Capítulo 8

 

 

 

 

 

«Toma lo que quieras, cuando quieras. Es lo que hago yo».

 

–Eh, Sunny Lane. Levántate.

Los demás prisioneros del búnker se quedaron callados mientras Sunny observaba a su interlocutora. Pandora estaba delante de un nuevo portal. Tras ella había un espacioso salón con antigüedades, una araña de cristal y frescos detallados de mujeres desnudas tendidas en caparazones de moluscos.

Qué digno de William. Si se añadieran algunos hombres a aquellos murales, también serían del estilo decorativo de Sunny.

Los descifradores de código se giraron a mirarla, y ella puso los ojos en blanco.

Pandora había estado todo el día yendo al búnker y llevándose a los descifradores, uno por uno, a presencia de William. A todo el mundo, excepto a Sunny. Lo que hubiera hecho y dicho William había causado el temor de todos los demás. Incluso Jaybird y Cash lo llamaban «monstruo» ahora.

Sunny había dedicado el tiempo a empezar un arsenal. Ya había hecho un par de puñales con trozos de madera que había arrancado de la estructura de la litera. Trenzando jirones de la colcha, también había hecho una cuerda con un nudo corredizo. Si alguien se acercaba a su cama en algún momento de la noche, se ahorcaría.

–¿Me toca ya hablar con William? –preguntó.

–Sí –respondió Pandora.

Sunny metió la cuerda bajo la almohada y se puso en pie de un salto.

Se acercó a Pandora, que permanecía en la entrada del portal.

–Estás como un eléboro –dijo, y pestañeó–. Eléboro… ¡Salvia! ¡Fresia! ¡Arg! ¿Por qué no puedo decir tacos?

Así pues, la magia también censuraba a la hermana de William, pero no al propio William. ¿Por qué?

Sunny no podía mentir, así que se encogió de hombros y atravesó el portal. En aquella ocasión, no tuvo ningún cosquilleo en la piel, y se preguntó por qué.

Cuando se cerró el portal, inhaló profundamente y percibió un olor a ambrosía, whisky, cera de velas y… ¿verdura? Le rugió el estómago. El día anterior solo había comido un puñado de pétalos y hojas. ¿Aquel día? Nada.

–Ya tendrás tiempo de maravillarte después con el palacio. Ahora, Will está con una rabieta, y me ha dado órdenes de que te lleve rápidamente a su presencia.

Pandora no perdió el tiempo y se puso a caminar a grandes zancadas por el pasillo.

Sunny la siguió, mirando con asombro los retratos que había en las paredes. En uno de ellos, William solo llevaba un delantal y una sonrisa. Y nada más. En otro, tenía una boa de color rosa alrededor del pene.

Oh… ¿Aquel retrato sería fiel a la verdad? Porque… ¡Salvia! En otro de los retratos, estaba reclinado en una butaca de cuero, desnudo, leyendo un ejemplar de The Darkest Kiss. Había otros libros a su alrededor, todos ellos con la palabra «oscuro» en el título.

La gente que viera aquellos cuadros debía de subestimar gravemente la oscuridad de la naturaleza de William y bajar la guardia. Su objetivo, sin duda. Sin embargo, aquel pobre desgraciado no sabía lo que ella tenía pensado para su primer castigo.

Sunny contuvo la sonrisa. Iba a obligarlo a que aceptara una relación falsa con ella para conseguir su colaboración. Aunque él no iba a saber que era falsa. Ah, ese era el quid de la cuestión.

Pandora se fijó en que miraba atentamente los retratos, y le preguntó:

–¿Eres experta en arte, o en William?

Ella no quería contestar a aquella pregunta, así que formuló otra:

–¿Con qué tipo de mujer le gusta salir a William?

–Entonces, eres una experta en William –dijo Pandora, con un brillo de picardía en la mirada–. Y, sí, tiene un tipo de mujer específico: toda aquella que respira. Es un macho total. Se cansa de una mujer en cuanto se acuesta con ella.

–¿Nunca se ha comprometido con nadie?

