Lucas
Después del interrogatorio de Karimov, Sharipov asigna una decena de soldados armados para vigilarme y para que acompañen a las enfermeras cuando me curan. Sé que le gustaría hacer algo más, como meterme en prisión, pero no se atreve. Peter ya ha hecho su magia con los contactos rusos, así que todos los trabajadores del hospital me tratan de la mejor manera posible, exceptuando el pequeño detalle de los guardias armados.
No me importa mi séquito. Ahora que he tenido la oportunidad de liberar un poco de ira, estoy algo más calmado y paso el tiempo entre la muerte de Karimov y el rescate de Esguerra aprendiendo a caminar con muletas. Según los médicos, es una rotura limpia de tibia, así que me quitarán la escayola dentro de seis u ocho semanas. Eso me reconforta un poco y reduce la rabia y la frustración que siento por estar encerrado en el hospital mientras otros están haciendo mi trabajo.
Peter me cuenta todas las novedades, por eso sé que Al-Quadar ha mordido el anzuelo. Ahora solo tenemos que esperar a que lleven a Nora al sitio en el que la célula terrorista tiene escondido a Esguerra.
Me siento moderadamente optimista, así que hago los preparativos para que, después del rescate, lleven a ambos a una clínica privada en Suiza porque creo que lo necesitarán. También elaboro estrategias con Peter sobre la mejor manera de sacar a Esguerra del agujero donde lo tienen encerrado y, con bastante frecuencia, voy a ver a los hombres que se quemaron, que ya están estables, pero siguen drogados e inconscientes para aliviar el sufrimiento. Van a necesitar varios injertos de piel, pero ese es un gasto que tiene que autorizar Esguerra cuando regrese.
Con todo este ajetreo no paso demasiado tiempo en la cama, lo que hace enfadar a los doctores que cuidan de mí. Dicen que tengo que tumbarme sin moverme y no estresarme para que la contusión cerebral se cure, pero no les hago caso. No entienden que tengo que mantenerme ocupado, que incluso el peor dolor de cabeza es mucho mejor que quedarme tumbado y pensar en… ella.
La intérprete rusa-espía ucraniana.
Yulia.
Con solo pensar en su nombre se me dispara la presión arterial. No sé por qué no puedo sacarme su traición de la cabeza. Ni siquiera fue una traición como tal. Entiendo que no me debía ningún tipo de lealtad, ya que fui a su apartamento con la intención de usar su cuerpo y, al final, acabó usándome ella a mí. Eso la convierte en mi enemiga, en alguien a quien debería querer matar, pero eso no significa que me traicionara. No debería darle a ella más importancia de la que le doy a Al-Quadar.
No debería, pero lo hago.
Pienso en ella constantemente, recordando cómo me miraba y cómo se le cortó la respiración cuando la toqué por primera vez; la manera en la que se agarraba a mí mientras me introducía en ella, con el coño apretado y mojado alrededor de mi polla. Me deseaba, no había duda, y follar con ella fue la cosa más sensual que he hecho en muchos años.
O en mi vida.
«Joder».
No puedo seguir haciéndome esto. Necesito olvidarla. Está en manos del gobierno ruso; así que ya no es problema mío, pero, de algún modo, va a pagar por lo que ha hecho.
Pensar eso debería consolarme, pero solo hace que me enfade aún más.
—Los tenemos.
Me levanto al escuchar la voz de Peter, ya que estoy demasiado tenso para sentarme.
—¿Cómo están? —Me cuesta sostener el teléfono al mismo tiempo que ando con las muletas, pero me las apaño.
—Esguerra está bastante jodido, le han dejado la cara bonita… Creo que ha perdido un ojo. Nora parece estar bien. Se cargó a Majid, le voló los sesos antes de que llegáramos. —La voz de Peter refleja admiración—. Lo acribilló a tiros a sangre fría, ¿te lo puedes creer?
—Joder. —No puedo imaginarme la escena, así que ni lo intento. Prefiero centrarme en la primera parte de su frase—. ¿Esguerra ha perdido un ojo?
—Eso parece. No soy doctor, pero no pinta bien. Con suerte podrán arreglárselo en ese sitio suizo.
—Pues sí. —Si eso se puede hacer en alguna parte, es en la clínica de Suiza. Se la conoce por tratar con famosos y gente asquerosamente rica de todas las ideologías, desde magnates rusos del petróleo hasta capos mexicanos. El precio por quedarse allí una noche ronda los treinta mil francos suizos, pero Julian Esguerra puede permitírselo sin problemas.
—Por cierto, quiere que tú y los demás seáis transferidos a esa clínica —dice Peter—. Pronto os mandaremos un avión.
—Ah. —No me esperaba menos, pero está bien escucharlo. Recuperarse en la lujosa clínica suiza tiene que ser mucho mejor que estar atrapado en este agujero—. ¿No se te ha tirado al cuello por dejar que se llevaran a Nora?
