El ambiente en los alrededores del estadio de Murrayfield era el de las grandes ocasiones. El estadio se encontraba situado al oeste de la ciudad, cerca del zoo, y su nombre se debía al nombre de la zona en la que está ubicado.
Cat contemplaba atónita el ambiente que se creaba cada vez que la selección jugaba, y más todavía con motivo de ese encuentro. Le había prometido a Steven que acudiría y allí estaba con sus amigos, sentada en una de las 67.000 localidades con las que contaba el estadio. Su mirada se centraba en el calentamiento que llevaba a cabo la selección escocesa y en particular en uno de sus jugadores.
–Deja de mirarlo como si no le hubieras visto las piernas y los brazos, ¿quieres? –le comentó Fiona entornando su mirada por encima de sus gafas de espejo.
–¿Qué quieres que haga? Estoy mirando a ver cómo calienta.
–No me puedo creer que estés aquí sentada dispuesta a ver un partido… Lo que hace el amor –comentó risueña sonriendo a su amiga y Cat ponía los ojos en blanco ante el comentario de Fiona.
–Sentía curiosidad por ver un partido de rugby. Nunca he visto uno –le aclaró con total naturalidad sin hacer referencia a su comentario sobre el amor.
–¿No me digas? Vaya, pues a ver si a partir de ahora te vas a aficionar.
–¿Quién sabe? –Cat esbozó una sonrisa más bien cómica ante aquel comentario.
Fiona asintió convencida de que la verdad era otra, pero no presionaría a Cat para que le contara su cambio de actitud.
–Oye, ¿se ha arreglado todo con Steven? –La pregunta de Eileen captó la atención del resto de sus amigos, que miraron a Cat como si fuera a revelarle algún secreto.
–Ahhhh, bueno, hemos estado hablando.
–Pero ¿habéis quedado en algo más? No sé, ¿en veros después del partido y seguir charlando, tal vez? ¿O cada uno tirará por un lado diferente? –insistió Eileen sabiendo que sus amigas se morían de ganas de saber la verdad, incluida ella.
–Tal vez –Cat no quería profundizar en sus respuestas. No pretendía darles una detallada relación de lo sucedido entre Steven y ella en el hall del Balmoral. Lo que tenía que hacer era prepararse para el día siguiente cuando todas ellas vieran los periódicos.
–Parece que estás un poco espesa esta tarde –apuntó Eileen sonriendo divertida.
–Yo creo que se trata de toda esta atmósfera que la rodea –señaló Moira levantando la mirada hacia las gradas.
–Creo que más que la atmósfera el motivo se llama Steven Sinclair, capitán de selección y se encuentra ahí abajo –matizó Eileen señalando el terreno de juego.
–Chicas, deberíais dejar de meteros con Cat y dejar que disfrute del partido, ¿no creéis? –intervino Javier captando la atención de las demás.
–Sí, en ver cómo Italia derrota a Escocia –matizó Fabrizzio sonriendo burlón al sentir el codazo de Fiona en las costillas y fingir dolor.
–Eso para que estés calladito. Perder… Vamos, ¿a quién se le ocurre decir eso? –le preguntó mirando a Fabrizzio como si fuera un extraño llevando sus gafas hasta sujetarlas en lo alto de su cabeza.
–Da igual que tengáis de vuelta a vuestro eterno capitán.
–Ya lo veremos. ¿Qué te apuestas a que Escocia vence a Italia? –La pregunta directa de Fiona provocó un entusiasmo inesperado.
–Si pierdes, no te volverás a poner pantalones y botas.
–¿Ni siquiera en invierno? –le preguntó con un toque de incredulidad, ya que sabía que precisamente este era frío y húmedo estando el puerto cerca. Pero al ver la negación que Fabrizzio hacía con su cabeza no se opuso–. ¿Y si gano?
–Dejaré que me traigas y me lleves a la galería en tu moto –comentó resignado sabiendo que eso era lo que más ilusión le hacía a ella.
–Entonces ya puedes irte haciendo con un casco. –Fabrizzio asintió tendiendo su mano para que su chica la estrechara–. Algo tramas, pero acepto. Mo ghraid.
–Me vuelves loco cuando me hablas en gaélico –dijo Fabrizzio recordando la primera vez que acabaron en la cama y cómo ella le susurraba en esta lengua.
–Atentos, chicos, los equipos ya están formando para los himnos –anunció Moira expectante ante esa ocasión.