–Una vez lo pensó –respondió Pandora–. Hubo una chica… Gillian. Pensó que la quería, pero se separaron, así que…

Pandora se encogió de hombros.

Sunny apretó los puños, algo que le ocurría casi siempre que William estaba presente en la conversación. Un príncipe de la oscuridad no se merecía sentir felicidad.

–¿Pensó que la quería?

–Mira, no voy a darte detalles jugosos. Yo no soy quien tiene que contar esa historia. Pero, claramente, a ti te interesa William, así que te lo voy a explicar: antes se acostaba exclusivamente con mujeres casadas, porque no quería ningún compromiso. Y, aunque creía que quería a Gillian, seguía teniendo aventuras por ahí. En realidad, creo que nunca se ha enamorado ni ha formado una familia porque… ¡Ay! Creo que ya he dicho demasiado. Yo nunca digo demasiado. ¿Por qué lo he hecho? Ya no me vas a sonsacar nada más.

¿Tal vez Pandora quería tener una amiga tanto como lo deseaba ella?

–No te preocupes. Ya he oído suficiente –dijo Sunny, apretando los puños de rabia por la tendencia de William a acostarse con mujeres casadas. Era igual que Blaze; no respetaba la santidad del matrimonio. No tenía lealtad, ni consideración por la gente a la que hacía daño.

«Otro motivo más para castigarlo con la justicia de los unicornios…».

Decidió cambiar de tema de conversación.

–Entonces, ¿eres hermana de William?

–Sí y no. Los dos somos hijos adoptivos de Hades.

Sunny se puso rígida. Hades, uno de los nueve reyes del inframundo. Comandante de demonios. La encarnación de la muerte. Y, también, padre adoptivo de Lucifer.

–Si los demonios son agujeros negros de maldad, también lo son sus dirigentes.

–Tienes razón, pero no deberías hacerles esos cumplidos a los miembros de la realeza del infierno. Se les sube a la cabeza.

Qué gracioso.

–He hecho un poco de investigación sobre William, y sé que salió del infierno en algún momento, que dejó su territorio y a sus ejércitos.

–Pero ha vuelto. ¿Dónde te crees que estás ahora?

Sunny se tropezó. ¿William la había llevado al infierno?

Pandora la guio hasta un pequeño despacho en el que había un escritorio muy grande, un archivador de metal y un dispensador de agua que parecía lleno de whisky. No había ni rastro de William.

–Espera. Tengo que avisarle de que ya estás aquí –dijo Pandora. Se sentó en la butaca del escritorio y tomó el auricular del teléfono fijo–. Métete la carne masculina en los pantalones, estamos a punto de entrar –le dijo a William, y se quedó escuchando su respuesta. Entonces, con una sonrisa desdeñosa, añadió–: No, no le voy a decir que estoy de broma. Que yo sepa, tú puedes estar haciendo cualquier cosa ahí dentro. Ah, sí, sí, que te den a ti también –dijo Pandora, y, con una sonrisa, colgó el teléfono y señaló hacia la puerta–. Ya viene. Que lo pases bien. O no. Bueno, lo más probable es que no. No está de buen humor, ¿sabes?

Así pues, en cuestión de segundos, iba a empezar su tercera ronda de batalla. Y el castigo de William. Sunny empezó a caminar, con el corazón en un puño. Abrió una puerta y cruzó el umbral, y entró a un despacho más grande, temblando.

William estaba sentado detrás del escritorio. Irradiaba tensión. Cuando ella percibió su increíble olor, la esencia del sexo, la masculinidad y el deleite carnal, sus células se inflamaron de deseo. Contuvo un gemido y notó que le dolían los pechos y la unión de los muslos.

¡La lujuria de la época de celo era un asco!

