«¿Llevar a una mujer con la que salgo a casa, a conocer a la familia? Claro. Y, de paso, me dejo barriga de padre».
–Chicos –dijo Sunny, acercándose a ellos–. Vuestra relación es muy nueva. Mientras aprendéis a confiar el uno en el otro, tendréis algún contratiempo. Perdonaos los malentendidos y seguid adelante. Y, con lo de seguir adelante, me refiero a que limpiéis mi habitación.
William pestañeó, como de costumbre.
Qué gracioso, porque Axel hizo lo mismo. Estando juntos eran adorables.
Los dos asintieron. La tensión se relajó un poco. William le dio un beso en la frente para agradecerle su ayuda.
–Cuando terminemos –le dijo–, te voy a llevar a conocer a mis hijos y a ver a Evelina.
Sunny estuvo observando a William mientras trabajaba con Axel. Le encantaba cómo se abultaban sus bíceps cada vez que arrojaba a un Enviado inconsciente por un portal que daba directamente al campamento. Y le encantaba su forma de mirarla, como si quisiera asegurarse de que ella no había apartado los ojos.
William se valió de la magia para limpiar la sangre de la habitación. Después, Axel se marchó para ponerse una túnica limpia, y William lo acompañó, después de mirarla una última vez con vulnerabilidad y lujuria.
Ella se estremeció y empezó a arreglarse para conocer a sus hijos. Se dio una ducha rápida y se puso un vestido de color rosa que se ajustaba a sus curvas. Después, se puso unas sandalias planas. No tenía joyas, por desgracia.
A los unicornios les encantaban las cosas brillantes, pero ella había perdido el interés durante su huida constante. Ahora, sin embargo… volvía a desearlas.
Sonrió. Su vida había cambiado drásticamente. Antes tenía que saltar de motel en motel, sola, siempre sola, para los orgasmos, para las batallas místicas, para descifrar códigos mágicos y para las reuniones secretas.
Cuando Axel y William volvieron, se habían duchado y llevaban ropa limpia.
Al verla, William se paró en seco. En sus ojos azules apareció una mirada llena de lujuria, maravilla y orgullo.
–¿Te gusta? –le preguntó ella, girando sobre sí misma.
–Axel, tienes que marcharte –le dijo William a su hermano, mientras daba un paso hacia ella–. Va a haber un retraso inesperado a causa del mal tiempo. Sí, eso suena creíble. Saldremos dentro de una hora, después de que haya pasado esta tormenta en particular. Nos vemos dentro de…
–Ah, no, no. Nos marchamos ahora –dijo Sunny. Por mucho que quisiera meterse en la cama con William, no podían posponer aquella reunión–. Han cambiado el pronóstico del tiempo. La tormenta se ha quedado en una llovizna.
Axel se echó a reír.
–¿Tienes una pequeña llovizna en el pantalón, hermano?
William se ajustó la erección en la bragueta del pantalón y se acercó a ella. Le rodeó la cintura con un brazo y le preguntó:
–Entonces, ¿ya estás lista?
Ella enarcó una ceja.
–¿No es necesario abrir un portal?
–No. Aquí, en el infierno, yo puedo teletransportar a cualquiera que esté en contacto conmigo.
–Yo también puedo teletransportarme aquí –dijo Axel, acercándose a William por el otro lado–, pero nunca he visto el territorio de tus hijos, así que necesito que me lleves a mí también.
Los Enviados no poseían, normalmente, la habilidad del teletransporte. ¿Cuántos rasgos compartían su hermano y él, y cuáles eran sus diferencias?
Ella tenía que ayudarles a recuperar los recuerdos, lo antes posible. Si convertía a los dos hermanos en parte de su manada, su magia se incrementaría y aumentarían mucho sus posibilidades de tener éxito. Sin embargo… ¿Querría William formar parte de una manada? Era necesario fundir las mentes, y ella tendría acceso a sus pensamientos las veinticuatro horas del día.
Él le besó la sien.
–Bueno, vamos allá.
De repente, desapareció el suelo bajo sus pies. La habitación también se desvaneció. Un segundo más tarde, estaban en un nuevo lugar. Era un salón con arañas de cristal, las paredes empapeladas y sofás de terciopelo. Allí había tres guapísimos jóvenes de unos veinte años, sentados en diferentes lugares, fumando puros.
El olor acre le irritó la garganta, y tosió. En cuanto sus ojos se adaptaron al humo, observó a los hijos de William más atentamente, y… Bueno, estaban muy curtidos por las batallas y exudaban brutalidad. El humo oscurecía sus auras, así que no pudo tomar ventaja leyendo más información sobre ellos.
