con ella. ¡Una locura, claro estaba! ¿Quién en su sano juicio podía concebir la idea de liarse con él? Además, estaba convencida de que él lo habría hecho en innumerables ocasiones dada su fama.

–Sabes, Maggie me comentaba que la editora de Kathryn ha pasado a verla –comenzó vigilando la reacción de Steven. ¿Por qué? ¿Acaso pensaba que él podía ser la escritora? ¡No! Era imposible. Un hombre no lee romántica, y menos la escribe. Que sea librero y controle un poco el tema no significa que vaya a ser un entendido en la materia. Y menos que se atreva a escribir. Bah, alguien como él. Con ese aspecto tan… tan…

–¿Y qué quería? –preguntó sin mucho interés Steven terminando su cena, cogiendo la copa de vino y recostándose contra el respaldo de la silla contemplando a Cat.

–Al parecer, alguien le había contado que yo estaba en Stirling haciendo preguntas sobre su escritora favorita –le resumió con una sonrisa risueña.

–Bueno, no es nada malo. No es un delito.

–Eso es. Pero es curioso. –Cat entrecerró los ojos y cruzó las manos apoyando los codos sobre la mesa. Su mirada vagó por la mesa de manera lenta hasta detenerse en la mirada de Steven, quien no parecía alterado. Se encogió de hombros esperando que ella continuara–. Ha asegurado que Kathryn es un seudónimo.

–Muchas escritoras lo emplean.

–Sí, sí, pero eso limita mucho mi trabajo. ¿No lo entiendes?

Steven permaneció en silencio en esta ocasión. Consideró esperar con paciencia lo que ella tuviera que decirle antes de mover ficha.

–¿Cómo voy a saber quién se esconde tras ese nombre? –se preguntó sacudiendo la cabeza y fingiendo estar cabreada y desesperada–. Incluso podrías ser tú –le lanzó de una manera directa.

–¿Yo? ¿Me ves a mí escribiendo novelas románticas? –dijo Steven abriendo sus ojos y sonriendo divertido.

–Pues déjame decirte que controlas muy bien la obra de la escritora.

–Eso es por mi trabajo.

–Eres de Stirling.

–Sí, como mucha gente.

Cat resopló cruzando los brazos sobre su pecho mientras el camarero les retiraba los platos. Entrecerró los ojos mirando a Steven con curiosidad y con recelo. ¿Por qué se le había metido en la cabeza que él sabía más de lo que decía? Más le valía centrarse de verdad en su trabajo y dejar a un lado los comentarios de Maggie y de la editora.

–Si yo fuera esa escritora, ¿por qué piensas que me ocultaría tras un seudónimo? ¿O por qué no querría que ello saliera a la luz?

–Eso es precisamente lo que trato de averiguar, ¿no lo ves? –le preguntó algo exasperada con la situación, pero más si cabía con él. Porque estaba consiguiendo sacarla de sus casillas y no sabía cómo recomponerse. Sí. Steven lograba desconcertarla con sus comentarios, pero no podía asegurar que se debiera a que él le parecía atractivo, interesante, atento y…

«Alto, alto, Cat. ¿Qué coño estás pensando de Steven? ¿A qué ha venido esa lista de atributos? A ver si nos vamos a distraer demasiado de lo que hemos venido a hacer a Stirling, ¿eh?».

–Creo que sería mejor que te fueras a descansar.

Cat puso sus ojos como platos cuando lo escuchó.

–No te preocupes. No estoy cansada. Además, con este estado de incertidumbre que me ha dejado Maggie no creo que pueda pegar ojo. Tú puedes irte cuando quieras. No es mi intención que te quedes conmigo –le dejó claro sintiendo su sangre hervir en las venas, en parte por el cabreo que tenía con Maggie, pero también porque algo la empujaba a querer quedarse con él.

–Si quieres podemos pasar al bar y tomarnos algo de manera más relajada, Cat. –Se lo propuso más por el deseo que sentía de quedarse un rato más junto a ella, que por la bebida en sí misma. Porque quería que se tranquilizara. Que viera las cosas de otra manera. No quería verla así, pero… no podía hacer nada más… por el momento.

Cat asintió expulsando el aire que había retenido en su interior caminando hacia el bar seguida por Steven. Decidieron sentarse en el sofá que había frente a la chimenea. Cat cruzó las piernas dejando al descubierto parte de sus muslos. Se había cambiado aquella tarde para ir al castillo. Dado que la temperatura era bastante agradable había optado por ponerse un vestido. Steven luchaba contra sus deseos por dejar que su mirada acariciara aquella parte de su cuerpo que ella revelaba. Pero las cosas eran peores si desviaba su atención hacia su rostro pasando por el revelador escote de su vestido. Cat mantenía los brazos cruzados bajos sus pechos sin ser tal vez consciente de ello.

Apartó la mirada de ella para coger el vaso de whisky.

–Porque consigas tus objetivos –le dijo levantándolo frente a ella para que lo entrechocara.

Cat sonrió ante tal ocurrencia y correspondió al brindis mirando con atención a Steven. No dejó de hacerlo mientras bebía.

–¿Te encuentras mejor?

