Edimburgo, días después
–Entonces no has conseguido gran cosa. Bueno, era de esperar dado el secretismo con el que trata el tema la editorial y su editora. Y eso que es amiga mía –comentó Maggie frunciendo sus labios en una mueca irónica. Cat permanecía sentada frente a ella escuchando sus reflexiones al respecto–. Estoy pensando que le den a Kathryn McGovern. Que se quede en su mundo con sus secretos. Total, tampoco estoy segura de que un reportaje con ella pudiera subir las ventas de la publicación –concluyó entrelazando sus dedos y apoyando los codos en la mesa mirando a Cat con determinación.
–Es algo que siempre he tenido en cuenta –comentó provocando en Maggie un leve quejido de sorpresa–. Me refiero a que, si las ventas de la publicación han caído porque la revista no ofrece contenidos atractivos al lector, tampoco creo que averiguar la identidad de la escritora del momento nos vaya a hacer ricos.
–Ya, pero los de arriba piensan que con una serie de artículos de ese estilo remontaremos el vuelo –le aclaró abriendo sus ojos hasta su máxima expresión–. Deberías centrarte en otro asunto. Por ejemplo, ahora que comienza el Festival…
–No –le interrumpió Cat de manera tajante y autoritaria mirando a su jefa y amiga, quien por otro lado se quedó petrificada al escucharla–. No voy a renunciar a este trabajo de investigación. No y no. Pienso averiguar quién es Kathryn McGovern, aunque lo haga en mi tiempo libre.
–Me parece bien tu determinación, pero ten en cuenta que tal vez nunca se llegue a saber.
–No estoy tan segura.
–¿Ah, no? ¿Y qué piensas hacer? ¿Amenazar a la editora para que confiese? –le preguntó Maggie con una sonrisa irónica.
–Seguiré investigando por mi cuenta, ya te lo he dicho.
–Siempre y cuando te centres en un buen trabajo sobre el Festival que comienza este fin de semana.
Cat se quedó inmóvil al darse cuenta de que el Festival arrancaba ese sábado. Y se suponía que había quedado con Steven… Bueno, tampoco era una tragedia. Si venía a verla podían caminar por la Royal Mile disfrutando del ambiente del Festival que se respiraba.
–Por cierto, ¿qué tal con Steven Sinclair?, ¿eh? –La pregunta cogió desprevenida a Cat, quien, pese a estar pensando en él, no se esperaba la pregunta de Maggie. Ni mucho menos su mirada elocuente.
–Muy atento conmigo. Podría haberle hecho una entrevista –bromeó Cat recordando su pequeño interrogatorio en algunos de los momentos que compartieron.
–Sí, la verdad es que hubiera sido una buena idea –asintió Maggie en un principio para a continuación rechazar esa idea de plano–. Pero no hubiera querido.
–Ya me di cuenta de que tiene algo de manía a la prensa.
–Sí, no es el único, pero él no parece llevarse bien con los periodistas. No desde el altercado que tuvo con una revista sensacionalista.
–¿Revista sensacionalista? ¿Altercado? Pensaba que Steven era más de salir en la prensa deportiva que en la prensa amarilla.
–Sí, pero al parecer también fue objetivo de esta prensa durante algún tiempo.
–No lo sabía. ¿Y lo del altercado? La verdad, viéndolo en persona uno se lo tendría que pensar dos veces para enfadarlo –le comentó sonriendo por este comentario, aunque en su mente recordaba que, pese a su apariencia, en ciertos momentos había sido tierno, delicado y muy amable. Cat experimentó un ligero temblor en sus piernas que fue abriéndose camino a marchas forzadas por estas hasta invadir todo su cuerpo y erizarle la piel. Recordar a Steven junto a ella en la cama le ponía el vello de punta.
–Oh, bueno, fue muy sonado. No me puedo creer que no te enteraras.
–El deporte nunca ha sido mi fuerte. Y el rugby menos –le aclaró mirando a Maggie como si no lo supiera a estas alturas.