Un silencio respetuoso se hizo en el estadio de Murrayfield. El himno de la selección italiana llenó la atmósfera con sus notas. Fiona observaba cómo Fabrizzio permanecía en un más que respetuoso silencio con la mirada fija en la bandera de su país. Y solo cuando el público irrumpió en una ovación cerrada Fiona se permitió darle un codazo cariñoso en las costillas captando su atención.
–¿Echas de menos Italia?
–No. Tú me la recuerdas cada vez que te miro –le aseguró inclinándose hacia ella para besarla y provocarle un vuelco en el pecho.
A continuación, sonaron las notas de Flower of Scotland, el himno que la selección de rugby empleaba en vez del Scotland the Brave. Un sentimiento patriótico que ponía la carne de gallina se percibía en las gradas del estadio. Más de sesenta mil escoceses arropando a su selección cantando la letra de su himno. Y, cuando finalizó, el claro atronador animando a los suyos.
–Prepárate para lo bueno –le aseguró Eileen a Cat sintiendo que esta parecía algo nerviosa.
Sonrió sin apartar la mirada de Steven, quien ejercía de nuevo como capitán de la selección. Inspiró hondo antes de que el partido diera comienzo sintiendo los nervios recorrer todo su cuerpo. No sabría si esto se debía a la sensación que le producía ver por primera vez un partido, o porque su atención estuviera centrada en un solo hombre.
El público comenzó a jalear a sus jugadores sin dejar de animarlos en ningún momento. Y cuando los primeros ensayos cayeron del lado local, Cat tuvo la impresión de que el estadio podría caerse por el júbilo de los aficionados. Poco a poco se fue metiendo en el partido hasta comenzar a jalear a Steven cuando este inició una frenética carrera con el balón pegado a su cuerpo. Pero el placaje de un adversario derribándolo hizo que su corazón subiera a la garganta al verlo tirado sobre el terreno de juego.
–¡Eso es falta! ¿Has visto qué placaje le ha hecho? –preguntó mirando a Eileen con una inusitada fascinación por el juego.
–Vaya, Cat, pensaba que no te gustaba el rugby –bromeó esta contemplando a su amiga con una sonrisa en los labios.
–Ha sido falta.
–No, ha sido un placaje legal –le aclaró Fabrizzio explicándole las reglas del juego, aunque Cat no parecía muy interesada en estas.
Steven se había levantado y corría ahora como uno más esperando recibir el balón mientras Cat no dejaba de seguirlo con su mirada y daba un leve sobresalto cada vez que era placado.
El partido discurría con total normalidad con una Escocia que había comenzado a llevar la delantera en el marcador dando la impresión de ser esta la que más se jugaba. Y cuando ambos conjuntos se retiraban al vestuario al descanso, Fiona no pudo evitar hacer referencia a este hecho.
–Parece que habéis bajado los brazos, ¿eh?
Fabrizzio no pudo hacer otra cosa que suspirar indefenso ante tal evidencia. Miró a Fiona y sacudió resignado la cabeza, porque tenía la impresión de que al día siguiente le tocaría ir en moto a la National Gallery
–Creo que Escocia tiene el partido y la clasificación en el bote, y eso que resta la segunda mitad –comentó Javier en un momento en el que todo ya parecía decidido–. Lo siento por ti, amigo –apuntó palmeando a Fabrizzio en el hombro y este agitaba la mano en un gesto típico de los italianos.
–Otra vez será –le dijo Fiona cuyo tono parecía a caballo entre la ironía y el desconsuelo.
–Y bien, ¿qué tal está siendo tu primera experiencia en un partido de rugby? –preguntó Moira acercándose a Cat.
Esta inspiró hondo encogiendo sus hombros.
–Bueno… No es tan mala como yo esperaba. La verdad es que me estoy divirtiendo con idas y venidas de los dos equipos.
–Ya, salvo cuando placan a Steven, ¿eh? –apuntó Eileen guiñándole un ojo.
–Vale, vale, admito que me choca ver esas situaciones.
–Yo te he visto poner cara de susto. No, no, cara de dolor –rectificó Eileen señalando a su amiga.
–Sí, como si fuera ella la que ha recibido el placaje –matizó Fiona sonriendo con malicia.
–Reconoce que tiene que ser doloroso que alguien de esa envergadura se venga encima de ti –explicó recordando el momento del placaje a Steven.
–Ya, pues tú mejor que nadie debes de saberlo –señaló Eileen con un gesto socarrón que provocó el completo sonrojo de Cat, mientras el resto procuraban no sonreír de manera abierta.
