«Sé mi amante esta noche. Mañana, desaparece».
Sunny trató de controlar el pánico que sentía y mantener la calma y la frialdad. Sin embargo, todo le había salido mal. En primer lugar, había sentido deseo al besar a William, un deseo verdadero e incontrolable. Su sabor era como una droga, y su olor era como la ambrosía. Pero, aunque le había ardido la sangre por primera vez desde hacía mucho tiempo, sus pensamientos habían sido como un cubo de agua fría. «Príncipe de la oscuridad, destructor de familias».
Sus pensamientos siempre apagaban las llamas de sus deseos, fuera cual fuera la situación o el hombre. Su naturaleza dual era demasiado fuerte, era incapaz de confiar en los demás y eso siempre creaba un tira y afloja en su interior. Durante su vida, había aprendido que podía caer en una emboscada en cualquier momento, y eso le impedía relajarse. Sin embargo, por un momento, se había dejado encandilar por William.
Entonces, al entrar en la habitación, había comprobado que allí no había ni rastro de Sable. ¿La había engañado su congénere? ¿O algún cazador furtivo o coleccionista la había capturado? El miedo se había apoderado de ella.
Entonces, había empezado a tener dudas sobre la participación de William en la matanza de su pueblo. Él se había quedado muy sorprendido por su acusación, y se había puesto furioso con su hermano.
Al final, había optado por la cautela y le había disparado una bala mágica a la cara, una bala especialmente diseñada para matar dioses. En aquel momento, había sangre y trozos de cerebro salpicados por las paredes y el suelo, y había un olor metálico en el ambiente.
Acababa de matar a William el Eterno Lujurioso. Sunny la Horrorosa se alegró por haber hecho un buen trabajo. Sunny la de las Rosas y el Arcoíris estaba consternada. Había acabado con una vida. ¿Y si William le había dicho la verdad? ¿Y si había matado a un hombre inocente?
Se rio y sollozó a la vez. Aquella era una reacción muy común cuando asesinaba a alguien. Era una prueba de que su naturaleza era dual.
–¿Por qué tenías que irritarme tanto? –le susurró a William.
Entre sollozos, se fue al baño y recogió las cosas que habían llevado Sable y ella: mantas, toallas y lonas de plástico. Para empezar. También había llevado un cubo lleno de ambientadores, lejía y otros productos de limpieza. Se agachó junto al cadáver y empezó a limpiar la sangre. Después, lo envolvió en plástico. Y, al final, las mantas.
Aunque necesitaba deshacerse del cuerpo, limpiar la habitación y encontrar a Sable, se detuvo junto a William.
–Me has dejado con más preguntas que respuestas. ¿De qué especie eras? ¿Cómo eras capaz de decir palabrotas sin que mi magia te lo impidiera? Solo hay una especie que pueda traspasar ese filtro mágico: las hadas. Pero tú no eres de esa especie, es imposible –le dijo. Las hadas tenían un aura vinculada con los cuatro elementos–. ¿Y por qué tienes un libro escrito en un código mágico?
Como estaba muerto, decidió contarle un secreto.
–Yo también tengo un libro codificado. Es un libro de listados. He apuntado a todo aquel que me ha hecho algo malo, a todo el mundo a quien he matado, mis fantasías sexuales, todas las cosas que espero hacer antes de morir y las indicaciones para vivir la vida al máximo.
Un momento… ¿Se había movido ligeramente su pecho?
A ella se le aceleró el corazón. ¿De esperanza? ¿De miedo? ¿De las dos cosas? Posó dos dedos en su cuello y trató de notar su pulso. Nada. Giró los hombros para relajarse.
Concentración. Habían llevado varias bolsas aislantes e impermeables para meter a las víctimas y trasladarlas hasta su coche cuando llegara el momento. Sin embargo, para descuartizar un cadáver era necesario que hubiera dos personas. Ese era el motivo por el que había acudido a Sable para ir a aquel congreso.
Tenía que encontrarla antes de poder empezar a trabajar con William.
