Capítulo 39

 

 

 

 

 

«¡All hail the King!».

 

William se reunió con Axel en el límite del campamento de los Enviados.

–He podido localizar a un Enviado herido –le dijo Axel–. Los demonios atacaron por sorpresa y se llevaron a todo el mundo. Antes de poder escapar, el testigo oyó que mencionaban el palacio de Hades.

William se puso muy tenso al saber que las hordas se habían dirigido hacia el lugar donde estaba Sunny en aquel momento.

–Vamos ahora mismo al salón del trono de Hades –dijo, y envió aquellas mismas palabras a todos sus aliados.

Como si Axel y él hubieran sido compañeros de batalla durante toda la eternidad, se giraron al unísono, con las espadas preparadas.

Cuando llegaron a su destino, se encontraron en medio del caos. Lucifer y Hades luchaban en el centro del salón. Eran dos tornados que chocaban constantemente, moviéndose tan rápido que incluso él tenía dificultades para verlos. Había soldados muertos por todas partes y olía a sangre, a orina y a excrementos.

¿Dónde estaba Sunny? Miró a su alrededor y vio a los Enviados que habían desaparecido del campamento. Parecía que una fuerza invisible los estaba atormentando.

Green y Puck aparecieron a su lado, armados, y se lanzaron a la lucha.

Después, aparecieron sus hijos, Pandora, los Señores del Inframundo y sus cónyuges, incluidas Anya y Keeley. Y los reyes del infierno.

William se quedó paralizado de gratitud al ver que todos habían acudido a su llamada. Y se quedó maravillado al verlos a todos reunidos, puesto que la escena era grandiosa. Lo querían tanto que estaban dispuestos a arriesgar la vida para salvar a alguien a quien él quería.

Mientras sus amigos se ponían a matar demonios, William vio una cara conocida y tomó aire bruscamente. Era Lilith. La bruja sí había sobrevivido.

Llevaba muchos siglos sin verla. Ella estaba delante de los Enviados, con los brazos extendidos y elevados. Estaba tan demacrada y derrotada como su hermanastra. Claramente, Lucifer la había hecho vivir en un infierno de verdad.

William pensó que iba a sentir satisfacción, pero no fue así.

El medallón se calentó en su pecho, y él notó nuevas descargas de magia en la piel, en la sangre, en el cerebro… No era una magia oscura, sino una magia pura que fortaleció su cuerpo.

Se dio cuenta de que veía las auras multicolores de los demás. ¿Era lo mismo que veía Sunny?

Pero… ¿Cómo era posible que el medallón tuviera aquel efecto en él?

Ya lo pensaría más tarde. En aquel instante, debía luchar. Se puso en acción y, rápidamente, decapitó al primer demonio que se le acercó.

Las demás criaturas se percataron de su presencia y de la de Axel, y se lanzaron a ellos en masa, con las garras, los colmillos y las colas preparadas. Él comenzó a dar espadazos a diestro y siniestro, y le gritó a Axel:

–¡Tengo que encontrar a Sunny!

–Yo te cubro la espalda. Adelante, te sigo.

Sin dejar de luchar, avanzaron dejando un rastro de demonios muertos. Sin embargo, sus esfuerzos no daban fruto, porque cuando derribaban a un enemigo, aparecían dos en su lugar. Pronto estuvieron rodeados.

–Cambio de planes –dijo–. Vamos a liberar a los Enviados de la magia de la bruja. Ellos pueden volar por el palacio y buscar a Sunny.

A medida que retrocedían, el medallón iba calentándose más y más en su pecho. Le extrañó que la camisa no saliera ardiendo. ¿Por qué…?

Aunque no estuviera apretándolo con los dedos, del centro del medallón brotó una protuberancia huesuda y afilada que rasgó la tela de la camisa. Él dejó una de las espadas y se arrancó la cadena del cuello.