—En realidad, no he hablado mucho con él. Estoy manteniendo las distancias.
—Peter… —Dudo por un instante, pero decido que el tipo se merece una advertencia razonable—. Esguerra no es muy comprensivo cuando se trata de su mujer. Puede que quiera…
—¿Arrancarme el hígado con sus propias manos? Sí, lo sé. —El ruso suena más divertido que asustado por nuestra conversación—. Por eso mismo voy a dejarlos en la clínica y a marcharme; son todo tuyos a partir de ahora.
—¿Marcharte? ¿Qué pasa con tu lista? —No es un secreto que, a cambio de tres años de servicio, Esguerra le prometió a Peter una lista con los nombres de los responsables de lo que le ocurrió a su familia.
—No te preocupes por eso. —La voz de Peter se enfría hasta niveles glaciales—. Tendrán lo que se merecen.
—Vale, tío. —Puede que sea el momento de decirle a los guardias que detengan a Peter. Sin duda, Esguerra me elogiaría por hacerlo, pero no puedo traicionar al ruso de esa manera. Aunque no llevamos mucho tiempo trabajando juntos, lo admiro. El hijo de puta tiene sangre fría, lo que hace que sea excelente en su trabajo y, sinceramente, es un hombre peligroso y no quiero arriesgar la vida de mis hombres—. Que te vaya bien —le digo, y lo digo con sinceridad.
—Gracias, Lucas, y a ti también. Espero que Esguerra y tú os recuperéis pronto.
Al terminar de decir esa frase, cuelga, y espero al avión tratando de no pensar en Yulia.
Nos quedamos en la clínica suiza casi una semana. Durante ese período de tiempo Esguerra se somete a dos operaciones: una para arreglarle la cara, que la tiene destrozada, y otra para ponerle una prótesis ocular en la cuenca del ojo izquierdo.
—Los doctores dicen que las cicatrices apenas serán visibles dentro de un tiempo —me comenta su mujer cuando me la encuentro en el pasillo—. También, que el implante ocular parecerá muy real. En unos meses casi podrá ser el mismo de antes. —Hace una pausa, estudiándome con sus enormes ojos negros—. ¿Y tú cómo estás, Lucas? ¿Cómo tienes la pierna?
—Bien. —Me he negado a tomar analgésicos, así que me duele una puta barbaridad, pero Nora no tiene por qué saberlo—. Tuve suerte, como él.
—Sí… —Contrae la delicada garganta al tragar—. ¿Cuál es el diagnóstico de los demás?
—Sobrevivirán hasta la siguiente operación. —Es lo único positivo que puedo contarle sobre los tres hombres quemados—. Los médicos dicen que cada uno necesitará alrededor de una docena de operaciones.
Nora asiente con tristeza.
—Claro… Espero que las operaciones vayan bien. Deséales lo mejor de mi parte si hablas con ellos, por favor.
Inclino la cabeza. Es poco probable que lo haga, ya que están completamente drogados, pero no creo que sea necesario contárselo a ella. La pequeña y joven mujer que tengo delante ya tiene bastante mierda encima. Esguerra dice que lo está llevando bien, pero lo dudo; no muchas jóvenes de diecinueve años de los suburbios americanos le vuelan la cabeza a un terrorista.
Estoy a punto de seguir mi camino cuando Nora pregunta en voz baja:
—¿Sabes algo de Peter? —Me es difícil descifrar la expresión que tiene al mirarme.
—No —le digo con sinceridad—. ¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Solo tenía curiosidad. Al fin y al cabo, le debemos la vida.
—Cierto. —Tengo la sensación de que hay algo más aparte de eso, pero no quiero cotillear. Asiento de nuevo y me voy cojeando a mi habitación.
Esa noche, justo cuando me estoy quedando dormido, la espía rubia vuelve a invadir mis pensamientos, haciendo que la polla se me ponga dura a pesar del continuo dolor de cabeza. Ha sido así cada noche durante la última semana. Imágenes aleatorias de nuestra noche juntos me invaden la mente cuando tengo la guardia baja, cuando estoy demasiado cansado para evitarlas. Sigo acordándome de su coño apretado, de los gemidos que se le escapaban de la garganta cuando me la estaba follando, de su olor, de su sabor… Es tan horrible que he llegado a pensar en contratar a una prostituta pero, por algún motivo, la idea no termina de convencerme.
No quiero simplemente tener sexo. Quiero tener sexo con ella.
Me levanto enfadado, cojo las muletas y me voy cojeando hasta el baño para masturbarme otra vez.
Si todo va bien, mañana estaré de nuevo en Colombia y este capítulo de mi vida se habrá acabado.
Puede que entonces olvide a Yulia de una vez.