Cat ladeó la cabeza emitiendo un leve sonido gutural.

–Bueno, creo que sería mejor que dejara a Kathryn por esta noche. Hablemos de ti –le propuso sonriendo en esta ocasión con picardía–. ¿Hay alguien en tu vida?

Steven se quedó perplejo ante la pregunta. Parpadeó en repetidas ocasiones y a punto estuvo de atragantarse con la bebida.

–Oh, disculpa que sea tan franca y tan directa. Si prefieres no contestar…

–No, no hay nadie. Es que me ha sorprendido tu determinación. Esperaba algo más relacionado con el rugby.

–Bueno, imagino que en tu condición de estrella del deporte habrás conocido a mucha gente.

–¿Qué es esto? ¿Una entrevista en toda regla? Deja que te diga que mi relación con la prensa no es muy buena y que no me gustaría que…

–Lo sé. Lo sé. Ya me han avisado sobre ti –le aseguró apuntándolo con un dedo como si lo acusara.

–Vaya, ¿y qué te han contado?

–Que has tenido un par de roces.

Steven arqueó una ceja como si recelara de lo que ella tenía que decirle.

–No me gusta que se cuenten cosas de mí que no son ciertas. Que se inventen chismes, ya me entiendes. Imagina que ahora alguien de la prensa me viera aquí contigo. ¿Qué es lo primero que pensaría?

Cat frunció los labios de una manera provocativa y Steven sintió el deseo de borrárselo con los suyos. Aquella mujer lo atraía, lo desconcertaba y lo estaba poniendo a prueba a cada momento. Su mirada encontró la de Cat y vio cómo el brillo era más intenso en sus ojos. Sus labios se curvaron en una sonrisa deliciosa y sus mejillas se encendían.

–¿Que estamos liados? ¿Que soy tu nuevo ligue? –preguntó sacudiendo la cabeza y riendo divertida por aquella ocurrencia. Parecía que se encontrara flotando y no sabría decir si era la presencia de Steven a su lado, la calma que se respiraba en el bar, el alcohol o una mezcla de los tres elementos.

–¿Lo ves? Eso es lo primero que pensaría.

–Pero tú y yo sabemos que no es verdad –le recordó Cat acercándose peligrosamente a él. Tal vez de una manera inconsciente, o tal vez lo era y quería dejarse llevar como le había sucedido a Fiona. Siempre se dejaba llevar cuando un tío le gustaba. Así era ella.

–Sí –Cat se mordió el labio al escucharle decir aquel monosílabo. No se trababa de decirlo, sino la forma. Le pareció percibir cierta desilusión en su tono. La mirada de Steven descendió hasta los labios húmedos de Cat. Por unos segundos se mantuvo quieta en estos, pensando si debería arriesgarse a probarlos. Hacerlo no era buena idea, se dijo sonriendo de manera tímida. No por lo que ella representaba.

–Pero yo no soy como los demás –le susurró Cat levantando la mirada hacia él.

–No, tú no eres como el resto. Tú eres inigualable, Cat –le aseguró deslizando el nudo que apretaba su garganta pasándole un dedo por la nariz y provocándole un ligero cosquilleo en esta.

Cat sonrió traviesa apartándose de Steven lo justo para que él pudiera recomponerse. Le había gustado aquel gesto tan juguetón, aquel apelativo cariñoso que le había lanzado. Pero sobre todo había percibido el deseo en sus ojos. El deseo de besarla. ¿Por qué se había apartado? Ella estaba esperando y deseando que lo hiciera, pero…

–Es mejor que me marche y te deje descansar. Mañana madrugaremos para ir a Loch Katrine. ¿Recuerdas?

–Otro de los lugares que Kathryn McGovern describe –murmuró con la mirada perdida en el vacío, ajena a Steven y a todo lo demás. Como si le faltara la chispa necesaria para continuar adelante con su investigación.

Steven la contemplaba siendo testigo de la desilusión con la que ella había respondido a su comentario. Cómo había dejado que sus hombros se relajaran.

–Hay un autobús a las ocho. ¿Es buena hora para recogerte?

Cat asintió inspirando hondo y evitando mirar a Steven. ¿Qué había sucedido hace un momento? Llevaba todo el día sintiéndose distinta en su compañía. Había vivido momentos en los que él consiguió hacer que se olvidara de la situación de la revista. Y aunque se había prometido que no pasaría la noche con él, el hecho de que sus bocas hubieran estado tan cerca y de que él se hubiera pensado besarla para luego apartarse, la habían dejado tocada. Tanto que en ese instante solo quería subir a su habitación y refugiarse en su estado de desánimo sin que él estuviera presente.

–Es buena hora. Desayunaré temprano.

Se miraron una última vez antes de que ella emprendiera el tramo de escaleras hacia su habitación dejando a Steven Sinclair más confundido de lo que ella podía imaginar. Y más preocupado por ella de lo que cabía esperar. No quería ser él quien tuviera la llave de la vida de Cat. Era injusto. ¿Por qué diablos había tenido que aparecer aquella mujer en Stirling preguntando por Kathryn McGovern?