Sonó un relincho salvaje que reverberó por las paredes del salón. Los demonios quedaron inmóviles. Todo el mundo quedó inmóvil, mirando hacia la puerta. Y, en aquel momento, un caballo gigantesco… No, un unicornio, entró en el salón al galope.

Sunny.

William se quedó boquiabierto. Era magnífica. Los ojos eran de color rojo, como un neón. Tenía dientes largos y afilados. Su carne, llena de cicatrices de guerra, tenía todos los colores del arcoíris. Lucía un cuerno negro y estriado en medio de la frente, exactamente del tamaño de sus lanzas; el cuerno tenía en la base un círculo de oro, exactamente del tamaño del medallón.

William entendió tres cosas a la vez: que los medallones eran cuernos de unicornio amputados. Que el cuerno de Sunny había despertado también su medallón, y había hecho que surgiera la lanza, o el cuerno. Y que ver un cuerno de unicornio creaba la necesidad insoportable de poseerlo, provocaba una obsesión.

Por eso, Sunny estaba empeñada en ocultar su forma de unicornio.

Ella entró cargando en la sala del trono y se arrojó contra los demonios. Con su poderoso cuerno, rasgó escamas, abrió armaduras y rompió huesos de demonio, sin preocuparse de la sangre que le manchaba el rostro. Después de atravesar a dos demonios, agitó la cabeza y los lanzó volando al otro lado del salón, mientras, con los cuartos posteriores, daba coces a todos los demonios que se le acercaban.

Aquella no era una mujer a la que hubiera que salvar. William se sintió orgulloso de ella.

Todos estaban obsesionados como él, mirando el cuerno, absortos en la contemplación de aquel animal mitológico. Incluso Hades y Lucifer se quedaron inmóviles, observándola como si se hubieran quedado hipnotizados.

Sunny se concentró en la bruja. Lilith comenzó a gritar de dolor y a golpearse las sienes con los puños. Al mismo tiempo, la lanza de William comenzó a calentarse y a vibrar con una magia nueva y extraña.

No, no era nueva, ni extraña. Era la magia de Lilith. Su cuerno estaba actuando junto al de Sunny, absorbiendo la magia de la bruja. Y parecía que también estaba neutralizando las ilusiones que proyectaba Lucifer. Los Enviados dejaron de arrancarse el pelo y el número de demonios disminuyó un setenta por ciento, más o menos.

William sonrió. El humo que había alrededor de Hades y de Lucifer se disipó, y dejó a la vista a dos guerreros ensangrentados llenos de heridas y cortes. Hades estaba jadeando y se había quedado muy pálido y debilitado. Lucifer ya no era un ser bello y perfecto. Tenía los ojos hundidos e inyectados en sangre. Tenía las mejillas descarnadas y la piel mate. Se le había caído mucho pelo y tenía los hombros encorvados. William sonrió. Se lo merecía.

Los dos guerreros empezaron a moverse en círculos, uno frente al otro. Los demonios trataron de rodearlos, pero los aliados de William acabaron con ellos.

Entonces, lleno de rabia, él se abrió paso entre la multitud.

–¡Me toca jugar a mí! ¿O vas a ser un cobarde y a desaparecer? –le gritó a Lucifer.

Lucifer hizo girar una daga entre los dedos.

–No. ¿Por qué no lavamos ya la ropa sucia?

–Cierra la boca –le ordenó Hades.

Lucifer sonrió con petulancia, y miró a William.

¿Sabías que los Wrathlings os crearon a tu precioso Axel y a ti para que matarais a Hades? Aislaron los rasgos de los dioses y diosas más poderosos y los combinaron para fabricaros, con ligeras diferencias de ADN entre vosotros dos. Sois casi la misma persona. Como si en el mundo hicieran falta dos como vosotros –dijo, y soltó una risotada de amargura–. Cuando Hades supo de vuestra existencia, persiguió y mató a la Enviada que quería protegeros, pero Axel y tú conseguisteis escapar. Así que él te persiguió a ti y te encontró con los caníbales. Tenía intención de matarte, pero, al final, decidió criarte como si fueras su hijo para poder aprovechar tu poder para su causa. Supongo que, en algún momento, empezó a quererte. Temía que supieras la verdad si te reencontrabas con tu hermano, así que conspiró, mintió y actuó siempre para manteneros separados.

