4

Yulia


Agitada, me siento en el borde de la cama y veo a Lucas desvestirse.

Primero, se quita el jersey, bajo el que lleva una camiseta ajustada sobre el pecho musculoso. Luego, se quita los zapatos y se baja los vaqueros y los calzoncillos negros. Tiene las piernas tan fuertes como le adivinaba a través de la ropa, de músculo grueso e igual de bronceadas que el rostro. Su polla, ya dura de nuevo, sobresale del nido de pelo rubio en su ingle, y cuando se quita la camiseta, le veo unos abdominales bien definidos y un pecho esculpido.

Lucas Kent tiene el cuerpo de un atleta, bonito y de una fuerza contundente.

Mientras lo miro, me doy cuenta de las ganas extrañas que tengo de tocarlo. No por complacerlo o porque sea lo que espera de mí, sino porque me apetece. Quiero saber cómo es tocar sus músculos con la yema de los dedos, si su piel bronceada es lisa o áspera. Quiero lamerle el cuello, colocar la lengua en el hueco por encima de su clavícula y descubrir cómo sabe esa piel de aspecto cálido.

No tiene sentido, pero lo deseo. Lo deseo a pesar de estar dolorida por su sexo duro e incluso sabiendo que esto solo es una misión y nada más.

Se quita los vaqueros y los calzoncillos y los aparta para luego acercarse a mí. No me muevo cuando se acerca. Apenas respiro cuando lo tengo al lado, se detiene y se pone en cuclillas.

—Túmbate —murmura, agarrándome las pantorrillas y, a la que me doy cuenta de lo que está haciendo, me empuja hacia él hasta que mi trasero sobresale parcialmente del colchón.

—¿Qué estás...? —comienzo a decir, pero me ignora, usando una mano fuerte para empujarme sobre el colchón. Caigo sobre la espalda, el corazón me late muy fuerte, y luego lo noto.

Su cálido aliento sobre mi sexo mientras me separa los muslos.

Mi respiración se acelera de nuevo, el calor surge a través de mi cuerpo mientras presiona un beso en mis pliegues cerrados, sus labios suaves y dulces.

Apenas ejerce presión sobre mi clítoris, pero soy tan sensible a causa de mis orgasmos anteriores que incluso ese toque ligero me vuelve loca. Jadeo, me arqueo hacia él, y se ríe suavemente; ese sonido grave y masculino crea vibraciones que viajan a través de mi carne, aumentando el creciente dolor dentro de mí.

—Lucas, espera. —Me quedo sin aliento, aterrada por la necesidad que está creando dentro de mí. El techo desaparece frente a mis ojos—. Espera, no…

Me ignora una vez más, su lengua se desliza sobre mi coño y se adentra en mi abertura. Cuando comienza a follarme con la lengua, me olvido de lo que iba a decir. Me olvido de todo. Cierro los ojos y el mundo a mi alrededor desaparece, dejando solo la oscuridad y la sensación de su lengua penetrando mi coño empapado, hacia dentro y hacia fuera. El fuego que arde dentro de mí es candente, tengo la carne tan hinchada y sensible que su lengua se me antoja grande como una polla. Salvo que es más suave y más flexible. A medida que mueve la lengua más arriba, dando vueltas alrededor de mi clítoris, me tenso y noto como si una cuerda se enrollara cada vez más.

—Lucas, por favor... —Las palabras salen en un gemido suplicante. No sé lo que estoy pidiendo... porque cierra los labios alrededor de mi clítoris palpitante y lo chupa. Ligeramente, suavemente, usando solo sus labios mientras su lengua lame la parte superior. Y es suficiente. Con eso basta. Se me curvan los dedos de los pies, la tensión se acumula en una bola palpitante en mi sexo mientras me arqueo y luego me viene un grito ahogado cuando el orgasmo me atraviesa con una fuerza cegadora. Cada célula de mi cuerpo se llena con el placer vibrante y el corazón me late a toda velocidad en el pecho.

