Cat se reía a carcajadas recordando el viaje de vuelta desde el muelle de las Trossachs hasta Stirling. Se había dado cuenta de que Steven había hecho todo lo posible por mantener su atención alejada de la carretera y de la manera de conducir del conductor. Había llegado a contarle anécdotas de su niñez que él consideraba que la harían reír. Le había hablado de su hermana Rowena, de sus padres, de sus primeros momentos en el rugby… Cualquier información era buena para distraerla.
Ahora se encontraban en la dársena donde los había dejado el autobús contemplándose entre risas, sueños y deseos por cumplir y esa sensación de no saber qué hacer en ese preciso instante. Ninguno de los dos sabía muy bien qué decir o hacer. Habían pasado un día bastante agradable y separarse en ese momento se les hacía raro.
Cat se devanaba los sesos pensando si sería una buena opción invitarlo a su habitación. Pedir que les subieran la cena, dejar salir lo que Steven le provocaba, despertar a su lado… Infinidad de cosas que invadían su mente a cada paso que daban en dirección al hotel.
–¿Piensas pasarte por la librería a estas horas?
–Pasaré a recoger a mi hermana y que me cuente qué tal ha ido el día.
–Yo necesito una ducha bien caliente que me saque la sensación de frío y humedad del cuerpo.
–Te advertí que te cogieras un chubasquero. Sabías lo que ocurriría cuando llegáramos a Loch Katrine.
–Soy consciente de ello.
–¿Te apetece ir mañana hasta el monumento de Willian Wallace? Kathryn habla de él en su segunda novela. Las vistas de Stirling desde lo alto del mismo son espectaculares. Te las recomiendo. Pero si no quieres o prefieres hacer lo que tengas pensado lo entenderé.
Cat sonrió por la manera en la que Steven le dijo las últimas palabras. De una manera que pareciera que él lo entendía y que no la presionaría para hacerlo. Pero Cat se había rendido a su encanto hacía tiempo y cualquier cosa que le pidiera hacer en su compañía no se la negaría.
–Si vas a ponerme esa cara… Pero podemos concretarlo esta noche, ¿no crees?
Steven inspiró hondo mirando a Cat con sorpresa.
–¿Me estás haciendo una proposición para esta noche? –Steven entornó su mirada hacia ella, sabedor de que aceptaría cualquier propuesta suya.
–Podemos quedar para cenar.
–A condición de que me dejes invitarte. Anoche cargaron la cena a la cuenta de tu habitación y…
Cat se dejó guiar por un impulso y obligó a Steven a callarse al sellar sus bocas. Steven la rodeó por la cintura emitiendo un leve gruñido de sorpresa que de manera lenta y cálida se volvió en uno de asentimiento.
–La invitación es mía –le dejó claro guiñándole un ojo en complicidad–. Pregunta en recepción cuando llegues.
El tono sugerente de Cat envolvió a Steven con una ola de deseo que no había sentido hasta entonces. El rostro travieso de ella mirándolo de aquella manera tan sugestiva le hacía pensar a Steven. Pero no quería ir más allá de una simple y cordial invitación para cenar.
–Pasaré en una hora, si te viene bien.
–Perfecto.
La dejó en la entrada del hotel. No se besaron a modo de despedida. No es que a Cat no le gustase, pero tampoco era necesario y en ocasiones le resultaba demasiado empalagoso. En ese sentido se parecía bastante a Fiona, más que a Eileen y a Moira. Cat lo vio alejarse mientras ella lo observaba por encima del hombro. No quería ser descarada. Ni mostrarse interesada en él de una manera que llevara a error. Por eso cuando él se volvió le regaló una sonrisa fugaz y se giró hacia la entrada del hotel.
Steven se quedó en mitad de la calle pensando en todo lo sucedido en dos días. Dos días que no podría olvidar. Dos días que pese a todo el misterio de Kathryn McGovern se había convertido en algo impensable para él. Ninguna mujer había conseguido despertar su interés tanto como lo había hecho Cat. Se olvidó del motivo de su presencia en Stirling a pesar de que estaba muy latente en él.
Llegó a la librería a tiempo para ayudar a su hermana a recogerlo todo y cerrar.
–Por tu semblante deduzco que el día ha merecido la pena –le dijo su hermana nada más verlo asomar la cabeza tras la puerta.
–Pssssttt. De todo un poco.
–¿De todo un poco? ¿Qué quieres decir? –La pregunta de su hermana Rowena estaba cargada de suspicacia e interés. Ahora permanecía con su mirada entornada hacia él en busca de respuestas.
–Ha llovido, el conductor del autobús casi nos mata, hemos degustado una suculenta hamburguesa en el snack-bar junto al muelle y hemos regresado.
–¿Nada más?
–¿Qué más quieres que pase? ¿Te ha parecido poco?
–Me refiero a su trabajo. Al motivo por el que está en Stirling y por el que todavía no sé qué decisión vas a tomar –le recordó con una chispa de seriedad.
–Ah, se me olvidaba. Estuve charlando con Mackenzie. Está en Stirling para ver jugar…
–¿No irás a decirme que piensas volver a la selección? Decidiste dejarlo hace años y jugar por diversión. Por cierto, ¿no entrenas hoy?
–No pasa nada si no aparezco. Tengo libertad en ese sentido.
–En ese caso, aclárame la situación con Cat, ¿quieres? –El tono de Rowena se volvió dulce y comprensivo contemplando a su hermano con las manos apoyadas en sus caderas y la mirada ausente.
