Capítulo 13

 

 

 

 

 

«He matado a miles de seres, pero ese número no tiene comparación con la matanza que se avecina».

 

«Eres mío».

Las palabras de Sunny no dejaron de repetirse en la cabeza de William. Tenía su imagen grabada en la mente. La cascada de ondulaciones azules… La camiseta corta que dejaba a la vista la mitad inferior de sus pechos… Los pezones endurecidos… Aquel cuerpo esbelto y la piel marrón inmaculada, con todos aquellos tatuajes de rosas que él quería recorrer con la lengua… Aquellas diminutas bragas y aquellas piernas perfectas.

Tenía un cuerpo increíble y, con solo mirarla, él sentía una enorme excitación. Cuando estaba en su presencia, todo se intensificaba. Tenía que mantener las distancias con ella, pero Sunny lo atraía como un imán al metal.

La magia que les había arrebatado a los demonios no le había servido de ayuda. Anhelaba a Sunny con todo su ser. Y ella lo deseaba a él; la criatura más exquisita del universo lo consideraba lo suficientemente bueno como para ser su novio. A él. A un tipo que no recordaba su infancia, pero que tenía demasiados recuerdos de violencia y torturas. Un príncipe del infierno que no tenía reino. Un señor de la guerra maldito que nunca había conocido el verdadero amor.

Un momento… ¿Se estaba cuestionando su propia valía? Frunció el ceño al darse cuenta. ¿Acaso su pasado iba a disgustar a Sunny? A él, verdaderamente, sí le disgustaba.

«No se lo contaré nunca». Si ella no era capaz de traducir su libro en un plazo de dos semanas, no habría ninguna necesidad. Llegaría la época de celo y ella lo desearía de todos modos.

Dio un puñetazo de rabia en la pared, y sintió el dolor de los huesos rotos hasta la muñeca. No quería que ella lo deseara por una subida hormonal, o por la época de celo. Quería que lo deseara por el hombre en el que se había convertido.

Sunny hacía que se sintiera vivo. Algunas veces, le recordaba a sí mismo, como si fuera su alter ego femenino. Era una mujer segura, pero, también, vulnerable. Era solitaria, pero, también, sociable. Algunas veces era remilgada y, en otras ocasiones, casi siempre, irreverente. Decidida, inteligente, lista y deslumbrante. Era un desafío y tenía mucha exuberancia. Exigía lo que quería y no se conformaba con menos.

La admiraba y la deseaba con desesperación. Conseguir que llegara al orgasmo se estaba convirtiendo en una obsesión para él. ¿Cómo reaccionaría ella cuando sucediera? ¿Y él?

Tuvo que contenerse para no volver al establo. No iba a hacerlo, ni en aquel momento, ni más tarde. Después de la reunión, iba a cerciorarse de que murieran todos los cazadores furtivos y los coleccionistas.

Se teletransportó a una discoteca llamada The Downfall. Los dueños eran Bjorn, Thane y Xerxes, y habían cerrado el local para que Hades pudiera alquilarlo para celebrar allí la reunión con Lucifer.

Al llegar, William notó un ambiente amenazante. Las paredes estaban tapizadas con terciopelo negro, lo que proporcionaba un marco perfecto para una serie de retratos de criaturas mitológicas en actos sexuales depravados. Había cientos de mesitas redondas con cuatro sillas. Del techo colgaban arañas de luz dorada.

Bjorn estaba al otro lado de la habitación. Saludó a William con un pequeño gesto de la cabeza. Tenía el pelo castaño, los ojos de todos los colores del arcoíris y la piel nacarada. Sus alas eran de oro macizo.

Como Axel, Bjorn y sus compañeros habían sido ascendidos recientemente. Habían pasado de ser meramente guerreros a entrar en el grupo de Elite 7, debido a que la mayoría de los anteriores integrantes de la Elite habían muerto en una explosión.

Thane parecía un ángel. Tenía el pelo rubio y rizado, la piel bronceada y los ojos azules. Xerxes, por su parte, parecía un demonio. Tenía el pelo blanco, la piel blanca, cubierta de cicatrices, y los ojos rojos y relucientes como un neón.

Hades estaba presente con Pandora, Lucien, uno de los líderes de los Señores del Inframundo, y Anya. En el extremo más alejado había un Enviado: Axel.

¿Por qué había permitido Hades que Axel se quedara allí? Seguramente, habría intentado que se marchara, pero Axel se había negado a obedecer.

Se quedó mirando a su hermano y percibió en su expresión el mismo anhelo que sentía él: el impulso de acercarse. Sin embargo, rápidamente, Axel disimuló su deseo con una sonrisita desdeñosa que William conocía muy bien, puesto que la había utilizado en multitud de ocasiones, siempre que deseaba algo que no podía tener.