Cat permanecía asomada a la ventana de su habitación contemplando la noche cerrada sobre Stirling. Pero lo que esperaba era ver a Steven abandonar el hotel. Verlo alejarse de este hasta la mañana siguiente. Sintió una ola de decepción apoderarse de ella en el mismo instante que él desapareció de su vista.

El sonido de su móvil pareció hacerla reaccionar. Se apartó de la ventana para cogerlo. El nombre de Fiona apareció en su pantalla. Cat deslizó el dedo sobre esta y respondió.

–Dime, Fiona –Cat cambió el tono de su voz y pareció más risueña.

–Eh, ¿qué tal por Stirling? No nos has llamado para saber cómo iban las cosas…

–Pufff, no tan bien como esperaba –Cat sacudió la cabeza, cerró los ojos y se dejó caer de espaldas a la cama pensando en Steven y en que eso no era lo correcto.

–¿No has averiguado nada todavía?

–Apenas un par de datos, pero nada relevante. ¿Qué tal estáis por ahí?

–Puedo hacerme una idea… ¿Cuánto tiempo pasarás en Stirling?

–Tres días –respondió de una manera tajante abriendo sus ojos. No se quedaría ni uno solo. No después de… ¿De qué? De haber percibido el deseo en la mirada de Steven. Y de haberse sentido ella con esa misma sensación. Y lo que menos necesitaba era que todo se complicara con un rollo con el capitán de la selección de rugby. ¡No!

–Entonces aprovecha los dos que te quedan. ¿Qué piensas hacer?

–Mañana iré a visitar Loch Katrine. Es uno de los lugares que describe la autora. Pero, por lo demás, nada de nada. Nadie la conoce.

–¿Cómo es posible?

–Al parecer es un seudónimo.

–¡Joder! Esto se lía cada vez más. Pero ¿qué le pasa a esa tía? No solo no quiere salir en la prensa, sino que además se cambia el nombre.

–En fin. Tengo que dejarte, me voy a la cama.

–Oyeeeee, no tendrás a un hombre escondido en tu habitación, ¿verdad? –le comentó Fiona con un tono muy sugerente haciendo que Cat se incorporara en la cama mirando a todas direcciones.

–No. No he venido a buscarme un lío.

–Bueno, ¿quién sabe? No lo descartes. Que descanses, Sherlock.

–Sí, lo mismo digo.

Cat arrojó el teléfono sobre la cama quedándose un rato sentada sobre esta. ¿Un hombre en la habitación? Pensó sonriendo. No. Ella no era como su amiga. Decidió que era un buen momento para meterse en la cama y tratar de olvidarse de todo lo sucedido durante ese día. Esperaba que el siguiente día le despejara algo más y no arrojara más dudas sobre ella.

 

 

Steven apenas sí pudo pegar ojo después de las últimas horas pasadas con Cat. Dio vueltas y vueltas en la cama hasta que no aguantó más y tuvo que levantarse. No podía creer que le estuviera sucediendo. No había experimentado nada parecido antes. ¡No besar a Cat cuando ella estaba entregada! ¿En qué cabeza humana cabía ese pensamiento? ¿Qué había cambiado del alocado jugador que casi todas las noches tenía una seguidora en su cama? Que se acercaban a él en busca de algo más que una foto o un autógrafo. Hace un par de años, Cat estaría ahora mismo descansando en su cama y no en su habitación de hotel.

Se vistió con ropa deportiva y abandonó su casa para correr como cada mañana. Seguía ejercitándose, pero con mucha precaución por sus rodillas. Confiaba que el aire de la mañana lo ayudara a despejarse de una maldita vez antes de ir a buscarla al hotel. Habían quedado para ir juntos hasta Loch Katrine y surcarlo a bordo del Sir Walter Scott. Confiaba en que la visión de aquellos parajes animara a Cat en su situación.

Cat bajó a desayunar con tiempo suficiente antes de que Steven apareciera a recogerla. Si no se había echado atrás después de lo de anoche. Ahora, junto a una taza de café y un plato de huevos revueltos, pensaba en la manera de averiguar qué escondía Steven. ¿Y si él fuera la escritora famosa? No, no y no. Eso no se lo cree nadie. ¿Tal vez su hermana? Se preguntó entrecerrando los ojos y asintiendo. Pero ¿por qué tenía que ser él o su hermana? ¿No había más gente viviendo en Stirling? Steven comenzaba a pasar demasiado tiempo en su cabeza.

Lo vio saludarla desde la entrada del comedor. Llevaba el pelo mojado, pero fuera lucía el sol y no había restos de lluvia. Llevaba una sudadera azul oscuro y unos vaqueros algo desgastados que se ajustaban a sus piernas con cada paso que avanzaba. Estaba atractivo. No, era atractivo y sexy cuando se lo proponía.

–Bueno días –dijo Steven contemplándola con las manos apoyadas en el respaldo de una silla.

–Hola. Si te esperas a que termine…

–Hay tiempo. No pasa nada. Además, si no cogemos ese autobús podemos cogerlo media hora más tarde. ¿Has dormido bien? –Su tono sonó a curiosidad desmedida y Cat se limitó a asentir. Confesarle que en parte por su culpa no había pegado ojo en casi toda la noche no sería acertado–. Mientras terminas voy fuera. Por cierto, lleva chubasquero.