Salió de la habitación, puso el cartel de No molestar en la puerta y, después de cerciorarse de que dejaba bien cerrado con llave y de que no hubiera nadie merodeando por el pasillo, se encaminó hacia los ascensores. Bajó al primer piso y atravesó rápidamente el vestíbulo y el bar, sin dejar de mirar a su alrededor atentamente. Antes de ir al congreso, había estudiado a fondo el plano del hotel y había memorizado todas las salidas y las vías de escape. Había comprobado todo in situ. Si a Sable la estaban persiguiendo, le habría dejado algún tipo de advertencia, seguro.
A lo lejos, alguien gritó su nombre. Ella gimió al ver que era Harry, que iba apresuradamente a su encuentro. Para no llamar la atención, se detuvo y lo esperó. Él se detuvo también, a pocos metros de distancia, con una sonrisa de bobo. Debía de tener su edad, al menos, con respecto al físico, y era guapo. Tenía el pelo y los ojos oscuros y la piel morena.
–Hola –dijo él–. No soy un bicho raro de los que persiguen a las chicas, ni nada de eso, te lo prometo.
Aquellas palabras encendieron el detector de mentiras de Sunny. Por supuesto que sí se consideraba a sí mismo un bicho raro. Como ella no había recargado su pistola, se metió la mano al bolsillo para agarrar el mango del cuchillo que llevaba oculto.
Él siguió hablando.
–Soy Anomaly. Bueno, lo siento, ese solo es mi alias. No sé si te acuerdas, pero soy Harry Shorts. Yo… bueno, sé que tú eres Sunny Lane, y estoy fascinado contigo. Eres mi heroína. Me gustaría invitarte a una copa.
–No, gracias –dijo ella. Trató de rodearlo, pero él le bloqueó el paso–. Estoy ocupada.
–Solo una copa, por favor. De verdad, lo pasaremos bien.
Estaba demasiado empeñado. ¿Acaso era un furtivo? Era humano, sí, y no estaba en su lista de sospechosos, pero, cuanto más estaban juntos, más gris se volvía su aura, y se veían volutas de maldad saliendo de su corazón.
Era un hombre malo a quien le gustaba hacer cosas malas.
El instinto de supervivencia le gritaba que terminara con él en ese mismo momento, pero Sunny se resistió. Al día siguiente lo seguiría como si fuera su sombra, y tal vez él cometiese un error que lo incriminara. Pero, en aquel momento, no tenía tiempo.
–¿Has visto a mi amiga? –le preguntó, observando su rostro para detectar cualquier atisbo de emoción–. Mide uno ochenta, es negra y bellísima.
–No, lo siento. ¿Y esa copa?
No hubo cambios en su aura ni en su actitud. No había visto a Sable.
–No, gracias –le dijo, y consiguió esquivarlo.
Se alejó de él, y Harry debió de captar la indirecta y no se molestó en seguirla, salvando de ese modo la vida.
Sin bajar la guardia, Sunny recorrió todo el piso en busca de Sable. No la encontró allí, ni en el resto de los pisos.
Tenía un nudo de miedo en el estómago. Cuando llegó a su habitación, estaba sudorosa y temblaba. De repente, percibió un fuerte olor a rosas. ¿Rosas? ¿Acaso había vuelto Sable con un ramo de flores? Inhaló profundamente. Con curiosidad, siguió caminando y…
No había flores. Ni cadáver. Empezó a darle vueltas la cabeza. William y el charco de sangre habían desaparecido. Él, o quien se lo hubiera llevado, había dejado una nota en el espejo.
¿Qué eléboro? Su temblor se intensificó al leer la nota. Te equivocaste. Si yo fuera los ingredientes de una pizza, sería doble ración de salchicha ahumada. Nos veremos muy pronto. Muy pronto…
Con los ojos abiertos como platos, Sunny registró la habitación, pero no encontró ni rastro de William. Si estaba vivo…
No, no. Estaba muerto. Tenía que estarlo. Nadie podía sobrevivir si recibía aquella bala mágica. Pero…
Si no estaba muerto, volvería para vengarse.
Tragó saliva. Necesitaba estar preparada.