Capítulo 29

 

 

 

 

 

«Todo el mundo es un escenario. Los inmortales hacen el papel de depredadores, y los humanos, el de presas. Adelante, buena suerte».

 

En unos segundos, William experimentó muchas emociones. Preocupación por el bienestar de Sunny. Furia por su rechazo. Confusión por su moratoria para el sexo. Odio por Lilith. Alegría por ver a su hermano.

–Hola, William –dijo Axel.

–Bienvenido –respondió él.

–Gracias.

Cuando Axel avanzó por el establo, Dawn se puso a ladrar cada vez más fuerte.

–He venido a decirte que Lucifer ha atacado a un grupo de Enviados. Temo que este sea el primero de muchos ataques. Tenemos que prepararnos.

Sunny se puso en pie de un salto. Se había quedado pálida. Miró a William y susurró:

–Tu pene es muy mono.

¿Su pene…? William se puso rígido. Era su contraseña, lo cual debía de significar que el aura de Axel no era de Axel, sino de Lucifer. Pero… tenía que haberse confundido. Él había tomado medidas mágicas para evitar algo así.

Sin embargo, Dawn no había ladrado la última vez que Axel había estado allí.

Observó con atención al recién llegado. Axel estaba igual que siempre. No detectó ninguna diferencia. Tendría que averiguar la verdad de otro modo.

Tenía que proteger a Sunny a toda costa. Y el libro, y el medallón. Si Lucifer estaba allí, había ido a robar el libro, a enterarse de cuáles eran sus planes o a matarlos.

–Me alegro de verte, Axel.

El Enviado observó a Sunny, que se llevó a Dawn al baño. La perra no dejaba de ladrar. Sunny la encerró allí, por si se producía una pelea.

–Axel –le espetó William, para poner a prueba su reacción–. Ya sabes cuáles son las normas. Nada de mirar a la chica.

El otro hombre lo miró con cara de diversión.

–Tienes razón, perdona. Es muy bella, y tú eres un hombre afortunado.

Su voz era exactamente igual a la de Axel, pero él nunca le había dado la orden de no mirar a Sunny.

–Me gustaría hablar de los siguientes pasos, y de cómo vamos a defendernos del siguiente ataque de Lucifer, pero puedo volver más tarde, si necesitas tiempo para terminar la conversación sobre tu pene.

–Por favor, quédate –dijo Sunny, con una sonrisa amable, mientras se colocaba junto a William. Apoyó la cabeza en su hombro y deslizó su mano en la de él para pasarle una daga en secreto. Buena chica–. Puede que sepa el modo de matar a Lucifer.

William se sintió orgulloso al ver cómo tentaba al otro con información falsa, sin decir una sola mentira.

–Por favor, dímelo –le pidió Axel–. Estoy seguro de que puedo ayudar.

Ella miró a William, como si le estuviera pidiendo permiso para continuar. Sin embargo, él conocía a su unicornio, y sabía que le estaba pidiendo alguna señal de que iba a cooperar con lo que ella hubiera pensado.

–Tú tienes planes con Pandora, ¿no te acuerdas? Vamos, vete ya, y yo pondré a Axel al corriente de todo.

Con la mirada, le dijo: «No me hagas enfadar con esto, mujer».

–No, al final, Pandora y yo lo hemos dejado para otro día –respondió, y le dio una palmadita en la mejilla con otra sonrisa dulce–. Vamos a hablar a la mesa de la cocina, ¿queréis?

Demonios… Por lo menos, había elegido el lugar más perfecto. Él tenía un arma semiautomática oculta debajo de la mesa.

Cuando llegaron a la mesa, William le ofreció una silla a Sunny, pero ella no se sentó, sino que le indicó a él que lo hiciera y, después, se colocó detrás de la silla de William, con las manos apoyadas en sus hombros. Lucifer se rio y se sentó frente a William.

–Qué sumiso te has vuelto –comentó.

¿Era una pulla para enfurecerlo? Una pena. A él le gustaba aquella relación con Sunny. Sin embargo, no quería que Lucifer supiera lo importante que era para él.

Movió las cejas de un modo sugerente y sonrió con lascivia.

–No sabes lo que te pierdes. Aunque mi amante no sea más que una bruja con poca competencia mágica, compensa sus carencias con mucha cabeza. ¿Verdad, guapa?

