«Quiero lo que quiero, cuando lo quiero. Dámelo».
Había echado mucho de menos aquello.
Con el pincho que emergía de su medallón, Sunny se dedicó a apuñalar y atravesar a todos los soldados demonio que se le cruzaban, dejando un rastro de muerte y destrucción a su paso. Se reía. Estaba limpiando el infierno.
Desde que había conocido a William, había dejado a un lado su afición y ¿qué había recibido a cambio de su sacrificio? A un tipo dominante que creía que podía darle órdenes y que ella iba a obedecer sin objeción. Un tipo idiota que la tenía cautiva.
Un tipo desconcertante al que había querido matar hacía unas horas.
Un tipo engreído que le causaba preocupaciones por su paradero.
Ya no iba a atormentarlo más. No iba a bromear con él. No iba a manosearse con él.
Recibió un chorro de sangre de demonio hirviente en los brazos y en la cara, y volvió al presente. Un terrible olor a azufre, sangre y carbón saturaba el aire. Allí no había sol, solo fogatas y antorchas crepitantes.
Los demonios llegaban de todas partes, acompañados por una cacofonía de gritos de dolor y angustia. Qué música tan bonita. Aquella era su banda sonora favorita. «Están recibiendo lo que se merecen».
–Soy juez. Soy jurado. ¡Soy verdugo! –gritó Pandora, blandiendo dos espadas cortas.
–Soy bonita, oh, qué bonita soy –canturreó Anya mientras derribaba a dos demonios, apuñalando a uno en el ojo y al otro en el vientre.
Ambas mujeres luchaban con maestría. Cuantos más enemigos mataban, más resplandecientes eran sus sonrisas.
La adrenalina le proporcionaba a Sunny fuerzas extra, una velocidad increíble y una resistencia inigualable. Si William la veía así alguna vez, se quedaría muy impresionado y se arrepentiría de haberla rechazado.
¿Cómo había podido activar temporalmente la maldición y luego tratarla como a una basura? Bah, no iba a pensar más en él.
A causa de aquella distracción, uno de los demonios consiguió clavarle las garras en el costado. Sunny dio un jadeo al sentir un dolor ardiente que se le extendió hasta las piernas. Estuvo a punto de caerse, pero se mantuvo en pie gracias a una voluntad de hierro.
Giró la lanza, golpeó al atacante en el esternón y se lo rompió. Después, se enfrentó a su siguiente rival. O, más bien, lo intentó, pero su cuerpo se negó a obedecer.
¡Margarita! El demonio debía de haberle inyectado algún tipo de toxina. De repente, sintió fiebre. El sudor empezó a gotearle por la frente y el labio superior, y entre los hombros. Le temblaban las extremidades, y se tambaleó. Estaba muy débil.
¿Se había ablandado durante el cautiverio y había perdido la fuerza? Tal vez necesitara retirarse y recuperarse.
Anya, como un torbellino, decapitó al demonio que había herido a Sunny. Pandora se agachó y le cortó el tendón de Aquiles.
Sunny, tosiendo, tuvo que recurrir a su reserva de fuerza y magia para obligar a su cuerpo a seguir moviéndose. Alzó la lanza justo a tiempo para bloquear a un demonio que iba a morderle el cuello.
Aquel movimiento le causó un gran dolor, pero apretó los dientes y le clavó la lanza en el ojo al demonio. Después, lo abrió en canal, desde el cuello hasta el ombligo.
Un demonio consiguió rodearle una pantorrilla con la cola bífida y tiró con fuerza. Le rompió los huesos de la pierna y la derribó. Sunny sintió un dolor inmenso.
Al verlo, se acercaron rápidamente otros demonios y la rodearon. Le clavaron más garras, más dientes, dagas… Ella consiguió rodar y colocarse de costado y, aunque sangraba profusamente, pudo dar patadas y hacer tanto daño a los demonios como el que ellos le estaban infligiendo a ella.