¡Mentira! No podía ser cierto. Sin embargo, mientras Lucifer hablaba, Hades había palidecido. Y… William soltó un silbido de rabia. Un calor intenso ascendió por su brazo e invadió su cabeza. El cuerno que tenía en la mano… estaba conectado al de Sunny, y era un detector de mentiras y un conducto succionador. Su propia magia desapareció.

Los muros mágicos se desmoronaron, y los recuerdos de la infancia inundaron su mente. De repente, era un niño muy pequeño que estaba encerrado en una habitación con Axel, bajo la mirada de muchos Wrathlings.

El pequeño Axel le dio la mano y susurró:

–Nos escaparemos, hermano. Ya lo verás.

La imagen se desvaneció y, en su lugar, apareció otra. Axel y él eran un poco mayores y estaban tendidos en el suelo, sangrando, mientras un grupo de Wrathlings les daban puñetazos y patadas.

–Defendeos –les gritó uno de ellos–. ¿Es que pensáis que los dioses van a ser tiernos con vosotros?

De nuevo, su mente quedó en blanco. De nuevo, se formó una nueva escena. El joven William luchaba por zafarse de unas ataduras que lo tenían sujeto a una camilla. Un hombre con una bata blanca le dijo:

–Vamos a ver con cuánta rapidez se regenera tu cuerpo, ¿de acuerdo?

Entonces, le clavó una daga en el vientre. Él gritó de dolor mientras se desangraba.

–Axel –gritó.

Su hermano le devolvió el grito.

Más imágenes. Él, sentado en el suelo de una celda, con las rodillas flexionadas y pegadas al pecho, meciéndose hacia delante y hacia atrás, sufriendo una soledad insoportable.

¿Por qué no lo quería nadie, salvo Axel? ¿Por qué nadie quería estar con él, salvo su hermano?

Se abrió la puerta de la celda y una mujer entró apresuradamente. Era la mujer a la que él siempre había creído su madre. Ella se arrodilló delante de él y posó las manos frías y pegajosas en sus sienes para obligarlo a que la mirara.

–Hades se ha enterado de vuestra existencia, y ha venido para mataros. Voy a cegar tus recuerdos, ¿entiendes? Si no sabes quién eres, él tampoco lo sabrá. Después, os llevaré a ti y a tu hermano a un lugar seguro.

El William del presente siguió inmóvil, clavado al suelo, mientras todo lo que había creído sobre su vida se derrumbaba como los muros mágicos de su mente. Sintió rabia, angustia. Respiró profundamente y exhaló un largo suspiro. Tanto dolor, y tanta soledad… Y todo el amor que había sentido por Hades.

Y, ahora, después de conocer su traición, no podía mirar a su padre.

–Vaya, ¿es que la verdad te ha deshecho el cerebro? –le preguntó Lucifer.

William se apartó los recuerdos de la mente. Se encargaría después de analizarlo todo, pero, en aquel momento, tenía que ocuparse de su antiguo hermano. Miró a Lucifer con una sonrisa fría.

–Hace mucho tiempo, Lilith predijo que uno de los hermanos mataría al otro. Que yo iba a ganar nuestra guerra. De lo contrario, ¿por qué me habría concedido el destino un unicornio? ¿Y un cuerno propio? ¿Y la genética necesaria para hacer el trabajo?

Lucifer palideció.

La multitud se separó, y Sunny entró en el círculo, galopando, y se colocó entre Hades y Lucifer. Sin previo aviso, coceó a Hades y lo lanzó hacia atrás para dejarle espacio a William.