–Eh, va a dar comienzo la segunda parte –apuntó Javier señalando a las dos selecciones sobre el terreno de juego.
Cat agradeció que el partido se reanudara ya que de esa manera sus amigas la dejarían tranquila un rato. No podía negar ni ocultar lo que sentía por Steven. Había querido rechazarlo por lo sucedido con él después de enterarse de su secreto, pero era demasiado tarde. No estaba enamorada de él porque ella era de las que pensaba que había que compartir juntos muchas vivencias para darte cuenta de ello. Pero sí sentía algo distinto a lo que en el pasado creyó que era amor, cariño, complicidad… Y ahora con él lo había conseguido de una manera que ni ella misma lograba entender, pero que estaba ahí. Trató de abstraerse concentrándose en el partido dibujando una risueña sonrisa en sus labios hasta que Steven cayó una vez más sobre el terreno, pero en esta ocasión no se levantó con la misma agilidad que las anteriores. Cojeaba ostensiblemente y sacudía la cabeza mirando al banquillo. ¿Qué le sucedía? ¿Se había resentido de la rodilla? Cat sintió el vuelco inesperado en su estómago temiendo lo peor para él.
–Vaya, parece que Steven se ha hecho daño de verdad –apuntó Fabrizzio con gesto de preocupación.
–Parece que desde el banquillo le están preguntando que si quiere cambiar, pero él dice que no –comentó Fiona mirando ahora a Cat, quien se mordía el labio en ese momento sin apartar su atención de él.
–No te preocupes, parece que no es nada. Mira, vuelve a correr –le indicó Eileen a Cat tratando de que esta se tranquilizara, aunque el susto que tenía en su interior no se lo iba a quitar nadie.
Steven volvió a integrarse en el juego a pesar de los dolores de su rodilla. Faltaba poco y el partido estaba de cara para ellos. No quería retirarse. Ahora no. Era su último partido y quería terminarlo sin retirarse antes de tiempo. Se había dado cuenta de que el tiempo alejado de la competición le pasaba factura pese a que él había seguido entrenando. Pero los dos placajes que había sufrido le habían dejado las costillas doloridas. Ahora, apoyadas las manos sobre las rodillas, sonreía recuperando el resuello. Sacudió la cabeza con los ojos cerrados trayendo a su mente el rostro de una Cat sonriente. Sí. Había llegado el momento de retirarse de una manera definitiva. No acudiría al Mundial, aunque Mackenzie se lo pidiera. Había otra competición más importante para él a la cual iba a dedicarle todo el tiempo: enamorar a Cat de una manera que la volviera loca de deseo.
Se concentró en los últimos lances del encuentro con una Italia que había bajado los brazos hacía ya algunos minutos. Todo el banquillo se había puesto en pie jaleando a los que todavía seguían en el terreno. El público aplaudía, gritaba y cantaba como uno solo erizándole la piel. Steven levantó la mirada hacia la grada sonriendo orgulloso por encontrarse en aquel instante en dicho lugar. Confiaba en que Cat lo estuviera pasando bien con sus amigos, ya que aquella victoria no era para menos.
Cuando el árbitro dio por terminado el encuentro, Steven cerró los ojos soltando todo el aire acumulado en el interior. Varios compañeros se abrazaron a él celebrando el logro obtenido. Intercambió saludos con sus contrincantes antes de celebrar la victoria dedicándosela a todo el público.
Cat aplaudía emocionada por ver que Steven se encontraba en perfecto estado después de los duros placajes a los que lo habían sometido.
–Vaya, tu chico se ha portado, ¿eh? –le comentó una Fiona juguetona antes de volver su atención a Fabrizzio.
–¿Mi chico? –murmuró Cat sintiendo aquellas palabras algo extrañas incluso para ella–. Steven no es mi chico –se dijo sacudiendo su cabeza.
–Mi más sincera enhorabuena –expresó Fabrizzio tendiendo la mano hacia Fiona con gesto de resignación. El rostro de ella reflejaba un mohín burlón en sus exquisitos labios al tiempo que sus cejas ascendían y bajaban con celeridad–. Me gustaría borrarte ese mohín de tus labios…
–¿Y a qué estás esperando? –le instó Fiona sonriendo con malicia viendo a Fabrizzio acercarse hasta ella–. Pero esto no significa que me haya olvidado de la apuesta –le recordó deteniendo el avance de Fabrizzio con un dedo.
–Soy consciente de ello –le aseguró apoderándose de la boca de Fiona con deseo.
