Yulia
Con las rodillas temblando, me derrumbo contra la puerta cerrada del baño e intento calmar mi agitada respiración. Lo que casi pasa en la cocina no debería haberme afectado tanto, pero se parecía demasiado al pasado, demasiado a la oscuridad de la que tanto he luchado por escapar. La posición, bocabajo e indefensa, con un hombre que pretende castigarme encima de mí, me ha resultado demasiado familiar y ha hecho que entre en pánico.
He vuelto a sentir el pánico de esa niña de quince años que creía haber enterrado.
Quizá no hubiera sido tan malo si fuera otra persona cualquiera. Podría haberme refugiado tras un muro de acero otra vez, el que me mantuvo en mi sano juicio antes. Si sintiera miedo y asco por Lucas, sería más fácil.
Si no hubiera creado esas estúpidas fantasías sobre él en la cárcel, todo sería menos devastador.
Respiro hondo y me fuerzo a levantarme e ir al inodoro. Solo tengo un par de minutos antes de que Lucas vuelva a por mí y no puedo permitirme desperdiciarlos así. Mientras me lavo las manos y los dientes, fijo la mirada en el espejo convenciéndome a mí misma de que puedo hacerlo, de que puedo soportar cualquier castigo, incluso si es uno sexual.
—Se te acabó el tiempo. —Su voz profunda me sobresalta y me doy cuenta de que me había quedado embobada mientras dejaba correr el agua—. Sal.
El pánico me inunda las venas.
—Un momento —grito.
No estoy preparada para esto. No estoy preparada para él. Por primera vez desde hace semanas, he comido de forma decente y me he duchado y, de alguna manera, eso lo empeora todo. Porque ahora que me siento un poco humana otra vez, soy muy consciente de que estoy desnuda y de que estoy a merced de un hombre que quiere hacerme daño.
Con el corazón martilleándome el pecho, miro a mi alrededor. Lucas no sería tan estúpido como para dejar un arma por ahí, pero no necesito mucho. Me fijo en el cepillo de dientes de plástico que acabo de usar y lo cojo. Lo parto por la mitad con ambas manos. Como esperaba, una de las partes queda puntiaguda y afilada, por lo que la agarro con fuerza con la mano derecha.
Respirando hondo de nuevo, abro la puerta y salgo.
—Ya está —digo, esperando que no note la tensión en mi voz.
—Vamos. —Lucas me agarra del brazo izquierdo y yo me tropiezo, esta vez a propósito. Se gira para estabilizarme y en ese momento me levanto y le ataco con el arma improvisada, siendo el hígado mi objetivo. Hago callar a la parte del cerebro que teme hacerle daño, la parte donde se conservan aquellas fantasías y dejo que el entrenamiento me guíe.
Se gira en el último momento gracias a sus agudos reflejos y acabo arañándole el torso en lugar de apuñalándole. El cepillo de dientes roto se le engancha en la camiseta, obligándome a soltarlo, pero no dejo que eso me pare. Me tiene agarrada del brazo así que me dejo caer al suelo para que todo mi peso cuelgue de ese brazo y le doy una patada con la pierna derecha. Encuentro su mandíbula con el pie y el impacto hace que me recorra una ola de dolor, pero él se tambalea hacia atrás, lo que me da el tiempo que necesito para liberarme de su agarre.
Me levanto del suelo y corro hacia la cocina desesperada por encontrar un cuchillo, pero, antes de que pueda dar más de dos pasos, me coge por detrás. Consigo girarme, casi rodando, cuando caemos sobre la alfombra y le golpeo con el codo en el duro estómago. El impacto hace que se me duerma el brazo. Él solo gruñe mientras sigue rodando y en un segundo me tiene atrapada, sujetándome las muñecas con las manos y levantándolas sobre mi cabeza, al tiempo que me mantiene las piernas pegadas al suelo con la fuerza de las suyas.
No puedo moverme. De nuevo, estoy indefensa debajo de él.
Con la respiración acelerada me quedo mirándolo, mi interior se agita con miedo esperando la represalia. Nuestra pelea le ha excitado, noto un bulto duro en la zona de los pantalones que tiene apoyada contra mi estómago. O quizá sigue empalmado desde antes.