Buena chica.

William y Lucifer se movieron en círculo. A pesar de las malas condiciones de Lucifer, seguía siendo muy rápido y fuerte.

–Si quieres un pedazo mío, hermano –le espetó a William–, ven por él.

–Es mío –les advirtió William a todos sus amigos–. Yo soy el único que puede tocarlo.

–¡Sí, cariño! –le gritó Anya.

–¡Hazle daño! –gritó Keeley.

–¡Córtale los huevos! –añadió Gillian.

William atacó con su lanza, pero Lucifer bloqueó el golpe con una espada. Sus armas empezaron a chocar una y otra vez, y los impactos enviaban vibraciones muy fuertes por sus brazos.

Lucifer consiguió darle un espadazo a William en el costado, y la sangre brotó profusamente de la herida. Sin embargo, eso no le detuvo. Giró, se agachó y le barrió los pies a Lucifer. El demonio se tambaleó y cayó al suelo. William aprovechó la oportunidad y le clavó el cuerno en el pecho, justo en el corazón.

Lucifer se quedó paralizado, pero se recuperó y se levantó, y lanzó un nuevo ataque. Siguieron luchando, pero mucho más lentamente que al principio.

Lucifer trató de darle una cuchillada en la cara a William y, aunque él se retiró, no fue lo suficientemente rápido y Lucifer consiguió hacerle un corte profundo en la frente. La sangre se le derramó sobre los ojos y lo cegó momentáneamente.

¡Tenía que terminar con aquella pelea! Cuando Lucifer trató de darle otra cuchillada, William se echó a un lado y agarró la hoja de la espada. Aunque el filo le cortó la palma de la mano y le provocó un intenso dolor, tiró del arma para arrancársela a su hermano y solo le dejó una daga.

Lucifer se tambaleó hacia atrás, con asombro por lo que había ocurrido. Tenía uno ojo hinchado, la nariz rota y el labio reventado. Se le había saltado un diente a causa de una patada.

Como sabía que Lucifer iba a tratar de escaparse, William gritó:

–¡Axel!

–¡Sí! –gritó su hermano, y ordenó a los demás Enviados que formaran un círculo alrededor de los combatientes.

Sunny galopaba por el interior del círculo, bufando y relinchando. Hades…

Seguía sin mirarlo.

William y Lucifer volvieron a enfrentarse.

–Me va a gustar mucho matarte –le dijo William.

Lucifer soltó un silbido de rabia y se arrojó hacia él. El choque fue brutal. Se apuñalaron, se arañaron y se golpearon. Aunque ya estaba mareado, William consiguió agarrarlo por el cuello, y le clavó las garras en la carne, rasgándole los músculos y la piel, haciendo que la sangre fluyera de su garganta. Después, lo tiró al suelo, y Lucifer se deslizó hasta la curva del círculo.

Anya le dio una patada y Keeley le pisoteó el cuello. Gillian le pateó los testículos.

Lucifer, jadeando, consiguió levantarse de nuevo.

¿Demasiado fácil? Tal vez. Pero William clavó el extremo de su lanza en el suelo, y la usó para darse impulso y saltar hacia delante. Sus botas aterrizaron sobre el pecho de Lucifer y lo derribaron por segunda vez. Después, cegado por la rabia, aplastó los hombros de Lucifer con las rodillas y se preparó para asestarle un golpe mortal con la lanza.

Lucifer trató de zafarse moviéndose con fuerza y haciendo algo extraño con las manos. En realidad, estaba alcanzando las dagas que llevaba abrochadas a las rodillas, ocultas bajo las perneras del pantalón. Le clavó una a William en el costado y repitió la puñalada tres veces. William se retorció de dolor. Por eso el muy desgraciado se había dejado atrapar. Sí, demasiado fácil.

De repente, el ácido atacó todas sus células y debilitó sus músculos. ¿Veneno?