–Ehhhhhh, que estamos aquí, chicos. Conteneros un poco, ¿no? –exclamó Eileen antes de que Javier la volviera hacia él con un inesperado giro y la besara con el mismo ardor que Fabrizzio a Fiona. Eileen gimió y emitió un gruñido de complacencia al sentir los labios de Javier sobre los de ella.
–Creo, Cat, que tú y yo sobramos aquí –señaló Moira.
–Venga, anda, vámonos.
–Esperarás a Steven, ¿no? –le preguntó Eileen.
–Sí, intentaré dar con él.
–Deberías ir a la zona mixta. Donde está la prensa. Allí seguro que lo pillas –apuntó Javier.
–¿Nos vemos en Deacon’s? –le preguntó Eileen antes de que Cat emprendiera el camino hacia la zona de los periodistas.
–Déjala. Imagino que querrán celebrarlo a solas –comentó Moira guiñándole un ojo.
–No sé, chicos. Ya veré si nos pasamos. Veré qué tal está Steven.
Una sonrisa de complicidad se dibujó en los labios de Fiona al escuchar aquella confesión.
–Diviértete y no lo maltrates más de lo necesario. Piensa que tiene el cuerpo dolorido por los placajes.
Cat sonrió de manera tímida comprendiendo el significado de aquellas palabras. Se colgó la acreditación de periodista y cruzó los dedos para que ninguno de los allí presentes esperando la salida de los jugadores para hacer declaraciones la reconociera. Bastante había pasado ya cuando la pillaron en el hall del Balmoral con Steven. Extrajo un bloc de notas y un bolígrafo y se dispuso a tomar notas de lo que dijeran.
Steven permanecía en el vestuario terminando de arreglarse para abandonarlo. El sentimiento que guardaba no tenía nada que ver con la última vez que pisó un vestuario. Sí. En aquella ocasión sabía que podría regresar a la práctica del rugby en cualquier momento. Y de hecho así había sucedido. Pero ahora era consciente de que era la última vez que compartiría vestuario con todos ellos. Por ese motivo se situó en mitad de ellos pidiendo silencio para lo que tenía que anunciar.
–Antes de que salga ahí y lo anuncie, quiero que seáis los primeros en saberlo. –Steven tomó aire sintiendo que las piernas le fallaban, y no era de cansancio ni de los golpes recibidos–. Este ha sido mi último partido oficial.
–Noooooooo.
–Chicos, esta ha sido la última vez que juego para la selección.
–Steven, no nos jodas, has hecho un gran partido –le dijo Andrews mientras los demás asentían convencidos de que en verdad había sido así–. Sé nuestro capitán hasta el Mundial y después lo dejas.
–Mi decisión está tomada antes de este encuentro. Y no hay vuelta atrás –dijo con semblante sereno alzando un dedo a modo de advertencia–. Mackenzie, ha sido un verdadero placer volver a sentir el clamor de la gente, la pasión, la tensión y todo lo que rodea a un gran partido. Pero no habrá más. Seréis vosotros los que vayáis a Australia.
–¿Por qué no lo dejas después de este? –le preguntó el entrenador deseando que aceptara–. Sería un broche de oro fantástico a tu carrera.
Steven sonrió irónico ante esta propuesta que sabía que le harían. Pero quería dedicarse a Cat. A compartir todo el tiempo posible con ella.
–No obstante, si cambias de parecer… –Steven sacudió la cabeza dejando claro que en esta ocasión no sería así.
–¿Piensas venir con nosotros a celebrarlo?
Steven permaneció pensativo. Quería ver a Cat, saber qué pensaba, qué quería hacer, porque sus deseos por verla al salir del vestuario eran mayores que el triunfo logrado en el terreno de juego.
–Ya he quedado. No os preocupéis, estaremos en contacto. Portaros bien, que luego pasa lo que pasa –les dejó caer sonriendo y pensando en la borrachera que se pillarían esa noche al salir del estadio.
Una ola de carcajadas y comentarios se elevó en el vestuario mientras Steven lograba escapar de ellos. Caminó hacia la zona mixta donde una infinidad de focos, flashes, así como un bosque de micrófonos lo esperaban. Escuchó su nombre cientos de veces, del mismo modo que las correspondientes preguntas. Steven sonrió levantando las manos para pedir calma, lo que pareció tranquilizar a la prensa.