Esa falta de información era, a la vez, una ventaja y una crueldad. La información era poder, y ella necesitaba ese poder en aquel momento, porque la reunión era muy importante. Quería y necesitaba dar una buena impresión, pero no sabía cómo comportarse. Su personalidad solía gustar mucho o desagradar, sin término medio. ¿y si no podía ganarse la simpatía de aquellos muchachos? Ellos ya la estaban mirando con dureza.
¿O, tal vez, a alguien que estaba a su espalda?
Se giró. No, no. Era a ella. ¿Qué les habían contado? Aunque no le importara un comino la opinión que pudieran tener los reyes sobre ella, sí le importaban las opiniones de aquellos chicos. La familia era importante.
¿Y si le decían a su padre que la dejara?
Tragó saliva. Empezó a sentir pánico.
Los chicos apagaron los puros y se pusieron de pie. Eran muy altos, muy musculosos y… estaban muy enojados. ¿Por qué?
William no se dio cuenta de nada. La soltó y se acercó a abrazar a sus hijos. Ella se sintió muy sola y se abrazó a sí misma por el estómago. Aquellos hombres tenían algo que ella había deseado desde la destrucción de su pueblo: amor y apoyo. Eran una familia de verdad. El afecto entre ellos era evidente.
¿Podría formar parte de ello? ¿Cómo tendría que comportarse? ¿Sonreía y saludaba? ¿Mostraba alguna emoción?
Se le encogió el estómago al pensar que William aportaba una gran familia a su relación; no solo sus hijos, sino hermanos y un gran grupo de amigos. Y, tal vez, algún día, a su padre. Ella solo tenía unas maletas y una amiga unicornio que había desaparecido.
Había un desequilibrio.
–Sunny, Axel, os presento a mis hijos, Red, Black y Green –dijo William, con orgullo–. Son los jinetes del apocalipsis, pero también son guerreros de las sombras. Axel, mi hermano, y Sunny, mi mujer.
–Ya… ya me imagino quién es quién –dijo Sunny. El humo de había disipado, y podía leer sus auras. El joven calvo con un aura de color jade…–. Tú debes de ser Green. Me alegro de volver a verte.
Green asintió secamente.
–Yo soy conocido como el mensajero de la muerte.
–Ah. Eso es… estupendo –respondió Sunny. Después, miró al joven rubio, que tenía un aura negra como el carbón–. Tú eres Black.
Black asintió.
–El mensajero del hambre –dijo.
Y, por último, Sunny se volvió hacia el hombre moreno que tenía un aura color escarlata.
–Y tú eres Red –dijo.
Él asintió con algo más de antipatía.
–Soy el mensajero de la guerra.
Después, los tres la ignoraron y miraron a Axel.
–Necesito que me firmes un autógrafo –dijo Black, y señaló a William–. Él lleva un recuento de tus victorias.
Axel pestañeó de la sorpresa, y miró a William para que se lo confirmara.
William asintió y se ruborizó, y Axel se sorprendió aún más.
Entonces, Green le dio unas palmaditas a su hermano en la espalda, y le dijo al Enviado:
–Puede que seamos tus mayores admiradores.
Red encendió otro puro y dio una calada. Después, le dijo a Axel:
–Admiramos tu trabajo en la Tercera Batalla del Lleh.
–Mucho –dijo Black–. Mataste más brujas y hechiceros que nadie en la historia.
–Me enteré de lo que le hicieron a William hace tantos siglos –respondió Axel.
Entonces, fue William quien pestañeó de la sorpresa.
Sunny, que estaba desesperada por participar en la conversación, preguntó:
–¿Qué es un guerrero de sombras?
William dijo:
–Cuando los traje al mundo…
–Con tu vagina mágica –le dijo Green, y sus hermanos se rieron maliciosamente.
William ignoró a los chicos y continuó.
–Creía que mi magia contenía la esencia de los jinetes del apocalipsis. Según las profecías, los grupos de jinetes lucharían algún día entre ellos, y los cuatro ganadores cabalgarían por la tierra y llevarían el final del mundo a término. Después de lo que supimos de los Wrathlings, creo que alguien de mi familia fue, o es, uno de los jinetes.
Eso tenía sentido.
–Me asombra que haya más de un grupo.
Claro, que en el infierno se guardaban muy bien los secretos por los siglos de los siglos.
