Capítulo 24

 

 

 

 

 

«Si te interpones en mi camino, acabarás segado. Es una cuestión de ciencia».

 

Sunny se acercó a la cama para convencer a Dawn de que saliera de su escondite. Necesitaba una confidente y ¿quién mejor que su bebé peludo? Podrían fortalecer su relación con confesiones y abrazos.

–El hombre grande y malo se ha ido, cariño. Pero, aunque vuelva, no tengas miedo. Yo soy tu protectora, y no voy a permitir que te ocurra nada malo, te lo prometo. Soy una superheroína.

Cuando Dawn estuvo cómodamente tumbada en un cojín, ella se pasó un buen rato alabándola por ser tan valiente. Mientras le acariciaba la tripa, una de las cabezas la acariciaba a ella con la nariz, pero la otra le mordió con fuerza. Hizo que sangrara.

Sunny se estremeció de dolor, pero no iba a reprender a aquella pequeña belleza por haber tratado de protegerse a sí misma.

–Vamos a ser las mejores amigas del mundo. Tú tienes una naturaleza dual, como yo, y eso puede hacerte la vida un poco difícil. Pero, siempre y cuando hagas lo que creas que es mejor, nunca tendrás que arrepentirte de nada.

Dawn dejó de morderla, pero no dejó de gruñir. No importaba. ¡Era un progreso!

–¿Sabes qué? –susurró–. William se está enamorando de mí, y no solo por su libro. ¿Cómo no iba a enamorarse de mí? Ahora soy superbuena en el sexo, y él se ha empeñado en que tengamos una relación exclusiva, algo que no había hecho nunca con ninguna. Pero, entre nosotras, me pregunto si algún día se cansaría de mí. Él nunca ha tenido novia, y ya está perdido. Me deseaba, luego me rechazaba, después me deseaba otra vez. Y me tiene prisionera. Tengo que protegerme. ¿Debería irme o no? –le preguntó a la perra–. Si me quedo, tendré que ser agradable con su familia. No con Lucifer, por supuesto. Pero con Axel y con Hades, sí.

Hades iba a ser un hueso duro de roer. Tenía un aura negra como la noche, e irradiaba amenaza y agresividad.

Axel tenía el aura tan borrosa como la de William, con salpicaduras de rojo, lo cual indicaba rabia y dolor. Sin embargo, miraba a William con anhelo, como William lo miraba a él.

Bien, si iba a marcharse, no lo haría inmediatamente. Se quedaría para ayudar a los dos hermanos a que recuperaran los recuerdos y forjaran una relación fraternal.

Mientras Sunny seguía acariciando a Dawn, la perra se quedó dormida con un pequeño suspiro.

Era hora de volver a trabajar y descodificar los símbolos del libro. Se sentó en el escritorio, absorbió con facilidad la magia que William había proyectado sobre la vitrina y sacó el libro.

Estuvo estudiando las páginas y los símbolos durante más de tres horas, pero no consiguió nada. ¿Por qué no podía atravesar la barrera del libro, aquella capa de protección mística? Todos los códigos tenían una clave. Solo tenía que encontrarla.

Le envió a William un mensaje de texto.

 

Malas noticias: estoy atascada. Cuando hayas terminado de perseguir a tu familia, dime por qué te maldijo la bruja. ¡Tal vez la información me ayude a descifrar el código!

 

La respuesta le llegó a los pocos segundos:

 

Me dijo que me quería y me eché a reír en su cara.

 

¡Ay! Debería habérselo imaginado. La clave debía de estar relacionada con la rabia de la bruja. Sería una palabra, una frase, un pensamiento o una emoción. Algo sencillo, porque, de lo contrario, la maldición nunca llegaría a cumplirse. Así que… no, no podía ser una palabra ni una frase. Ni, tampoco, un pensamiento. Y, en cuanto a la emoción…

Sí. Podía ser eso. ¡Tenía que pensar! La bruja no querría que el traductor del libro fuera alguien que admirara a William. Por el contrario, preferiría que fuera alguien que disfrutara viéndolo sufrir.

