«La guerra es como el ajedrez. Yo siempre gano».
El mayor miedo de William se había hecho realidad. Se había enamorado, y el objeto de su amor había intentado matarlo. Y ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.
Había hecho el amor con Sunny noche y día, durante dos semanas. Mientras ella dormía, él luchaba contra los demonios y los interrogaba, y seguía buscando la décima corona, mientras trataba de evitar a Axel. Esperaba tener la cabeza más clara antes de reunirse otra vez con su hermano, pero sus pensamientos eran cada vez más caóticos.
Su vida había cambiado mucho desde que había conocido a Sunny. Ahora tenía una compañera vital. La maldición se había activado. Tenía un futuro sin Hades. Un futuro rey del infierno tenía parentesco con un miembro de la Elite 7. ¿Castigarían los suyos a Axel por su conexión? ¿Y si otro Enviado lo acusaba a él de algún crimen, como había hecho Bjorn? Axel quedaría en medio de la pelea, y tendría que elegir.
¿Debería él cortar todos los lazos?
Y ¿qué iba a hacer con Sunny, que era su futura reina y su potencial asesina? ¿Mantenía aquel estatus quo con ella, permitiendo que estudiara el código, mientras se protegía por si había más ataques?
En el fondo, tenía el presentimiento de que las agresiones iban a ir a más. Temía que, algún día, Sunny entrara en un trance permanente. No sabía si hacer algo que había considerado inviable: quemar el libro para impedir que Sunny lo estudiara. Cada vez que ella se concentraba en aquellas páginas, empeoraba.
Aquella idea le hizo fruncir el ceño. ¿Por qué solo empeoraba cuando se concentraba en el libro? ¿Acaso lo que sentía por ella se fortalecía en esas ocasiones y añadía leña al fuego? ¿O era el libro en sí lo que dictaba la maldición, y no los sentimientos que él pudiera tener?
Mientras ella dormía sobre su pecho, él le acarició el pelo. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba la etérea belleza de Sunny. Durante la época de celo, la maldición no había influido en Sunny. Después, ella se había despertado, había estudiado un fragmento y ¡bum! Lo había apuñalado.
¿Cómo reaccionaría cuando despertara? ¿Lo intentaría de nuevo, o volvería a ser ella misma?
Aunque no quería separarse de ella, la tapó con las sábanas y la manta, se vistió y tomó su teléfono móvil para llamar a Axel. Había llegado el momento de hablar nuevamente con su hermano. Frunció el ceño al descubrir que tenía dos mensajes.
Green: Lucifer ya sabe que tenemos a Evelina.
Red: Está bien cabreado.
Black: Hoy no bajes la guardia. Esta mañana, Lucy ha intentado colarse en nuestra casa dos veces, disfrazado como uno de nosotros.
¡Demonios! Eso era lo que menos necesitaba en aquel momento. Respiró profundamente para calmarse, miró por última vez a Sunny, erigió una barrera mágica alrededor de la habitación y se teletransportó a la casa de Axel, en los cielos. Era una mansión de madera, oro y piedras preciosas, en el campo. Allí, el cielo era muy azul, la luz provenía de su líder, el Más Alto. Por todas partes revoloteaban pájaros de todos los colores, y el aire olía a lavanda. En el jardín había árboles frutales llenos de manzanas de oro, higos y peras.
Llamó a la puerta, y se abrió una grieta en mitad de la madera. Axel apareció con el pelo revuelto, cara de sueño, sin camisa y con marcas de garras en la garganta y moretones en el pecho. Tenía un par de calvas en las alas, como si alguien le hubiera arrancado puñados de plumas.
–¿Una noche difícil? –le preguntó William–. ¿O una noche realmente buena?
Axel se giró para cederle el paso.
–La pequeña fiera no quería bañarse, y la obligué. En cuanto se dio cuenta de que yo no tenía intención de hacerle daño, se calmó… un poco.