Lucifer se lo quitó de encima con facilidad y se levantó. William trató de imitarlo, pero no pudo. Entonces, con una sonrisa perversa, Lucifer le pateó la cara y le rompió la mandíbula. Él se quedó sin visión y tuvo náuseas. Sin embargo, en aquel momento supo lo que tenía que hacer. Lucifer siempre utilizaba trucos y trampas para vencer en las batallas y, aquel día, él también iba a hacerlo.

Esperó a que el demonio lanzara la siguiente patada, lo agarró del tobillo y tiró con fuerza para derribarlo. Lucifer cayó boca arriba, y él trató de clavarle la lanza, pero falló. Estaba demasiado mareado y casi ciego.

Lucifer se le acercó con una sonrisa y le lanzó una daga que se le clavó en el corazón. El dolor fue insoportable, y la daga estaba impregnada con veneno. Cada vez que su corazón bombeaba, le enviaba una cascada de ácido a todas sus venas.

Sus amigos le gritaban para animarlo, pero su mundo se estaba oscureciendo, y sus voces sonaban muy lejanas. Aun así, la energía que le transmitían le ayudó a superar la debilidad. William se hizo una bola en el suelo, como si quisiera proteger sus órganos vitales; sin embargo, aquella acción escondía otra.

Preparó la lanza. Solo necesitaba que Lucifer se acercara…

Y Lucifer, tan petulante como era, mordió el anzuelo. Se acercó moviendo la espada y la blandió sobre su cabeza para asestar el último golpe. William se puso boca arriba, miró a su antiguo hermano y sonrió.

Lucifer palideció, porque supo que era demasiado tarde.

El demonio gritó al ver que William levantaba la lanza. Se la clavó en la entrepierna y le atravesó el torso hasta que su extremo salió por la garganta.

Mientras sujetaba la base de la lanza, William no sintió alegría… aún. Lucifer no podía escapar, pero todavía estaba vivo. Si no había muerte, no había celebración. En realidad, sentía… ¿tristeza?

Frunció el ceño. ¿Tristeza? ¿Lamentaba que las cosas no hubieran sido como podían haber sido? Podían haber tenido un vínculo fuerte, irrompible. Amistad, confianza… lo que iba a tener con Axel. Estaba decidido a conseguirlo.

–No lo mates –le gritó Hades a William–. No sé cómo lo ha conseguido, pero se ha convertido en un ser inmortal. Si lo matas, resurgirá como un fénix, con más fuerza aún. Lo sé sin ningún género de duda, porque ya lo he matado una docena de veces.

Más secretos que le había ocultado Hades. William se enfureció.

–Vamos a dejar a este imbécil clavado en la lanza, encerrado en una mazmorra y rodeado de bloqueos místicos, hasta que demos con una solución permanente.

¿Y Lilith? ¿Qué haría con ella?

La buscó con la mirada por todo el salón, pero no había ni rastro de ella. ¿Se habría escapado durante la batalla? Sí, sin duda. Pero él no tenía ganas de perseguirla. Aquella mujer lo había tenido atormentado durante siglos, pero también se había cerciorado de que conociera a Sunny y, por eso, estaba dispuesto a perdonárselo todo.

–¡Haznos un saludo! –le gritó Anya.

Él tomó el extremo de la lanza, alzó a Lucifer por encima de su cabeza e hizo una reverencia perfecta. La multitud lo vitoreó estruendosamente, mientras a Lucifer se le caía la sangre por las comisuras de los labios.

–Los Enviados te dan las gracias, William –le dijo Axel, mientras sus compañeros se inclinaban respetuosamente ante él.

Y, al igual que los Enviados, los reyes del infierno inclinaron la cabeza como muestra de agradecimiento y respeto.

Sunny, el ser que más le importaba, lo estaba mirando a distancia, con una expresión de inseguridad.

¿De inseguridad? ¿Por qué?