–Todavía no he decidido nada. Pero, es más, creo que no tiene que saberlo, ¿no crees? –Steven levantó la mirada para dejarla fija en la de su hermana buscando cierta comprensión por este hecho.
–Allá tú, pero creo que estás yendo demasiado lejos con ella.
–¿Demasiado lejos, dices? La estoy ayudando a recorrer los lugares que aparecen en las novelas. Explicándole cosas sobre ellos.
–Cierto, y a la vez la estás perjudicando no diciéndole que eres tú. Debiste haberla despedido como a los demás. Diciendo que no sabías nada. Y tú en cambio llevas dos días con ella.
–No creo que sea para tanto –exclamó Steven gesticulando con los brazos.
–Para ti tal vez no lo sea. Pero déjame decirte qué pensará el día que se entere. Puedo ver su reacción y créeme no te va a gustar.
–No hay motivos para que lo sepa.
–¿Eso piensas? No estés tan seguro, Steven. No creo que sea tan horrendo decirle que la escritora que viene buscando…
–Ya sabes lo que pienso de ese tema. Mi posición frente a la prensa. Además, no quiero que nadie me asocie con la escritora. Y ahora dime, ¿qué tal ha ido el día?
Rowena sacudió la cabeza contemplando a su hermano y sin llegar a creer que fuera capaz de estar comportándose de aquella manera con la periodista.
–No ha habido mucho trabajo. No te preocupes. Te llamó Rhona. –Escuchar aquel nombre puso en alerta a Steven. ¿Qué quería su editora? ¿Había descubierto a la persona que había filtrado la información que había traído a Cat a Stirling? Ese asunto debería tratarlo antes de ir a ver a Cat. Tal vez tuviera algo que comentarle que pudiera afectar a lo que estaba sucediendo entre los dos.
Cat paseaba por la habitación envuelta en su albornoz y una toalla en la cabeza. Había deshecho su maleta colocando toda la ropa en el armario, aunque si lo pensaba de manera fría, hacerlo para tan solo un día no tenía mucho sentido. Sí. Un día. Pasado mañana regresaría a Edimburgo con las manos vacías. Pero ¿qué podía hacer? Al parecer nadie sabía nada de la misteriosa escritora y para colmo Maggie le había asegurado que Kathryn McGovern era un seudónimo. Se sentó en la cama dejando que sus piernas colgaran meciéndolas. Sin duda que este punto lo complicaba todo porque, si ya era complicado encontrarla con ese nombre, no quería ni pensar en hacerlo con su nombre real. Pero ¿por qué se escondía? ¿De qué tenía miedo? Que ella supiera, sus cuatro novelas eran todo un éxito en el Reino Unido y las tres primeras habían comenzado a ser traducidas a otros idiomas. Con el dinero que estaba ganando no tenía que temer, ¿no? Debían de existir otros motivos. ¿Miedo o rechazo a la popularidad? Bueno, era algo que no todo el mundo asumía, se dijo encogiéndose de hombros. Sin saber a qué venía, la imagen de Steven se filtró en sus pensamientos. No se había parado a pensar en lo que iba a suceder una vez que ella se marchara de Stirling. Si iban a mantener un contacto o cada uno seguiría con su vida. En ese momento no sabía lo que quería en el terreno sentimental. No había pensado en Steven más allá de esos días. Y que se hubieran besado tampoco significaba nada, al fin y al cabo.
Steven hizo algo de tiempo en su camino hasta el hotel para buscar a Cat. Llamó a su editora, quien le explicó que se trataba de una mera consulta acerca de su nueva novela. Llevaban meses trabajando en esta y quería asegurarse de algunos aspectos. Pero lo que no esperaba era que ella le hiciera aquella pregunta.
–¿Has pensado en revelar tu identidad?
Durante unos segundos, Steven permaneció en silencio apretando el teléfono en su mano.
–Ya sabes lo que pienso de ello. Hacerlo significaría traer a la prensa a Stirling y mi tranquilidad se vería alterada. No quiero más fama, más portadas de periódicos o revistas. Y menos que se publiquen noticias que nada tienen que ver conmigo. Lo de la literatura surgió como un pasatiempo, ya lo sabes…
–Sí, Steven. Pero reconoce que tu pasatiempo está siendo muy, muy lucrativo.
–Lo sé. Soy consciente de ello. Pero prefiero dejarlo estar por ahora.
–Como quieras. ¿Y la periodista que tienes en Stirling? ¿Todavía sigue por ahí Cat?
Escuchar su nombre le provocó una leve sacudida que hizo que se detuviera a escasos pasos de la entrada de The Golden Lion. Steven levantó la mirada hacia las ventanas del hotel como si esperara poderla ver asomada esperando su llegada. Sonrió sacudiendo la cabeza.
–Sí. Todavía está por aquí. Pero, no te preocupes. Sé cómo manejarla –le respondió con determinación y autoridad.
–Eres tú el que debe hacerlo. No yo, Steven. Solo tú sabes lo que quieres. Estaremos en contacto.
Steven se quedó pensativo guardando el teléfono.
–¿Qué quiero? –se preguntó soltando el aire de su interior–. Mejor sería preguntarme qué es lo que no quiero.
Entró en el hotel saludando al recepcionista, quien sonrió al reconocerlo y pedirle un autógrafo. Luego le pidió a su compañera que le hiciera una foto con el teléfono. Steven se mostró cordial en todo momento. Le pidió que avisaran a Cat de su llegada.
–Me ha pedido que le diga que suba a la habitación.