Para recuperar la compostura, evitó mirar a William y se fijó en la habitación. El suelo era de madera y estaba cubierto con una alfombra cuyo dibujo era un árbol de la vida. Mobiliario de madera tallada. Un bar y un escritorio, una butaca, dos sillas y una consola. Dos puertas, cerradas ambas. ¿Eran posibles vías de escape, o trampas? Una ventana con cristal al ácido que ocultaba las vistas del exterior. Una chimenea de mármol. Estanterías en todas las paredes, llenas de calaveras y adornos. Fotos enmarcadas de una guapísima chica morena y una increíble rubia. ¿Más miembros de su familia? ¿Antiguas amantes?

–Después de matar a Lucifer, yo también voy a exhibir su calavera en la repisa de mi chimenea.

Por fin, miró el retrato de William. Estaba colgado entre hachas, espadas y dagas. En aquel, William estaba completamente desnudo.

Oh, Dios. El tipo tenía anchura, largura y grosor. Un verdadero ariete. Al verlo, su cuerpo desatendido empezó a sufrir por él. Bueno, no por él en concreto. Por algo como eso. ¡Seguro!

Con la voz enronquecida, él dijo:

–¿Por qué quedarse mirando un cuadro, cuando estás en compañía del objeto real?

Ella se ruborizó, pero decidió no morder su anzuelo, y se mostró desafiante.

–Seguramente, te estarás preguntando por qué he decidido pasar por aquí –dijo, sin volverse hacia él.

William enarcó una ceja.

–¿Quieres decir que no has venido porque tu amo te ha convocado?

–No. Es porque tengo dos listas para ti –continuó ella–. Una lista de condiciones y una lista de coleccionistas y cazadores furtivos que tú vas a encontrar y decapitar en mi nombre.

Él se enfureció y se puso en pie bruscamente. Cuando se dio cuenta de cómo había reaccionado, se alisó las mangas de la camisa y volvió a sentarse. Entonces, con una voz grave, le dijo:

–No estás en una buena posición para hacer exigencias, duna.

–No, tienes razón. Estoy en la mejor posición para hacer exigencias. Me necesitas…

–¿Yo? ¿Necesitarte a ti? –preguntó él, desdeñosamente–. Todavía tienes que demostrarme hasta qué punto eres una experta descifradora.

–… y yo necesito jabón, cosméticos, ropa y ordenadores portátiles para jugar a videojuegos. Para todo el mundo. Y no seas tacaño. Trae también libros electrónicos. Mis favoritos son las historias románticas. También estaría bien que trajeras agujas de punto y ovillos, y comida para picar. Si me entra hambre o me aburro, ocurrirán cosas malas. Y, finalmente, quiero tener un alojamiento privado. No quiero estar en el barracón.

Silencio.

Gracias a su impresionante visión periférica, supo que William la estaba mirando impasible. Sin embargo, había apoyado los codos en el borde del escritorio, y entrelazó los dedos. Tenía los nudillos blancos. ¿Impasible? No, ni hablar.

Cuando, por fin, se soltó los dedos, se pasó una mano temblorosa por la boca.

–Te voy a dar una habitación para ti sola, y compraré las cosas que necesitas, y me ocuparé de los furtivos y los coleccionistas. ¿Algo más?

Qué amable… Demasiado amable. ¿Por qué había cedido tan rápidamente, si hacía unos segundos le había dicho que no tenía ningún poder para negociar?

–¿Cuál es el precio que quieres que pague? –le preguntó–. Seguramente, mi habitación estará junto a la tuya, para que las visitas sean cómodas, ¿no?

Más silencio. Ella esperó con los nervios de punta y… ¿con esperanza?

Entonces, él respondió secamente:

–Solo tendrás que descifrar el código del libro y traducirlo en un plazo de dos semanas.

Por fin, ella consiguió dominarse. Se giró hacia él, aunque no pudo mirarlo directamente, y se concentró en su escritorio. La mesa estaba llena de comida. Al ver una fuente llena de pétalos de flores de diferentes colores, se le hizo la boca agua y su estómago empezó a rugir.

Ninguno de los otros descifradores había mencionado un tentempié y, mucho menos, una comida entera. Eso significaba que él se había tomado muchas molestias por ella.