Le entregó la lanza a Axel y se teletransportó a su lado. Comenzó a acariciarle el morro y las crines. Cuanto más la acariciaba, más brillaba ella. El pelaje y los cascos desaparecieron. Empezó a disminuir de tamaño y, al poco, apareció en su forma humana ante él, con el círculo de la frente muy brillante. Además, estaba desnuda.

–¡Daos la vuelta, o moriréis todos! –les gritó a los demás, al darse cuenta.

Nadie obedeció, por supuesto. Rathbone le arrojó su camiseta de talla extragrande. La tela olía al rey, y William apretó los dientes, pero ayudó a Sunny a ponérsela. Después, la abrazó y la besó.

–Te quiero, Sunny. Te quiero tanto… No vuelvas a dejarme nunca, por favor.

–Yo también te quiero, y no quería marcharme. Solo quería protegerte –se pasó dos dedos por el círculo brillante de la frente, y dijo–: Ahora lo ves. Lo verás siempre, así que siempre sabrás dónde tienes que cortar, si alguna vez deseas quitarme el cuerno.

Él le besó el círculo de luz, y el resto del mundo desapareció.

–Cariño, he visto ese círculo desde el principio. Es el motivo por el que adiviné lo que eres.

–¿De veras?

–Sí, de veras.

Ella abrió mucho los ojos.

–Entonces, los Wrathlings debieron de utilizar ADN de Hada o de Unicornio para crear el tuyo. ¡O de ambas especies!

–Si soy parte unicornio, soy tu nuevo rey, ¿no?

–Ummm… En realidad, eso me convierte en tu reina, y en una posición mucho más elevada –respondió Sunny, con una sonrisa llena de descaro–. Pero me pregunto si eres el rey de otras especies, también, porque eso me convertiría en reina de muchos. ¡Tenemos que averiguarlo! Serían más reinos que visitar, más lugares para que vivieran nuestros animales. ¡Enhorabuena! Vamos a tener un gran rebaño. Y ¡salvia! Ojalá me hubieras dicho que veías el círculo de mi cuerno. Te habría enseñado mucho antes mi forma de unicornio.

Por favor. Él la conocía muy bien.

–No. Habrías salido corriendo de miedo.

Ella se encogió de hombros.

–Bueno, sí, probablemente.

Se sonrieron el uno al otro, hasta que ella, de repente, se alejó y rompió el contacto. Las mejillas se le sonrojaron.

–¿Qué ocurre? –preguntó él, con desconcierto.

–Que alguien traiga un espejo –ordenó Sunny, a nadie en concreto.

Y alguien obedeció. Hubo pasos. Silencio. Todos lo miraban fijamente, y William frunció el ceño. Más pasos. Sunny le puso delante un espejo de mano, y él vio su reflejo…

Tenía una corona. Era una corona hecha de hueso y azufre que acababa de aparecer sobre su cabeza. Tenía espinas alrededor de la circunferencia.

Y, para su asombro, Hades fue el primero en inclinarse ante él. Todos, salvo Sunny, hicieron lo mismo. Ella permaneció a su lado, con la cabeza alta.

–¿Cómo? –le preguntó a Hades.

Hades respondió telepáticamente.

«Las leyendas que oíste eran falsas. No era necesario que encontraras la corona. En realidad, los reyes del infierno eligen quiénes van a reinar a su lado. En cuanto el acuerdo se produce, se produce la coronación. Si deseas rechazar este honor, solo tienes que destruir la corona».

Así pues, la corona de Lucifer no estaba escondida, sino que había sido destruida. William volvió a enfurecerse con Hades. La historia de la corona era otra mentira de su padre, otro golpe letal a su relación.

–Tú y yo hemos terminado para siempre –dijo, con amargura, tratando de ignorar la tristeza que sentía–. No quiero saber nada más de ti.