–Se publicaron unas fotos de él y algunos miembros del equipo tras ganar la liga. Su comportamiento no era el más respetable, pero también hay que entender que celebraban su éxito. Imagina a un grupo de hombres como ellos –dijo Maggie abriendo sus brazos para darle a entender a Cat lo que ella ya había comprobado en sus propias carnes, y nunca mejor dicho– una noche de fiesta. Unas pintas de más, mujeres atractivas.
–Deduzco que a Steven no le gustó salir en las fotos.
–Alegó en su defensa que los fotógrafos habían invadido su intimidad. Que estaba celebrando un título en compañía de sus amigos y «amigas», y que nadie tenía derecho a sacarle fotos de lo que hacía.
–¿Tan grave fue la cosa?
–Ya lo creo. Steven cogió la cámara de un fotógrafo y puedes imaginar lo que le hizo. Desde ese momento se muestra muy reacio a conceder entrevistas.
–Dímelo a mí. Me paró los pies, en broma, a medida que intentaba conocerlo.
–Desde ese día se retiró a Stirling donde vive con su hermana. Vaya, ¿qué me estás contado? –preguntó Maggie con gesto de sorpresa.
–Lo que oyes. Y a su hermana la conocí de pasada cuando entré en su librería.
–¿Trabaja en una librería? Desconocía esa faceta suya. Pensé que estaría relacionado con el rugby en Stirling –comentó Maggie desconcertada por esta información.
–Juega por diversión en el equipo local. Pero su fuerte es la librería.
–No conocerá a Kathryn, ¿verdad? –le preguntó Maggie empleando un tono de sorna.
–No en persona, pero sí su obra. Es más, me llevó a los sitios donde la escritora ha basado sus novelas.
–Umm, todo un detalle.
–Parecía conocer muy bien sus novelas. Las cuatro.
Maggie se mordió el labio meditando aquella información que, aunque poco creíble en alguien como Steven Sinclair, no dejaba de ser curiosa e interesante.
–¿A qué viene esa cara? –preguntó Cat algo confusa por la reacción de Maggie.
–Steven tiene una librería. Conoce la obra de Kathryn, tanto como para llevarte a los lugares en los que la escritora sitúa sus tramas.
Cat entornó la mirada hacia Maggie.
–¿A dónde quieres llegar?
–Al mismo tiempo, Steven es reacio a la prensa desde su etapa como jugador de rugby por lo que te acabo de contar. Es celoso de su intimidad. Lo mismo que Kathryn. Y, por último, Rhonda me comentó que Kathryn es un seudónimo y que no podía revelarme el nombre auténtico bajo el que se esconde la persona de ninguna manera. Ahora tómate tu tiempo y piensa con detenimiento en todo ello –le pidió Maggie mirando a Cat con los ojos entrecerrados y un tono bastante sugerente.
–Ya lo he hecho.
–¿Y? –Las cejas de Maggie formaron un arco de clara expectación.
–Una auténtica gilipollez lo que acabas de sugerirme.
–Sí, a mí también me cuesta creerlo, pero no dejaría de ser curioso. ¿No crees?
Cat frunció los labios al tiempo que sacudía su cabeza.
–Steven puede ser muchas cosas, pero… ¿escribir novelas románticas? –le preguntó a Maggie sin que ella misma pudiera creerlo.
–¿Y qué me dices de su hermana?
–No hablé a penas con ella. Y Steven no me ha comentado nada. Pero ¿por qué piensas que podría ser alguno de los dos? Puede ser cualquier persona.
–Lo sé. Pero ambos están relacionados de alguna manera con la literatura.
–Que tengan una librería no significa nada. Tal vez la tal Kathryn ni siquiera tenga nada que ver con la literatura salvo porque le gusta escribir y ha dado con la clave para tener éxito.
–Estaría bien que siguieras por ahí, ya que te has propuesto averiguar la verdadera identidad de la escritora.
–Y lo haré.
–Sí, pero céntrate en hacer un buen trabajo para el Festival, no lo olvides. Que Kathryn no te robe el sueño. ¿Querrás?
Cat asintió convencida de que ello no sucedería. Le dedicaría su tiempo, pero tampoco era una prioridad absoluta ni iba a obsesionarse con ello.