William miró a Hades. Su padre también lo estaba observando a él, con los ojos entrecerrados, sin duda, pensando en que iba a dirigirse hacia el enviado e iba a alejarse del hombre que lo había criado solo para estar con un familiar de sangre.

«Quiero… las dos cosas en mi vida», pensó él. Sin embargo, por el momento, caminó hacia Hades.

Axel se puso rígido. Obviamente, su gesto le había ofendido.

¡Demonios! William se detuvo. Se sentía como si estuvieran tirando de él en dos sentidos opuestos.

Antes de que Axel se hubiera presentado en su casa, él siempre había pensado que podía mantenerse alejado de su hermano sin problemas, pero, desde que lo había conocido, solo quería más.

Pero no podía olvidar la preocupación de un hombre que le había enseñado a protegerse a sí mismo y a proteger a todos sus seres queridos. Al menos, no podía hacerlo hasta que hubieran podido hablar en privado. Así pues, William saludó a Axel con un asentimiento y siguió su camino. Se sentó entre Hades y Anya.

Hades permaneció en silencio, inmóvil, mientras que su hermano apretaba los puños. William sintió una opresión en el pecho. No podía ayudar a uno sin herir al otro. ¿Había cometido un error? ¿Debería haberle mostrado su apoyo a Axel?

–Bueno, ¿dónde están tus hijitos? –le preguntó Anya, sonriendo. Era una de las mujeres más bellas del universo. Tenía el pelo rubio muy claro, la piel dorada y los ojos azules–. Esperaba poder ver a la Brigada del Arcoíris.

–Están en una misión –dijo él.

Habían tenido noticias sobre un posible escondite de Evelina.

William estaba impaciente por poder utilizarla para destrozarle la vida a Lucifer.

–¿Una cerveza? –les preguntó una vampiresa–. ¿Vino? ¿O me prefieres a mí?

Ah. Una de las tres camareras que estaban sirviendo las bebidas. La vampiresa se había acercado a tomar nota y lo estaba mirando como si fuera a darse un festín.

Él, por el contrario, no sintió ni la más mínima tentación.

¡Maldita Sunny Lane! ¿Qué le había hecho? William despidió a la vampiresa.

–Y ¿qué es eso que he oído de que tienes a una descifradora de código viviendo en tu establo? –le preguntó Anya.

–Tengo a varios descifradores de código en un barracón –dijo, sin revelar nada sobre Sunny. Si lo hiciera, Anya iba a empeñarse en conocerla y, entre las dos, acabarían con su cordura.

Lucien estaba mirando con adoración a su prometida. Anya era la diosa menor de la Anarquía, y no seguía ninguna regla, salvo las suyas, que transgredía siempre que le conviniese más.

¿Qué era lo que había unido a aquellos dos seres tan diferentes? ¿La misma conexión que había entre Sunny y él?

¿Con qué tipo de hombres habría salido Sunny durante su vida?

De repente, se sintió muy tenso y tuvo ganas de golpear a cualquiera.

«No pienses en el unicornio».

–¿Cuánto tiempo vamos a esperar a que aparezca Lucifer? –preguntó Pandora, que estaba sentada al otro lado de la mesa, con impaciencia–. Yo solo he venido por un motivo: porque me prometieron que habría asesinatos y mutilaciones. No sabía que iba a tener que sentarme a esperar.

–Ya tendrás tus asesinatos y mutilaciones –le dijo Hades, con indulgencia–. Hoy solamente vamos a hablar. Tenemos que cumplir nuestra palabra. Aunque Lucifer no tenga honor, nosotros vamos a fingir que sí lo tenemos.

Para William, el asunto del honor era una pérdida de tiempo. Lo mejor era golpear a la menor oportunidad. Por la victoria, cualquier cosa. Sin embargo, era cierto que algunos ataques podían ganarse con palabras, que eran el arma más peligrosa del mundo. La lengua podía crear… y destruir. Él era un experto en ganar batallas con la inteligencia, pero Lucifer, también.

Odiaba a Lucifer con todo su ser. No había nadie más egoísta ni más avaro. Ni más repulsivo.

Una vez, Lucifer fue el ángel más poderoso y amado del cielo. De joven, adoraba al Más Alto, su creador… hasta que le consumió el deseo de gobernar el cielo. Cuando se volvió contra su rey, perdió, y cayó. Hades lo acogió. Y, ahora, Lucifer había vuelto a desear el poder. Estaba cometiendo los mismos errores; quería ocupar el lugar de su padre adoptivo en el inframundo para poder llevar a todos los demonios al cielo y volver a luchar para destronar al Más Alto.

«Ojalá yo nunca me vuelva tan idiota».