Dijo él, mientras entraba en el vestíbulo:
–Podemos llevarla otra vez a…
–¡No! –gritó Axel. Después, se pasó una mano por la cara, y dijo con más suavidad–: No. Aquí está a salvo, así que se queda.
Claramente, el pobre Axel se sentía atraído por la chica, aunque sus compañeros los Enviados despreciaban a las brujas. Si Evelina correspondía a aquella atracción, tendrían un camino difícil por delante. Pero, si su destino era estar juntos, merecerían la pena todas las dificultades.
–Lucifer sabe dónde está –dijo Axel, y apretó la mandíbula–. Adoptó tu apariencia e intentó colarse en mi nube. Yo olí el engaño y me traje aquí a Evelina. Ahora quiere sangre.
–Siempre quiso sangre. Pero ¿cómo sabes que yo no soy Lucifer haciendo otra intentona?
–Los ojos expresan cosas que él no puede ocultar –respondió Axel. Se encaminó hacia un mueble bar que había más allá del vestíbulo–. ¿Te apetece beber algo?
–No, gracias. Quiero tener la cabeza clara. ¿Has averiguado algo sobre las maldiciones en código?
–No, lo siento. ¿Es que ha ocurrido algo más?
–Hice lo más estúpido y lo más brillante que podía hacer: me enamoré de Sunny. Esperaba que me atacara en el momento en que yo me diera cuenta, pero no lo hizo. Me atacó más tarde, cuando comenzó a trabajar con el libro. ¿Es posible que el libro esté maldito?
–Posible, sí, pero no probable –dijo Axel, y se sirvió un vaso de whisky–. Una maldición es un ser vivo, un parásito que necesita un huésped. Se alimenta de pensamientos, emociones y palabras y, al final, se convierte en una profecía.
–Digamos que no estoy maldito, y el libro, tampoco. ¿Qué es lo que puede causar los ataques de Sunny?
–No lo sé, pero si solo sucede con el libro…
–Entonces, es el libro la causa, aunque no esté maldito.
–Tiene que haber algo en ese libro que envenene su mente contra ti.
Veneno… Recordó el frasco de veneno que le había revelado la Diosa de los Muchos Futuros a Hades. ¿Sería posible que el libro estuviera envenenado? Pero ¿cómo? ¿Estarían impregnadas las páginas con algún producto químico? No. ¿Se habría dado cuenta él?
¿Y la tinta?
Él tomó aire. Era la tinta. A Sunny le gustaba sentir los símbolos. Los tocaba con los dedos. ¿Acaso se había envenenado cada vez que había entrado en contacto con la tinta?
Apretó los puños. Oh, cuánto debía de haberle gustado a Lilith la idea. Se le encogió el estómago al pensar que no lo había maldecido a él, sino que había maldito la tinta y le había dado una forma de acabar consigo mismo.
«Soy un idiota. Qué fácil ha sido engañarme».
Se puso furioso, pero la esperanza desplazó a su ira. Sin libro, no habría intentos de asesinato. Podría quemarlo y tener a Sunny a su lado para siempre. Pero… si se equivocaba, perdería su único medio de liberarse de la maldición.
–Tengo que irme –dijo–. Voy a intentar por última vez hablar con Hades para averiguar lo que…
William apretó los labios y se quedó esperando.
Axel había ladeado la cabeza y tenía una expresión atenta. Los demás Enviados debían de estar hablando con él telepáticamente.
William iba a darle un minuto más. Después, se marcharía. Iría a ver a Hades y, después, volvería con Sunny. De un modo u otro, el asunto del libro se resolvería aquel mismo día.
El Enviado terminó su conversación a los treinta segundos.
–Los demonios han invadido el campamento de los Enviados, y mis hombres necesitan mi ayuda. No puedo teletransportarme mientras estoy en el cielo. Necesito que me lleves al infierno.
Demonios invadiendo su territorio… William no perdió el tiempo. Tomó a su hermano del hombro y se teletransportó con él hasta el campamento. Sin embargo… Allí no había Enviados. Ni demonios. Aquel lugar estaba desierto.
Él tuvo un mal presentimiento.