–Me daré de plazo un par de semanas. No más. Si no he logrado descubrir su identidad, lo dejaré –le propuso de manera tajante y firme.
–De acuerdo. Dos semanas. Después de las cuales tendrás que presentarme a Kathryn o abandonarlo.
Cat sonrió convencida de que en dos semanas podría encontrar alguna pista más que le condujera hasta la afamada escritora. Era cuestión de sentarse con la información que ya disponía y empezar a establecer conexiones. Porque estaba convencida de que algo se le escapaba. De que estaba ahí pero todavía no había conseguido encontrarlo. Tal vez debería regresar a Stirling y ser un poco más incisiva. Más agresiva en su búsqueda. Reconocía que la presencia de Steven había sido de lo más agradable que había tenido y de que su labor había sido encomiable al acompañarla a visitar los lugares más emblemáticos de Stirling. Pero también era cierto que en ocasiones le había restado concentración ya que estaba más pendiente de él y de las emociones que despertaba en ella que de la investigación. Pero ¿cómo iba a regresar a Stirling sin decírselo? Tendría que esperar a ver qué salía de toda la información que poseía.
Hacía un par de días que Cat se había marchado, pero Steven no dejaba de sentirse extraño. Tenía la sensación de que le faltaba algo. Y era Cat. Sí. En sus horas libres y no tanto, él se había limitado a acompañarla a todas partes, comer y cenar con ella. Y también acostarse, pero este tema carecía de importancia. Era más la compañía de ella la que echaba de menos. Ese tiempo compartido juntos y que ahora no sabía cómo llenar en su ausencia. Pensaba con detenimiento todo lo que le estaba sucediendo y no le gustaba en demasía esa ligera dependencia que parecía que se había forjado con Cat. Creía que pasados unos días se olvidaría de ella como en tantas otras ocasiones le había sucedido al conocer a una mujer. Pero en esta ocasión había algo diferente. Tal vez el hecho de que no se hubiera presentado preguntando por él. Por su anterior etapa como jugador de rugby. O tal vez preguntando por su relación con la prensa y los escándalos en los que se vio envuelto. No. Nada de eso. No le interesaba él como figura mediática, sino su secreto. Eso lo había descolocado desde el primer momento que Cat apareció en la librería. Y ahora no sabía qué coño hacer.
Llevaba más de cinco minutos con su móvil en la mano observándolo en silencio.
–¿Esperas alguna llamada? –La voz suave y melodiosa de su hermana Rowena se filtró en su mente provocándole un ligero sobresalto–. Ya sé que no es cosa mía, pero llevas un buen rato en esa posición.
Steven inspiró hondo haciendo que su pecho adquiriera más volumen y que las aletas de su nariz temblaran. Apretó sus labios hasta convertirlos en una delgada línea mientras observaba a su hermana.
–¿De tu editora? –Se aventuró a sugerirle antes de tocar el tema de su nueva conquista que se había marchado de regreso a Edimburgo.
–No, no.
–¿Entonces es de ella? ¿O estás pensando en llamarla tú? –Las preguntas adquirieron un tono de curiosidad, pero también de ironía. Rowena llevaba dos días observando con atención a su hermano y podía asegurar que no era el mismo que cuando estaba allí la periodista de Edimburgo.
–¿Qué? ¿De quién me estás hablando?
–¿De quién va a ser? De tu amiga la periodista. ¿Qué te sucede con ella? Parece que la echaras de menos –le dijo sonriendo burlona por este comentario.
–¿Echar de menos? ¿A qué viene esa tontería? –le preguntó Steven algo ofuscado, pero más porque en verdad así se sentía que porque su hermana lo hubiera descubierto.
–Viene a que no eres el mismo hermano que hace días, cuando Cat estaba rondando por Stirling. A mí puedes contármelo. Soy tu hermana.
–No la echo de menos. ¿Cómo puedo echar de menos a una mujer con la que he pasado tres días? –La pregunta tenía un toque de incredulidad que sorprendió a Rowena. Se cruzó de brazos contemplando a su hermano con la mirada entornada.