Ella lo dejó asombrado, porque se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

–Sí, cariño. Todo está en los dedos. Si masajeas el cuero cabelludo de un hombre con la presión adecuada, se convertirá en arcilla entre tus manos.

Listilla. William contuvo una sonrisa.

–Bueno, esta ninfómana masajista va a preparar un chocolate caliente. ¿Quién quiere un poco?

Sunny se marchó hacia la encimera para preparar las bebidas. ¿Con veneno? William no sabía lo que había planeado, y tenía mucha intriga.

La luz matinal entraba por la ventana e iluminaba al falso Axel. Sus ojos duros y ásperos no eran los de su hermano. Sunny tenía razón, y él ya lo sabía sin ningún género de duda.

William se controló para no atacar y evaluar sus opciones. Si Lucifer había capturado al verdadero Axel…

–Bueno, cuéntanos tus planes, guapa –le dijo a Sunny–. El suspense me está matando.

–De acuerdo –dijo ella, mientras se movía de un lado a otro reuniendo los ingredientes–. Todos sabemos que Lucifer es un montón de basura, ¿no? Como una pila de excrementos.

¿Se había puesto un poco rígido su interlocutor, y había aparecido un brillo de maldad en sus ojos? William tuvo ganas de echarse a reír, pero dijo:

–Sí, es una basura.

Con una mano, tomó la pistola que había debajo de la mesa. Con la otra, preparó el cuchillo.

–Todo el mundo lo sabe –añadió.

Lucifer sonrió con un poco menos de entusiasmo que antes.

–Sí, todo el mundo –repitió–. Ah, antes de que se me olvide: Lucifer te dijo que la bruja, Lilith, todavía vive. He oído el rumor de que quiere utilizarla contra ti de alguna manera.

–No me preocupa –dijo William, y Lucifer entrecerró los ojos–. Mi descifradora ya ha traducido el libro. La maldición está rota.

Una sonrisa tensa.

–Cuánto me alegro.

Ver a Lucifer tan rabioso fue más dulce que la ambrosía.

Sunny volvió a la mesa con dos tazas de chocolate, una para William y la otra para Lucifer. Cuando se acercó al demonio para servírsela, William se puso muy tenso. No quería que se acercara a aquel monstruo.

Lucifer percibió su furia y se dio cuenta de que él sabía quién era. Así pues, ya no podía esperar más. Tenía que atacar.

Apretó el gatillo de la pistola, pero Lucifer se estaba levantando de la silla, y las balas le alcanzaron en los muslos. Gruñó, pero no se desplomó.

Sunny le arrojó el chocolate hirviendo a la cara. Lucifer rugió de dolor, y ella sacó la daga que llevaba oculta en la manga y se la clavó en el cuello. La sangre salió a borbotones de su yugular, y ella aprovechó el momento para acuchillarle también en la nuca. Lucifer cayó por fin al suelo, y ella lo decapitó.

–¡Lo he conseguido! ¡He ganado!

William la miró con admiración. Verdaderamente, Sunny había conseguido…

Se oyó una risotada masculina. Aunque Lucifer estaba en el suelo, decapitado, otro Lucifer muy vivo se materializó de la nada, se situó detrás de Sunny y le puso un cuchillo en la garganta.

«No, no. Esto no puede estar sucediendo». William sintió pánico. Había creído que Lucifer se había transformado en Axel, pero, en realidad, había creado la ilusión de que Axel estaba en el establo y él se había hecho invisible. Sin duda, había entrado en la casa detrás de la imagen de Axel.

William tenía que haberse esperado algo así.

Se puso en pie de un salto y se colocó delante de Sunny. Ella tenía los ojos muy abiertos y estaba pálida. El establo se había quedado en silencio. Dawn no ladraba ya. ¿Por qué?

–Habéis estado a punto de conseguirlo –dijo Lucifer–. Tengo que reconocer que ha estado bien, hermanito, pero no ha sido suficiente.

–Lo mismo puede decirse de tu disfraz, imbécil –respondió William.

–Ah, sí. Te has dado cuenta antes de lo que yo pensaba. ¿Qué fue lo que me delató?

–Que Axel no es un montón de mierda.

A Lucifer se le borró la sonrisa.