Lo vio alejarse quedándose ella algo más tranquila. Cerró los ojos por un segundo sacudiendo la cabeza. Cada vez que Steven aparecía se le formaba un nudo en el estómago, algo así como cuando se le metían los nervios. Por suerte le quedaba ese día y el siguiente y luego regresaría a Edimburgo sin apenas material de su investigación. Pensar en ella hizo que Cat apretara los dientes y dejara el tenedor sobre la mesa con cierta rabia, casi arrojándolo sobre esta.

 

 

Steven se alejó de ella para no interrumpir su desayuno, pero también para tratar de pensar en lo que haría ese día. Había conversado con su hermana mientras desayunaban. Ahora las palabras de Rowena le golpeaban en la cabeza como si alguien acabara de recibir un encontronazo en un partido.

–¿Cuánto tiempo vas a seguir con ello? ¿No te das cuenta de que la estás engañando asegurándole no saber nada de la escritora?

Con suerte, Cat desaparecería de su vida pasado mañana y… Y su vida volvería a ser aburrida y monótona como hasta ayer, cuando apareció ella en su librería. Era cierto que la prensa le había hecho algún que otro flaco favor publicando noticias que sin ser contrastadas habían visto la luz. Que recelaba de cualquiera que apareciera preguntando por él. Y así había sido cuando Cat lo hizo. Receló en todo momento, pero algo en ella pareció hacerle cambiar de opinión. Sin embargo, no estaba convencido del todo de poder hacerlo.

–No quiero a la prensa todos los días a la puerta de la librería acosándome a preguntas, Rowena. Por eso lo mantengo en secreto. Porque no confío en ellos, ya lo sabes –le había dejado claro a su hermana antes de salir de casa para ir en busca de Cat.

–Esa chica perderá su trabajo si…

–No sigas. No es justo que digas eso. No es mi problema ni tampoco creo que la publicación vaya a irse al traste por mí. ¿Podrás encargarte de la librería?

–Claro. Pero ¿explícame por qué quieres pasar tanto tiempo con ella si en verdad te da igual lo que pueda sucederle en su trabajo? ¿Por qué te tomas tantas molestias? Podrías haberla despachado sin más y en cambio decides enseñarle Stirling y los alrededores. ¿Es justo para ella? Deberías responder a esta pregunta –le sugirió levantándose de la mesa dejando a su hermano con gesto sombrío.

Con el recuerdo de la última conversación mantenida con su hermana, Steven daba vueltas a la entrada del hotel con la mirada fija en el suelo.

–Eh, capitán.

Steven levantó la mirada hacia la voz de hombre que lo llamaba. Steven sonrió al reconocer el rostro de su antiguo entrenador.

–Entrenador MacKenzie.

–¿Qué haces tú aquí? –preguntó haciendo un gesto hacia la entrada del hotel.

–Espero a alguien. ¿Y tú?

–He venido a ver el partido. Pronto daré la convocatoria para el partido ante Italia, ya sabes. ¿Qué tal te va alejado?

–Bueno, me he adaptado a la perfección a Stirling y a su equipo. No tengo tanta presión por conseguir títulos.

–Te retiraste muy pronto de la selección. Podrías haber aguantado un par de años más. Nadie la deja estando en la cima, Steven.

–Lo sé. Pero buscaba jugar con menos presión. Para divertirme. Lo he ganado todo –le aseguró posando su mano sobre el hombro de su amigo.

–¿Te apetecería volver? Si me dices que estás dispuesto, yo…

Steven sonrió incrédulo.

–No me tientes…

–No lo hago. Te estoy haciendo una propuesta. Y sabes que serías bienvenido.

En ese instante, Cat descendía las escaleras del hotel. Se sintió algo cohibida al ver a Steven hablando con aquel hombre de pelo anaranjado que le sonreía y le hablaba de regresar al rugby. Y cuando Steven alzó la mirada para centrarse en ella todo su cuerpo tembló sin motivo aparente. Sin sentido.

–¿Estás esperando a esta preciosa muchacha? –preguntó MacKenzie mirando a Cat descender las escaleras y detenerse junto a Steven.

–Sí. Está de paso en Stirling y vamos a navegar por Loch Katrine –le comentó Steven sintiendo el cuerpo de Cat tan cerca del suyo aunque ella había optado por permanecer en el primer escalón. Pese a ello, Steven percibió un dulce aroma a limón. El perfume de ella lo envolvía despacio en una especie de ensoñación. Volvió su rostro de nuevo hacia ella para contemplarla una vez y preguntarse si ella merecía la pena. Vestida con una sudadera, vaqueros desgastados y ceñidos a sus piernas y unas deportivas. Una imagen fresca y alegre que cautivó a Steven al momento.

–En ese caso os dejo para que os marchéis. Y, Steven, piensa en lo que te he dicho.

Cat lo siguió con la mirada mientras sentía el aguijonazo de la curiosidad por las últimas palabras del hombre.

–¿Lista?

–Sí, claro.