–¿Es esta nuestra primera cita? –le preguntó, con curiosidad por saber cómo iba a reaccionar a la idea.

–Yo nunca tengo citas.

–¿Nunca?

–No, nunca.

«Pero conmigo sí quieres salir, ¿eh, Eterno Lujurioso?». Aquella idea no le resultaba completamente desagradable. De hecho, hizo que una neblina seductora envolviera toda su mente. Por fin, alzó la vista, porque ya no podía resistirlo más. ¡Margarita! Aquellos ojos eléctricos le transmitieron una lujuria tan pura, que comenzó a jadear.

No sabía por qué, pero era más guapo de lo que recordaba. En realidad, sí lo sabía. Era una cuestión de ciencia. Cuanto más tiempo se pasaba con alguien, más llegaba uno a conocer a esa persona, y más o menos atractivo empezaba a ser, porque su personalidad cobraba tanta importancia como la nariz o los ojos. William, proporcionándole su comida favorita… era increíblemente sexy.

Empezó a temblar mientras catalogaba sus diferencias. Tenía el pelo muy negro, despeinado como si una amante acabara de tomarle los mechones con los puños. Tenía…

¡Qué desgraciado!

–Pandora mintió –dijo Sunny, con desprecio–. Es cierto. Te has acostado con alguien.

–Muchas veces –respondió él, con una sonrisa llena de picardía.

¡A ella se le hizo trizas el corazón! No tenía ningún derecho a disfrutar cuando tenía a un poderoso unicornio languideciendo en cautividad.

–Pero no hoy –añadió William. Eso calmó su estado de ánimo.

«Un momento. Creo que me está atormentando». Sin embargo, de repente se sintió magnánima, se sentó frente a él y miró la fuente de pétalos de rosa. Tenían un olor dulce.

–Come –dijo él, empujando la fuente hacia ella.

Ella sintió una gran desconfianza y se retiró hacia atrás.

–¿Por qué? ¿Están envenenados?

–¿Para qué iba a molestarme? ¿Acaso crees que no sería capaz de apuñalarte? –le preguntó él. Entonces, alargó el brazo para tomar la fuente–. Si no los quieres…

Antes de que pudiera agarrarla, ella se le adelantó. Al principio, comió lentamente, tal y como la habían enseñado, con aplomo. Desde que sus padres la habían comprometido con Blaze, al nacer, la habían educado como si fuera un miembro de la realeza. Sin embargo, en aquel momento, el hambre la empujó a terminar todos los pétalos rápidamente.

No estaba saciada, así que cambió la fuente vacía por el frutero lleno.

–A propósito –dijo, entre bocados de naranja, piña y fresas–. Estoy furiosa contigo. Me has traído al infierno. Odio a los demonios, y esta es su morada.

Él enarcó una ceja.

–Si piensas que iba a permitir que los demonios hicieran daño a alguien que está bajo mi supervisión y cuidado, eres tonta.

–Y si tú piensas que puedes controlar la maldad pura, eres más tonto todavía –replicó ella, mirándolo con lástima–. ¿Con cuántos unicornios te has relacionado en la vida?

–Tú eres la primera.

Ella asintió.

–Se nota. Pero… ¿cómo supiste lo que era?

–Hades colecciona armas raras, artefactos y… sí, incluso seres vivos. Yo me mantengo al tanto de sus deseos. Un unicornio es uno de sus primeros objetivos desde hace siglos.

A ella se le encogió el estómago.

–¿Y qué quiere, estudiarnos o matarnos?

–Lo que él espera es adoptar o reclutar.

Horrible.

–¡Paso! –exclamó Sunny–. ¿Y tú? ¿También eres un objeto de su colección?

Él se pasó la lengua por uno de los colmillos y la miró con los ojos muy brillantes. Se le enrojecieron las mejillas y le vibró el músculo de la mandíbula.

–Yo soy su hijo.

Un poco defensivo, ¿eh?

–¿Y no puedes ser ambas cosas? ¿Qué clase de…?

–No lo hagas –le advirtió él–. No preguntes qué clase de ser soy.