Steven se quedó paralizado. Frunció el ceño contrariado, mirando al recepcionista buscando una aclaración. Pero él se limitó a encogerse de hombros.
–Habitación 206.
–Gracias.
Steven caminó hacia las escaleras. Las eligió al ascensor para probar sus rodillas y de paso pensar en la invitación de Cat. ¿A qué venía hacerlo subir a su habitación? ¿Se lo había pensado mejor y no quería salir? ¿No estaba arreglada? Pensar esto último tensó su cuerpo. No quería sorprenderla en ropa interior o desnuda, se dijo esbozando una sonrisa socarrona pasando su mano por su mentón. Llegó al segundo piso con el suelo forrado en tartán del mismo color que el recibidor, el bar y el restaurante. Todo a juego. Ni siquiera se había parado a pensar en sus rodillas al subir las escaleras, pero todo parecía indicar que no había sentido molestias. O al menos no les había prestado atención imaginándose a Cat en ropa interior abriéndole la puerta.
Se detuvo delante de esta y llamó con la mano. Aguardó con paciencia a que ella le abriera mientras en su mente se sucedían las más disparatas escenas. Pero la que nunca pudo imaginar fue que ella apareciera envuelta en un albornoz de color blanco inmaculado y su cabeza envuelta en una toalla como si se tratase de una especie de turbante. No solo no se había quedado estático, sino que no era capaz de articular una sola palabra ante la visión de ella. No quería ser descarado y fijar su mirada en la abertura del albornoz que dejaba entrever el comienzo de sus pechos. ¿Se había dado cuenta ella?
Cat sonreía divertida ante el gesto de sorpresa e indecisión que mostraba Steven en ese preciso instante. Era lo esperado en un hombre al que una mujer vestida con un albornoz lo invita a pasar a su habitación.
–¿Piensas quedarte ahí toda la noche?
Steven pareció reaccionar cuando escuchó la voz de Cat con ese toque cargado de ironía y sorpresa.
Lo único que Steven pudo hacer fue sacudir su cabeza con incredulidad adentrándose en la amplia habitación del hotel. Para no ser muy descarado decidió pasear su mirada por la decoración hasta que sus ojos se fijaron en la cama. Apretó los dientes esperando a que Cat desapareciera en el cuarto de baño y que la próxima vez que saliera de este fuera completamente vestida, o él no respondería. La deseaba, claro que sí. Pero debía y quería mantener la cabeza fría y en su sitio. Lo sencillo sería complicarlo todo. Bastaba con que se acercara a ella y… Apartó de su mente esas ideas de inmediato camino de la ventana. Contempló la calle esperando que al girarse ella no estuviera.
–¿Qué te parece cenar aquí?
Steven se volvió hacia ella al escucharle aquella invitación.
–¿Has reservado mesa?
–Me refiero a la habitación. Podemos pedir que nos la suban en lo que termino de arreglarme –le sugirió despojándose de la toalla de su cabeza y sacudiendo su pelo.
Steven entornó su mirada hacia ella sin poder creer que estuviera diciéndolo en serio. Pero a juzgar por su gesto parecía más que dispuesta a hacerlo. Confiaba en que al menos no lo hiciera con el albornoz.
–Si te parece bien… O bien podemos bajar a cenar al restaurante como anoche –sugirió Cat en el preciso instante que descubrió que él parecía contrariado por su invitación.
–Sí, claro.
–En ese caso, ¿te importaría echar un vistazo a la carta y hacer el pedido mientras yo me visto? –le pidió mirándolo con picardía.
–No hay problema. Pero ¿qué te apetece cenar? –preguntó levantando su mirada del menú y volviéndola a centrar en ella para notar cómo el deseo por quitarle el albornoz era más acusado.
–Confío en ti –Cat se mordió el labio antes de desaparecer de vuelta al baño dejando a Steven con cara de no saber si era su subconsciente el que había proyectado la imagen de Cat en albornoz sin nada debajo o de verdad estaba sucediendo. Decidió centrarse en el menú y tomar nota del pedido mientras ella permanecía desnuda a escasos pasos tras la puerta del baño. Sería mejor no imaginarse su cuerpo o le acabaría por dar algo.
Sin duda que Cat no dejaba de sorprenderlo. ¿Qué pretendía con recibirlo en su habitación de hotel vestida con el albornoz? Porque imaginaba que debajo de este no había nada más de ropa y que si deslizaba el cinturón se encontraría con la piel caliente y suave de Cat. Descolgó el auricular del teléfono sobre la mesilla y procedió a pedir un menú variado confiando en que su elección fuera del agrado de Cat.
Caminó por la habitación con las manos en los bolsillos del pantalón y la mirada fija en la moqueta del suelo tratando de centrarse. Pero en cuanto levantaba su mirada de esta y la dejaba suspendida en la puerta del cuarto de baño, infinidad de imágenes del cuerpo de Cat lo asaltaban tensando todo su cuerpo. ¡Maldita fuera, no debió enredarse en aquella locura sabiendo lo que ella había ido a buscar a Stirling! Pero ya era algo tarde para andarse lamentando y reprochando sus actuaciones.
La puerta del cuarto de baño se abrió aumentando los nervios y la tensión en Steven ya que no sabía qué imagen de ella podía tener ahora. Para su tranquilidad, llevaba un pantalón de pijama rojo y una camiseta de manga corta. Se había dejado el pelo suelto, que aunque no era muy largo le rozaba los hombros. Lucía una mirada brillante y una sonrisa risueña bailaba en sus labios.