Sea como sea, sé que me va a castigar.
Él también está respirando pesadamente y el pecho le sube y le baja sobre mí. Veo la furia refulgiendo en los ojos claros. Furia y algo mucho más primitivo.
Para mi sorpresa, un pequeño hilo de calor serpentea en mi interior, mi mente me transporta del horror de la situación actual al maravilloso placer de aquella noche. En aquel momento también estaba debajo de él y el cuerpo parece no entender que eso fue distinto.
Que el hombre que está sobre mí no solo quiere mi cuerpo.
Quiere venganza.
Baja la cabeza y me quedo paralizada, respirando con miedo cuando me roza la oreja izquierda con los labios.
—No deberías haber hecho eso —susurra y el húmedo calor de su aliento me quema la piel—. Te iba a dar más tiempo, dejar que recuperaras fuerzas, pero ya no… —Presiona la boca contra mi cuello y mueve la lengua por esa delicada área, como probándola—. Has agotado toda la paciencia que me quedaba, preciosa.
Me estremezco, intentando alejarme de esa cálida y hechizante boca, pero no tengo a dónde ir. Está por todos lados, tiene el musculoso cuerpo grande y pesado sobre el mío. El breve estallido de energía que he sentido tras la comida ya ha desaparecido completamente, no me quedan fuerzas tras semanas de privación. Agotada, dejo de resistirme y me doy cuenta de que el hilo de calor se está extendiendo en mi interior, humedeciéndome con una necesidad no deseada.
—Lucas, por favor. —No sé por qué estoy suplicando. Acabo de intentar apuñalarlo, no mostrará piedad nunca más—. Por favor, no lo hagas. —La respuesta irracional de mi cuerpo debería haber hecho esto más fácil de llevar, pero solo acentúa mi impotencia y completa falta de control. No puedo pasar por esto con él. Me destrozaría—. Por favor, Lucas…
Se mueve sobre mí con la boca demasiado cerca de mi oreja.
—¿Que no haga qué? —murmura, sujetándome ahora las muñecas con una sola mano. Mueve la otra entre nosotros y desliza los dedos entre mis muslos en busca del coño—. ¿Esto? —Me presiona el clítoris con el pulgar mientras me penetra con el dedo índice.
Me retuerzo ante la invasión a la vez que mi calor interno se transforma en un dolor intenso. Se me endurecen los pezones y me humedezco todavía más. Mi cuerpo desea un acto que dejaría mi alma hecha pedazos.
—No lo hagas, por favor. —Lágrimas, estúpidas y patéticas lágrimas aparecen y no puedo contenerlas. Caen y se me derraman por las sienes, haciéndome arder de vergüenza ante mi debilidad—. No, por favor… —Introduce el dedo en mi interior todavía más y me inundan viejos recuerdos, transportándome a ese oscuro y agobiante lugar. Mi respiración se convierte en agitados jadeos y mi voz se vuelve más aguda—. Por favor, Lucas, no.
Para mi sorpresa, para y, maldiciendo, se aparta de mí, poniéndose en pie ágilmente.
—Levántate —masculla, tirándome del brazo para que me incorpore. En cuanto estoy de pie, me empuja hasta el salón y me tira en el sofá, apretando los dientes—. Como muevas un músculo...
Aturdida, veo cómo desaparece girando la esquina y vuelve a aparecer un momento después con una silla y un rollo de cuerda. Deja ambos en medio de la habitación. No me he movido, estoy temblando demasiado como para hacerlo, y no opongo resistencia cuando me levanta, me coloca sobre la silla y me ata los brazos a la parte posterior de ella, asegurándolos contra el firme respaldo de madera. Después, utiliza más cuerda para atarme los tobillos a las patas de la silla, dejándome las piernas abiertas.
Cuando ha terminado se levanta y me mira. El bulto en sus pantalones sigue presente, pero el calor de los ojos se ha apagado, devolviéndolos a su frialdad habitual.
—Volveré dentro de unos minutos —dice con dureza—. Cuando regrese, espero que estés lista para hablar.
Y, antes de que pueda responder, sale de la habitación, dejándome atada, desnuda y sola.