La respuesta apareció en su mente, y a ella se le escapó un jadeo. Tenía que ser el odio o la ira. Como la ira era más volátil, y el odio siempre arraigaba más profundamente, eligió la segunda opción. Fue fácil para ella, teniendo en cuenta que su naturaleza era dual. Podía sentir simpatía y antipatía por una persona al mismo tiempo. Solo tenía que concentrarse en cada lado de su naturaleza, y eso fue lo que hizo. Dejó que su lado vengativo se apoderara de ella.

Cuánto odiaba a los demonios y a sus líderes, los príncipes de la oscuridad. Cuánto odiaba que William fuera hermano de Lucifer, y que la hubiera encerrado. Que William hubiera roto con ella, pidiéndole más espacio…

Allí estaba: el odio. Aquella emoción la llenó por completo.

Se concentró en el libro y, de repente, notó que la atravesaba una corriente de calor. El resto del mundo se desvaneció. Estaba mareada y… al ver que los símbolos se transformaban en palabras delante de sus ojos, dio un jadeo.

 

Érase una vez…

 

Se puso a botar de emoción en la silla. ¿Lo había conseguido?

Las palabras se desvanecieron de la página un instante después, y volvieron los símbolos.

Su entusiasmo disminuyó. Trató de concentrarse en el odio, pero…

No volvió a comprender ningún otro párrafo, pero hubo un pensamiento que comenzó a abrirse paso en su mente, una idea tan tentadora como una manzana roja. «Debería matar a William. Sí… Debería hacerlo, y lo haré. Me transformaré en unicornio y le clavaré el cuerno en el corazón, en su corazón negro y podrido».

La furia le tensó los músculos. Estaba preparada para la acción. «Se lo merece. Y yo me merezco ser la persona que acabe con él».

Soltó el libro y agarró su medallón. Iba a buscar a William y a… ¡Vaya! Los susurros cesaron, y el impulso asesino desapareció.

Sintió terror. ¡Oh, eléboro! Según William, la maldición se activaría en cuanto él se enamorara, y empujaría al objeto de su amor a asesinarlo.

¿Acababa de darse cuenta él de que la quería?

Tal vez, o tal vez, no. Pero ella no iba a contarle nada de lo sucedido, porque se imaginaba cuál sería el resultado.

«Érase una vez un príncipe oscuro que conoció a una mujer bella llamada Sunny, que lo volvió loco de deseo. Cuando él se enamoró de ella, se activó la maldición. Ella trató de matarlo, así que él hizo lo posible por matarla a ella. Fin.»

Tenía que resolver aquello por sí sola. Le había dicho a William que la maldición no podría afectarla, y lo había dicho en serio. Ahora ya sabía a qué debía enfrentarse: a los pensamientos y deseos insidiosos que trataran de invadir su mente, amplificados además por la necesidad de pensar cosas horribles sobre William para poder descifrar los símbolos… Lo cual significaba que tenía que dejar de ser tan encantadora con él antes de que se enamorara realmente de ella. Porque se iba a enamorar. Si ella decidía conquistar su corazón, se enamoraría. Ella tenía mucho amor que dar, y él necesitaba amor.

Sin embargo, antes tenía que traducir el libro. Y tenía que hacerlo mientras se resistía a William… que había acertado cuando decía que quería esperar.

Después de todo, quizá no lo dejara. Quizá no se marchara.

Volvió a programarse para sentir odio, y pasó otra hora más trabajando. Consiguió traducir un párrafo más, y lo escribió en su diario. Entonces, se sintió agotada. Necesitaba descansar antes de empezar una nueva sección. Antes, revisaría lo que había escrito para buscar las posibles faltas y enviarle una fotografía a William. Él se iba a poner muy contento.

Al leer tan solo dos palabras, se dio cuenta de que no había escrito lo que había traducido, un texto sobre todo lo que William ya le había contado sobre Lilith y Lleh. Había escrito «Matar a William» una y otra vez.

No, no. Su mente le estaba jugando malas pasadas, eso era todo. Se frotó los ojos y volvió a leer, pero encontró las mismas palabras.

Empezaron a sudarle las palmas de las manos. ¿Acaso la maldición ya se había activado?