Sin embargo, se le estaba oscureciendo la visión…
Pandora y Anya se abrieron paso entre la multitud de demonios y se acercaron. Se colocaron a su izquierda y a su derecha y trabajaron juntas para protegerla del ataque. Aquello ya no era una amistad incipiente. ¡Eran sus amigas de verdad!
Asombrosamente, los demonios comenzaron a caer y a retorcerse antes de que las chicas dieran el siguiente golpe. ¿Por qué? Sunny vio a William descendiendo desde el cielo nocturno, con unas enormes alas de humo negro que se deslizaban hacia arriba y hacia abajo y que proyectaban ramificaciones oscuras por todo el campo de batalla. Bajo su piel se extendían rayos brillantes que iluminaban sus ojos, los pómulos, el cuello y los brazos. Tenía la ropa desgarrada y las botas de combate llenas de barro. Su expresión era de amenaza, de brutalidad.
Sunny se puso en pie con ayuda de su magia, mientras los demonios seguían cayendo a su alrededor.
–Lo tenemos controlado, William. Vete antes de que…
El humo de sus alas alcanzó a Pandora, que también cayó al suelo. Sin embargo, ella no se retorció de dolor.
–William, no te atrevas a…
Anya cayó también.
Sus alas debían de tener algún tipo de droga. ¿La afectaría a ella también? No…
Percibió un movimiento a su izquierda, y volvió la cabeza. Vio que Axel aterrizaba en el suelo con una espada de fuego en la mano. Empezó a caminar y a decapitar a todos los demonios que encontraba a su paso.
Así pues… William no estaba por ahí, dedicándose a seducir a otras mujeres, tal y como ella había creído. Su intención era pasar la noche forjando un vínculo con su hermano. ¿Por qué la había dejado así, en suspense? A no ser que quisiera tenerla preocupada, cosa que sería peor aún.
O, tal vez, temía enamorarse y que ella intentara matarlo, así que había querido poner distancia entre ellos dos. Eso podía entenderlo. ¿Acaso no había empezado ella a hacer lo mismo?
Con el corazón acelerado, miró a William, que tenía los ojos entrecerrados, y… ¡Margarita! Sintió tanto deseo que se mareó. Él se acercó y la miró atentamente, de arriba abajo. A Sunny se le aceleró aún más el corazón.
–Llévate a los demonios que todavía estén con vida –le dijo William a Axel, sin apartar la vista de ella–. Los interrogaremos.
Dio otro paso hacia ella.
–Espero que te hayas divertido, porque no vas a volver a salir del establo nunca más.
Ella respiró profundamente.
–Puedes meterte tu cautividad por el…
De repente, todo se oscureció a su alrededor. Le temblaron las rodillas y cayó al suelo. No, cayó en brazos de William, que se había teletransportado para recogerla.
Justo antes de perder el conocimiento, pensó una última cosa: «No es necesario pensar en el estado de nuestra relación. Hemos terminado».
Sunny estuvo recobrando y perdiendo el conocimiento durante un tiempo que le pareció eterno. Las primeras veces, fue como si estuviera flotando en una nube de terciopelo que olía a William. Después, estaba tendida en una cama de nubes, y oía sonidos caleidoscópicos. Gemidos de dolor, cadenas, gritos, borboteos… Golpes, crujidos, gruñidos. Más gemidos.
Pensó que oía la risa de William.
–¿Dónde quieres que te clave el cuchillo la próxima vez? No, no me lo digas. Te voy a sorprender.
–No, de eso, nada –le dijo Axel–. Ahora me toca a mí.
Sunny abrió los ojos y, con una luz tenue, vio a William, caminando delante de un muro en el que había cuatro demonios atados, ensangrentados y mutilados. Axel estaba delante de uno de los prisioneros, pero sus alas doradas le tapaban la visión.
–Te voy a dar otra oportunidad de que nos digas lo que has oído y visto dentro del palacio de Lucifer. Después, empezaré a cortar. Empezaré por tus testículos.
–Me pido el izquierdo –dijo William.
¿Por qué la había llevado allí? ¿Acaso no podía soportar separarse de ella? ¿O tal vez se había dado cuenta de que podía usar su magia para que los prisioneros le dijeran la verdad? Ni siquiera los demonios podían mentir en su presencia.