–Los diferentes grupos provienen de diferentes especies, nacen en diferentes momentos y de formas distintas, pero siempre, de cuatro en cuatro. Hay muchos oráculos que dicen que puedo reencarnar a White, y ese es el único motivo por el que no he borrado a todas las Hadas del universo.
Ah. Su hija.
–¿Y cuál es el impedimento? –preguntó Sunny.
–Solo puedo hacerlo después de que mis hijos hayan muerto, o crearía otro grupo de cuatro.
Los chicos bajaron la cabeza al recordar a su hermana muerta. Cuando alzaron la cabeza, volvieron a mirarla con rencor.
¿Tal vez querían intimidarla, o asustarla para que nunca le hiciera daño a William?
Ella se esforzó y volvió a sonreír.
–¿Por qué no puede reencarnarse White a la vieja usanza, sin que mueran los chicos?
Ella… embarazada de William…
Se estremeció. En parte, lo deseaba. Sabía que no estaba preparada, pero… ¿Quizá?
¿Qué pensaría William de la idea?
¿Y qué pasaba con Lucifer? Si él continuaba con vida, sus hijos siempre correrían peligro.
Bien, cada cosa a su tiempo.
–¿Dónde está Evelina?
–En la mazmorra –dijo Green, malhumoradamente.
–Llevad a Axel abajo –les dijo William–. Sunny y yo vamos ahora mismo.
Ah… ¿Y por qué el retraso?
En cuanto el grupo salió del salón, William la abrazó con delicadeza y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
–Dime lo que pasa, para que pueda arreglarlo.
–Pues… no me importa que me odien los reyes del infierno, pero ¿tus hijos? Ellos sí son importantes, y ya les caigo mal. No sé por qué. Si ni siquiera me conocen.
–Tú eres muy importante para mí, Sunny. Y no les caes mal, lo que ocurre es que se preocupan por si la maldición te afecta y me haces daño.
Ah… Margarita. Claro, era lógico.
–Tal vez no debiera ser tan importante para ti. Además, no hemos hablado de la parte que he traducido.
Él suspiró.
–Pues vamos a hablar de ello. Cuéntame qué pasa cuando estás traduciendo el libro.
Así, entre sus brazos, a Sunny le resultaba más fácil hablar de ello.
–Pues… Una fuerza oscura y peligrosa se apodera de mí, y me susurra cosas al oído. «Mátalo. William debe morir». No sé si, a medida que avanzamos en nuestra relación, la magia se hace más fuerte… Y siento no habértelo dicho antes. Temía tu reacción. La buena noticia es que ese impulso se desvanece en cuanto me alejo del libro.
Se retorció los dedos a la espera de su respuesta. William no se había puesto rígido, ni… Un momento. Ella tenía algo que añadir.
–Yo nunca me dejaría llevar por esos impulsos, ¡te lo juro! Además, estoy muy cerca de terminar, lo sé.
Él la estrechó con más fuerza y dijo:
–Si tuviera una sola duda sobre eso, te tendría encerrada en un establo sellado con magia. Pero confío en ti, y tú confías en mí, ¿no te acuerdas? Además, eres la persona más fuerte que conozco. Si alguien puede dominar un impulso, eres tú.
Ella exhaló un suspiro de alivio.
–Gracias por el voto de confianza, William. Pero… a lo mejor deberíamos ir más despacio. Por lo menos, hasta que el libro esté traducido.
Él se echó a reír.
–Yo estoy de acuerdo en ir más despacio… Si tú dejas de ser tan maravillosa.
–Eso no puedo prometértelo –dijo ella, con tanta seriedad, que él se echó a reír de nuevo.
–¿Tú también te estás enamorando de mí?
–Sí, bobo –dijo ella.
Y él le acarició la mejilla con la nariz.
Um…
–¿Y cómo se comportaban tus hijos cuando les presentabas a otras mujeres con las que has salido? –le preguntó, con curiosidad.
–Tú eres la primera.
¿De verdad?
–¿Y tus amigos? ¿Conocen a tus hijos?
–Algunos de los Señores del Inframundo, sí, pero nunca se los he presentado. Se han encontrado por ahí.
–¿Ni siquiera Anya y Pandora conocen a los jinetes del apocalipsis?
–Exactamente. Veo que a mi unicornio le gustan las noticias.
–¡Por supuesto que sí!
Aquello quería decir que era especial para él.
Le besó los labios y dijo:
–Vamos a conocer a Evelina. Cuanto antes empecemos, antes terminaremos, y antes podrás llevarme a casa y quitarme este vestido.