–Solo voy a hacer una declaración y no habrá preguntas. –Steven miraba a todos por igual esperando encontrarla a ella. Pero, aunque lo hiciera, tampoco se centraría en ella para no llamar la atención–. Ha sido un gran partido en el que se ha conseguido el objetivo. Estar el año que viene en el Mundial de Australia. Yo no estaré allí. –Un breve clamor de voces se elevó ante esta primera confesión–. Este ha sido mi último partido con la selección. Lo dejó de manera definitiva para centrarme en otros aspectos de mi vida. De manera que este es el mejor broche que podía poner a mi carrera. Eso es todo.
En ese momento la mirada de Steven captó a Cat entre la marabunta de periodistas. Sonrió al verla allí sintiendo cómo el escalofrío recorría todo su cuerpo. Le regaló una sonrisa que pareció iluminar el rostro de Cat. A pesar de que los periodistas lanzaban sus preguntas y seguían unos pasos a Steven, este se mantuvo firme sin decir nada más, esperando a que Cat se quedara sola. No quiso comprometerla más. Ya que estaba seguro de que su fotografía besándose sería portada junto con la victoria de la selección. Pero su historia levantaría más comentarios y haría correr mayores ríos de tinta que la clasificación de la selección para el Mundial, pensó.
Steven salió al aparcamiento del estadio donde algunos aficionados lo esperaban para saludarlo, hacerse fotografías o pedirle que les firmara un autógrafo. En todo momento, Cat se mantuvo algo apartada observándolo, memorizando cada uno de sus gestos, sus sonrisas y su amabilidad con todos ellos. Y cuando por fin se quedaron a solas el uno frente al otro, Cat volvió a sentirse algo intimidada por la presencia de él. Por su manera de mirarla tan particular. Había expectación, sorpresa, calidez y deseo en su mirada.
–¿Un autógrafo? –le preguntó cogiendo su bloc de notas y garabateando su nombre en este mientras Cat lo contemplaba con gesto risueño.
–Me debes una entrevista. No lo olvides.
–Hablaré con Kathryn, a ver cuándo puede recibirte –le dijo con ironía devolviéndole el bloc y el bolígrafo–. ¿Qué tienes pensando hacer esta noche?
Cat sacudió la cabeza confundida.
–¿No vas con el equipo a celebrar la victoria?
–¿Y darme cuenta en mitad de la noche de que te echo de menos? No, Cat. –Aquella confesión provocó una sensación en Cat que no supo explicar. ¿Estaba emocionada porque le hubiera confesado que la echaría de menos? Que en realidad quería pasar aquella noche con ella. Steven se acercó más a ella dejando que su brazo la rodeara por la cintura y la atrajera hacia él sin que ella se opusiera–. Quiero quedarme dormido entre tus brazos, y que lo primero que vea al abrir mis ojos seas tú a mi lado.
Cat deslizó el nudo que le impedía hablar al escucharle decir aquello. Su piel se había erizado y su mirada se empañó por un segundo en lo que Steven la contemplaba como si ella fuera única.
–¿Qué me dices? ¿Al Balmoral? –Steven arqueó sus cejas esperando que Cat decidiera.
–No. Al Balmoral, no. Levantaríamos sospechas. Mejor a mi casa.
–No tengo nada que objetar a tu invitación. Tú conduces –le dijo entregándole las llaves de su propio coche, dejando a Cat sin palabras una vez más mientras Steven señalaba su coche.
–Pero… ¿Te fías de mí?
–Si has sabido guardar mi mayor secreto sin revelarlo… Puedo dejarte el coche para que me lleves a tu casa –le aseguró guiñándole un ojo esperando que abriera las puertas para poder pasar–. Sabes conducir, ¿no?
Cat sonrió poniendo los ojos en blanco ante tal sugerencia, tomando posesión de su A3 bajo la atenta mirada de Steven y su provocativa sonrisa. Pero lo que Cat no esperaba es que él se inclinara sobre ella para apoderarse de sus labios con una mezcla de pasión incontrolada y delicadeza mientras atrapaba su labio inferior entre los de él, humedeciéndolo.
–No podía besarte delante de la prensa.
–Creo que ya tienen bastante –aseguró Cat suspirando y poniendo en marcha el coche para dirigirse a su casa, donde la noche prometía ser larga y más que interesante.
Cat jugaba con la copa de vino que tenía entre sus dedos al tiempo que entornaba la mirada hacia Steven. Habían terminado de cenar algo rápido y se habían sentado en el sofá de tres piezas que Cat tenía en su salón. Steven permanecía relajado, tumbado observando a Cat. Esta bebía ahora un trago de vino contemplando a Steven por encima del borde de la copa. Apuró el contenido y la dejó sobre la mesita auxiliar. Se sentó de lado con el codo apoyado sobre el reposacabezas y el rostro sobre la palma de su mano. Se sentía diferente, rara, relajada y entusiasmada.