–Con la que te has acostado. Luego deduzco que tenías un especial interés por ella. ¿Lo sigues teniendo?
–Cat es una mujer atractiva, inteligente y decidida que sabe lo que quiere en todo momento y…
–¿Y tú? ¿Lo sabes? –Steven abrió la boca para rebatir el comentario de su hermana, pero al parecer se quedó sin palabras–. ¿Es por lo de tu otro yo?
–No quiero tener a cientos de periodistas rondando la librería. Ni mi casa. Ese tema está zanjado.
–Eso ya lo has dicho otras veces. ¿Y sabes? Creo que ha llegado el momento de cambiar de excusa y enfrentarte a ellos.
–Sabes de sobra que no quiero saber nada de la prensa.
–Bien, pero estoy segura de que, si le hubieses contado la situación a Cat, ella te habría entendido.
–Y se habría ido corriendo a su editora a contarle la verdad de Kathryn McGovern –le rebatió señalando hacia la puerta de la librería.
–¿Me estás diciendo que se aprovecharía de la situación? Te basas en suposiciones, Steven.
–Oh, venga ya –exclamó sacudiendo la mano en el aire delante de él–. Depende de este artículo para mantener su puesto en la revista. O al menos es lo que me ha contado. ¿Crees que no saldría corriendo de vuelta a Edimburgo para contárselo a su editora? Al día siguiente todo el mundo lo sabría.
–Bueno, es cierto que la revista para la que escribe atraviesa una mala situación financiera. Ha salido publicado en los periódicos –le recordó encogiéndose de hombros–. De manera que no creo que ella se lo haya inventado para acercarse a ti. Además, ha venido de manera directa preguntando por Kathryn. No te ha ocultado sus intenciones en ningún momento. Pero tampoco creo que sea la clase de persona que tú crees.
Steven seguía contemplando a su hermana, ahora con las manos abiertas y apoyadas en las caderas. Su ceño estaba fruncido, su boca se había convertido en una delgada línea apretada y Rowena podía darse cuenta de cómo su respiración se había agitado haciendo subir y bajar su pecho.
–¿Sabes cuál es tu problema, Steven? –le preguntó su hermana avanzando hacia él sin temor a su reacción ya que sabía que él respetaba mucho sus opiniones. Y siempre las tenía en cuenta, aunque le repateara tener que darle la razón. Sintió una mirada fija en ella sin aliviar la tensión sobre su ceño–. No confías en nadie. Y piensas que todo el mundo es igual. Has metido a Cat en el mismo saco que al resto de los periodistas que en su día publicaron lo que publicaron. Te pones a la defensiva en cuanto ves a uno de ellos. Y no te falta razón, pero…
–¿Piensas que la he catalogado como a quienes publicaron aquellas fotografías? –le preguntó sacudiendo la cabeza con incredulidad–. He pasado tres días con ella y…
–Te repito que te has acostado con ella –le interrumpió mostrando su ironía.
–Sí, me acosté con Cat, pero déjame decirte que ella…
–¿Ahora vas a soltarme que fue ella quien te sedujo?
Había cierto toque burlón en el comentario de su hermana, así como en el tono.
–Olvídalo.
–Tienes miedo, Steven.
–¿Miedo? ¿A qué, si puede saberse? –Se volvió para encararse con su hermana ante aquella afirmación tan rotunda.
–A darte cuenta de que te puedes estar equivocando con Cat. A depositar tu confianza en una mujer. A sentir algo por ella aunque hayan sido tres días. Pero es posible que estos días hayan sido más intensos que si llevaras años con ella. –Estas últimas palabras se acercaron a un susurro y Steven apretó los dientes y cerró los ojos sin querer saber más. Por suerte, en ese momento la puerta de la librería se abrió–. Salvado por la campana. Por ahora…
Steven lanzó una última mirada a su hermana. Todavía tenía el teléfono en su mano y no sabía en verdad lo que tenía que hacer. De manera que lo dejó debajo del mostrador para mejor ocasión. Tenía que pensar si debía llamar a Cat o dejarlo estar. Por mucho que pretendiera evitarlo, su hermana tenía razón. Siempre la tenía. ¿De verdad no confiaba en Cat? ¿Creía que lo que buscaba era aprovecharse de él? Había prometido ir a verla el fin de semana y todavía faltaban tres días. Tres días en los que decidir si quería arriesgarse a conocerla en serio.