La estación de autobuses de Stirling no quedaba muy lejos, como recordaba Cat. Tenía la sensación de que había algo de tensión entre ellos y no sabía si se debía a lo sucedido la noche anterior o, mejor dicho, a lo que no sucedió entre ellos. Steven permanecía en silencio con las manos en el interior de los bolsillos de sus vaqueros y la mirada fija en el suelo. Cat le lanzó un par de miradas preguntándose si en realidad le sucedía algo. Decidió romper el hielo sintiendo la lógica curiosidad que había despertado en ella el hombre con el que Steven estaba conversando cuando ella salió del hotel.

–¿Quién era el hombre con quien charlabas?

–Mackenzie. El entrenador de la selección.

–Ah, ¿es también de Stirling?

–No, él es de Glasgow. Ha venido a ver el partido para elegir jugadores para el partido ante Italia.

Cat percibió cierta nostalgia en las palabras y en el tono de Steven cuando se refería a la selección. Era lógico.

–Pero las últimas palabras que te ha dicho…

Steven sonrió con ironía.

–No se te escapa una. Como buena periodista que eres –le comentó mirándola y esperando a que ella hiciera lo mismo.

–Estaba a tu lado. No ha sido tan difícil escucharos –le contestó mirándola extrañada por su comentario.

–Me ha preguntado si quería volver a jugar en la selección.

–Pero ¿tú no te has retirado de esta?

–Sí, así es. Aunque sigo jugando aquí en Stirling no es lo mismo que cuando jugaba en Edimburgo. Ahora juego por diversión y mi intensidad tal vez no sea la de hace cinco años.

–Entonces…

Llegaron a la dársena desde la que saldría el autobús hacia Loch Katrine. Steven se quedó mirándola con toda intención al tiempo que las palabras de su hermana volvían a asaltarlo una vez más. No podía seguir engañándola. Haciéndole creer que no sabía nada acerca de Kathryn.

–¿Van a Loch Katrine? –La voz del conductor, un hombre bajito de pelo cano y gafas, lo hizo reaccionar dejando a un lado las palabras de su hermana.

–Sí –asintió Steven cediendo el paso a Cat. Su mano la guio de manera natural dejando su huella una vez más en ella.

Cat corrió a sentarse antes de que el temblor de piernas que había sentido al pasar tan cerca de Steven y sentir su mano sobre su espalda la hiciera caerse al suelo. Eligió el asiento de la ventana, de ese modo no tendría que mirarlo a él cada vez que quisiera contemplar el paisaje. Sin embargo, Cat no podía evitar sentir su cuerpo pegado al de ella. Su brazo rozando el suyo cada vez que él se movía.

Por suerte el autobús emprendió el viaje y ella se concentró en seguir la conversación con Steven para no darse cuenta de lo que experimentaba.

–¿Y la librería? ¿Has dejado sola a Rowena?

Steven sonrió.

–Rowena es muy capaz. Tranquila. No creo que tenga muchos problemas.

–Es un poco caradura dejarla mientras tú te marchas a Loch Katrine, ¿no crees?

–Puede. Pero mi hermana no ha puesto ninguna pega por el viaje.

«Tan solo por lo que pueda llegar a suceder entre los dos».

El autobús abandonó la carretera principal para adentrarse en una algo más estrecha y con más curvas, obligando a Cat a sujetarse de manera firme al asiento delantero. Y la velocidad del conductor no ayudaba en demasía a estar tranquila sobre el asiento.

–¿Se puede saber por qué tiene tanta prisa? –preguntó mirando a Steven con una mezcla de pavor porque pudieran tener un accidente e incredulidad por la velocidad que llevaba.

–Debo reconocer que la carretera hasta las Trossach, que es la región hacia donde nos dirigimos, es algo mala. Pero debes tener en cuenta que estamos adentrándonos en una región montañosa.

Cat puso cara de «No me digas». En más de una ocasión se vio arrojada contra el cuerpo de Steven. Pero Cat no podría asegurar si esto le beneficiaba en algo dado lo que significaba.

Steven pasó un brazo por los hombros de ella para atraerla hacia él y tenerla más sujeta. Cuando Cat sintió su mano sobre su brazo no dijo nada, ni siquiera se paró a pensar en las emociones que le transmitía. Y mucho menos impregnarse del olor a colonia que desprendía de él.

–Siento no habértelo dicho antes.

–Un poco tarde, ¿no crees?

–Todo pasará en cuanto lleguemos a la región del lago.

–Espero que sea pronto o echaré el desayuno –le aseguró levantando su mirada hacia él mientras Steven se quedaba clavado en la de ella.

–No era esta la idea que tenía para mostrarte los parajes en los que se basa Kathryn para sus novelas. De verdad.

Había algo en su manera de contemplarla, de dirigirse a ella o de sujetarla que encendieron todas las alarmas en el interior de Cat. Por suerte el autobús pareció pisar suelo llano, o esa fue la sensación que tuvo Cat cuando el conductor aminoró un poco la marcha y comenzó un ligero descenso en medio de la agreste vegetación. Una vez a salvo del abrazo de Steven, Cat se concentró en mirar por la ventanilla. No muy lejos de donde se encontraban se hallaba un claro donde destacaba el lago rodeado por montañas cubiertas de brezo. A medida que llegaban al embarcadero, donde el autobús parecía tener su parada, Cat se fue sintiendo más tranquila, pero no solo porque la velocidad se había reducido, sino por el paraje que la rodeaba.

