«Un hombre siempre sabe lo que quiere. Algo más».
William y Axel estaban corriendo por un callejón oscuro en el reino mortal. Llevaba dagas impregnadas de paralizador, como solía hacer cuando tenía que matar en nombre de Hades. Axel llevaba un par de dagas sin veneno y, si quería, podía hacer surgir una espada de fuego.
A los dos lados del callejón, junto a las paredes de los edificios, había filas de contenedores de basura. Soplaba un viento frío y olía a orina y a comida podrida.
No importaba. Estaba trabajando con su hermano para averiguar todo lo que pudieran sobre los Wrathlings.
Hubiera querido que su padre los acompañara, pero, después de soltar aquella bomba sobre el pasado de Axel y el suyo, Hades se había marchado teletransportándose. William lo había seguido, pero había rebotado en algún lugar, y se había dado cuenta de que su padre le había bloqueado la entrada.
Apretó la mandíbula. Detestaba estar distanciado de su padre. ¿Cómo se suponía que iba a matarlo? ¿Por qué se suponía que iba a matarlo?
«¿De quién son mis ojos, eh?».
No saberlo era…
William se sentía como si le hubieran abierto el pecho, se lo hubieran rociado con ácido y llenado de piedras. El hombre a quien quería por encima de todos los demás, el guerrero a quien respetaba y adoraba, el rey por quien había matado a ejércitos enteros, su salvador… lo había repudiado. Y ¿por qué? Por una profecía de la que él no sabía nada, y por un acto que él nunca había planeado.
Apretó con fuerza sus dagas. Por lo menos, tenían una pista sobre los Wrathlings. Se habían puesto en contacto con muchos espías que trabajaban fuera del infierno, y habían obtenido información sobre un vampiro que se había alejado de los Wrathlings antes de que William empezara a matarlos.
Axel y él estaban persiguiendo a aquel vampiro por las calles de Nueva Orleans.
–Sube –le dijo William a Axel–. Vuela y córtale el paso.
Axel ascendió moviendo sus alas doradas. Cuando aterrizó, el vampiro quiso cambiar de dirección, pero William le lanzó una de las dagas, que se le clavó en la pantorrilla.
Se oyó un gruñido de dolor. El tipo se tropezó y comenzó a correr más despacio. Después, dejando un rastro de sangre, quedó inmóvil. El paralizante había hecho su efecto.
William se acercó a él y se detuvo junto a Axel. El vampiro miró a su alrededor frenéticamente.
–¿Creías que podías escapar de nosotros? –le preguntó Axel, y chasqueó la lengua–. Si no nos dices lo que queremos saber, vamos a matarte.
Para ser un Enviado, Axel estaba demostrando que era muy vengativo. Cualquiera que se interpusiese en su camino era eliminado.
Así pues, era algo de familia.
–Soy William el Oscuro. Te presento a Axel el Grande y Terrible. Ah. Veo que te suenan los nombres. Si prefieres guardarte tus secretos, él te matará a ti, y yo me ocuparé de tu familia.
El vampiro gimoteó.
–Voy a librarte de la parálisis –le dijo William, que tenía el antídoto en un anillo–. Pero, antes, te lo advierto: si nos atacas, te mataremos a ti y mataremos a tu familia. Y si mientes, ocurrirá lo mismo. ¿Entendido? Parpadea una vez si lo has entendido, y dos, si eres idiota.
Un parpadeo. Una lágrima de color rojo cayó por su mejilla pálida.
–Buen chico. Pero vamos a asegurarnos al cien por cien de que no tengas la tentación de atacar ni de salir corriendo.
Miró a Axel, que hizo surgir de la nada la espada de fuego.
El vampiro abrió unos ojos como platos y les transmitió una súplica silenciosa: «Por favor, no».
Sin embargo, Axel le cortó los pies a la altura de los tobillos, y William lo agarró antes de que cayera al suelo. Las lágrimas rojas le empaparon las mejillas.
–Vamos, vamos –dijo William. Apretó el centro del anillo y le inyectó el antídoto en el cuello–. Ahora, dinos todo lo que sepas acerca de los Wrathlings.
El vampiro mostró los colmillos. De repente, podía moverse. Irradiaba dolor y furia.
–¡Sé que tú los mataste a todos!
–Si quieres salir con vida de este interrogatorio, dinos lo demás, y rápido.
–Quieres saber lo de los bebés –dijo el vampiro.
–¿Qué bebés? –preguntó William. ¿Se refería a Axel y a él?
–Hace miles de años corrió un rumor –dijo el vampiro, con la voz quebrada–. Son cosas que oí decir, pero que no presencié. Solo los líderes tenían acceso a esa información.
–Dínoslo –le ordenó Axel, y le dio una patada en uno de los muñones sanguinolentos.