Steven la miraba por el rabillo del ojo pensando en si debía atraerla hacia él para apoderarse de sus labios de una maldita vez. Habían llegado a casa y Cat se había cambiado de ropa, y ahora lucía un pantaloncito corto que dejaba bien poco a la imaginación y una camiseta que se ceñía en torno a sus pechos de una manera más bien provocativa. Sin duda que ella sabía cómo provocarlo y hacer que su deseo por ella se volviera más acuciante a medida que pasaba la noche.
–Debes de estar cansado… –le dijo Cat en un momento de la velada. Hacía poco que él había estado corriendo, peleándose con los rivales, saltando… –El rugby es muy agotador.
Steven dejó escapar una sonrisa irónica.
–Si piensas que no me quedan fuerzas… –le sugirió pensando en las ganas que tenía de arrancarle aquellas dos prendas y dejarla como vino al mundo.
Cat comenzó a reír de manera risueña, divertida y hasta cierto punto traviesa. Entornó la mirada hacia Steven mordiéndose el labio y pensando en lo que le apetecía pasar la noche con él. Pedirle que se quedara hasta el día siguiente y después…
–Pensaba si te quedarían fuerzas para contarme algo que creo que me debes –le sugirió sonriente hundiendo sus dedos en el pelo de Steven, quien al momento emitió un gruñido de estar a gusto.
–Soy consciente de ello, Cat –le aseguró abriendo los ojos e incorporándose hasta dejar los codos apoyados sobre sus rodillas y el rostro vuelto hacia ella para no perder detalle de sus gestos–. Quieres saber qué me impulsó a escribir novelas románticas, ¿es eso? –Steven percibió el leve asentimiento de Cat ante su pregunta. Sus ojos chispeaban sin que él pudiera saber el motivo. ¿El vino? ¿La noche? ¿Su compañía? ¿Expectación por saber la verdad?–. Fue una apuesta.
–¿Una apuesta? –repitió Cat intrigada por su comentario contemplando a Steven con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados.
–Siempre he visto a mi hermana leer ese género de literatura y me preguntaba qué diablos tenían para que ella los devorara de aquella manera –comenzó explicándole sacudiendo la cabeza y una sonrisa de añoranza se dibujaba en sus labios–. De manera que un día me aventuré a leer uno de los que Rowena tiene y me di cuenta de que me sentí atrapado por aquella historia desde la primera página. La autora había conseguido engancharme de una manera que no sabría explicar, pero que me instaba a leer y leer, ¿sabes?
Cat asintió sin interrumpir la explicación de Steven. Se sentía atrapada por el tono de su voz de igual manera que él se habría sentido atrapado por aquella escritora.
–Rowena se sorprendió cuando me vio leyendo una de sus novelas y tras una intensa charla le dije que cualquiera podía escribir una historia de amor. –Cat abrió los ojos al máximo al escuchar aquel atrevimiento por parte de Steven.
–¿No fue algo pretencioso por tu parte?
–Bueno… Tal vez. No lo dije con mala intención, sino porque me pareció una buena historia, pero previsible.
–Pero acabas de decirme que te enganchó –le recordó esbozando una sonrisa de triunfo porque aquello echaba por tierra su comentario.
–Sí, es cierto. Entonces Rowena me retó a escribir yo una historia como esta.
–No me puedo creer que tú aceptaras –le rebatió Cat quedándose con la boca abierta al contemplar a Steven asentir–. Pero ¿qué nociones poseías? ¿Tenías idea de cómo escribirla?
–Me gradué en Literatura y lengua en la Universidad de Stirling –le dijo dejando a Cat una vez más sin poder de reacción. Se quedó contemplándolo con una mezcla de sorpresa y admiración porque aquel hombre no dejaba de sorprenderla–. Apuesto a que no te lo esperabas tampoco. Pero es cierto.
–No dejas de sorprenderme, Steven –le confesó en un susurro sacudiendo la cabeza.
–Me alegra saberlo. De ese modo no te aburrirás conmigo.
Cat sintió un leve aguijonazo que la hizo revolverse en el sofá al escucharle hablar en futuro. ¿Qué planes de futuro tenía Steven con ella? Vale, entre ellos había una fuerte e irremediable atracción, pero ¿era bastante o iba a avanzar un paso más aceptando ciertos compromisos?