Hades alzó la barbilla y lo miró con arrogancia, sin mostrar la más mínima culpabilidad ni el más mínimo remordimiento.

–Hice lo que tenía que hacer para sobrevivir. No sabía que acabaría queriéndote.

–Si me hubieras querido, no me habrías separado de Axel. Y habrías salvado a Axel también.

–Lo salvé. Se lo entregué a los Enviados. Y no os mantuve separados solo para sobrevivir, sino para que tú siguieras a mi lado. No quería entregarte también a ti.

–Sin embargo, sí me has abandonado. Desde que Axel llegó al infierno, me has estado esquivando.

–Sí. Te di tiempo para que estuvieras con él sin interferencias.

–¿Y tu reacción con respecto al medallón?

Hades cerró los ojos y respiró profundamente.

–Sabía que podías utilizarlo contra mí. Te lo habría devuelto después de que hubiéramos llegado a un acuerdo. Reconozco que lo he hecho todo un poco… mal.

Era la mayor disculpa que Hades hubiera dado en su vida.

William miró a la gente que había en la habitación, gente a la que quería y protegía. Su manada. ¿Podría odiar a su padre, después de que le hubiera dado una vida? No. Al final, anunció:

–No voy a elegir entre Axel y tú. Si te empeñas en ello, será cosa tuya, y tú saldrás perdiendo. Si quieres, sal de mi vida. Yo seguiré como siempre, no obstante. Creo que ya lo he demostrado.

Hades lo miró en silencio durante un largo rato. Al final, asintió con brusquedad.

William sintió un alivio abrumador, como si se le hubiera quitado un gran peso de encima.

–Me voy a casa con mi unicornio para celebrar nuestra victoria.

–Y mi coronación.

–Y nuestro inminente matrimonio.

¿Vamos a casarnos? –preguntó ella, con alegría. De un salto, se agarró a su cuerpo con piernas y brazos–. ¿Quieres casarte conmigo?

Entonces, Sunny perdió la sonrisa.

–¿Y la maldición? –le preguntó.

–El libro te estaba envenenando, amor mío. Cada vez que estudiabas los símbolos, recibías una dosis de veneno místico que volvía tu mente contra mí. Sin el libro, ya no habrá ningún peligro. Por otro lado, no es que quiera casarme contigo. Lo exijo. Soy el rey, así que ahora puedo hacerlo. Pero, antes, te voy a dar tu merecido por haberme dejado.

Ella se echó a reír.

–De acuerdo, y yo te voy a dar tu merecido por haberte dejado herir.

–Trato hecho.

William se giró hacia los demás, y vio sus sonrisas.

–Todo el mundo está invitado a mi casa para el Primer baile anual de las cadenas y grilletes, dentro de una hora… no, de tres días… no, dentro de dos semanas. Los castigos llevan su tiempo.

Y, con eso, teletransportó a Sunny a su dormitorio y la arrojó sobre la cama.

Ella rebotó en el colchón y sonrió. Sus ojos morados resplandecían.

–Como voy a concederte el honor de casarte conmigo y me voy a convertir en tu reina, tienes que cumplir mi lista de condiciones. Quiero un trono del mismo tamaño que el tuyo, las mismas atribuciones que tú… y creo que deberíamos instaurar el Día Nacional del Pijama. Y…

–Mi amor, te daré lo que quieras. Siempre. Pero eso del Dia Nacional del Pijama solo ocurrirá si yo puedo elegir el tuyo.

–Ah, ¿estás diciendo que quieres que mi pijama sea la piel?

–Muy bien –dijo él, mientras le acariciaba la punta de la nariz con la suya–. Veo que me entiendes.

Ella le rodeó el cuello con los brazos, y respondió:

–Entiendo que vas a estar conmigo para siempre.

–Para siempre no es bastante –dijo él.

Entonces, la besó y se abandonó en los brazos de Sunny Lane, el amor de su vida. Y qué vida iba a ser aquella, a su lado.