«Para mí, hay un momento y un lugar para la lujuria. Siempre, y en todas partes».
Sunny se paseó por su nuevo alojamiento e inhaló el olor a polvo y a moho de aquel lugar olvidado. Era más grande que el barracón de literas. Era un espacio abierto, con el techo abovedado, tres ventanas y una fila de boxes, todos vacíos. Al fondo estaba la zona de vivienda, que tenía un dormitorio, un baño, el cuarto de la lavadora y una cocina pequeña. Allí no vivía ningún animal.
Sin embargo, tenía que hacer limpieza y poner trampas. Las colocó por todo el perímetro para cerciorarse de que nadie entrara sin permiso. Pero… «Creo que me va a gustar estar aquí». Llevaba demasiado tiempo huyendo, saltando de un motel cochambroso a otro y, ahora, tenía la oportunidad de descansar.
Pandora estaba en un portal. Era una mujer bella y fuerte, de rasgos angulosos, cuerpo tonificado y mirada profunda. Y llevaba un arsenal encima: dos espadas cortas atadas a la espalda y dos armas semiautomáticas enfundadas en un cinturón. Tenía una daga abrochada en cada uno de los muslos y otras dos metidas en los laterales de sus botas de combate.
¿Robar una, o no robar una?
No, no era necesario. Ella tenía el arma más poderosa del mundo colgada del cuello: el medallón.
–Solo para que lo sepas –le dijo Pandora–: Ahora, William es mi familia. La familia es algo que me ha faltado mucho tiempo. Si le haces daño, yo te lo haré a ti, pero peor.
Sunny sintió envidia. ¿Cómo sería tener a alguien tan leal al lado?
–William sobrevivió a un balazo mágico en plena cara. Te aseguro que puede con cualquier cosa que yo le mande –replicó Sunny.
Sin embargo… ¿qué haría falta para poder matarlo de verdad? Tenía que averiguarlo cuanto antes. No porque quisiera matarlo, sino porque era un príncipe de la oscuridad, y cabía la posibilidad de que se volviera contra ella. Necesitaba estar preparada.
Puso el cuaderno, el bolígrafo y el taco de fotografías al borde de la cama y se metió el teléfono móvil al bolsillo. No le sorprendería que William hubiera cargado un par de fotografías de su miembro en la galería de la cámara.
Sexo… con William… ¿Había pasado de sentir una fuerte oposición a desearlo con todas sus fuerzas? Antes había intentado tomarle el pelo dándole un beso, pero había salido trasquilada, porque el placer había sido tan intenso para ella, que había aniquilado sus defensas y la incapacidad de confiar en los demás. Un momento, al menos.
Un momento que iba a recordar para siempre.
Entonces, él lo había estropeado todo besándola como un robot, pero ella quería besarlo de nuevo, igualmente, deleitarse con la suavidad de sus labios y con su sabor, y con la fuerza de sus caricias. Después, quería hablar con él. Aunque William fuera un hombre tosco y grosero, tenía un sentido del humor fuera de lo común. Y… y… ella lo quería todo y nada, la soledad y la compañía.
–¿Es que piensas que lo único importante es la supervivencia física? –preguntó Pandora, chasqueando la lengua–. Pues eso es triste.
Sí, era triste. A Sunny se le hundieron los hombros. Sin embargo, en su propia defensa podía alegar que la salud mental y emocional de William no deberían importarle. No debía olvidar que él era su carcelero.
«Entonces, ¿por qué no puedo olvidar los reflejos de tristeza que he visto en sus ojos?».
–He escuchado la conversación que has tenido con él –reconoció Pandora–. Sé lo que eres, y estoy impresionada. Pero no pienses que eres alguien especial para William. Él nunca va a comprometerse.
–Vaya, ¿y quién te ha dicho que yo quiero eso?
Pero, en realidad… Aunque a ella no le pareciera adecuado como novio un príncipe del inframundo, tal vez fuera un estupendo amante.
Ya no creía que William hubiera ayudado a Lucifer a destruir su pueblo. Y la miraba de un modo que…
Como si ya estuvieran desnudos en la cama, con los miembros entrelazados. Se le aceleró el pulso al pensarlo.
Pandora suspiró.
–Conozco esa mirada. Acabas de excitarte a base de bien.
«Pues sí, ¿y qué?».
–Vamos –le dijo Pandora–. Olvídate de William y dame tu lista.
¿Olvidarse de William? «No creo que pueda».
Sunny volvió a la cama y escribió la lista de todo lo que le había dicho a William y añadiendo ropa interior cómoda, cosméticos, juegos y algunas otras cosas. Y, en último lugar, añadió todo lo que se había dejado en la habitación del hotel, incluyendo su libro. El libro en el que estaban sus listas.
Su nuevo teléfono sonó justo cuando terminaba. Con impaciencia, se apresuró a leer la pantalla.
Amo W: ¿Me echa de menos mi pequeña duna?
¿Amo W? A Sunny se le escapó una sonrisa. Aquel hombre… Oh, sí, una parte de ella lo echaba de menos.
Antes de que pudiera escribirle una respuesta, Pandora dio una palmada y ladró:
–Vamos, acaba.
Sunny dejó el teléfono en la cama con la intención de contestar después, en privado, y se acercó a Pandora para darle la lista.