No. A pesar de lo que había escrito, ella no tenía ningún deseo de acabar con la vida de William.

Le llegó un mensaje de texto, y William era el único que tenía su número de teléfono. Cerró el libro, lo guardó de nuevo en la vitrina y miró la pantalla del móvil.

 

William: ¿Ha habido suerte con el código?

 

Sunny tragó saliva, y respondió:

 

Sí. La bruja escribió la maldición como si fuera un cuento de hadas. A medida que descifro los símbolos, van contando una historia.

 

Le envió lo que recordaba, obviando lo que había escrito en su diario.

 

Érase una vez, en el lejano reino de Lleh, vivía una bruja bella y muy poderosa que se enamoró de un príncipe del infierno, guapo, pero engreído. Aunque ella solo deseaba agradarlo, él la desdeñó. Entonces, ella decidió darle una lección que no olvidaría nunca.

 

–Yo soy la única que puede darle lecciones al rey William –murmuró, y apretó el botón de Enviar.

 

William: ¿Cuándo crees que podrás terminar?

 

Sunny: Solo traducir ese párrafo me ha dejado exhausta. Voy a descansar. Empezaré de nuevo dentro de unas horas.

 

Cuanto antes terminara, antes podrían aclarar las cosas William y ella.

 

William: No me esperes despierta. ¿Te acuerdas de que te dije que necesitaba espacio? Voy a estar fuera toda la noche.

 

¿Fuera toda la noche? ¿La dejaba plantada por segunda vez, sin darle ninguna explicación? Se puso en pie de un salto, hirviendo de ira. ¿Acaso había conocido a otra persona y pensaba acostarse con ella? Si no lo hiciera, se pondría incluso más furiosa, porque él la estaría preocupando sin motivo.

Ya no quería descansar. Aquella chica soltera y sin compromiso iba a pasarse una noche de juerga en la ciudad, de un modo u otro, porque acababa de romper con William otra vez.

 

Sunny: No te preocupes. Tengo planes.

 

William: ¿Qué planes? ¿Con quién? No puedes salir del establo, y nadie puede entrar.

 

Ella lo ignoró y miró su lista de contactos. ¡Estupendo! Él le había incluido otros números con notas de información.

Pandora: Solo si hay una emergencia.

Baden: Solo si hay una emergencia realmente mala.

Hades: Solo si uno de nosotros está a punto de morir.

Había más nombres, pero eran de gente que ella no conocía.

Gillian: Solo si quieres escuchar historias sobre lo asombrosamente asombroso que soy.

Anya: Solo si necesitas esconder un cadáver.

Zacharel: Solo si te estás divirtiendo demasiado y quieres parar.

¿Quién era Anya? ¿Una examante? ¡Magnífico! Se enfureció aún más. Le envió un mensaje a Pandora:

 

Vamos a salir esta noche, solo chicas. Podemos ir a cazar y matar demonios, como si fuéramos verdaderas vigilantes.

 

Pandora podía entrar al establo sin problemas, y podía sacarla a ella a través de un portal.

Pandora respondió a los pocos segundos.

 

Supongo que Willy no sabe lo que tienes pensado, porque no he oído quejidos masculinos. Pero, de todos modos, ¡sí! Conozco el lugar perfecto.

 

Sunny se puso muy contenta, y respondió:

 

¿Nos vemos cuanto antes?

 

Pandora: Sí. Estoy ahí en cinco minutos. Pero prepárate, porque no voy a ir sola.

 

Oooh, ¿Pandora tenía novio? ¿Novia?

Sunny escondió la vitrina en un armario, se dio una ducha rapidísima y se puso una camiseta negra de tirantes y unos pantalones de camuflaje que tenían mil bolsillos. Los llenó con varias dagas que encontró en la bolsa de William. ¡Ahora eran suyas!

Terminó justo a tiempo. Se abrió un portal junto a la cama, y Pandora apareció vestida de negro, con la ropa ya salpicada de sangre. Aquel día, tenía un aura rosa, lo cual significaba que estaba de muy buen humor. La acompañaba una rubia impresionante, con la piel bronceada y los ojos azules, vestida con una camiseta de tirantes diminuta y una falda muy corta. Tenía un aura llena de colores, y a Sunny le encantó. Cuando aquella mujer sentía algo, lo sentía de verdad.

