«Solo he cometido un error en mi larga vida: haber pensado que había cometido un error».
Al principio, no podía entender lo que estaba viendo; la promesa de marcharse que le había hecho Sunny debía de haberle afectado al cerebro. Cuando, por fin, sus neuronas se recuperaron, se dio cuenta de que había llegado, por fin, un ejército de Enviados. Estaban construyendo alojamientos alrededor del establo, y Axel estaba al mando del grupo.
Cuando vio a su hermano, sintió una punzada de anhelo. A pesar de que Hades le había pedido que pospusiera su conversación con él, no tuvo fuerzas para dar un paso atrás y cerrar la puerta. Además, no quería hacerlo. Aquella era su oportunidad de demostrar que podía mantener una relación con Hades y con Axel a la vez. En la cena de aquella noche, pondría al rey al corriente de los progresos.
Sunny también se acercó. ¿Todos los unicornios se moverían tan sigilosamente como ella? Cuando llegó hasta él, se agachó para acariciar a Dawn. La perrita estaba extasiada. Sunny se irguió y él percibió su delicioso olor. ¡Demonios! Hacía pocas horas, ella le había dejado seco, y lo más normal en otras circunstancias habría sido que él perdiera el interés y se concentrara en la siguiente conquista. La siguiente diversión. Pero, con ella…
No, ni siquiera estaba cerca de terminar con ella. No podía imaginárselo.
¿Sería posible que aquella relación fuera para siempre?
–Ah. Qué detalle por tu parte. Me has traído un bufé para el desayuno –dijo ella, moviendo las cejas de forma sugerente–. Me muero de hambre, así que voy a necesitar más de un bollito. Quiero ese. Y ese. ¡Ah! Y a ella, también.
Hasta aquel momento, él nunca había tenido ganas de besar y maldecir a alguien a la vez.
–Si te apetecen salchichas, yo tengo una muy jugosa en el…
–¡No lo digas! –gritó ella, y le tapó la boca con una mano. En sus ojos había una mirada de diversión, pero también estaba escandalizada–. Estás estropeando mis posibilidades de conseguir una buena pareja. Nuestros invitados pueden hacerse una idea equivocada y pensar que tú y yo estamos flirteando.
–Me equivoqué. Sí somos una pareja. Después de todo, tú te empeñaste en que tuviéramos una relación, y yo acepté. Así que no podemos echarnos atrás.
Él también podía jugar a su juego y atormentarla. Le tomó una mano y le mordió la punta del dedo índice.
A ella se le escapó un jadeo, y el sonido fue muy erótico para él.
La miró. Sunny era como un imán para su mirada. Estaba bañada en luz, que iluminaba su piel brillante y las pecas de su nariz. La brisa llevó uno de sus rizos a su mejilla, que estaba sonrojada por el calor. Cuando él le acarició suavemente la mandíbula, a ella se le entrecortó la respiración y se le aceleró el pulso. Todas sus reacciones provocaron una reacción equivalente en él. A él también se le entrecortó la respiración y se le aceleró el pulso.
La deseaba de nuevo, con todas sus fuerzas. Sin embargo, aquel no era el mejor momento, y tenía que contenerse.
Pero se le acercó, y le susurró:
–Me deseas más de lo que has deseado a nadie en toda tu vida, reconócelo.
–Puede que sí, puede que no. Pero no te deseo tanto como tú a mí.
–Sientes que vas a morirte sin mis besos.
–Tú harías cualquier cosa por estar conmigo –susurró ella, con descaro.
–No es cierto –respondió él. Sin embargo, sí lo era. Estaba completamente excitado, tanto, que si no la tenía en la cama, desnuda, inmediatamente, iba a…
–¿Interrumpo? –preguntó Axel.
Sunny retrocedió, sobresaltada, y William giró el cuello lentamente para mirar al recién llegado con irritación.
–¿Es que no podías esperar? –le preguntó a Axel.
–¿Y perderme esta mirada asesina? –inquirió Axel, a su vez, y chasqueó la lengua. Llevaba una túnica blanca, y sus alas de oro brillaban–. Es como si no me conocieras en absoluto. Ah, espera…
William apretó los dientes. Tenía un enorme sentimiento de culpabilidad. Claramente, Axel estaba resentido con él. Crear una relación con él no iba a ser fácil.