–Ponte cómodo mientras suben la cena. ¿Qué has pedido? –le preguntó dirigiéndose hacia una de las sillas que había en la habitación sentándose ante la mirada de asombro de Steven.
–Oh, un par de ensaladas, algo de carne… No sabía muy bien qué elegir para ti. Tendrás que confiar en mi intuición –le aseguró encogiéndose de hombros.
–Lo que hayas elegido está bien. No soy muy refinada para comer, que lo sepas. Me amoldo a las situaciones –le dejó claro agitando su mano en el aire delante de él.
–Dime, ¿por qué quieres que cenemos aquí? Conozco unos pocos restaurantes que están muy bien.
–Estoy cansada, eso es todo. Me apetece quedarme aquí relajada.
–Ya –Steven chasqueó la lengua.
El suave golpe en la puerta vino a salvarlo de aquella situación. Steven caminó con paso firme hacia esta y la abrió dejando paso al camarero del hotel que empujaba una camarera con el menú de la cena. Cogió las bandejas y las depositó en la mesa.
–Buen provecho –dijo volviéndose hacia la puerta que Steven se encargó de cerrar.
Al volverse, Cat se había incorporado para echar un vistazo a lo que escondían bajo los recipientes.
–Huele muy bien, la verdad.
–En ese caso, cenemos.
–¿Una botella de vino? –preguntó Cat con un toque irónico y un movimiento de cejas que alertó a Steven.
«¡Por San Andrés! ¿Qué pretende? ¿Está flirteando conmigo?».
Se sentaron a la mesa y procedieron a cenar.
–Dime, ¿te quedan ganas para ir mañana a visitar el monumento de William Wallace o prefieres descansar antes de regresar a Edimburgo? –Steven decidió iniciar una conversación trivial para no pensar en otros asuntos relacionados con ella.
–Oh, bueno… ¿Tú no tienes que ir a librería? –le preguntó confusa por este aspecto–. Tu hermana acabará odiándote. Por no hablar de los entrenamientos con el equipo de rugby de la ciudad.
–Lo cierto es que tal vez debería ir, pero… No te preocupes por el rugby. No tengo obligación de hacerlo.
–En ese caso no hace falta que me acompañes a ver el monumento –se apresuró a dejarle claro queriendo establecer una pequeña barrera entre ellos. Los dos días que había pasado con él habían sido perfectos, y el hecho de haberse besado… Pero si tanto le importaba lo que pudiera llegar a suceder entre ellos, ¿por qué lo había invitado a cenar en su habitación siendo consciente del peligro que ello representaba? Podía haberse limitado a cenar por ahí y después dejar que la acompañara y se acabó. Aquello era de locos.
–¿Has conseguido averiguar algo más sobre tu misteriosa escritora? –le preguntó Steven levantando la mirada del plato.
Cat se limitó a sacudir la cabeza observándolo por el borde de su copa mientras bebía.
–Me temo que regresaré pasado mañana sin mucha información. Casi igual que vine. Y si te soy sincera, ha conseguido más Maggie hablando con la editora de Kathryn en una visita que yo en tres días en Stirling –le confesó algo malhumorada y decepcionada con lo sucedido, y consigo misma.
Steven percibió el enfado y la decepción en el rostro de Cat. Apretó los dientes, furioso por no poderla ayudar. O mejor, por no quererla ayudar. Se estaba comportando de una manera poco caballerosa después de los días compartidos con ella. La verdad, si algún día llegaba a saberlo, Steven estaba convencido de que ella lo odiaría.
–Bueno, tal vez todo se solucione.
Cat lo miró sin poder creer que lo hubiera dicho. Le había sonado a disculpa.
–¿Solucionar? Pienso que la solución final de todo será el cierre de la publicación. Pero es igual, esta noche no me apetece hablar de mis problemas profesionales. ¿Por qué preocuparme ahora por lo que puede llegar a suceder? Ya lo haré cuando llegue el momento, ¿no crees? –resumió arqueando sus cejas y sonriendo sin apartar su mirada de él–. Dime, ¿te encuentras a gusto trabajando con libros?
Steven detuvo la copa a mitad de camino de su boca. Se quedó mirando a Cat por la pregunta y sonrió de manera tímida. Le pareció percibir un brillo diferente en sus ojos, tal vez el alcohol o tal vez el deseo que experimentaba cuando estaba cerca de él.
–Sí, claro. ¿A qué viene esa pregunta?
–Te hacía más relacionado con el deporte en algún sentido. No sé… ¿Tal vez siendo un entrenador? –Sugirió sacudiendo su cabeza y acercándose más a él. De una manera peligrosa, inconsciente tal vez. Sin pararse a pensar en las consecuencias.
Un aroma a jabón perfumado, a limón y algo de vino invadieron los sentidos de Steven cuando ella se acercó. La mesa no era gran cosa, como era de esperar. Y menos si a ella se sentaba alguien de la envergadura de Steven. En ese caso, las distancias se acortaban y el peligro era más cercano.
–Todavía estoy a tiempo de sacarme el título de entrenador. Lo que pretendía era alejarme de lo que representa ser un jugador mediático. Aquí en Stirling me conocen, pero al jugar en un equipo con menores aspiraciones… Me dejan más tranquilo. El día que me canse de jugar lo dejaré del todo. –Su respuesta provocó que Cat abriera los ojos al máximo, que sus cejas formaran un arco perfecto sobre su frente y permaneciera con la boca entreabierta.
–Pero el entrenador de la selección te ha propuesto volver a sentir esas sensaciones por las que dejaste el equipo de la capital y la selección.