Antes de que pueda recuperarme, me da la vuelta boca abajo, inclinándome sobre el borde de la cama. Luego oigo un paquete de papel aluminio rasgarse y un segundo después, se me acerca, su gruesa polla me atraviesa, estirándome una vez más. Jadeo, me agarro a las sábanas mientras me folla con un ritmo duro y rápido, penetrándome tan fuerte que debería doler, aunque ahora no pienso en eso. Lo único que siento es deseo. Estoy inundada, borracha de las sensaciones que me despierta. Mientras me penetra, sus movimientos fuerzan mi sexo contra el borde del colchón, presionando rítmicamente mi clítoris, y exploto de nuevo, gritando su nombre. Pero no se detiene.

Sigue follándome, me clava los dedos en las caderas mientras sigue introduciéndose en mí, una y otra vez.

Me despierto enredada con él, con nuestros cuerpos pegados por el sudor pegajoso. No recuerdo haberme quedado dormida en sus brazos, pero debe de haber sido así, porque ahí es donde estoy, rodeada por su fuerte cuerpo.

Está oscuro y él está dormido. Oigo su respiración regular y siento el ascenso y caída de su pecho mientras mi cabeza descansa sobre su hombro. Tengo la boca seca y la vejiga llena, así que intento salir de debajo de su brazo pesado, que de inmediato se ciñe a mi alrededor.

—¿A dónde vas? —La voz de Lucas suena ronca por el sueño.

—Al baño —le digo con cautela—. Tengo que orinar.

Levanta el brazo y saca la pierna de mis pantorrillas.

—Vale. Ve.

Me alejo de él y me siento, haciendo una mueca por el dolor que siento en mi interior. No sé cuánto tiempo me folló la segunda vez, pero podría haber sido una hora o más. Perdí la cuenta de cuántas veces me corrí; los orgasmos se fusionaron en una ola interminable de subidas y bajadas.

Me tiemblan las piernas mientras me pongo de pie, los muslos internos me duelen de abrirlos de par en par. Después de cogerme por detrás, me dio la vuelta y me agarró por los tobillos, manteniendo mis piernas abiertas mientras me follaba, empujando con tanta fuerza que le supliqué que parara. No lo hizo, por supuesto. Simplemente movió las caderas, cambiando el ángulo de sus embestidas para llegar a ese punto sensible dentro de mí y me olvidé del dolor, perdida en el placer abrumador del sexo.

Respirando profundamente, me obligo a volver al presente, la vejiga me recuerda otra necesidad abrumadora. Temblorosa, voy al baño y hago mis necesidades. Luego me lavo las manos, me cepillo los dientes y me lavo la cara con agua fría, tratando de recuperar el equilibrio.

Todo está bien, me digo a mí misma mientras me miro la cara pálida en el espejo. Todo va según el plan. El buen sexo es una ventaja, no es un problema. ¿Y si este extraño despiadado me hace responder de esta manera? No significa nada. Es solo follar, un acto físico sin sentido.

Excepto que con él sí lo tiene.

No. Cierro los ojos con fuerza para alejar esa vocecilla y me echo más agua en la cara para limpiarme las dudas. Tengo trabajo que hacer y no hay nada de malo en tratar esta noche como una ventaja del trabajo.

No hay nada de malo en permitirme sentir placer, siempre y cuando no signifique nada.

Cuando ya me siento algo mejor, vuelvo a la cama, donde Lucas me está esperando. En cuanto me acuesto a su lado, me empuja contra él, curvando su cuerpo a mi alrededor desde la parte posterior y cubriéndonos a ambos con una manta. Dejo escapar un suspiro de placer mientras su calidez me rodea. Este hombre es como un horno, genera tanto calor que me abrasa; no hace el frío que suele hacer en mi apartamento.

—¿Cuándo te vas? —pregunto con tiento mientras me acomoda, colocando mi cabeza sobre su brazo extendido y cubriendo con su otro brazo mi cadera. Esto es lo que necesito saber, lo que le debo decir a Obenko por mi fracaso, pero algo se remueve dentro de mí mientras espero la respuesta de Lucas.