Su hermano miró a Sunny e inclinó la cabeza para saludarla.
–No nos han presentado. Soy Axel, tu nueva fantasía.
–Me alegro de conocerte. Yo soy Sunny, tu nueva obsesión. Soy la exnovia de este tío –dijo ella, señalando a William con el dedo pulgar.
–Estamos juntos, y en nuestra relación hay exclusividad –dijo William, antes de que Axel, que estaba sonriendo, pudiera responder. ¿De dónde había salido aquella paranoia con Axel y con Rathbone?
–Te daré la relación que quieres –le dijo a Sunny–, y tú me darás espacio hasta que el libro esté traducido.
–William, cariño… –dijo ella, con paciencia–. Tú no puedes decidir…
–Puedo, y acabo de hacerlo. ¿Y por qué no iba a poder? Tú ya lo hiciste por los dos.
–Sí, y ahora he decidido que hemos roto –respondió Sunny, y se giró hacia Axel–. Estoy soltera, y busco a un hombre honorable e interesado en dos semanas de sexo constante.
William se enfureció, pero contuvo sus celos.
–Habíamos roto, sí, pero acabamos de volver –dijo, con calma y ferocidad a la vez.
La expresión de Sunny se suavizó. Parecía que estaba empezando a ceder.
–Quiero que volvamos –insistió él. Ya encontraría, más tarde, la forma de resistirse a su atracción.
Ella bajó la cabeza unos segundos. Después, volvió a alzarla, y lo miró con tanta admiración, con tanta adoración, que él estuvo a punto de desmayarse. Ninguna otra mujer lo había mirado así y, de haber sucedido, él no le habría permitido que se acercara. Con Sunny, quería que eso sucediera durante todos los días de su eterna existencia.
Axel se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos. Le guiñó un ojo a Sunny y dijo:
–Si alguna vez dejas a Willy, avísame para que te ayude con tu lujuria.
Ella le devolvió el guiño.
William rugió:
–¡Ya está bien! Axel, te presento a Sunny. Sunny, Axel, mi hermano… creo.
Miró a Axel y enarcó una ceja.
–¿Qué somos?
Sunny lo agarró del brazo y se derritió contra él. William sintió tanta satisfacción al notar aquella muestra de apoyo… Sunny miró a Axel, y le preguntó con suavidad:
–¿Tú tampoco puedes recordar nada de tu infancia, como William?
El guerrero asintió secamente. Su buen humor había desaparecido.
–Pobre. Cuando arreglemos la cabeza de William, arreglaremos la tuya también. Bueno, y ¿qué te parece si continuamos hablando dentro? Si te apetece, podemos jugar una partida de Clue. Estoy intentando averiguar quién mató a Diversión en el establo con su malhumor. Creo que su nombre empieza por uve doble.
Axel sonrió de nuevo y permitió que ella lo llevara dentro del establo, rodeando a William y a Dawn. Fueron hacia la cocina, susurrando y riéndose. William se mordió el interior de la mejilla hasta que se hizo sangrar. «Mi mujer y mi hermano deberían susurrar y reírse conmigo».
Sunny y Axel se sentaron en la mesa, y él se mantuvo apartado. En realidad, sabía que Sunny era honorable, y que no iba a empezar una relación con él y, después, seducir a su hermano. Su coqueteo debía de ser otro modo de atormentarlo.
–Vamos, niña –le dijo a Dawn, y cerró la puerta de una patada–. Vamos a hablar con mi hermano antes de que lo asesine por ligar con mi novia –dijo. Cada vez usaba aquella palabra con más facilidad.
A medio camino hacia la mesa, oyó que Sunny le preguntaba a Axel:
–Me interesa lo que puedas recordar de tu niñez.
William volvió a detenerse y prestó toda su atención mientras esperaba la respuesta.
–Tal vez te lo cuente –le dijo el Enviado– cuando nos conozcamos mejor. ¿Por qué no me cuentas tú cómo fue tu infancia?
–Oh… ¿Hablar sobre mí? Bueno, yo…
Se movió en la silla con inquietud, y William sonrió. Obviamente, su desconfianza se había despertado otra vez. «Solo confía en mí».