–Bueno, es verdad.
–¿Piensas regresar? Ya sé que no es de mi interés, pero… –Cat estaba aturdida por su proximidad a él. Por la forma en la que la miraba. Era consciente de que, si le hacia una señal, por mínima que fuera, acabaría llevándola a la cama.
–No lo sé.
–¿Tu hermana qué opina?
Steven sonrió divertido dejando los cubiertos sobre el plato, apoyando su espalda contra la silla y contemplando a Cat con curiosidad.
–¿Queeeeeé? ¿Por qué me miras y te sonríes? –Cat intuía que algo no iba bien. Lo presentía. Lo percibía en la manera en la que él la contemplaba. Y cuando se acercó hasta ella, Cat no se apartó. Permaneció quieta en la silla, en su posición. No hubo retirada.
–Porque tengo la sensación de estar en una habitación contigo bajo el foco de la una lámpara respondiendo a tu interrogatorio –le resumió con un susurro dejando que su mirada permaneciera clavada en la de ella–. Y me prometí que no volvería a conceder una entrevista sobre mi vida deportiva.
Cat sintió sus ganas de besarla. Se humedeció los labios y deslizó el nudo en su garganta. Estaba nerviosa y expectante a la vez porque era consciente de lo que iba a terminar por suceder. Y, en buena parte, ella lo había provocado porque deseaba que sucediera.
–¿Hay algo más que te hayas prometido no hacer? –La pregunta fue un susurro ya que Cat no era capaz de elevar el tono de sus palabras.
–Ya es demasiado tarde para hacerlo. –La respuesta de Cat no se produjo ya que Steven la estaba cogiendo entre sus brazos y sentándola sobre sus piernas.
Cat se quedó mirándolo a los ojos al tiempo que Steven sonreía pasándole la mano por la mejilla. Sacudió la cabeza mientras el pulgar le acariciaba los labios a Cat. Sintió cómo estos se fruncían, primero dándole un tímido beso y después apoderándose del pulgar. Steven sintió el latigazo en su entrepierna y se apoderó de la boca de Cat fundiéndose en esta. Su lengua buscó la de ella para juntas enlazarse sin perder más tiempo. Humedeció, succionó y mordisqueó aquellos labios tan dulces que destilaban sabor al vino que había bebido volviéndolo más loco de deseo. Hundió su boca en el cuello de Cat, recorriéndolo mientras el aroma de su piel lo embriagaba. La cogió en brazos para llevarla hasta la cama donde la recostó sin dejar de besarla. Cat gemía y ronroneaba como si fuera una gatita a medida que Steven recorría su cuerpo con sus manos. Las deslizó bajo la camiseta donde la piel suave y caliente de Cat las acogió. Ascendieron hasta llegar a sus pechos, donde se ahuecaron para darles cabida. Cat comenzó a sacarle la camisa a Steven, quien se irguió ante ella despojándose él de la misma. Si verlo con ropa era llamativo e impresionante, verlo sin esta dejó sin palabras a Cat. Sus hombros redondos, sus pectorales voluminosos, sus abdominales firmes y sus brazos, donde resaltan sus tatuajes. Le pareció el cuerpo esculpido por algún artista del Renacimiento italiano.
Cat no esperó a pasar sus manos por aquel cuerpo, atraerlo hacia ella para besarlo, acariciarlo y hacerlo suyo. Ambos querían tomarse tiempo para acariciarse, besarse y contemplarse como dos extraños que se conocen por vez primera, pero cuando quisieron darse cuenta, los dos estaban completamente desnudos, tumbados el uno junto al otro. La vorágine de la pasión los había hecho prisioneros sin que ellos se opusieran. Ahora, Steven deslizaba el preservativo por su miembro erecto mientras Cat no cejaba en su empeño por besarlo y excitarlo más todavía. Steven acopló el cuerpo pequeño de Cat al suyo para juntos disfrutar de aquel encuentro. Comenzó a moverla despacio, recreándose en la visión de sus pechos, de sus muslos y de sus caderas, de las que había tomado posesión. Cat se inclinó hacia delante para besarlo, para hundir sus manos entre el pelo de Steven besándolo con ardor. Sus movimientos aumentaron provocando tensión en cada uno de sus músculos hasta llevarlos al orgasmo y sumiéndolos después en la calma. Steven la atrajo hacia él para abrazarla y sentirla contra su cuerpo. ¿Qué había hecho? Aquello no tenía que haber sucedido. Pero… ¿cómo podría haberlo evitado si era lo que más había deseado desde que la conoció? No había puesto ningún impedimento para que sucediera.
Cat apoyó el mentón sobre el pecho de él. Lo contemplaba con un gesto de radiante felicidad al tiempo que una sonrisa bailaba en sus labios. Steven le pasó el dedo por la nariz trazándole su perfil. Por los labios.
–¿En qué piensas? –La pregunta lo cogió algo desprevenido ya que contemplarla a ella era lo máximo que podía hacer en ese momento.
–He contemplado la belleza que hay en esta región en muchas ocasiones. Pero debo confesar que nunca vi nada como la tuya –le aseguró haciendo que Cat se incorporara contemplándolo con el rostro encendido. El temblor sacudía todo su cuerpo y su mirada se había vuelto más luminosa. Sintió una opresión en el estómago a la que no encontró sentido. ¿Se debía al cumplido que acababa de hacerle Steven? Pero…
–Desconocía esa faceta romántica tuya –susurró dejando sus labios entreabiertos y contemplando a Steven como si no lo conociera. Aunque debía admitir que algunas facetas suyas la estaban sorprendiendo… ¡y de qué manera!