–Vete –le dijo William a su hermano–. Ve a buscar a los tuyos. Yo tengo que poner a Sunny a salvo –dijo. Si la horda había invadido su casa… William soltó una maldición.
Los dos hermanos se abrazaron.
–Cuídate, William.
–Y tú, hermano.
Aunque deseaba seguir abrazado a él, dio un paso atrás y se teletransportó al dormitorio.
–¿Sunny?
Ella no estaba en la cama, ni en el baño.
En medio del pánico, William se puso a buscar alguna pista de su paradero, y encontró una nota sobre la almohada. La tomó con la mano temblorosa, y se le encogió el estómago. En el papel habían caído algunas lágrimas.
Me he marchado y me he llevado tu libro. Por favor, no trates de encontrarme. Te prometo que volveré cuando la maldición se haya roto. Dile a Dawn que la quiero y que la echo de menos. Pero no le digas que te echo de menos más a ti.
No, no. Ahora sí que sintió pánico. Sunny se había ido y se había llevado el libro. Sin embargo, no llevaba mucho tiempo fuera. La llamó por teléfono, pero oyó que el de ella sonaba en la habitación. Estaba en la mesilla de noche. Se lo había dejado allí para que él no pudiera seguirla, pero, probablemente, no se le había ocurrido borrar sus mensajes. William entró en la aplicación de mensajería y encontró una conversación entre Sunny y Hades.
Sunny: Necesito hablar con usted. Es importante. ¿A qué hora puede recogerme?
Hades: Sal a la puerta.
A William se le prolongaron las uñas de las garras. Aquella conversación se había producido hacía dieciséis minutos. Si ella se había ido con su padre… aún había esperanza.
Envió a Axel un mensaje para que se reuniera con él y comenzó a atarse las armas al cuerpo. De camino, recordó el medallón que había guardado. Sunny le había dicho que podía paralizar a un enemigo durante segundos y, aunque todavía tenía que practicar con él y no le gustaba utilizar armas que no conocía bien, esos segundos podían salvarle la vida. Además… ¿no había sentido que estaba en su destino utilizar aquella arma?
Muy bien. Haría una excepción. Se colgó el medallón del cuello. En cuanto la pieza tocó su piel, su magia se extendió por su cuerpo y le llenó los músculos de agresividad y fuerza, como si fuera una especie de Berserker. «Debería haberlo hecho mucho antes».
Y, ahora, a recuperar a su mujer, matar a su antiguo hermano y encontrar su corona.
A Sunny le latía el corazón más rápido que una bala. Cuando William se había marchado de la habitación, ella estaba bien despierta y, segundos más tarde, se había puesto en pie y había empezado a recoger por la habitación todo lo que pudiera necesitar.
Como tenía el número de Hades en el teléfono móvil, se había puesto en contacto con el rey para mantener una reunión privada con él. Quería llamar a Pandora o a Anya, pero temía que pusieran a William al corriente de sus planes. Además, así, podría ayudar a arreglar la relación entre William y su padre antes de esconderse.
Un minuto después, alguien llamaba a la puerta y, cuando abrió, se encontró cara a cara con Hades. Él la había cacheado, le había quitado las armas y la había teletransportado a su casa. Al menos, le había quitado todas las armas, menos una. Todavía llevaba el medallón. El rey no se había fijado en él, gracias a la magia.
Sin embargo, en cuanto había conocido la razón de su llamada, Hades la había dejado en la antigua habitación de William y le había dicho:
–No tengo tiempo para estos asuntos. Lucifer ha atacado a los Enviados. Si te quedas en esta habitación sin causar problemas, hablaremos después de que haya apagado unos cuantos fuegos.
Aquella conversación había tenido lugar hacía diez minutos. Después, ella se había puesto a investigar por la habitación en busca de las cosas de William. Había un armario lleno de camisetas, frascos llenos de un líquido transparente en el que flotaban órganos, una estantería llena libros de guerra, de códigos y de teoría de juegos.