Cat y Eileen tomaban café en la planta superior de un centro comercial. Eileen la había llamado para comentarle algunos asuntos sobre Kathryn, lo cual había encendido todas las alarmas en Cat. Ahora, sentadas una frente a la otra, Eileen le contaba lo poco que había logrado averiguar.
–La verdad es que apenas sí hay información al respecto de esa escritora.
–¡Qué me vas a contar! –exclamó una Cat resignada–. Además, Kathryn es un seudónimo, ni siquiera es su nombre real.
–Eso es lo que lo que he conseguido averiguar en Internet. McGovern no es un apellido escocés, esto es, no he encontrado ningún clan que lo llevara. Luego deduzco que es un invento.
–Eso refuerza la teoría de que estamos tratando con un seudónimo.
–El hecho de que su identidad se mantenga oculta puede deberse a infinidad de motivos.
–Alguien que no quiera tratar con la prensa, por ejemplo.
–Porque haya tenido algún choque con esta –precisó Elieen dejando a Cat pensativa por unos segundos–. ¿Qué te sucede? ¿A qué ha venido entrecerrar los ojos y sacudir la cabeza?
–No, es que se me ha ocurrido una idea absurda –respondió Cat restando importancia–. No podía ser.
–No deberías descartar ninguna por muy absurda que pueda parecerte.
–Pensaba en Steven Sinclair y en…
–¿El capitán de la selección de rugby? ¿Lo conoces? –preguntó Eileen algo entusiasmada con esa noticia.
–Sí, vive en Stirling. Tiene una librería junto a su hermana. Me ha estado echando una mano con la investigación.
–¿A dónde dices que te ha metido mano? –La pregunta fue subiendo de volumen a medida que Fiona se acercaba a ellas dos mirando por encima de sus gafas a Cat.
–No empieces, Fiona –le paró Cat esgrimiendo un dedo delante de ella–. Nadie ha hablado aquí de que me hayan metido mano.
–Eso es lo que tú dices, pero apuesto mi moto a que entre Steven y tú ha habido tema –insistió esbozando una sonrisa pérfida.
–No hagas caso a Fiona y sigue. ¿Qué me decías? –preguntó Eileen volviendo a retomar el hilo de la conversación.
–¿Lo has escuchado?
–Solo la parte en la que hablabas de un tal Steven y que te había echado…
–Le contaba a Eileen que Steven ha sido muy amable conmigo y que…
–¿Cuánto de amable? –La interrupción de Fiona arqueando su ceja con suspicacia obligó a Cat a poner los ojos en blanco y sonreír de manera reveladora–. ¿Lo estás viendo? ¡Se lo ha tirado! –aseguró Fiona mirando a Eileen y señalando a Cat.
–¿Te has acostado con Steven? –inquirió Eileen entornando su mirada hacia su amiga, quien trataba de ocultar lo que los recuerdos de Steven y ella en la cama le provocaban.
–Vale, vale. Soy una mujer libre. Puedo hacer lo que me apetezca –les dijo con cierto retintín en su tono–. La cosa surgió y…
–Lo sabía. Sabía que si apostaba mi moto no la perdería –asintió esbozando una sonrisa irónica–. ¿Piensas volver a verle? ¿Regresarás a Stirling o vendrá él a Edimburgo? ¿Una relación a distancia o solo se ha tratado de echar un polvo? –Fiona comenzó a acosarla a preguntas sin que Cat fuera capaz siquiera de digerirlas y poderlas responder.
–¿No crees que piensas demasiado rápido? –El tono de su pregunta y la mirada que le regaló le hicieron pensar a Fiona que algo le había molestado a su amiga. ¿Tal vez el hecho de tenerse que volver de Stirling?
–Solo nos interesamos por ti, ¿verdad? –Fiona centró su atención en Eileen buscando su apoyo ante aquella situación.