–A las cinco aquí –dijo el conductor recordándoles la hora de regreso a Stirling.

Steven descendió el primero esperando a Cat, quien parecía hipnotizada por la belleza que se extendía ante ella. Loch Katrine aparecía en medio de las montañas como si se tratara de un espejo en el que estas se reflejaban. Olía a hierba, a agua, a naturaleza. El embarcadero para acceder al barco que surcaba aquellas aguas se encontraba a su izquierda. El paisaje era sin duda digno de una postal de viaje. Pero que en nada tenía que ver con estar allí contemplándola. El lugar contaba con varias tiendas y una cafetería. La gente caminaba hacia el barco para subir a este.

–Entiendo que estás maravillada con las vistas, pero, si quieres subir al barco y surcar las aguas del lago, tenemos que darnos prisa en sacar los billetes.

Sus palabras fueron como un susurro que apenas sí dejó despertar a Cat de aquella ilusión. El enclave era un lugar idílico. Ahora entendía el motivo por el cual Kathryn McGovern lo había descrito en una de sus novelas. Pero nunca pensó que vivirlo in situ fuera como si ella misma se hubiera adentrado en sus páginas.

Cat reaccionó siguiendo a Steven hasta la oficina para sacar las entradas. Pero en su mente todavía guardaba la fotografía del paisaje que la rodeaba. Y aunque trataba por todos los medios de abstraerse de este, era como si el verde de los árboles y de la hierba que rodeaba el lago la llamara.

–Vamos –le instó Steven sonriendo de manera tímida dándose cuenta de que el paisaje había atrapado a Cat–. Por cierto, te recomiendo que te pongas el chubasquero. Suele llover una vez que te adentras en el lago.

Le tendió la mano para subir a bordo del Sir Walter Scott y recorrer el lago. Se trataba de un barco a vapor de color blanco con la cubierta de madera. El espacio reservado para los pasajeros estaba cubierto por una lona en dos tonos. Había varios bancos, también de madera, que algunos viajeros ya habían ocupado. Cat subió a bordo envuelta en una mágica y romántica atmósfera que se respiraba en aquel rincón apartado del bullicio de la ciudad. Sacudió la cabeza contemplando el despliegue de belleza que había a su alrededor y ni siquiera se dio cuenta de que no se había soltado de la mano de Steven cuando él la ayudó a subir a bordo.

–El paisaje es…

–Lo sé. No hay palabras que lo describan. Solo Walter Scott se atrevió a hacerlo en su poema La dama del lago –le susurró captando toda la atención de Cat, quien seguía maravillada, pero en esta ocasión por la mirada que le estaba dedicando Steven–. Cuando el poema fue publicado miles de curiosos se acercaron hasta este lugar para comprobar in situ si lo que Scott decía era cierto.

–Estoy segura de que tú lo has hecho –le comentó Cat convencida de sus palabras.

–Sí. Leí el poema hace algunos años. Todavía conservo una edición del mismo. Pero, aunque Scott lograra con sus palabras transmitir toda esta belleza, debes venir a verlo con tus propios ojos.

–Es por eso que dieron su nombre a este barco.

–Efectivamente. Como homenaje a su poema.

El barco comenzó a deslizarse de manera lenta sobre las aguas de Loch Katrine y Cat sentía un leve mareo. Steven se apresuró a sujetarla dejando que sus rostros estuvieran más cerca de lo permitido. Que sus respiraciones se entremezclaran en una única. Steven la contempló dubitativo, deseando que ella fuera otra persona y que no estuviera allí para descubrir su otra personalidad. Cat se humedeció los labios esperando que él se decidiera a besarla mientras Steven le apartaba algunos mechones de pelo que se abalanzaban sobre su rostro.

–El viento en estas latitudes es algo molesto.

El barco avanzaba de manera lenta y segura permitiendo a sus pasajeros poder contemplar los hermosos parajes a ambos lados del lago. Una leve capa de bruma se alzaba de las gélidas aguas, a pesar de ser agosto, y la niebla se había formado en las cumbres de las montañas.

–¿Cuánto dura la travesía?

–Ah, dura una hora. Desde el muelle en las Trossachs hasta llegar a Stronachlachar y volver.

Una fina lluvia comenzó a caer sobre la cubierta del barco haciendo que la gente se refugiara debajo del toldo, o incluso se deslizara escaleras abajo hacia el camarote.

–Si quieres podemos bajar. Hay una especie de salón con sillones y ventanas desde el que puedes contemplar el paisaje. O bien tomar una taza de té en la pequeña cafetería con la que cuenta el barco –le propuso Steven tratando de evitar que Cat se mojara.

Pero no le escuchó o no quiso hacerle caso. Ni siquiera se volvió para enfrentarse a su presencia. Cat había cerrado los ojos dejando que la lluvia mojara su pelo, su rostro. Extendió los brazos e inspiró dejando que el viento de aquella región penetrara en su interior.