–Vamos, sé bueno y tráeme tu libro, hermano. Ve despacio, tranquilo, o mato a tu mujer ahora mismo. Y no te molestes en decirme que ya no hay maldición. Sé que es mentira.

¿Darle su libro? ¿Su única esperanza de tener una vida que mereciera la pena? Un futuro con Sunny. ¡No! Pero… solo podía tener un futuro con Sunny si ella no moría. ¿Qué podía hacer?

–Vamos –dijo Lucifer–. Toma una decisión antes de que lo haga yo por ti.

–William –susurró Sunny, con la voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas–. Lo siento muchísimo.

¿Estaba llorando? No era miedo lo que él veía en su expresión. No, lloraba porque pensaba que lo había decepcionado. William soltó un gruñido que resonó por todo el establo.

Su querida Sunny… Se sentía muy orgulloso de ella.

–Vamos, vamos, hermano –le dijo Lucifer–. No es más que una amante, ¿no? Cuando haya muerto, podrás conseguirte otra.

–¡No le vas a hacer daño! –bramó William.

–Claro que sí. Tú has matado a un contingente de mis soldados. Por eso, vas a perder tu más preciada posesión: tu libro. Y, tal vez, también a tu mujer.

Lucifer apretó la hoja de la daga contra la garganta de Sunny y le hizo un corte del que brotó la sangre.

–Voy a apretar más a cada minuto que pase –dijo–. Sé por qué la tienes aquí.

A William se le encogió el estómago.

–Dímelo, vamos.

–Es tu descifradora, y es un unicornio. Así que puedo matarla y quitarle el cuerno, o quitarle el cuerno y dejar que viva. Tú eliges, y se te está acabando el tiempo.

William sintió que su pánico aumentaba sin control. Cuando ella le había hablado de otros unicornios que habían perdido el cuerno, por su tono de dolor, él había entendido que para aquellos seres era mejor estar muertos. Ahora, al ver el miedo en la mirada de Sunny, supo que estaba a punto de desmoronarse.

–Si le haces daño…

–¿Vas a hacérmelo pagar caro? –dijo Lucifer, e hizo un mohín–. No, eso no, por favor –dijo. Después, apretó un poco más la daga–. Vamos, el tiempo se te está acabando. Solo te queda un minuto.

–William –dijo ella, con la voz temblorosa–. No lo hagas. No importa. Voy a convertirme en unicornio y le daré el cuerno.

–No –dijo William, mientras pensaba frenéticamente.

De repente, un cristal se hizo mil añicos y Dawn apareció rugiendo a través de una de las ventanas. Su cuerpo voló por el aire y chocó con Sunny y Lucifer. Una de las cabezas mordió a Lucifer en la muñeca y le apartó la mano del unicornio, y la otra mordió la cara del demonio.

Sunny cayó al suelo, y a Lucifer se le escapó la daga de la mano. Ella agarró rápidamente el arma por la empuñadura y se la clavó a Lucifer en la pierna, haciéndole caer.

–¡Cuidado! –gritó William, y agarró a Sunny para alejarla del peligro. Mientras ella se deslizaba por el suelo, él trató de agarrar también a Dawn.

Demasiado tarde.

Lucifer estalló y desencadenó las llamas del infierno. Era un mecanismo de defensa natural. Aquel fuego no iba a dañar a William. Gracias a su vínculo con Hades, era inmune a ellas. Sin embargo, calcinarían todo lo que encontraran a su paso, incluyendo a Dawn, que gimió de dolor cuando su pelaje se abrasó y su carne se cubrió de ampollas.

Lucifer rodó hacia atrás y escapó de las cuchilladas de William. El fuego se extendió rápidamente por todo el establo, y el humo invadió todo el espacio. Después, el demonio se desvaneció.

William tenía que elegir entre perseguirlo, o salvar a sus chicas.

La respuesta estaba clara. Se movió con toda la rapidez que pudo para recoger a Sunny que, a su vez, agarró a Dawn, sin dejar de sollozar.

–Mis pobres plantas…

William las teletransportó al exterior y las dejó en la hierba, y volvió al interior para sacar el libro y una de las plantas. Volvió con ellas.

–¡Mi diario! –gritó Sunny.

¡Maldición! William volvió al establo y, en cuanto tuvo el diario en la mano, regresó con ellas y las teletransportó a su dormitorio.