–No hemos quedado en nada, salvo que tal vez nos veamos este sábado –le confesó sin poder desterrar del todo ese pequeño sentimiento de duda que todavía le quedaba. No estaba segura de que Steven se presentara allí a verla.
–Eso es un comienzo –asintió Fiona volviendo a mirar a Eileen buscando su apoyo.
–¿Un comienzo? ¿De qué? En serio, ¿pensáis que entre Steven y yo puede llegar a haber algo?
–Por la manera en la que lo preguntas tú, no –señaló Eileen frunciendo sus labios en una mueca de disgusto.
–¡Por favor, chicas, han sido tres días! –quiso hacerles ver Cat–. No ha sido…
–Pero al parecer esos tres días te han cundido, y mucho –apuntó Fiona con su habitual toque irónico.
–Si ni siquiera he logrado obtener información sobre Kathryn para mi trabajo –les expuso irritada con este hecho.
–No me extraña lo más mínimo si lo has pasado con Steven –apuntó Eileen tratando de morderse la lengua, pero sus deseos por saber algo más de lo sucedido podían con ella.
–Cierto. Ese ha sido el problema –le dio Cat la razón mirando a su amiga sin abandonar su estado de enfado.
–Bueno, bien mirado… –Fiona entornó la mirada hacia su amiga tratando de que no se sintiera culpable por no haberse centrado en su trabajo de investigación.
–Steven sabía lo justo sobre Kathryn. Y por otra parte… No me ha dejado apenas tiempo para investigar por mi cuenta –les expuso como si estuviera justificándose ante sus amigas.
–¿Ah, sí? Vaya, no me imaginaba al gran capitán charlando de novela romántica –señaló Eileen sorprendida por este hecho.
–Un momento. ¿Habláis de Steven Sinclair, el jugador de rugby? –interrumpió Fiona algo descolocada por la conversación.
–Del mismo –asintieron a la par Cat y Eileen, al tiempo que Fiona vocalizaba con sus labios una expresión de consabida sorpresa.
–Pues así fue. Steven sabe de romántica.
–Entre otras muchas cosas –apostilló Fiona moviendo sus cejas con celeridad.
–Por cierto, ¿cómo reaccionó al saber que eras periodista? Te lo pregunto porque imagino que estarás al tanto de sus problemillas con la prensa sensacionalista –señaló Eileen interesada en este hecho.
–Hace años que no concede una entrevista –apuntó Fiona con gesto serio–. No desde lo que sucedió entonces con aquella famosa fiesta…
–Sí, algo de eso sé. Pero no he investigado a fondo este tema.
–Pues te conviene hacerlo para estar prevenida –señaló Eileen recordando aquel suceso.
–En cuanto le conté lo que hacía en Stirling se mostró contrariado. Le sorprendió que me interesara por Kathryn McGovern.
–Lógico. Yo también lo haría si me preguntaran. Imagina que ha sido un icono del rugby. Que le preguntaras por una escritora romántica debió de sonarle a chino, poco menos –Fiona sonrió burlona imaginando la escena.
–Pues no creas que del todo –comentó Cat y sus dos amigas no apartaban la atención de ella–. Parece un entendido de la escritora.
–Deberías echar un vistazo a su historial con la prensa sensacionalista. No tiene desperdicio. No me extraña que se haya alejado de todo y no quiera saber nada del mundo. Yo también lo haría. Me recluiría en mi casa y no daría pie a especulaciones y demás –señaló Eileen mirando a sus dos amigas–. Por cierto, ¿te has dado cuenta de las similitudes que tu escritora y Steven comparten? –le hizo saber Eileen de forma natural mirándola mientras cogía la taza de café.
Cat frunció el ceño contrariada por aquel comentario tan inesperado y tan inverosímil.
–¿No estarás sugiriendo que Steven y Kathryn son la misma persona? –preguntó Fiona igual de sorprendida que Cat escuchando la teoría de Eileen.
–Pues deberías prestar atención a los rasgos en común. Son más que interesantes.
–Venga, Eileen, ¿un tío como Steven escribiendo historias de amor? ¿A dónde quieres ir a parar? –le preguntó Fiona mirando a su amiga como si no la conociera.