¡Qué jacinto! Ella había aceptado ayudarle a traducir el libro y, a cambio, él había aceptado librarla de los cazadores furtivos y los coleccionistas, pero su acuerdo no incluía nada de convertirla en un detector de mentiras. Ahora, él le debía algo. Y ella quería la libertad.
Por supuesto, William se negaría a concedérsela, así que ella tendría que empezar de nuevo con los castigos.
Más tarde, volvió a abrir los ojos y recordó a Pandora y a Anya. La batalla. William. Su amenaza. El desmayo. La tortura de los demonios. ¡Margarita!
Observó su entorno. William la había llevado de vuelta al establo y lo había redecorado todo mientras ella dormía. Había más árboles frutales y rosales, y el aire estaba perfumado. Había colgado hologramas de cuerpo entero.
En uno de ellos, William aparecía desnudo y sonriente, y tenía sujeta una botella de champán delante de su miembro. En otro, ella misma, con un biquini, bailaba en un poste. En el último, ella aparecía como si fuera una maestra, con el pelo rosa recogido en un moño y las gafas apoyadas en el extremo de la nariz. Tenía el dedo índice estirado delante de la cara, como si estuviera reprendiendo a alguien por su comportamiento inadecuado.
Sunny se rio e intentó sentarse. Algo volvió a tenderla sobre el colchón. Miró hacia atrás y se puso a gritar. Estaba atada de pies y manos a los cuatro postes de la cama.
¿Cuerdas para jugar un poco eróticamente? Muy bien, le gustaba la idea, pero con cualquiera que no fuese William. ¿Cuerdas para castigarla? ¡Alguien iba a morir!
Le dolía el cuerpo, pero no tenía ninguna herida. Los cortes que había sufrido durante la lucha se le habían curado. Tenía el pelo húmedo y llevaba ropa interior limpia, un sujetador azul y unas bragas a juego. Así que William debía de haberla bañado.
Un momento, las bragas eran… ¿un tanga?
–¡William! –gruñó.
Debía haberlo matado cuando tenía la oportunidad.
¡No! No podía pensar de ese modo. No podía añadir leña al fuego de la maldición.
Debía haberle dado un puñetazo cuando tenía la oportunidad.
No podía pedirle que la soltara, ni negociar con él, porque no tenía nada que ofrecer. Así pues, tendría que luchar o engañarlo para que la soltara.
–¿Sí, Sunny? –preguntó él, que apareció a los pies de la cama. También se había bañado, y tenía el pelo mojado. Solo llevaba una toalla blanca en la cintura–. Disculpa por las imágenes que hay en la pared. Las ha traído Anya esta mañana, temprano.
–¿Por qué te disculpas? Son increíbles. Ella es increíble, al contrario que otra gente.
Ver su piel tatuada y sus músculos le estaban afectando al entendimiento. Su cuerpo empezó a arder automáticamente.
Tal vez no hubiera terminado con él todavía.
Tal vez pudiera utilizarlo para mantener relaciones sexuales y dejarlo después, a la primera oportunidad.
–Me gustaría darle las gracias con una cesta llena de corazones de demonio –dijo Sunny–. ¿O crees que le gustarían más sus cabezas?
Él se quedó sorprendido y pestañeó. A ella le encantaba aquella reacción suya. Teniendo en cuenta su edad, hubiera pensado que había muy pocas cosas que pudieran sorprenderlo.
–¿Cómo están las demás? –preguntó.
–Están vivas, gracias a mí. Después de que tú te desmayaras, llegó otra horda de demonios, y Axel perdió una mano durante la lucha. Pandora y Anya se habían llevado una buena tunda para cuando pude sacarlas de allí por un portal.
Sunny se sintió muy culpable. Si no se hubiera puesto en contacto con Pandora, las dos chicas y Axel estarían bien.
–¿Y Dawn?
–Pandora la ha sacado a pasear –dijo él. Se apoyó en uno de los postes de la cama y se cruzó de brazos–. ¿No tienes nada que decir sobre tu actual situación?