Steven sentía que la piel se le erizaba contemplándola. De repente se volvió hacia él con el pelo mojado, las gotas de lluvia resbalando por su rostro y aquel mágico y enigmático brillo en sus ojos. Steven comenzó a sentirse pequeño y vulnerable ante su presencia. Sin saber qué decir ni qué hacer.

Cat, por su parte, era consciente de que él la estaba contemplando con esa mezcla de curiosidad y extrañeza por su comportamiento. Porque fueran ellos dos los únicos viajeros que permanecían bajo la lluvia. A Cat el corazón le dio un vuelco cuando lo vio acercarse hacia ella sacudiendo la cabeza sin comprender que lo empujaba a hacer lo que iba a hacer. Se quedó quieta sonriendo risueña como una adolescente. Pero disfrutaba con lo que estaba sintiendo en aquellos momentos rodeada de tanta belleza. Con la bruma y la niebla típicas de aquellos parajes escoceses y con el hombre que estaba sacudiendo su mundo sin pretenderlo.

–Te estás calando –le susurró reflejándose en la mirada de Cat. Permanecía con los labios entreabiertos respirando de manera pausada esperando que él los cubriera y le robara el aliento.

–El momento lo merece –consiguió confesarle sintiendo cómo el pulgar de la mano derecha de Steven borraba las gotas de lluvia que descendían por su mejilla. Su mano la cubrió por completo haciendo estremecer a Cat.

–Ya lo creo –susurró en los propios labios de ella. Cat no se movió. Se limitó a cerrar los ojos dejándose llevar por el momento y el lugar. Un leve roce de los labios de Steven sacudió su cuerpo sin remisión. No opuso ninguna resistencia. No luchó por evitarlo. No pensó en nada más que no fuera disfrutar de aquella escena tan romántica sintiendo cómo el barco se movía bajo sus pies. Se sintió como la protagonista del poema de Scott: La dama del lago.

Steven fue apoderándose de manera lenta, casi perezosa, de la boca de Cat. La rodeó con sus brazos de una forma sensible atrayéndola hacia él para profundizar el beso. Escuchó el gemido de complacencia de ella cuando él se separó contemplándola. Cat siguió con sus ojos cerrados unos instantes más con el sabor del beso. Inspiró hondo antes de abrirlos y mirar a Steven, quien estaba quieto con ella entre sus brazos.

–Deberías centrarte en el paisaje. No olvides a lo que has venido a Stirling –le recordó con un toque de humor en su voz.

–Soy consciente y no me cabe la menor duda de que Kathryn ha sabido recoger en sus escenas todo el encanto de este lugar –le aseguró dirigiendo su atención hacia uno de los costados del barco para contemplar el paisaje. En un momento dado, sintió que Steven deslizaba su gorro por su cabeza–. Creo que es un poco tarde para que no me moje, ¿no crees? Aunque agradezco el detalle –precisó sonriendo como una quinceañera a la que hace caso el chico que le gusta.

–Tienes razón, pero al menos no cogerás una pulmonía.

Por un momento, Cat permaneció callada con gesto pensativo. Steven no la molestó, sino que la dejó tranquila. ¿Estaría pensando en lo que acababa de suceder entre ellos dos? ¿O tal vez el tema de Kathryn volvía a ocupar su mente? De repente, Cat levantó la mirada hacia él.

–Me estaba dando cuenta de que, en la primera novela de Kathryn, los dos protagonistas, Ben y Anne, se besan a bordo de este barco.

Steven frunció sus labios en gesto pensativo. No quería mostrarse demasiado atrevido y asentir de buenas a primeras. Quería tomarse su tiempo fingiendo que pensaba en ello.

–Disculpa. No lo recordaba.

–Pues es cierto –murmuró mordiéndose el labio.

–Tienes buena memoria.

–Es una escena que llama la atención a cualquier lector. Es el instante en el que ambos se dan cuenta de la atracción que ha surgido entre ellos. –Cat fue bajando su tono a medida que sus palabras cobraban sentido en aquel lugar. Sacudió su cabeza manteniendo los labios entreabiertos dándose cuenta de lo que acababa de decir y de suceder.

–Bueno, no voy a negar que me siento atraído por ti, Cat –le confesó extendiendo sus brazos con las palmas de las manos hacia arriba–. Es un poco tarde. Y bastante absurdo hacerlo.

–¿Te das cuenta de que hemos vivido lo mismo que los protagonistas de la primera novela de Kathryn McGovern? –le preguntó asombrada por este hecho. Sin terminar de creérselo.

–Una mera coincidencia –asintió Steven levantando la mirada por encima de ella y señalando–. Mira, estamos llegando al muelle de Stronachlachar. Por si te apetece bajar y tomar algo.

–Pero tenemos que volver al de las Trossachs para regresar a Stirling –le recordó alarmada Cat, más que el hecho de haber confirmado sus sospechas. Sin duda que ambos sentían lo mismo y, lo que debía suceder la noche pasada en el hotel tras la cena, acababa de confirmarse sobre la cubierta del Sir Walter Scott surcando las aguas de Loch Katrine. Si lo pensaba, nunca había creído que pudiera vivir un momento tan especial y tan romántico como el vivido con Steven minutos antes–. Aunque, si te soy sincera…

Steven sonrió divertido al contemplar el gesto tan explícito de Cat.