–Nunca pude imaginar que alguien como tú… –Cat recorrió el cuerpo de Steven sintiendo el cosquilleo en el suyo propio y cómo experimentaba una subida de temperatura cuando él la miraba de la manera que lo estaba haciendo en ese momento: deseándola.
–Sí, ya sé lo que vas a decir –le interrumpió riendo por aquel comentario, pero más por el semblante de su rostro en ese preciso instante.
–¿Y lo de publicar tus novelas?
Steven fijó su mirada en sus manos entrelazadas al frente asintiendo al recordar la jugarreta de su hermana.
–Cuando terminé la primera se la entregué a mi hermana. Pero me disculpé diciéndole que no era gran cosa y que era complicado. Mi hermana se la leyó enterita y me dijo que no estaba mal. Que habría que retocar ciertas cosas para que fuera más completa. –Cat lo contemplaba ensimismada porque nunca pudo creer que aquello hubiera sucedido–. Lo dejé estar, pero de repente un día recibí una llamada de una tal Rhona, editora de Lowlands Books.
–Pero… ¿cómo demonios…?
–Soy consciente de la pregunta que te estás haciendo. Mi hermana se encargó de corregirla y enviarla a la editorial con mi nombre –le reveló dejando a Cat con los ojos abiertos y una expresión parecida a una niña pequeña a la que le cuentan una historia para irse a dormir–. Ella fue la culpable de todo este embrollo.
–Y claro, tras el éxito alcanzado por tu primera novela, llegaron las demás. Pero ¿en verdad sentías la necesidad de escribir esas historias?
–Admito que nunca se me pasaron por la cabeza. Ni antes había considerado la posibilidad de dedicarme a ello. Pero en mi defensa diré que nunca antes me sentí más a gusto que dejando volar mi imaginación.
–¿Y el seudónimo? ¿Y tanto secretismo? ¿Por qué?
–Quiero mantenerlo alejado de la prensa. Ya has visto las turbulentas relaciones que hemos mantenido. Solo tienes que asomarte a Internet y teclear mi nombre para encontrar cientos de noticias sobre mí. Algunas bastante distorsionadas. Por ese motivo no te dije nada cuando te conocí. Porque tenía mis reparos en hacerlo. No sabía si eras como el resto. Luego me fui dando cuenta de que parecías alguien bastante legal en ese aspecto. Y ahora no me caben dudas de ello ya que sabiendo la verdad no has ido a tu editora a contárselo –le aseguró rodeándola por la cintura para atraerla de una vez por todas hacia él y sentarla sobre sus piernas.
–Entiendo tu comportamiento y soy consciente de que nada ni nadie puede obligarte a revelar la verdad. Pero me dolió descubrirlo después de los días que pasamos en Stirling. Después de haber compartido algo más que una mesa en un restaurante. Me sentía dolida. Traicionada porque yo sí confiaba en ti, Steven.
–Quise hacerlo. Quise contarte la verdad, pero de repente me encontré atrapado en tu ser. No supe reaccionar. No pude porque ninguna mujer antes había conseguido llegarme tan dentro. Y no pienses que me estoy declarando, pero sí es verdad, Cat, que me haces sentir único.
Cat se inclinó hacia él para besarlo dejando que sus manos se posaran en su rostro. Profundizó el beso de manera tierna, suave y sugerente sintiendo su corazón latir a mil. Steven la rodeó con sus brazos evitando que pudiera escapar de él. Cat jugueteó con sus labios atrapando el inferior entre los suyos propios. Humedeciéndolos y dejando que sus lenguas se entregaran a un baile sensual.
Steven dejó que sus manos recorrieran la espalda de Cat hasta llegar a su trasero. Allí permanecieron sujetándola a ella para que el ímpetu del beso no la hiciera caer. Cat comenzó a sacarle la camiseta a Steven dejando su amplio pecho al descubierto. Acto seguido fue él quien la imitó dejándola con el sujetador que desapareció casi al mismo momento que la camiseta. Cat sintió sus pezones endurecerse con el contacto de la piel de Steven, cuyos dedos comenzaban a juguetear con la goma del pantalón y de sus braguitas. Sintió sus manos rozar la piel de sus glúteos para después ascender por su espalda mientras Cat se arqueaba para que la boca de Steven recorriera sus pechos. Cat se incorporó para que fuera él quien la despojara de las dos últimas prendas que le restaban. Steven aplicó sus manos a aquellas piernas, a aquel trasero al tiempo que besaba cada porción de piel que rebelaba aumentando su deseo y el suyo propio. La abrazó y la atrajo hacia él con un brazo mientras con el otro comenzaba a despojarse del pantalón. Cat se aplicó a esta tarea hasta dejar a Steven completamente desnudo sentado en el sofá. Lo contempló durante unos segundos en los que su excitación aumentó y no quiso esperar más. Cat alargó la mano hacia el cajón de la mesita auxiliar para coger el envoltorio de color plateado. Pero antes de sentirlo dentro de ella lo besó, lo acarició llevándolo a un grado de excitación que Steven creía no poder soportar.