Sí, tenía mucho que decir. Como Dawn no estaba allí, podía cometer todos los actos de violencia que quisiera sin que su preciosa perrita se asustara.
–Te doy una oportunidad para que me desates.
–No te preocupes, cariñito. Tengo pensado soltarte… cuando llegue el momento –respondió William. La miró de pies a cabeza. Su toalla ya estaba abultada a la altura de su entrepierna–. Antes tienes que responder por tus crímenes.
Cuando él se pasó una mano por el miembro erecto, ella gruñó. Incluso cuando discutían, había lujuria.
–No sé a qué te refieres. ¿Qué crímenes? –preguntó, con enfado–. Vamos a hablar mejor de los tuyos.
–Para empezar, no hiciste caso de mi mensaje de texto –prosiguió él–. Después, desobedeciste una orden directa y pusiste a mi hermana, a mi amiga y a mi descifradora de código en peligro de muerte, además de poner a Lucifer al corriente de tu presencia en el infierno. Sin duda, ya sabe dónde estás. Y vendrá por ti, porque querrá tenerte para él solo.
–Bueno, pues que venga. Quiero luchar con él. Y, ahora, tus crímenes. Para empezar, querías espacio, y yo te lo concedí. Sin embargo, por algún motivo, tú no puedes tener la misma deferencia conmigo y dejarme en paz.
Él se quedó callado.
–¿Qué es lo que quieres, William? ¿Que me disculpe? ¿Que te pida clemencia, sabiendo que no la tienes? ¿Que te haga un ruego sexual? –inquirió Sunny. Y, fingiendo que se retorcía de placer, añadió–: Por favor, por favor, por favor, pon tus deditos en… un triturador de madera.
No pareció que él la oyera, pero se le dilataron las pupilas. Se pasó una mano por la cara e insistió un par de veces sobre la boca.
Aquella reacción fue tan sexy que, en un segundo, a ella se le humedecieron las bragas.
–A pesar de tus ataduras, me deseas.
¡Salvia! Quería castigarlo, así que le respondió:
–No queda nada para la época de celo, ¿o es que se te ha olvidado? Ahora deseo a cualquiera.
Eso era cierto, pero en el pasado. Ahora, tenía la sospecha de que no le valdría nadie que no fuera William.
–¿A cualquiera? Olvídate de lo que le hizo Lucifer a tu pueblo. ¿Sabes lo que hace con sus prisioneras? Las viola y las golpea constantemente. No tiene ni un gramo de ética. ¿También te valdría él?
–¡Solo si pudiera cortarle la cabeza! Así que déjamelo. Suéltame y deja que me vaya. Si me mantienes encerrada, llegaré a odiarte. Tal vez ya haya empezado.
Él se puso furioso.
–¿Vas a vencer a Lucifer tú sola? Acabas de sufrir un envenenamiento por el ataque de los demonios. Estabas a punto de morir cuando te recogí, Sunny. Te derribaron con demasiada facilidad.
A ella le ardieron las mejillas al oírlo. ¿Había cometido muchos errores en la batalla? Sí. Pensaba que los demonios del infierno serían como los del mundo de los mortales. ¡Y se había equivocado! En el infierno eran más fuertes, más rápidos y numerosos, y ella debería haberlo previsto. Sin embargo, se había lanzado a la aventura sin precaución, sin reflexión previa. La próxima vez tendría un plan be, ce y de.
–Si soy tan débil, entonces, ¿por qué me tienes atada? –le preguntó.
Él dio un golpe con la mano en el poste, y la cama tembló.
–Porque necesito apaciguarme. Porque quiero que sepas que estás en una situación muy difícil. Porque puedo. Porque te lo mereces. Me obligaste a jugar una partida de cartas para la que no estaba preparado. Tuve que ir corriendo a salvarte. Y, ahora, Lucifer sabe que eres importante para mí.
«¡Soy importante!».
Sunny gimió y se derritió sobre el colchón.
–¿Y cómo vas a castigarme?
–¿Cómo quieres que te castigue? –inquirió él, y se acarició el miembro otra vez.