A unos quince metros de distancia, surgió una chispa de la nada. La chispa creció, alimentándose del aire, y se formó un portal.

Había llegado Lucifer.

William sintió un odio que lo envolvió como si fuera una armadura.

Todos se pusieron de pie, salvo él. El ambiente se llenó de odio e impaciencia, una combinación totalmente nefasta.

El portal se abrió por completo y Lucifer entró a la discoteca.

No había cambiado nada. Tenía el pelo rubio y rizado, la piel dorada y los ojos azules como el cielo, y llevaba la misma túnica de ángel, hecha de plumas blancas.

Sonrió con calma, y eso molestó aún más a William.

–Buenas, damas. Disculpad mi retraso. Me alegro mucho de que estéis dispuestas a esperarme.

William se tomó la copa de whisky con ambrosía de alguien y se puso en pie. Giró el cuello para hacer crujir los huesos y sonrió con irreverencia antes de mirar a Lucifer.

Lucifer no se dio cuenta. Estaba demasiado ocupado vigilando a Hades con toda su atención para analizar su reacción.

Hades dio un paso hacia delante, y William lo agarró del hombro para detenerlo. «Yo me encargo».

El rey más poderoso de todo el inframundo no era alguien que aceptara órdenes de los demás, ni siquiera de su hijo. Sin moverse, asintió de forma casi imperceptible.

William caminó hacia Lucifer, y Lucifer, hacia William. Se encontraron en mitad del recorrido. Estaban rodeados por un mar de mesas y sillas. Lo primero que percibió William fue un brillo de envidia en los ojos de su hermano, y tuvo que contenerse para no sonreír. La interacción entre padre e hijo debía de haber molestado a la oveja negra.

En un tono relajado, William dijo:

–Aceptamos tu disculpa. Cualquier excusa es buena para que pueda pasar un rato con mi adorado padre.

Efectivamente, las palabras podían ser como puñales, y él acababa de darle una puñalada en el corazón a Lucifer.

Su hermano frunció el ceño, pero, rápidamente, disimuló sus emociones. William y él habían aprendido de Hades.

–Me alegro mucho –dijo Lucifer–. Pero yo tendría cuidado. Con los secretos que te está ocultando, te debe algo más que un rato de compañía.

Y su hermano acababa de clavarle una daga a él. «No reacciones. Está mintiendo para disgustarte».

William observó a Lucifer con más intensidad, y sintió una mezcla de afecto y remordimiento, y tristeza. Aquellas emociones habían quedado enterradas bajo el odio de muchos siglos. Y, como si le estuviera leyendo el pensamiento, Lucifer le preguntó:

–¿Por qué me odias tanto, eh?

–Voy a explicarte el principal motivo: pocos años después de que Lilith me maldijera, me desperté a causa de un fuerte dolor –dijo William, con tranquilidad–. Abrí los ojos y te vi junto a mi cama, con una daga ensangrentada en la mano, a punto de dar el segundo golpe.

Cuando Hades se había enterado de lo sucedido, se había puesto del lado de William. Lucifer se había sentido rechazado y se había ido de casa. Aquel había sido el principio del fin de la relación entre el rey y su primer hijo adoptivo.

Lucifer hizo un gesto desdeñoso con la mano.

–Algunas personas caminan y hablan en sueños. Yo cometo asesinatos. No es culpa mía.

–¿Sabes? –le dijo William, en el mismo tono de sosiego–. Si querías verme, no tenías que inventarte una complicada reunión. Se nota que estás desesperado.

Lucifer se ruborizó ligeramente; estaba claro que había conseguido herir su orgullo. William, dos, Lucifer, uno.

–Yo soy el que te he dado una excusa para que pudieras verme. Además, no he venido a discutir contigo.

–Eso ya lo sé. Has venido a amenazarnos, que es lo único que has escrito en tu guía Cómo ser un supervillano. A propósito, voy a publicar mi crítica en internet –dijo William–. Una estrella.

–Lo mismo que yo le he dado a tu libro. Hablando de libros, me he enterado de que has encontrado a una descifradora de código para deshacer tu maldición –dijo Lucifer, con malicia.

William no reaccionó.

–Lo que tengo es esperanza, algo que tú no debes tener, porque serías un idiota.

Él siempre había mantenido en secreto sus objetivos, a la espera del momento perfecto para confesarlos. Y aquel era un momento perfecto.

–Voy a encontrar tu corona y a reclamar tu reino, Lucy. Voy a liderar tus ejércitos, a dejar en libertad a todos tus esclavos sexuales y a quitarte tu más preciada posesión: el orgullo. Los próximos años, tu nombre será como una broma, un cuento con moraleja y una maldición, todo en uno.