Esa punzada de emoción… espero que no sea pesar por saber que se irá.

No tendría sentido.

Lucas acaricia mi oreja.

—Por la mañana —susurra, con los dientes me roza el lóbulo de la oreja. Su aliento envía un escalofrío cálido—. Tengo que estar fuera de aquí en un par de horas.

—Oh.

Hago caso omiso a la punzada irracional de tristeza y hago una rápida operación mental. Según el reloj digital de mi mesita de noche, son algo más de las cuatro de la mañana. Si tiene que salir de mi departamento alrededor de las seis, entonces su avión debe de salir a las ocho o nueve de la mañana.

Obenko no tiene mucho tiempo para hacer lo que tiene planeado para Esguerra.

—¿No puedes quedarte más tiempo? —Giro la cabeza para rozar con los labios el brazo extendido de Lucas. Es el tipo de pregunta que hace una mujer que siente algo por un hombre, así que no tengo miedo de que pueda sospechar.

Se ríe suavemente.

—No, bonita, no puedo. Deberías alegrarte. —Alarga el brazo y desliza la mano hasta acariciarme el sexo—. Con lo dolorida que me dijiste que estabas...

Trago saliva, recordando cómo supliqué misericordia al final de esa sesión maratoniana de sexo, tenía el interior en carne viva de tanto follar. Increíblemente, siento una sensación renovada al recordarlo y al recordar el contacto de esa mano grande y fuerte entre mis piernas.

—Lo estoy —le susurro, con la esperanza de que se detenga y, al mismo tiempo, espero que no lo haga.

Para mi alivio y decepción, mueve la mano hacia mi cadera, a pesar de que nota su polla apretada contra mi culo. El tipo es una máquina sexual de lujuria imparable. Según el archivo que me dieron, tiene treinta y cuatro años. La mayoría de los hombres que han pasado la adolescencia no quieren tener relaciones sexuales tres veces por noche. Una vez o dos, quizá. ¿Pero tres veces? Su polla no debería ponerse así de tiesa con tan poca provocación.

Y eso hace que me pregunte cuánto tiempo ha pasado desde que Lucas Kent estuvo con una mujer.

—¿Regresarás pronto? —pregunto, dejando de lado ese pensamiento. Es ridículo, pero la idea de que esté con otras mujeres, dándoles la clase de placer que me ha dado a mí, hace que se me contraiga el pecho de una manera desagradable.

—No lo sé —dice, moviéndose para que su erección se apoye más cómodamente contra mi trasero—. Tal vez algún día.

—Ya veo. —Miro la oscuridad, luchando contra esa parte de mí que quiere gritar como un niño al que se le priva de su juguete favorito. Esto no es real, nada de esto es real. Incluso si fuera una intérprete de verdad sabría que esto no es más que un lío de una noche. Pero no soy la chica despreocupada y fácil que finjo ser. No he follado con él por diversión; lo he hecho para obtener información y, ahora que la tengo, debo llevársela a Obenko de inmediato.

Cuando la respiración de Lucas se apaga, lo que significa que se ha vuelto a quedar dormido, cojo mi teléfono cuidadosamente. Está en la mesita de noche, a menos de treinta centímetros de distancia, y me las arreglo para agarrarlo sin molestar a Lucas, que todavía me tiene agarrada. Ignorando el creciente dolor en mi pecho, escribo un mensaje codificado a Obenko, haciéndole saber que Kent está conmigo y a qué hora piensa irse.

Si mi jefe planea atacar a Esguerra, este momento es tan bueno como cualquier otro, ya que al menos un hombre del equipo de seguridad de Esguerra está fuera de juego.

En cuanto se envía el mensaje de texto, lo borro del teléfono y vuelvo a dejar el móvil en la mesita de noche. Luego cierro los ojos y me obligo a relajarme contra el duro cuerpo de Lucas.

Mi trabajo está hecho, para bien o para mal.