–¿Piensas que los chicos del rugby no lo somos? ¿Que tal vez somos unos rudos porque nos enfrentamos unos con otros, derribándonos sobre el terreno de juego? –Steven empleó un tono severo pero cargado de burla y risas que desconcertó más si cabía a Cat.
La pregunta tenía una intención oculta por parte de Steven. Había decidido no confesarle de una manera abierta su secreto a Cat. En vez de ello, intentaría que ella pensara si él sería capaz de escribir una novela romántica.
Cat se incorporó sin perder la sonrisa en sus exquisitos labios. Contempló a Steven mientras una alocada idea se deslizaba en su mente.
–No, es que… me ha sorprendido…
–¿Nunca te han regalado un cumplido?
–Sí… pero… –Sin duda que todo aquello la estaba superando. Steven la rodeó por la cintura atrayéndola con delicadeza hacia él. Cat se dejaba hacer, pues no creía que sirviera de mucho pensar en resistirse a Steven.
–Pero no mirándote a los ojos mientras estás desnuda sobre una cama –le aseguró apartándole algunos mechones de pelo de su rostro con su dedo. Le trazó el contorno de sus cejas, de sus párpados, y deslizó ese dedo hacia el perfil de su rostro memorizándolo a medida que lo recorría.
Cat solo podía suspirar ante aquel despliegue de ternura y delicadeza por parte de Steven. Tal vez su viaje a Stirling hubiera merecido la pena después de todo.
–Eres… –Cat se quedó en silencio de repente buscando la palabra que más se ajustaba a lo que él le parecía. Steven permanecía apoyado contra el cabecero de la cama mientras la sábana le cubría lo justo entre sus piernas, y con ella entre sus brazos. Solo pudo inclinarse hasta que sus labios cubrieron su boca asaltando su interior con efusividad. Steven dejó escapar un leve gruñido del interior mientras Cat se sentaba sobre él sin dejar de besarlo y la excitación y el deseo volvían a arroparlos.
Cuando las primeras luces del día comenzaron a filtrarse por la ventana, Cat llevaba un rato despierta contemplando a Steven dormir a su lado. Se preguntaba cómo era posible que pudiera sentirse tan alegre a pesar de que su investigación para la revista no había dado sus frutos hasta el momento. Ahora no quería pensar en ello. Le restaba un día en Stirling antes de regresar y no sabía qué iba a suceder con ellos.
Si hubiera pensado que su viaje de trabajo acabaría de aquella manera… ¿Qué pensarían las chicas cuando lo supieran? Pensar en las posibles respuestas que le darían le arrancó una nueva sonrisa y hubo de morderse el labio para ahogar su risa y no despertar a Steven. En ese instante pensó que no le importaría quedarse en Stirling y buscar empleo allí si la cosa de la revista se terminaba torciendo. ¿Y Steven? Sin duda que habría que sentarse a hablarlo y dejar las cosas claras para que no hubiera malos entendidos.
De manera lenta comenzó a despertar y al abrir los ojos la decoración de la habitación lo confundió en un primer momento. Volvió el rostro hacia el otro lado al sentir que había alguien junto a él en la cama. Cuando se dio cuenta de lo que sucedía sonrió incorporándose.
–¿Por qué no me has despertado? Acordamos que esta mañana te enseñaría otro de los lugares en los que se ha basado la escritora para sus novelas –le recordó empleando un tono ronco acorde con su estado de somnolencia.
–¿Y perderme el verte dormir?
–Deberíamos levantarnos e irnos. De lo contrario…
–El monumento de Wallace no va a irse a ninguna parte, ¿no crees? ¿Y si antes nos damos una ducha y…? –Cat se acercó hasta él. Hundió su rostro en el cuello de Steven y terminó de comentarle su propuesta provocando las carcajadas en él. Se incorporó de inmediato cogiéndola en brazos dirigiéndose al cuarto de baño entre los gritos y las risas de Cat.
El monumento en honor a William Wallace se alza alto y poderoso a las afueras de Stirling. Cuando Steven y Cat llegaron a este, había ascendido una cuesta rodeada de verdes bosques. Habían decidido ir a pie en vez de coger el autobús ya que de esa manera Cat podría contemplar el paisaje agreste de Stirling. Pero lo que convenció a Steven fue la aclaración que Cat hizo cuando escuchó la palabra autobús.
–¿Autobús? Si es como el que ayer nos llevó a Loch Katrine prefiero el paseo –le dijo con un gesto de temor en su rostro.
Una vez a las puertas del monumento construido en piedra, Steven y Cat contemplaron el valle que se extendía ante ellos. Y algo más lejos Stirling.
–Ven, subamos.
–¿Arriba? –preguntó Cat con un sentimiento de temor al ver la altura del torreón.
–Te perderás las mejores vistas de Stirling y podrás ver con tus propios ojos lo mismo que tu escritora.
–No me la recuerdes –le pidió con un gesto de pocos amigos que a Steven le encogió el estómago. Durante esa mañana había pensado que lo mejor sería confesarle la verdad, sin importarle lo que ello pudiera significar tanto para él como para ella. Pero justo cuando pensaba que el momento era idóneo para hacerlo, sus temores y su egoísmo se lo impedían. Sabía que en el fondo le estaba haciendo daño, pero ya era demasiado tarde tal vez para intentar arreglarlo. ¿Y si nunca lo supiera? Se marchaba al día siguiente a Edimburgo y se le planteaba la pregunta de qué iba a suceder entre ellos. ¿Iban a verse? Bueno, ambas ciudades están a menos de una hora, luego bien podrían verse y pasar algunos días. O fines de semana. De todas formas, ella tampoco había hecho referencias a ello. Esperaría a que ella sacara el tema.