El vampiro gritó de dolor y se atragantó con un borboteo de sangre. Entre toses, siguió hablando:
–Se hicieron experimentos. Se cruzaron especies para crear soldados inmortales. Se cruzaron brujas con vampiros, hombres–lobo con arpías, cambia–formas dragón con sirenas… Enviados con demonios. Hadas, con lo que fuera posible. Cuando los niños crecían, se cruzaban entre ellos. Un vampiro–bruja con un lobo–arpía. Esos niños crecieron y también fueron obligados a aparearse entre ellos. Una bruja–vampiro–lobo–arpía con un dragón–sirena–Enviado–demonio.
William miró a Axel. Ellos debían de ser fruto de aquellos experimentos, una mezcla de especies sobrenaturales.
–¿Y qué más?
–Mi trabajo era… robar ADN de algunos seres concretos. Dioses y diosas. Querían crear una especie divina con toda la fortaleza de otros seres sobrenaturales y sin ninguna debilidad.
William tuvo una revelación horrible. Si los Wrathlings habían trabajado con ADN, tal vez hubieran realizado inseminaciones artificiales a mujeres, en vez de provocar embarazos a la antigua usanza. Cualquiera podía formar parte de su linaje y el de Axel.
«Tienes sus ojos».
¿Los ojos de quién?
Axel le apretó el brazo. Quería hablar con él en privado, y William asintió y se alejó unos cuantos metros con su hermano.
Axel le susurró:
–Si ha dicho la verdad, tal vez nunca sepamos quiénes fueron nuestros padres. Podrían ser cualquiera.
–Eso es lo que yo estaba pensando, precisamente. Tenemos que saber si sobrevivió algún Wrathlings. Tal vez tengan archivos de los donantes. Voy a ver a Hades para averiguar qué es lo que sabe.
«Si él quiere verme, claro». Al pensarlo, William notó una punzada de dolor en el pecho.
Si Hades sabía de aquel asunto, lo había traicionado de la peor de las maneras, utilizándolo para que asesinara a su propia gente. Pero… no. No podía ser. El rey era cruel, sí, pero no sería tan cruel con él. Tenía que haber otra explicación para su mutismo.
–Voy a llevar al vampiro a un curandero y, después, seguiré interrogándolo –dijo Axel–. Nos veremos en el establo.
–No, en el establo, no –dijo William. Aún no estaba preparado para volver a ver a Sunny–. Vamos a reunirnos en tu cabaña. Después, nos teletransportaremos al palacio de Lucifer para hacer guardia en su jardín delantero.
¿Qué verían allí?
Axel asintió.
–Podemos llevar a unos cuantos demonios a tus mazmorras para interrogarlos.
William sonrió.
–Me gusta tu forma de pensar, Enviado. Me gusta mucho.
La oscuridad fue envolviéndolo todo. Solo se veía el resplandor de algunas hogueras. William y Axel estaban tendidos sobre un montículo de tierra y ceniza con vistas al territorio de Lucifer.
Después de que Hades se hubiera negado a recibir a William, una vez más, él se había quedado hundido. Quería estar con Sunny, pero no sabía si iba a poder controlar su deseo, así que había ido a visitar a los Señores del Inframundo para pedirles prestada la Capa de la Invisibilidad. En aquel momento, Axel y él eran invisibles, y los demonios que campaban a su alrededor no podían verlos.
Debería sentirse muy contento. Se había reunido con su hermano y su mujer había empezado a traducir su libro. Por primera vez, veía un futuro prometedor para él. Y, sin embargo, por el último mensaje de texto que le había enviado Sunny, parecía que su mujer estaba muy enfadada con él porque hubiera cancelado sus planes.
Tal vez tendría que haberle explicado el motivo, pero… «¡No debería tener que explicarle nada a nadie!».
«¿Igual que Hades no tenía que explicarte nada a ti?».
Al instante, se le pasó el enfado con Sunny. Él era quien se había empeñado en que formaran una pareja, ¿no? Por supuesto que le debía una explicación.
–La predicción de Hades –dijo Axel, y lo sacó de su ensimismamiento.
–¿Qué pasa con la predicción?
–¿Tú quieres matarlo y arrebatarle el trono?
–Ni ahora, ni nunca. No puedo imaginarme ningún motivo para hacer algo tan horrible.
A menos que Hades le hubiera ordenado que matara a toda su familia.
Agarró con tanta fuerza la empuñadura de la daga, que le hizo una grieta.
–¿Habías oído hablar de esa profecía alguna vez? –le preguntó Axel.
–No. Estoy seguro de que Hades asesinó a todo aquel que conociera los detalles para asegurarse de que no se extendiera por el mundo.
Se oyó un grito, y William miró a su alrededor. Allí. Un demonio estaba torturando a un espíritu humano.
Por fuera, el palacio de Lucifer parecía un paraíso. Era alto, esbelto, grande, con muros de mármol, torres y un tejado a varias aguas lleno de piedras preciosas. Sin embargo, todo era un engaño. Los alrededores estaban plagados de demonios que se reunían para torturar a los humanos. Por todas partes ardían hogueras cuyo humo negro envenenaba el aire.