–No te demores. Por favor. Llevo queriendo hacerlo toda la noche.
Cat sonrió divertida y su rostro se volvió encarnado. No sabría decir si se debía al vino, a la excitación que ella también sentía o al cumplido de Steven. Deslizó el preservativo por el miembro de Steven y se incorporó para sentarse sobre él dejando que la llenara de manera lenta.
Steven la sujetó por las caderas acoplándola a su cuerpo sin perder de vista su rostro y sus gestos a medida que ella se movía sobre él. Cat aparecía erguida de manera poderosa dejando que sus manos se apoyaran en el pecho de Steven. Este se incorporó apoderándose de sus pechos que lamió y besó. Succionó sus pezones erectos y pasó la lengua por estos haciendo que Cat se mordiera el labio ahogando sus gemidos. Cat comenzó a moverse más rápido a medida que el deseo se volvía más acuciante sintiendo su cuerpo tensarse en los momentos previos al orgasmo. Steven la sujetó entre sus brazos en los últimos momentos en los que creía que se fundiría allí mismo porque la intensidad era demasiada. Sus cuerpos acoplados, sintiendo sus respiraciones agitadas, los latidos de sus corazones como uno solo y la explosión final llevándolos al límite de sus fuerzas.
Cat permanecía recostada contra Steven sintiendo cómo las respiraciones volvían a un estado de reposo. Escuchaba el latido del corazón de Steven como si fuera el disparo de uno de los cañones del castillo de Edimburgo. La tenía rodeada con sus enormes brazos, pero ella se sentía reconfortada en todo momento. Lo sucedido era inevitable y ambos eran conscientes de esto. Steven le pasó la mano por el pelo, por el rostro apartando algunos cabellos sueltos, le perfiló las cejas y trazó el perfil de su nariz hacia sus labios. Luego fue su mano la que se quedó inmóvil sobre su mejilla dejando que el pulgar se moviera por esta. Cat suspiró dejando su mirada fija en la de Steven.
–No te dije que yo era Kathryn por esto que ha sucedido. Porque la noche que pasé contigo en Stirling me dejaste confundido, aturdido porque nunca pensé que podrías llegar a importarme tanto. No sé qué fue lo que hizo que no pudiera sacarte de mi cabeza durante todos los días posteriores, pero… –Cat posó un dedo sobre sus labios y después lo sustituyó por sus labios dándole un beso lento, perezoso, pero muy revelador.
–No hace falta que te expliques ya que yo me encontré perdida cuando regresé a Edimburgo y… –Tomó aire porque se sentía tan colmada de alegría que no era capaz de decir nada más. Deslizó el nudo de su garganta y sonrió de manera tímida–. No he podido revelar tu secreto porque en el fondo me importas, Steven. Creo que decir que me estoy enamorando de ti podría parecer pretencioso e incluso absurdo con el poco tiempo que hace que nos conocemos, pero… debo admitir que tu presencia, a parte de intimidarme… –Cat sonrió contagiando su risa a Steven–. Comienza a ser parte de mí. Como una segunda sombra que quiero mantener conmigo.
–Se supone que el escritor soy yo y que es mi trabajo decir cosas como lo que acabas de decir, ¿no?
Cat frunció sus labios sintiendo su corazón cabalgar en el interior de su pecho.
–Anda, vayamos a dormir. Debes de estar cansado –le dijo finalmente incorporándose y tirando de Steven. Pero este, en un gesto inesperado, la levantó en alto ante el grito de sorpresa de Cat.
–¿Cansado, dices? –preguntó mirándola de manera fija y determinante–. Tú no me has visto cansado, Cat. Te lo aseguro. No sé lo que es el cansancio.
Cat le pasó las manos por el rostro inclinándose para besarlo de nuevo avanzando hacia su dormitorio en brazos de aquel gigante que a pesar de su intimidatoria presencia poseía una delicadeza y una sensibilidad conmovedora.