Ascendieron hasta lo más alto del monumento donde el viento soplaba con mayor fuerza pero no era molesto. En su ascensión habían visitado las diversas salas que había relacionadas con la historia de Escocia y con algunos de sus personajes más emblemáticos como el propio Wallace, Robert Burns o Walter Scott. Ahora en lo más alto, Cat se asomó por una de las arcadas para poder contemplar la maravilla que se extendía ante ella.
El valle cubierto de verde brillante tan solo alterado por el transcurso del río Forth haciendo una especie de horquilla. Desde otro lado del monumento, Cat podía observar las colinas y el valle donde tuvo lugar la batalla de Stirling Bridge. Habían visto el puente de piedra de camino al monumento.
–Dime si hay algo más hermoso que estas vistas –comentó Cat lanzando una mirada a Steven.
–Sin duda que lo hay –le aseguró volviendo el rostro de ella para besarla de manera tierna escuchando el gemido ahogado de Cat en sus propios labios.
–Ahora entiendo a Kathryn y a cómo describe estos parajes. Pero una cosa es leer sus descripciones y otra muy distinta verlos in situ. Aunque, la verdad, me quedo con poder contemplarlo yo misma, ¿no crees?
–Sin duda.
Cat desvió la atención de Steven hacia el paisaje del valle y poder memorizarlo en su mente. Quería relajarse y olvidarse de todo. Lo cierto es que Stirling y sus alrededores le habían parecido preciosos, pero no tenían nada que envidiar a la capital. Lanzó una última mirada al valle regado con la sangre de ingleses y escoceses siglos atrás. Se volvió hacia Steven, al que pidió marcharse.
Descendieron del monumento de Wallace y regresaron a Stirling para pasar el resto del día. Por la noche, cenaron en un restaurante cercano al hotel hasta que se quedaron solos con una botella de vino. Cat pasaba sus dedos por el borde de la copa dejando su mirada fija en esta. Pensaba en la manera de encarar la situación que se abría ante ella al día siguiente. Quería saber qué iba a suceder entre ellos ya que Cat no era alguien que se fuera acostando por ahí con cualquier tío que se ponía delante. No. Había surgido algo entre Steven y ella, o al menos eso pensaba.
–Mi aventura en Stirling concluye sin que haya logrado nada.
–¿Nada? –le preguntó Steven captando toda su atención. Se quedó callado y pensativo contemplándola sin entenderla.
–Vine a Stirling dispuesta a desenmascarar a Kathryn McGovern y me marcho como vine –le aseguró con ironía.
–Lamento escucharte decirlo. Eso quiere decir que he sido un pésimo anfitrión –le aseguró sonriendo irónico.
–Oh, no. No me refiero al tiempo que hemos compartido –Cat sacudió la mano delante de ella para dejarle claro a Steven que no se refería a ellos–. Has hecho algo prodigioso. Me lo he pasado muy bien contigo. Me refería a mi trabajo.
–Bueno, algo más sabes. Has visitado los lugares que ella describe en sus novelas. Sabes que Kathryn es un seudónimo…
–Sí, sí. Pero lo principal es su identidad.
–Tal vez nunca llegues a saberlo. ¿Has considerado esa posibilidad?
–Claro. Por supuesto que se me ha pasado por la cabeza. ¡No soy estúpida! –rebatió ofuscada por lo que él acababa de decirle.
–No pretendía hacer que te sintieras mal, Cat. Pero es algo que debes considerar.
–Tampoco creo que saber la verdadera identidad de una escritora vaya a suponer una inyección de prestigio a la revista o me ayude a mantener mi trabajo.
–Si necesitas alguna cosa dímelo y miraré aquí en Stirling…
–De momento prefiero permanecer en la capital a esperar acontecimientos. Eso me plantea otra cuestión, ¿qué hay entre nosotros, Steven? Hemos pasado tres días formidables, ya te lo he dicho –comenzó explicando, comprobando cómo él la escuchaba con atención–, pero mi vida está en Edimburgo, ya lo sabes. Y tú tienes aquí a tu hermana y tu negocio.
–No creo que por ahora sea aconsejable que tú te quedes aquí o yo me mude a Edimburgo –le explicó provocando una extraña sensación en Cat. No es que esperara que él la acompañara por tan solo tres días que habían compartido. No. Pero esperaba algo más, tal vez.
–Podríamos mantener el contacto –le sugirió esperando ver su reacción.
–Sí, claro. Además, estamos a menos de una hora de distancia. Podemos vernos los fines de semana.
Cat asintió sin estar convencida de que en realidad aquello fuera a pasar. Tampoco creía que el hecho de haberse acostado y compartido algunas vivencias fuera a dar para mucho más.
–Está bien.
–El próximo sábado puedo ir a visitarte a Edimburgo. ¿Qué te parece?
–Sí, claro. Podemos pasar el día allí. Y contarnos qué tal ha ido la semana.
Steven asintió siendo consciente de lo que supondría estar separados en distintas ciudades. Ni creía que fuera a echar de menos a Cat. No sentía por ella algo más que una atracción. Le caía bien, pero representaba un peligro para su secreto. Y aunque quería creer en ella y en su buena predisposición y voluntad en su trabajo, Steven no se fiaba de la prensa después de lo vivido tiempo atrás. Recelaba de los periodistas y esa opinión no parecía que fuera a cambiar por Cat.