Oyó ruido. Eran los sonidos de una batalla. Frunció el ceño. ¿Qué estaba ocurriendo?
Abrió la puerta del dormitorio y salió sigilosamente al pasillo. Había soldados apostados en las paredes, pero todos se pusieron en acción y comenzaron a bajar corriendo la escalera.
Ella los siguió. Olía a azufre. Nadie la interpeló ni le dio ninguna orden. Cuanto más se acercaba al salón del trono, más se intensificó el fragor de la batalla. Se oía el entrechocar de las espadas, el crujido de los huesos, las salpicaduras de la sangre. Los gritos. Las carcajadas de maníaco. Los soldados luchaban contra los demonios por doquier.
¡Salvia! Aquello era una invasión.
Algunos de los demonios tenían múltiples cuernos y colas bífidas. Otros tenían larguísimos colmillos manchados de sangre y garras afiladas. Todos tenían escamas y todos estaban sedientos de sangre.
Los demonios debían morir.
Se le tensaron los músculos para la lucha. No, todavía no. Apoyó la espalda contra la pared y se ocultó en las sombras para moverse sin ser vista.
Había más demonios reunidos a las puertas del salón del trono. El suelo estaba lleno de miembros cercenados y charcos de sangre.
Un demonio se fijó en ella y se lanzó al ataque, pero lo bloquearon otros combatientes que le impedían el paso, así que ella aprovechó para quitarse el medallón y se tiró al suelo. Se manchó la cara y el pecho de sangre y se hizo pasar por muerta. Después de dos minutos, el demonio consiguió llegar a ella y, al creer que estaba muerta, soltó un aullido de rabia y le dio una patada en el estómago. Ella no reaccionó de ningún modo. Quería apuñalarlo para vengarse, pero sabía que, si se enzarzaba en la pelea, perdería la ventaja que tenía. Y necesitaba aquella ventaja para rescatar a Hades. William querría que ella salvara a su padre costara lo que costara.
Por fin, el demonio se alejó. La adrenalina mitigó un poco su dolor, y Sunny pudo ir arrastrándose, poco a poco, a la entrada del salón.
–¡Detén ya esta locura, Lucifer! –gritó Hades, al otro lado de las puertas.
¿Lucifer estaba allí? Ella sintió euforia, emoción y malicia al mismo tiempo. «¡Hoy morirá atravesado por mi cuerno!».
Oyó la risotada de aquel canalla.
–No cesará hasta que sepas lo que es perderlo todo. Mis ejércitos están reuniendo a tus aliados. Los traerán aquí, donde verán cómo morís tu precioso William y tú.
¿Matar a William? ¡Y un eléboro! Miró por una rendija de la puerta y… Margarita. Más muertos y, en el rincón más alejado, un contingente de Enviados que se daban puñetazos a sí mismos en las sienes y se arrancaban mechones de pelo.
Había una mujer rubia, con una túnica marrón hecha jirones, delante de los Guerreros alados. Estaba muy pálida, escuálida y sucia, pero tenía los brazos extendidos y las manos dirigidas hacia los Enviados. Debía de ser una bruja que estaba atormentándolos con su magia.
Demonios por todas partes. Una poderosa bruja. Un odioso príncipe de la oscuridad. ¿Cómo iba ella a someterlos a todos? Necesitaba a William, a su compañero de manada. La única persona con la que no debería estar.
Hades soltó una maldición, y ella se dio cuenta de que no podía seguir escondida como si fuera una cobarde. No necesitaba a nadie. ¡Lo haría por sí misma!
Las hordas de demonios formaron un círculo alrededor de Hades y Lucifer, que seguían luchando. Hades le lanzó dos espadas cortas a Lucifer, pero el príncipe las esquivó y golpeó al rey con una de sus alas de ébano. El rey se tambaleó hacia atrás y el príncipe repitió su movimiento. En aquella ocasión, consiguió derribar a Hades.
Sunny apretó el medallón con los dedos y el cuerno empezó a salir del centro de la pieza. Era hora de convertirse en unicornio.