–Es una posibilidad que me ha surgido de repente –aclaró Eileen encogiéndose de hombros–. Solo digo que ambos coinciden en algunos aspectos. Son de Stirling, conocen los lugares que salen en las novelas, ambos viven algo alejados de la prensa, esto es, prefieren mantenerla alejada de sus vidas, Steven tiene una librería, lo cual lo relaciona con la literatura.
–Sí, vale. Pero ¿en serio crees que un tío como Steven Sinclair puede escribir historias de amor? –preguntó Fiona aturdida por aquellas suposiciones.
–¿Por qué no?
–Porque… ¡Es un tío, joder! Los hombres no leen romántica. Y mucho menos la escriben –señaló Fiona convencida de sus palabras.
–Tú lo has dicho –apuntó Eileen esgrimiendo una sonrisa de triunfo mientras Fiona la contemplaba como si estuviera loca–. Por eso no crees que Steven pudiera ser Kathryn. ¿Tú qué opinas? Tú has estado estos días con él –insistió Eileen mirando a Cat.
–No estoy segura de que él pudiera ser Kathryn.
–Pues claro que no –intervino Fiona–. No me cuadra.
–Ya, ni tú podías imaginar que, cuando te llevaste a Fabrizzio a la cama, no solo no sabías que fuera el director de la galería más importante de Florencia, ni que acabaría siendo tu pareja –le recordó Eileen con ironía esperando que Fiona la rebatiera.
–No. No lo esperaba. Pero tú pretendes hacernos creer que Kathryn y el capitán de la selección escocesa de rugby son una misma persona…
–En los siglos pasados las mujeres optaban por utilizar seudónimos masculinos para adentrarse en el camino de la literatura. E incluso J.K. Rowling lo ha hecho para su última novela adoptando un nombre masculino, Robert Galbraith. ¿Qué me dices de Charlotte Bronte, que firmaba como Currer Bell? O Mary Ann Evans como George Sand, por citar algunos ejemplos. Hay muchos más casos en la historia de la literatura universal –explicó Eileen mirando a sus dos amigas y sembrando la duda en ambas.
Cat sacudió la cabeza levantando las manos en señal de rendición.
–De acuerdo. Tienes razón. Creo que investigaré tu propuesta a ver qué da de sí.
–Creo que adelantarías más preguntándoselo de manera directa a Steven. Tal vez después de hacer el amor. Lo pillas relajado, con la guardia baja, y entonces puedes sacarle la verdad –apostó Fiona sonriendo con malicia, ante lo que sus dos amigas pusieron sus ojos en blanco sin poder creer que estaba hablando en serio–. Por cierto, me marcho que he quedado en pasar por el museo. Espero que tengas suerte, Sherlock –le deseó a Cat guiñándole un ojo en complicidad y dejando que sus labios se curvaran en una sonrisa juguetona.
Cat permaneció pensativa en silencio durante unos segundos. Eileen, por su parte, se limitaba a observarla. Sabía que su propuesta no era del todo alocada ya que había pruebas suficientes a lo largo de la historia de la literatura que apoyaban su tesis.
–Si es cierto lo que dices y descubro que Steven es Kathryn, ya puede tener una buena explicación para haberme tomado el pelo como lo ha hecho –comentó entrecerrando sus ojos y mirando a su amiga con un gesto nada agradable en su rostro.
–No creo que se haya estado burlando de ti si en verdad él es Kathryn McGovern. No olvides que su relación con la prensa no es muy amistosa. Deberías echar un vistazo a lo que se publicó de él en su día. –La sugerencia de Eileen no había conseguido borrar del todo el pensamiento de Cat acerca de que Steven podría haberse estado riendo de ella en sus narices. Confiaba en que Eileen estuviera equivocada por el bien de Steven.
A solas en su apartamento, Cat desplegaba sobre su tablón de notas diversos pósits con nombres escritos. Los fue colocando de tal forma que pudiera tener una visión amplia de ellos. El nombre de Kathryn McGovern aparecía en lo más alto de la pirámide, Stirling, los títulos de sus novelas y las fechas de publicación, los sitios emblemáticos que aparecían descritos en estas, y algunos apuntes más. De camino a casa había parado en una de las librerías de Princess Street y que permanecían sobre la mesa.