Caminó de nuevo hacia la mesa.
–Yo solo recuerdo una cosa de la infancia –dijo, y le ahorró a Sunny tener que pensar en una respuesta–. El día en que alguien apuñaló delante de nosotros a una mujer rubia, muy bella, con alas.
Axel se agarró al borde de la mesa, con tanta fuerza, que se le pusieron los nudillos blancos.
–También es mi único recuerdo. Éramos bebés. Bueno, éramos niños, pero muy inocentes. Yo siempre he pensado que éramos unos bebés.
William estaba de acuerdo con él. Parecían muy inocentes. Inseguros, confusos.
–¿No sabes quién era la mujer? –le preguntó William.
–He preguntado muchas veces a mis hermanos, pero solo Clerici se acuerda de ella.
–¿Clerici? –preguntó Sunny, con el ceño fruncido.
–Mi líder, solo por debajo del Más Alto –respondió Axel, con un gran respeto–. Me dijo que no era mi madre de nacimiento, que era parte de un grupo muy violento llamado «los Wrathlings».
Wrathlings. William se puso tenso. Hacía mucho tiempo, un grupo de diez poderosos inmortales decidió reunirse para reclutar un ejército de seres sobrenaturales. Entonces, cruzaron a aquellos seres para conseguir especies depredadoras, y consiguieron un ejército de soldados capaces de ejecutar incluso a dioses.
William había pasado siglos dando caza a aquellos diez seres y a sus soldados en nombre de Hades. Su padre era uno de los objetivos. William había hecho muy bien su trabajo. Los había matado uno por uno, había eliminado a todos los Wrathlings del universo.
Él nunca había sabido de qué especie era y, por fin, estaba empezando a entenderlo. Debía de ser uno de aquellos cruces. Se sintió muy inquieto. No era producto del amor, sino una creación hecha para la guerra.
¿Había acabado con su familia al matar a todos los Wrathlings?
No. ¡No! Hades no habría permitido que matara a todos sus parientes.
–Esto es… ¡Fresia! ¡Inaceptable! –rugió Hades, como si William lo hubiera conjurado solo con pensar en él–. Fresia. ¡Fresia!
¿Su padre había llegado?
Dawn gimoteó y se metió debajo de la cama. Sunny se puso en pie de golpe, y Axel hizo lo mismo. William se situó delante de su mujer, para protegerla.
–Cuidado con ese tono de voz –le dijo a Hades.
Su padre tenía un aspecto horrible. Estaba despeinado y tenía los ojos enrojecidos, brillantes de… No, no podía ser. Su padre tenía miedo. Y llevaba la ropa arrugada por primera vez. Estaba muy tenso. ¿Qué le había ocurrido?
Una de las primeras cosas que Hades le había enseñado a William era que la apariencia podía utilizarse como arma. Con la ropa adecuada y una actitud calmada, podía infundirse miedo en el corazón de cualquiera.
Para que el rey estuviera en aquellas condiciones debía de haberle ocurrido algo terrible. O se había enterado de que Axel estaba allí y había acudido corriendo. Fuese como fuese, estaba furioso.
William, por su parte, también estaba furioso, tenía los nervios a flor de piel, y no pudo contenerse.
–Dime todo lo que sepas acerca de los Wrathlings.
Hades palideció. Miró a Axel y a William y, rápidamente, disimuló sus emociones, tal y como les había enseñado a sus hijos.
–Se extinguieron. ¿Qué más hay que saber?
William recordó el día en que Hades había visto a Escoria. Le había dicho: «Tienes sus ojos».
Así pues, Hades sabía que él tenía vínculos con aquel grupo. Hades sabía la verdad y, sin embargo, le había ordenado que los ejecutara a todos. Por mucho que lo hubiera salvado de una vida de prejuicios y oscuridad, debería haberle dicho la verdad y haberle dejado elegir.
–Vamos a recapitular un poco. ¿Acaba de utilizar uno de los reyes del infierno la palabra «fresia» como palabrota? –preguntó Axel, y se echó a reír––. ¡Rosas! ¡Lilas! ¡Orquídeas!