Lucifer le mostró los colmillos.

–Deberíamos estar en el mismo bando, luchando contra la tiranía de Hades.

–Yo nunca trabajaría a tu lado. Tú robas, matas y destruyes cualquier cosa que puedan amar los demás.

–Puede que haya cambiado. De todos modos, esta es tu primera y última oportunidad de unirte a mí, al bando ganador –dijo Lucifer, y volvió a sonreír con petulancia. Creía de verdad que podía ganar. Se engañaba a sí mismo tanto como a los demás–. Entre los dos, podemos arrebatarle a Hades su reino y su orgullo.

–¿Es que tienes miedo de no poder hacerlo solo?

La sonrisa desapareció. Otro golpe a su ego.

Lucifer empezó a caminar con lentitud alrededor de William. William se lo permitió. Ni siquiera se movió y, de ese modo, le transmitió con claridad que no era una amenaza de la que tuviera que preocuparse.

–¿Es que estás contento bajo la autoridad de Hades? –le preguntó Lucifer–. ¿Prefieres ser uno de los instrumentos de su venganza en vez de llevar tu propia vida? Pobre William. Yo hago lo que quiero, cuando quiero. Y, dentro de muy poco, voy a querer robarles la corona a todos los reyes del infierno, y eso es lo que voy a hacer. Nadie podrá impedírmelo. Nadie puede vencerme.

–Adelante –respondió William–. Sigue subestimándome.

«Yo tengo un as en la manga: un unicornio me ayudará». Aunque…

¿Quería él que Sunny se enfrentase cara a cara con Lucifer?

Volvió a ponerse furioso.

–Hasta este momento –dijo, con la voz ronca–, he considerado que nuestras batallas eran una especie de entrenamiento, un juego. Sin embargo, ha llegado el momento de destruirte de verdad. Que lo disfrutes. O no. Tú eliges.

Después de decirle aquellas palabras, hizo algo que su hermano odiaba: alejarse. Le lanzó un beso y volvió con los demás.

Lucifer mantuvo una expresión neutral, pero apretó los puños.

–Sigues provocándome, cuando tengo algo que deseas con todas tus fuerzas. Verás, regresé al reino de Lleh poco después de que la bruja te maldijera. La atrapé y la encerré. Como no podía tener tu libro, me quedé con la segunda mejor opción.

William se echó a reír y le pasó un brazo por los hombros a Hades.

–¿Ah, sí? ¿Y por qué me acuerdo yo de que le corté la cabeza?

–Yo estaba a tu lado, y tú solo viste lo que querías ver.

Lucifer cambió de imagen en un abrir y cerrar de ojos, y se convirtió en Lilith.

–No fue más que una ilusión. Mataste a alguien inocente, y tienes la calavera de alguien inocente en tu colección.

William tragó saliva al notar la punzada de la duda. No, no. Aquel mentiroso estaba haciendo lo que mejor sabía hacer: engañar.

Lucifer recobró su forma y William se preguntó: «¿Y si no es así?».

Se le aceleró el corazón mientras pensaba febrilmente. ¿Vivía todavía la bruja? ¿Podría deshacer ella la maldición, o podría empeorarla?

Lucifer retrocedió con una sonrisa y se deslizó hacia el portal. Mientras miraba al resto del grupo, su sonrisa se volvió tensa. ¿Acaso fue porque ellos tenían amigos, algo de lo que él carecía?

–Antes de que te vayas, una última cosa –le dijo Hades, que también tenía una sonrisa en los labios–. Te conozco, y sé cuáles son tus intenciones y tus planes para la guerra.

Lucifer se quedó desconcertado.

–¿Ah, sí? –dijo, fingiendo que bostezaba–. Por favor, cuéntame.

Hades sonrió aún más.

–En cuanto dejaste tu territorio, el rey Rathbone adquirió tu apariencia. Estoy seguro de que, a estas alturas, ha diezmado tu ejército. Es así de bueno.

William le dio una palmadita a su padre en la espalda.

Lucifer palideció.

–Puede matar todos los demonios que quiera. No conseguirá detenerme –dijo. Después, volvió a dirigirse a William–. Y tú, tampoco. Lilith me está ayudando a preparar un regalo para Axel y para ti. Pronto lo recibiréis, con lágrimas.

El portal se cerró y Lucifer desapareció.

Hades caminó hasta situarse ante el grupo.

–Las guerras son muy largas en el inframundo. Duran siglos, pero, a menudo, son intermitentes. Un golpe aquí, otro allá, períodos de una paz engañosa… A jugar por la expresión de rabia de Lucifer, los golpes van a empezar de nuevo. Preparaos.

«Oh, yo estoy más que preparado», pensó William.

Que comenzara la próxima batalla.