–Mañana a estas horas estaré disfrutando de una pinta de cerveza en Deacon’s Brodie con mis amigos. Nos contaremos lo que ha sucedido en estos tres días. Luego volveré a mi apartamento en las afueras y a la revista para conocer los últimos movimientos –resumió con una mezcla de ironía y nostalgia que no pasó desapercibida para Steven.
–Creo que deberíamos marcharnos. La dueña nos ha lanzado un par de miradas muy reveladoras. Es tarde y…
–Sí, es mejor marcharnos. Mañana tengo que madrugar para coger el autobús –le confesó levantándose de la silla y caminando hacia la puerta sin esperarlo. ¿Estaba dolida por algo que hubiera sucedido? ¿O más bien se trataba de que ella prefería alejarse de él cuanto antes?
Cat no le invitó a subir a su habitación. Steven respetó esta decisión ya que pensaba que tal vez Cat no quería prolongar más algo que ninguno de los dos sabía qué depararía. Habían quedado en verse el fin de semana próximo, pero la vida da muchas vueltas y tal vez llegado el momento ninguno de los dos sentiría ganas de verse, o tal vez sí.
–Es mejor que suba. Me ha encantado conocerte, Steven –le confesó depositando un suave beso en sus labios. Un leve roce que sacudió sin embargo el cuerpo de ambos. Steven intentó retenerla. Dejó que sus manos se posaran en la cintura de Cat y ella se estremeció. Se miraron de manera fija e intensa una última vez.
–Esperaré a verte el sábado –le aseguró Steven sintiéndose extraño en esa situación. No sabía si cumpliría su palabra pues siempre que le había prometido a una mujer que volvería a llamarla nunca lo había hecho. Cuando estaba en la cima de su carrera deportiva nunca le habían faltado admiradoras dispuestas a todo con él.
–Llámame antes de ir. Por si estoy trabajando, ya sabes.
–Lo haré, Cat.
Cat se volvió para enfilar la entrada del hotel dejando a Steven allí clavado observándola desaparecer tras la puerta. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y emprendió su camino a casa con una sensación de vacío. Sentía la atracción por Cat, no iba a negarlo. Pero al mismo tiempo sabía que se le pasaría una vez que hubieran transcurrido un par de días y se hubiera centrado en su trabajo en la librería con su hermana. Así de sencillo. Lo que le sucedía era ni más ni menos que el simple hecho de haber conocido a una mujer inteligente y perspicaz que podría dar al traste con su secreto. No parecía muy convencido del todo de que Cat no llegara a saber que él se dedicaba a escribir novelas. Le daba la impresión de que no dejaría su investigación hasta dar con la identidad de Kathryn McGovern, y él debería estar preparado para cuando llegara ese momento porque estaba convencido de que ella no le perdonaría que no se lo hubiera contado después de los tres días compartidos juntos.
Cat se sentó en la cama durante unos segundos en los que pensaba en por qué había besado a Steven. ¿Había sido un impulso? ¿Un deseo? No sabía. Lo que sí tenía claro era que no quería pasar esa última noche con él. No es que no lo deseara, es que no creía que fuera lo mejor. No se fiaba de ella misma y podía suceder que por la mañana le costara más despedirse de él. No podía negar que Steven le gustaba. En todo momento se había mostrado atento, servicial, dispuesto a ayudarla… Si a ello le añadía que tenía un cuerpo de infarto, pues no había más que decir. Se había acostado con él porque le había apetecido en ese instante y, como no sabía lo que le deparaba el futuro, había preferido dejarlo ahí y no darle más cuerda.
Haría la maleta y se metería en la cama. Solo esperaba que no empezara a darle vueltas y más vueltas a que su investigación había resultado ser un fracaso después de todo. Y que tal vez se había dejado llevar más por la atracción que sentía por Steven que por su verdadero propósito en Stirling. ¿Habría hecho lo mismo si él hubiera sido un viejecito adorable? ¿O alguien que no hiciera que las mujeres se quedaran mirándolo cuando pasaba junto a ellas? Fuera lo que fuera, ya no podía dar marcha atrás. Al día siguiente temprano regresaría a casa y seguiría su investigación por otros cauces. Esperaba que sus amigos hubieran podido averiguar algo que le sirviera para continuar o, de lo contrario, el tema de Kathryn McGovern no daría para más.
Y en cuanto a Steven… Bueno, no se creía del todo que fuera a visitarla a Edimburgo. Que hubieran follado una noche no significaba que fueran a perder la cabeza el uno por el otro. Ni que de repente se fueran a echar de menos hasta el punto de llamarse a todas horas como una pareja. No. Pero tampoco cerraría la puerta del todo, no fuera a ser que al final el destino le jugara una mala pasada. Recordó cómo sus amigas habían encontrado a sus actuales parejas: Eileen fue la primera, cuando con un tropezón le tiró a Javier la bandeja de pintas de cerveza por encima. Fiona se llevó a su casa a Fabrizzio, sin saber que él había llegado de Florencia para echarle una mano en su exposición de arte italiano. ¿Quién le podía asegurar que de aquellas inesperadas situaciones ahora hubiera dos parejas estables? El destino era demasiado caprichoso como para tomárselo a broma o ignorarlo.
Ahora, sentada en el autobús de regreso a Edimburgo, Cat se preguntaba qué sorpresas le tendría el destino.