Yulia
—¿A qué organización perteneces? —Buschekov se inclina hacia adelante y me mira con la intensidad de una serpiente hipnotizando a su presa.
Observo al funcionario ruso, entendiendo apenas la pregunta. No puedo decidir si tiene los ojos de color gris amarillento o avellana pálida. Sea cual sea el color del iris, logra mezclarse con el blanco grisáceo y amarillento que lo rodea, lo que causa la ilusión de una completa falta de color en los ojos. En general, todo lo de Arkady Buschekov es de color gris amarillento, desde el tono de piel hasta el pelo rizado que lleva pegado a la cabeza brillante.
—¿A qué organización perteneces? —repite, mirándome con aburrimiento. Me pregunto cuánta gente ha claudicado solo por esa mirada. Si creyera en la visión de rayos X, juraría que está observando mi interior—. ¿Quién te envía?
—No sé de qué estás hablando —digo, incapaz de mantener el cansancio fuera de mi tono de voz.
Han pasado más de veinticuatro horas desde mi captura y no he dormido ni comido ni bebido nada. Así es cómo me están agotando, debilitando mi fuerza de voluntad. Es una técnica de interrogatorio estándar en Rusia. Los rusos se consideran a sí mismos demasiado civilizados para recurrir a la tortura directa, por lo que utilizan estos métodos «más suaves», cosas que interfieren en la mente en lugar de causar un daño permanente en el cuerpo.
—Ya sabes, Yulia Andreyevna —Buschekov se dirige a mí por mi nombre y por mi falso apellido—. El gobierno ucraniano ha negado tener cualquier vínculo contigo. —Se inclina aún más, por lo que quiero encogerme en el asiento. A esta distancia, huelo el pescado salado y las patatas al ajillo que debe haber comido en el almuerzo—. A menos que algún organismo no oficial de Ucrania te reclame, no tendremos más remedio que suponer que eres una ciudadana rusa, como lo indican tus antecedentes falsos —continúa—. Entiendes lo que significa, ¿verdad?
Lo sé. Si me acusan de traición, me matarán. Pero no por eso voy a hablar. Obenko no se presentará a por mí, ni aunque exponga a nuestro organismo extraoficial. Un agente no es nada en la inmensidad de la organización.
Como permanezco en silencio, Buschekov suspira y se recuesta en el asiento.
—Muy bien, Yulia Andreyevna. Si así es cómo deseas jugar… —Chasquea los dedos contra el espejo de la pared a mi izquierda—. Volveremos a hablar pronto.
Se levanta y camina hacia la puerta de la esquina antes de pararse frente a ella para mirarme.
—Piensa en lo que te he dicho. Esto puede acabar muy mal si no cooperas.
No respondo. En vez de eso, me miro las manos, esposadas a la mesa que hay frente a mí. Oigo la puerta abrirse y cerrarse cuando sale y, luego, me quedo sola, excepto por los que me miran a través del espejo.
Las horas pasan, cada segundo es más tortuoso que el siguiente. La sed que me atormenta es comparable solo al hambre que me roe por dentro. Trato de recostar la cabeza sobre el escritorio para dormir, pero, cada vez que lo hago, una alarma que me perfora los oídos suena a través de los altavoces, sobresaltándome. El pitido es imposible de ignorar, incluso en el estado de cansancio en el que me encuentro y finalmente dejo de intentarlo, haciendo todo lo posible para evadirme un momento mientras estoy sentada en la silla.
Sé lo que están haciendo, pero no por eso es más fácil soportarlo. Las personas que no han experimentado una privación prolongada del sueño no entienden que es una verdadera tortura, que cada parte del cuerpo comienza a apagarse después de un tiempo. Tengo náuseas y frío por todas partes y me duele todo: el estómago, los músculos, la piel, los huesos… incluso los dientes. El dolor de cabeza de antes es ahora una fuerte agonía y se me están agrietando los labios por la falta de agua.
¿Cuánto hace desde que Buschekov me dejó sola? ¿Varias horas? ¿Un día? No lo sé. Y estoy perdiendo las ganas de preocuparme por ello. Si hay algo positivo en todo esto, es que no necesito usar el baño. Estoy muy deshidratada y tengo el estómago demasiado vacío. No es que esto me haya salvado de la humillación. Al llegar, me desnudaron y revisaron cada centímetro del cuerpo. Incluso ahora que estoy vestida con un uniforme gris de prisión, me siento terriblemente desnuda al recordar la humillación de los dedos cubiertos de látex de los guardias invadiéndome por completo.
Cierro los ojos por un segundo y la alarma chirriante suena y me despierta. Abro los ojos e intento tragar, aprovechar la poca humedad que me queda en la boca para mojarme la garganta. Siento como si hubiera estado comiendo arena. Tragar duele más que no tragar, así que me rindo, concentrándome en sobrevivir paso a paso. No me dejarán morir así porque esperan obtener algo de información de mí, así que todo lo que tengo que hacer es aguantar hasta que me traigan un poco de agua.
Hasta que vuelvan a interrogarme de nuevo.
Mi mente va a la deriva, recordando los últimos días. No hay razón para no pensar en Lucas ahora, así que dejo que los recuerdos vengan a mí. Afilados y agridulces, me llenan, alejándome de este cuerpo dolorido y agotado.
Recuerdo cómo me besaba, cómo encajaba contra mí y dentro de mí. Recuerdo su sabor, su olor, la sensación de su piel contra la mía. Me miraba mientras me follaba, me poseía con la intensidad de su mirada. ¿La noche que pasamos juntos significó algo para él? ¿O solo fue sexo, una forma de quitarse las ganas mientras pasaba por Moscú?
Me arden los ojos por la sequedad mientras miro, sin ver, la pared frente a mí. Cualquiera que sea la respuesta, no importa. Nunca fue relevante, pero ahora no tiene ninguna importancia. Lucas Kent está muerto, su cuerpo probablemente habrá explotado en mil pedazos.
La habitación se desdibuja ante mí, se desvanece y se desenfoca y me doy cuenta de que estoy temblando. Respiro superficialmente y me late el corazón muy rápido. Sé que lo más seguro es que la culpa sea de la deshidratación y la falta de sueño, pero siento como si algo dentro de mí se estuviera rompiendo, la presión que noto alrededor del pecho es fuerte y aplastante. Quiero acurrucarme en un ovillo, encogerme sobre mí misma, pero no puedo, no con las manos esposadas a la mesa y los pies encadenados al suelo.
Solo puedo sentarme y llorar por algo que nunca tuve y ya nunca conoceré.