–¿Quién te crio? –le preguntó a Axel.
–Una agradable pareja que no podía tener hijos –respondió su hermano–. Eran Mensajeros.
Los Mensajeros tenían la tarea de guiar a ciertos seres humanos por el buen camino, dándoles instrucciones al oído. Los seres humanos no podían oír a los espíritus, pero el mensaje llegaba a su corazón. Después, quedaba a su albedrío seguir o no esas instrucciones.
–¿Fueron buenos contigo?
–Sí, fueron buenos, pero yo era demasiado para ellos. Demasiado salvaje. Demasiado ruidoso. Demasiado todo –dijo Axel–. ¿Y tú? ¿Te trató bien Hades?
–Sí. En todo, salvo en una cosa: me ordenó que me mantuviera alejado de ti. Yo nunca supe por qué, hasta hoy, cuando me explicó la profecía –dijo William, intentando ignorar el dolor que sentía en el pecho–. En cuanto a la vida en el inframundo, no es un lugar agradable para un niño. Puedes estar con mil seres y sentirte solo. Allá donde mires, hay alguien que está siendo mutilado, y de trasfondo siempre hay gritos de dolor y agonía.
Justo en aquel momento, se oyó otro grito.
–Yo me hacía preguntas sobre ti constantemente –dijo Axel.
–Yo también sobre ti –dijo William.
Normalmente, él no se permitía hablar de las emociones, pero había echado mucho de menos a aquel tipo. ¿Por qué no iba a decirle la verdad? Aunque, en realidad, por mucho que llevaran la misma sangre, aunque fueran aliados contra Lucifer, también eran enemigos. El respetado contra el oscuro. El bien contra el mal. El asesino de demonios, contra el príncipe de los demonios.
–Tu maldición –dijo Axel–, ¿en qué consiste? En que la persona a la que ames intentará matarte, ¿no?
–Sí. La bruja que me maldijo me dio un libro en código, diciéndome que podría romper la maldición si lo descifraba.
–¿Y estás seguro de que te dijo la verdad?
–La alternativa me deja sin esperanzas. Así que… sí.
–Los Enviados luchan contra las brujas con tanta violencia como contra los demonios. Preguntaré a otros Enviados por si saben algo sobre un libro codificado.
Aquel ofrecimiento sorprendió a William. Dudaba que Axel pudiera averiguar algo nuevo, pero le agradecía el esfuerzo.
–La mujer, Sunny –dijo Axel–. Me han dicho que tú y yo tenemos la misma estrategia con las mujeres: acostarnos con ellas y largarnos. Y, sin embargo, te has ido a vivir con ella. ¿Por qué?
«Sí, Willy… ¿por qué?».
Con todos los músculos del cuerpo en tensión, respondió:
–Trabaja para mí. Es la descifradora de código que puede ayudarme. La estoy protegiendo de mis enemigos.
«Porque la deseo con todas mis fuerzas, y la cosa va de mal en peor».
–Bien –dijo Axel–. Háblame de los tiempos anteriores a que conocieras a Hades.
William no quería hablar del tiempo que había pasado con los caníbales. No quería revivir los peores momentos de su vida. Sin embargo, anhelaba tener una relación con su hermano y, tal vez, la única manera de formar un vínculo fuera compartir las vivencias de su pasado.
Antes de que pudiera responder, se oyó un escándalo desde la parte delantera del palacio. Los dos se quedaron en silencio. Al ver el motivo del estruendo, soltó una obscenidad.
–No puede ser cierto lo que estoy viendo.
Axel se echó a reír.
Sunny, Pandora y Anya habían entrado al patio a toda velocidad, acuchillando y mutilando demonios. Los miembros cercenados caían al suelo y salpicaban sangre.
–Parece que tu Sunny ha decidido lucirse para ti –le dijo Axel, sin dejar de reírse.
–No sabe que estoy aquí –dijo él, con un rugido. Tenía el corazón acelerado. Sabía que a ella le gustaba luchar contra los demonios, pero nunca la había visto en acción.
A pesar del miedo que sentía por su seguridad, se le hinchó el pecho de orgullo. Sunny tenía mucha destreza, gracia y precisión. Era letal. Era un ángel de la muerte que derribaba a los demonios de tres en tres. Magnífica.
El cuerpo le ardió por ella. Por primera vez desde hacía muchos siglos, se sintió endemoniado de verdad. Al ver a su mujer aplastar así al enemigo, sus más salvajes instintos reclamaron su atención.
Las compañeras de Sunny se detuvieron para vitorearla, y ella sonrió de una forma gloriosa. Se estaba divirtiendo mucho.
–¿Qué es? –le preguntó Axel, en un tono de reverencia.
¿Qué iba a ser?
–Mi mayor tormento.