–Te estás refiriendo al conductor del autobús, ¿eh?

–Admite que el viaje hasta aquí ha sido como subirse a la montaña rusa. Casi me da algo entre que las carreteras son estrechas, al tratarse de un paraje de montañas, y su forma de conducir. ¿No hay otra forma de regresar? –El gesto apesadumbrado de Cat provocó una sacudida en el interior de Steven.

Se acercó hasta Cat posando sus manos sobre los hombros de ella. Por un instante se le pasó por la mente sentarse a hablar con ella respecto a su trabajo allí en Stirling. Pero lo que más le importaba en ese momento era saber qué diablos iba a suceder con ellos porque era evidente que algo había que hacer. Cat le gustaba como mujer. En el poco tiempo que había compartido con ella le había transmitido experiencias y situaciones que no había conocido. Ni siquiera la propia Kathryn McGovern era capaz de encontrar sentido a todo aquello.

–Me temo que no. El autobús es el único medio para salir de este paraje y regresar a Stirling.

Cat resopló al escucharle decir aquello.

–En ese caso cruzaré los dedos para que no suceda nada.

–No te preocupes. Sabe lo que hace. Está acostumbrado a hacer este trayecto todos los días. Además, siempre puedes apoyarte sobre mí para amortiguar cualquier golpe o caída.

Cat alzó la mirada hacia el rostro de Steven buscando síntomas de burla en él. Pero lo que encontró fue tan solo cariño.

–No sabría qué decirte, la verdad…

El barco comenzó a dar la vuelta tras aquella breve parada en el muelle de Stronachlachar. A penas unos pocos pasajeros descendieron. Algunos de ellos preparados con bicicletas, tal vez para hacer otro recorrido sobre estas. Steven aprovechó la relativa tranquilidad que se disfrutaba a bordo del barco para bajar al salón, sentarse y entrar en calor después de la fina lluvia que lo había mojado. Cat se asomó por el ojo de buey para echar un vistazo a los bosques de pinos que había en la orilla. Permanecía ajena a las miradas que Steven le lanzaba. Estaban solos allí abajo y no quería pensar en nada ahora mismo. Pero era consciente de la vulnerabilidad que experimentaba y de que, si se quedaba contemplándolo, acabaría por volverlo a besar. ¿Era malo acaso? ¿Estaba prohibido? Era una mujer adulta y libre para hacer lo que le viniera en gana en esos momentos.

De repente sintió los dedos de Steven jugueteando con algunos mechones mojados de su pelo. Los dejaba deslizarse entre dos dedos y después los apartaba con delicadeza del rostro de ella logrando tener una visión amplia y despejada de este. De manera lenta iban entrando en calor. Por suerte llevaban chubasqueros puestos y ahora, libres de estos, se sentían algo menos húmedos.

–¿Sabes algo de la revista? ¿Alguna novedad al respecto de su situación?

Cat sacudió la cabeza, pero sin volver su mirada hacia él. Estaba como anestesiada por aquellas tibias caricias que él le estaba regalando. Había conseguido olvidarse de su situación laboral, de lo que había ido a hacer a Stirling, de que tendría que regresar a Edimburgo pasado mañana. Movió la cabeza de manera inconsciente.

Steven asintió frunciendo el ceño.

–Lo único que mi editora me comentó ayer noche fue lo que te comenté.

–Sí, la conversación mantenida con la editora de Kathryn –murmuró con la mirada perdida en el vacío. Pero eso era algo que había pasado a un segundo plano porque lo que ahora deseaba era saber que la situación de Cat no iba a agravarse más todavía. Y que al final todo se arreglaría.

–Imagino que si vuelvo sin nada… Bueno, tampoco tengo muy claro lo que puede llegar a suceder conmigo y con la publicación. Ni tampoco pienso que saber la identidad de Kathryn pueda salvarme el culo. Si llega el caso, ya me buscaré la vida. –Cat volvió el rostro hacia Steven con una tímida sonrisa dibujada en sus labios y un brillo diferente en su mirada–. No hace falta que te preocupes. ¿Vale?

Steven apretó los dientes al escucharla decir aquello. ¿Que no se preocupara? Si ella supiera… Hasta ahora no había tenido que preocuparse de nada con respecto a Kathryn porque, a pesar de la revolución que había supuesto en el mercado literario, su propia editora había sabido capear muy bien el temporal. Había conseguido desviar las atenciones hacia otro lado. Nadie antes se había presentado a las puertas de su librería preguntando por la escritora. Nadie hasta que llegó Cat.

Por un instante se le pasó por la cabeza qué diablos haría si llegado el caso el puesto de Cat corriera peligro.

–Estamos llegando al muelle. Tenemos tiempo para comer. Hasta las cinco no llega nuestro chófer particular.

–Procura comer lo justo para no marearte –le sugirió posando una mano en la espalda de ella acompañándola a la hora de abandonar el barco.

En la mente de Steven revoloteaban las palabras de Cat acerca de su futuro profesional. Pero, si era sincero consigo mismo, le apetecía ayudarla. Aunque ello supusiera el final de la tranquilidad de la que había estado disfrutando hasta ahora.