A ella se le escapó otro gemido. ¿Qué iba a hacer él? ¿Qué quería ella que hiciera?
–Sunny, te he hecho una pregunta.
Ah, sí. ¿Quería que la castigara? A pesar de todo, aquello le gustaba. Él le gustaba. Pero… Si aceptaba, permitiría que él evadiera la cuestión de que también tenía faltas de las que responder.
–Quiero castigarte a ti. Estoy atada y encarcelada, y me utilizas para traducir un libro en código. Cuando me enviaste el mensaje para decirme que no ibas a venir a casa, querías que pensara que ibas a pasar la noche con otra mujer. Reconócelo.
Él la miró con incredulidad.
–¿Corriste un riesgo tan grande porque estabas celosa? Yo nunca te informaría de que voy a pasar la noche con otra mujer con un mensaje de texto, duna.
–¿Y cómo lo harías? –le espetó ella. Él no le había prometido que no fuera a engañarla nunca; solo le había dicho que la avisaría antes de hacerlo–. ¿Me enviarías una carta certificada? ¿Usarías un megáfono?
–Me estás acusando de algo que no he hecho. Yo nunca he engañado a ninguna mujer, y no lo voy a hacer nunca.
No sabía si creerlo, pero el instinto le decía que era cierto.
–Anoche no podía pensar con claridad –reconoció él–. Después de que Hades echara a Axel, me soltó una bomba. Me dijo que, si forjaba una relación con Axel, estaba destinado a matarlo y arrebatarle el trono.
–Oh, William, lo siento –dijo ella–. ¿Es parte de la profecía?
–En cierto modo, sí. Mencionó un oráculo. Lo primero que se me ocurrió fue acudir a ti para contártelo y escuchar tu opinión.
–¿Y por qué no lo hiciste?
Él enarcó una ceja.
–¿Te gustaría verme en estado de pánico, comportándome como un cobarde?
–¡Sí! Considéralo un juego preliminar –balbuceó Sunny, estremeciéndose de impaciencia. El hecho de saber que se estaba enamorando de ella la aterrorizaba y entusiasmaba a la vez, y ya no había espacio para la ira. Y, bueno, quizá fuera cierto que había reaccionado exageradamente al recibir el mensaje de texto–. Mira, si es una profecía, todavía hay esperanza. La muerte no siempre equivale a una muerte física. A veces significa empezar de cero. Además, siempre hay formas de escapar de un vaticinio así.
–Explícate.
–Profecía: nunca puedes decir la verdad. Vía de escape: te tatúas el mensaje en el cuerpo. Profecía: ningún guerrero tiene fuerza para derrotar a un villano. Vía de escape: un sabio llega y vence al villano con su inteligencia. Solo tenemos que encontrar un resquicio que nos sirva de vía de escape de tu profecía.
En los ojos azules de William apareció una mirada de esperanza. Se acercó a la cama, jugueteando con la toalla, y dijo:
–Hemos tenido nuestra primera discusión de pareja. Ahora, vamos a reconciliarnos.
Su deseo alimentó el de ella, e hizo que le hirviera la sangre de necesidad. Pero no podía ceder tan fácilmente, porque, entonces, él se daría cuenta de que tenía poder sobre ella.
«Pero yo también tengo poder sobre él».
–¿Estás húmeda, Sunny? Separa las piernas –le dijo William–. Enséñame lo mucho que me deseas.
Ella obedeció, lentamente, y a él se le escapó un jadeo.
–Estás empapada –dijo, con lujuria–. Me necesitas. Necesitas esto –añadió, acariciándose con más fuerza–. Dime lo mucho que me necesitas.
Él quería que admitiera en voz alta que lo deseaba, pero ella no estaba dispuesta a hacerlo hasta que él lo admitiera primero.
Con un gemido descarado, arqueó la espalda para que sus pechos se movieran.
–Sunny –gruñó él–, te he dado una orden.
–Y yo te respondo que me obligues, o que me digas lo mucho que me necesitas tú a mí.
Él entrecerró los ojos.
–Mejor, te lo voy a demostrar.