–Antes de que hagas algún comentario sobre el número de puntos de la lista y el gasto, te diré que William acaba de hacerse con un purasangre, y su mantenimiento es caro.
Se rio de su propia broma. El humor unicornio nunca pasaba de moda.
–La ropa interior es para seducir a William, ¿no? –le preguntó Pandora, alzando la mirada desde la lista.
Sunny se encogió de hombros. En realidad, la ropa interior era para atormentar a William. Iba a seguir haciendo que se sintiera incómodo hasta que ella se convirtiera en una invitada y dejara de ser una prisionera.
–Bueno, pues me parece bien –dijo Pandora, y le guiñó un ojo. Después, salió por el portal, diciendo–: Vuelvo enseguida.
Un momento. ¿A nadie se le había ocurrido la idea de cerrar con llave la puerta del establo?
Probó a girar el pomo, y no hubo resistencia. No era posible… Abrió la puerta con un suave empujón y, con entusiasmo, atravesó el umbral. Hacía mucho calor, pero no le importó. Si quería, podía escapar.
Sonrió con fuerza. Otro paso, y otro… ¿Debía o no debía?
De repente, se chocó con una especie de barrera invisible y rebotó hacia atrás. Se cayó y aterrizó con tanta fuerza sobre el trasero que se le escapó todo el aire de los pulmones y vio las estrellas.
Dio un puñetazo en el suelo. ¡Iba a multiplicar por dos el tormento de William!
Se levantó, entre bufidos, y caminó hacia delante con los brazos extendidos. Cuando llegó a la altura de la barrera, le lanzó su magia, pero… la barrera no se movió.
Entonces, decepcionada, miró el paisaje que tenía ante sí: colinas y valles en los que se divisaban incendios por todas partes. El viento aullaba y la ceniza caía al suelo como copos de nieve. Había algunos árboles, pero tenían enormes espinas negras que rezumaban algo como aceite de motor.
Había demonios por todas partes. Algunos de ellos tenían cuernos, otros, escamas, otros, alas y colas… Y todos iban armados.
¡El enemigo! Su lado violento se preparó para luchar y asesinar. ¿Podrían entrar aquellos demonios al establo? Si eran parte del ejército de William, no le harían daño… No, eso no era cierto. Fueran leales a William o no, los demonios tenían que morir. Iba a poner trampas, pero no para disuadir a los posibles invasores, como había pensado anteriormente, sino para matar.
En aquel momento, la atención de todos aquellos seres estaba centrada en… A Sunny se le cortó la respiración. William iba abriéndose paso entre sus filas. Las runas doradas que le cubrían los brazos estaban encendidas, lanzando destellos justo por debajo de su piel.
William fue matando demonio tras demonio con salvajismo. Era brutal, magnífico. Era una bella tentación. «Es letal y, sin embargo, a mí me ha tratado con cuidado».
Su cuerpo reaccionó como de costumbre ante la presencia de William. Se acaloró y se humedeció, preparándose para unas relaciones sexuales vigorosas. Después, recordó que el establo estaba rodeado por una barrera.
–No te preocupes por mí, Willy –gritó, con el ceño fruncido–. Haz como si no estuviera aquí, mirándote con ganas de asesinarte.
Él se dio la vuelta rápidamente, con los ojos azules muy brillantes. Aquella distracción le costó cara, tal y como ella esperaba. No vio al demonio que se le acercó por la espalda, y recibió un golpe en la nuca.
Sin embargo, se recuperó rápidamente, y unas alas negras de humo surgieron de su espalda. Ella se quedó boquiabierta. La luz que había bajo su piel se extendió a aquellas alas y creó una tormenta en cada uno de los dos apéndices. Asombroso.
A su alrededor había montones de demonios, pero Sunny no podía saber si estaban muertos o inconscientes. Perdían la cabeza en cuanto William se acercaba a ellos.
–Disfruta de tu conmoción cerebral, carcelero –le dijo ella–. Durante los próximos días, será el mejor recuerdo que tengas –susurró. Volvió al establo y cerró las puertas de una patada.
Se paseó de un lado a otro pensando frenéticamente. En el salón de actos del hotel, había pensado que William no estaba a la altura de su fuerza. Sin embargo, en aquel momento, pensó que tal vez se había encontrado con la horma de su zapato.
Si William decidía alguna vez intentar arrebatarle el cuerno… ¿A quién quería engañar? Claro que iba a intentarlo. Todos aquellos seres que habían descubierto su origen habían codiciado aquel cuerno.
Sunny sintió frío. Si William se las arreglaba para robárselo, perdería la magia, la fuerza, la capacidad de cambiar de forma. No podría leer auras ni distinguiría a los ciudadanos normales de los humanos basura, ni a los mortales de los inmortales, ni la verdad de la mentira.
Trabajaría en su libro tal y como había prometido. Mientras, seguiría castigándolo, disfrutando de su refugio y provisiones, gastándose su dinero y utilizando su destreza en la batalla para disminuir el número de cazadores furtivos y coleccionistas. También tendría que ganarse su confianza y conseguir que le entregara el libro. Y tomar medidas para que él no se ganara su confianza, porque no podría atormentar ni traicionar a alguien en quien confiaba, ni escapar de él.
Dentro de dos semanas, utilizaría el libro como arma colateral si era necesario.
«O me dejas libre, o lo quemo».