Hades dio un paso en dirección a él, con una actitud amenazante. De nuevo, William se colocó como escudo, pero, en aquella ocasión, delante de Axel. Aquello enfureció aún más a su padre.
Sunny se colocó junto a William y lo tomó de la mano. Entonces, le dijo a Hades:
–Hola, soy Sunny. Esta es mi casa, y ha entrado usted sin permiso. Además, ha asustado a mi perra. Discúlpese antes de que…
William le tapó la boca con la mano. Aquellos que insultaban o daban órdenes a Hades no vivían para ver el siguiente día.
–Sunny, te presento a Hades. Mi padre. Hades, Sunny, mi mujer.
Hades se quedó mirándola fijamente, con dureza, y asimiló todos los detalles hasta que William le preguntó:
–¿Qué estás haciendo aquí?
–¿Acaso no te dije que te mantuvieras lejos del Enviado?
–Sí. ¿Y acaso no te dije yo que podía quereros a los dos?
–¿Querer? –preguntó Axel, retrocediendo unos pasos.
–Mirad –dijo Sunny–. ¿No podríais esperar para tener esta conversación en otro momento? Axel y yo nos estábamos conociendo.
Hades no la miró.
–Márchate –le dijo a Axel.
–No, no creo que me vaya –respondió Axel, con una sonrisita–. Me gusta estar aquí.
Hades apretó la mandíbula. No estaba acostumbrado a la desobediencia.
–O te vas por voluntad propia, o yo te obligaré.
Otra lección que les había dado el rey a sus hermanos y a él era no hacer ninguna amenaza que no pensaran cumplir.
Hades siempre cumplía sus amenazas.
William se masajeó la nuca.
–No hay ningún motivo…
–Adelante –dijo Axel, extendiendo los brazos–. Oblígame.
–Muy bien.
Al instante, lo envolvió un tornado de humo negro que atravesó el establo, atrapó a Axel y lo arrojó fuera y cerró las puertas.
–Quédate aquí –le gritó William a Sunny y, después, añadió–: Por favor.
Salió y se encontró en medio de cientos de Enviados que transportaban madera y herramientas. Había varias casas ya terminadas. Eran cabañas grandes con el techo plano, para facilitar aterrizajes y despegues.
Hades había recuperado la apariencia humana. Se detuvo frente a Axel, Zacharel, Bjorn y otros dos Enviados. William oyó lo que estaba diciendo su padre, y se quedó paralizado.
–…erigirá sus hogares en mi territorio, no el suyo. ¿Entendido? De lo contrario, se encontrará en guerra contra mí.
Para mantener a William y Axel separados, Hades acababa de amenazar con la guerra a un aliado cuando ya estaba en guerra con un enemigo. ¿Qué podía hacer? William había confiado en su padre desde el principio. Después de todo lo que Hades había hecho por él, sentía un gran agradecimiento. Esa era la razón por la que había permitido que Hades guardara los secretos durante tanto tiempo, sin presionarlo para que le diera las respuestas, a pesar de su desesperada necesidad de saber de dónde venía.
En aquel momento, sin embargo, solo sentía frustración.
–Hades –gritó.
Todas las conversaciones cesaron y se hizo el silencio entre la creciente multitud. Todas las miradas se clavaron en él, incluso la de Hades. Su padre y él se enfrentaron, y Axel fue olvidado por el momento.
William decidió comunicarse telepáticamente para mantener la discusión en privado. «Se van a quedar aquí, rodeando el establo, para proteger mejor a mi descifradora de código».
De repente, Hades parecía abatido. Se quedó pálido.
«¿Eliges al Enviado por encima de mí?».
Por primera vez, a William le pareció que su padre sentía pánico.
«Elijo no apoyar al hombre que se niega a decirme por qué no acepta que yo tenga una relación con mi hermano».
«Porque…».
«¿Por qué?», insistió William.
«Porque sé lo que tú ignoras. ¿Por qué me quedé contigo, pero no con el Enviado? Hace mucho tiempo, mis oráculos predijeron lo que sucedería si, alguna vez, Axel y tú os reencontrabais: os convertiríais en aliados para matarme y arrebatarme el trono. ¿Cómo voy a confiar ahora en ti?».