–¿Por qué? ¿Qué clase de ser eres?

Él frunció el ceño.

–A menos que… –murmuró Sunny, y jadeó–. No lo sabes, ¿a que no?

William rompió en dos el bolígrafo que tenía en la mano.

–Tú estás aquí para traducir mi libro. Vamos a trabajar.

Ella sintió una tremenda pena. William no sabía cuáles eran sus orígenes. Qué horrible. ¿Se sentía siempre como si no perteneciera a ningún lugar? Ella también conocía aquel sentimiento.

–Todavía estoy en el descanso para comer –replicó Sunny, con la voz suave. El conocimiento era poder, y no había terminado de aprender cosas sobre él–. Preferiría hablar sobre ti.

A él estuvo a punto de escapársele una sonrisa. ¿Por qué? ¿Acaso eso le había agradado?

–Como soy un carcelero benevolente, y tú has sido una prisionera agradable, te voy a conceder cinco minutos para que termines la comida y me preguntes lo que quieras, y yo te contestaré.

–De acuerdo. ¿Por qué es tan importante para ti ese libro codificado?

Hubo una pausa tensa, y él respondió:

–Hace siglos, rechacé a una bruja, y ella me echó el peor de los maleficios: el día que me enamorara, sería el día en que la mujer objeto de mi amor intentaría matarme.

Interesante. Pensó en lo que le había dicho Pandora. «En realidad, creo que nunca se ha enamorado ni ha formado una familia porque…». Así que la maldición tenía que ver con sus afectos.

–¿Y seguro que estás maldito? Es evidente que estás enamorado de ti mismo y, sin embargo, no te has suicidado.

–Sí, estoy seguro. Y, según la bruja, puedo romper la maldición descifrando el código.

–¿Y estás seguro de que te dijo la verdad? Los seres vengativos, sea cual sea su especie, no crean una vía de espacio mágico sin un motivo nefando. ¿Y si al romper la maldición te haces más daño todavía y empeoras tu situación?

Él se movió con incomodidad en el asiento.

–¿Y si la bruja esperaba que temiera demasiado deshacer la maldición y no me atreviera, y siguiera regodeándome para siempre en mi tristeza, sin hacer nada, mientras ella conservaba la llave de mi felicidad?

Sí, cabía esa posibilidad.

–¿Sigue viva la bruja?

–Si Lilith siguiera viva, la tendría encadenada a mi lado para poder torturarla a cada segundo.

William respondió con fruición, y eso le proporcionó a Sunny un atisbo del príncipe diabólico del inframundo que había detrás de aquella bonita cara… y su propio lado oscuro sintió adoración.

–Le corté la cabeza –dijo William. Con ayuda de Lucifer.

Lucifer. Cuánto había llegado a odiarlo.

Sunny mordió otra fresa, y William rompió un segundo bolígrafo en dos pedazos. A ella se le aceleró el pulso. ¿Por qué…? Se dio cuenta de que él se había quedado mirando fijamente su boca y, claramente, había perdido el hilo de la conversación.

¿Podría distraerlo aún más?

Deleitándose con su poder femenino, se pasó la fresa por los labios. Él la observó y se le fueron dilatando las pupilas, y ella sintió que se extendía un calor delicioso por toda su piel. Al lamer el jugo de la fresa para atormentarlo, también se atormentó a sí misma. ¡Qué dulzura! Se imaginó a sí misma dejando caer aquel jugo por su cuerpo y lamiendo hasta la última gota. Él ya no tendría ningún motivo para volver a sentir tristeza.

William gruñó y la sacó de su ensimismamiento.

–Han terminado tus cinco minutos –le dijo.

–Haznos un favor a los dos y atrasad el reloj. Tengo más preguntas… y más fresas.

–No voy a hacer eso…

–Si lo haces, te besaré –dijo ella, sin poder contenerse. Se ruborizó. Si él la rechazaba…

Pero William se irguió en la silla, y dijo:

–Atrasado el reloj ahora mismo.