No quería poner a Steven en el centro de su improvisado esquema. No hasta que no estuviera segura del todo. Lo primero que debía hacer era buscar información sobre él en Internet. Y lo primero que salía al teclear su nombre era sin duda la noticia de sus escándalos. Cat puso los ojos como platos al ver el rostro de un Steven algo más joven del que ella había conocido enzarzado en una pelea. Varias personas trataban de sujetarlo. Cat no pudo evitar sentir como si una pequeña corriente hubiera penetrado en su casa envolviéndola y haciendo que su piel se erizara. Se quedó contemplando el rostro de Steven preguntándose si él podría ser su misteriosa escritora como le había sugerido Eileen. Pero, de ser cierto, ¿qué le había llevado a hacerlo? ¿Le daba vergüenza que la gente supiera que alguien como él escribía novela romántica? ¿Para mantener alejada a la prensa? Bien, pero, de ser así, ¿por qué demonios no se lo había explicado a ella? ¡Joder, se habían acostado! Y tal vez en un primer momento no hubiera significado nada más que un simple revolcón para ambos, pero de ser cierto que le había estado engañando al respecto sobre Kathryn…
Cat siguió leyendo la noticia en la que al parecer se dejaba entrever que los jugadores del equipo habían organizado poco menos que una orgía con varias prostitutas tras la consecución del título de liga. Cat sacudió la cabeza sin poder creer en un primer momento que Steven estuviera involucrado en ello. O al menos no tenía mucho que ver con el Steven que ella había conocido. La noticia era de cinco años atrás. Cat rebuscó entre sus notas descubriendo que a finales de ese mismo año Kathryn McGovern había publicado su primera novela siendo todo un fenómeno ¿Y si nos enamoramos…? Ese mismo año, Steven logró el título de liga con el Hearts. Al año siguiente, Kathryn lanzó su segunda novela Prendido de tu mirada, que obtuvo la misma acogida que su predecesora coincidiendo con la salida de Steven de la selección. Cat sacudió la cabeza al darse cuenta de que existía cierta conexión entre Steven y Kathryn, lo cual le provocaba un sudor frío. Por un momento, la noticia de la fiesta del equipo había pasado a un segundo plano porque a medida que contrastaba la información de la vida de Steven y la de Kathryn más semejanzas surgían. Su tercera novela coincidió con la reapertura de su librería en Stirling. Cuando la retomó tras el fallecimiento de su padre. Y la cuarta y última, Te llevo en mí, coincidió con el fichaje por el equipo de rugby de Stirling. ¿Qué estaba sucediendo?
Cat se apartó de la mesa sentándose en la silla con la mirada perdida y una sensación extraña en su interior. ¿Y si lo llamaba para preguntárselo? Cat hizo intento de coger el teléfono y llamarlo, pero al momento lo dejó. Pensó que, si él iba a visitarla el fin de semana, podría sacar el tema de una manera casual y estudiar su reacción. Esperaba que todo fuera una casualidad y que él no fuera Kathryn. Pero ¿por qué? De ser cierto ella sería la responsable de ponerle rostro a la afamada escritora y de… Por un momento se quedó quieta. Su mente se vació por completo pensando en ello. ¿Estaba dispuesta a revelar el secreto mejor guardado por Steven si en verdad era él? Dudó acerca de si sería ético traicionarlo llegado el caso. Pero ¿qué le importaba él? ¡Al diablo con Steven! Si él era Kathryn McGovern y podía darle una buena razón de por qué no se lo había confesado después de haberle regalado los tres días más maravillosos que ella podía recordar haber vivido con un hombre. Después de invitarlo a su cama, a su… Suspiró sonriendo al darse cuenta de lo que estaba a punto de pensar. Y por ahora prefería dejarlo así. Hasta que él fuera a Edimburgo a visitarla. Por ahora no haría partícipe de sus sospechas a Maggie ni a ninguna de sus amigas. Era algo que por ahora le concernía a ella.