Dawn las observó desde su colchoneta, con las dos cabecitas ladeadas en sentido opuesto. ¡Era adorable!

–Sunny, te presento a Anya, una de las diosas de la Anarquía –dijo Pandora–. Está comprometida con un demonio llamado Lucien, uno de los líderes de los Señores del Inframundo. También es la mejor amiga de William.

–Yo soy la diosa de la Anarquía, gracias –corrigió Anya, atusándose el pelo–. Y la mayor inspiración de William. Antes de que lo preguntes, sí firmo autógrafos… pero solo con la sangre de otras personas.

«Qué bien me cae esta chica», pensó Sunny. Sobre todo, porque no era una antigua amante de William.

–¿Y cómo os conocisteis William y tú?

La diosa sonrió al recordarlo.

–Estábamos en celdas contiguas en el Tartarus.

¿De verdad?

–¿William estuvo encerrado en una cárcel para inmortales?

–Sí, varios años. Se acostó con la diosa de los Griegos –dijo Anya. Mientras se explicaba, empezó a recorrer el establo, inspeccionando las cosas–. Su marido lo descubrió, y se vengó. Lo que nadie sabía era que William quería estar dentro de la cárcel, porque tenía una lista de prisioneros a los que debía matar. Era una lista de Hades.

Un hombre dispuesto a que lo encerraran durante años solo para matar a la gente que le había indicado su padre… Qué dedicación. Qué pasión por el trabajo bien hecho. Después de saberlo, lo admiraba mil veces más que antes.

–¿Queréis dejar de hablar para que pueda terminar las presentaciones? Caramba –dijo Pandora–. Anya, te presento a Sunny, la chica de la que te hablé. Es la… –Pandora frunció el ceño y miró a Sunny–. ¿Qué eres para William?

–La empleada prisionera del mes –gruñó Sunny, y se puso rígida al ver que Anya se acercaba al armario. Si le pedía que no lo abriera, solo conseguiría que la diosa mirara en el interior–. Se empeñó en que no saliéramos con otra gente, pero me ha mandado un mensaje para decirme que va a estar fuera toda la noche.

–Vaya, vaya, vaya –dijo Anya, y volvió rápidamente junto a Sunny–. ¿Has dicho que William se empeñó en que fuera una relación exclusiva?

–Sí, pero está claro que ya se ha arrepentido. Yo preferiría creer que ha salido a intentar asesinar a su antiguo hermano, pero creo que ayer tuvo un subidón emocional conmigo y hoy se ha arrepentido y quiere cortar nuestra conexión.

Hablar con otras mujeres le sentaba muy bien. Como William ya le había recomendado a aquellas dos, se sentía cómoda considerándolas amigas incipientes.

La diosa asintió.

–Sí, eso es típico de nuestro querido William. Normalmente, sus subidones emocionales terminan con un alto índice de víctimas.

–Si no me necesitara para traducir el libro, ya me habría echado a patadas. Estoy segura.

Anya hizo un mohín.

–Vaya, cuánto odio esa idiotez de libro. ¿Sabes cuántas veces he intentado convencer a William de que la bruja no era tan tonta como para darle la solución a su maldición? Ella solo quería empeorar aún más las cosas para él. Y, sin embargo, se aferra a la esperanza.

Tal vez Anya tuviera razón. Tal vez aquel libro solo fuera una crónica del odio que sentía Lilith por él. Sin embargo, ella no iba a dejar de intentar traducirlo. Si había una posibilidad de que la bruja hubiera dicho la verdad, ella quería saberlo.

–Bueno, ¿nos vamos ya? –preguntó.

¡Claro! –exclamó Anya. Después, miró a Sunny con la cabeza ladeada–. Para el plan que hemos hecho, necesitas un arma.

–No te preocupes, estoy bien pertrechada –dijo.

Además de las dagas de William, tenía su medallón.

¡Se acercaba una masacre de demonios!