Lucas
Entro en el cuarto de baño y cierro la puerta con mucho cuidado, asegurándome de no dar un golpe muy fuerte. Control, eso es lo que necesito ahora.
Control y distanciarme de ella.
Tengo la polla que parece un bate de béisbol dentro de los pantalones y los huevos tan llenos que siento que van a estallar de un momento a otro. Nunca había estado tan cerca de follarme a una mujer y, después, detenerme.
Nunca me había negado a hacer algo que deseaba tanto.
Estaba justo allí, tumbada debajo de mí, con el cuerpo esbelto, delgado, desnudo y vulnerable. Me la podría haber follado como me hubiese apetecido, descargando mi furia contra su delicada piel mientras saciaba esa sed que se ha apoderado de mí durante tanto tiempo.
En cambio, la he dejado ir.
«Hija de puta».
Me miro en el espejo observando un rostro lleno de ira y frustración. Me deseaba, he sentido lo húmeda que estaba, cómo respondía su cuerpo y, aun así, la he dejado ir.
Por mucho que lo necesitara, no he sido capaz de violarla.
Asqueado por mi debilidad, miro a otro lado pasándome la mano por el cabello corto. La violación no es peor que los otros crímenes que he cometido en los últimos años. Mientras he estado al servicio de Esguerra, he matado y torturado sin escrúpulos a hombres y mujeres. Tirarme a Yulia habría sido la tarea más sencilla del mundo, he soñado con follármela cada noche durante los últimos dos meses y, sin embargo, no lo he hecho.
Apretando los dientes, me levanto la camiseta y me observo las costillas. No hay sangre en el lugar en el que Yulia me ha rozado con su arma, pero tengo un rasguño rojo irritado. Probablemente buscara el riñón. Si no hubiera sido lo suficiente rápido, estaría sangrando en el suelo, muerto de dolor, siempre y cuando no me hubiera cortado la garganta al instante. La mandíbula me arde donde me ha dado una patada, recordándome así lo traicionera y peligrosa que es.
Habría sido más sensato haberla dejado con los rusos.
«No». En el momento en el que ese pensamiento cruza mi mente, el cuerpo se me pone en tensión oponiéndose. Ahora que por fin la tengo bajo mi dominio, la idea de que otra persona la atormente se me hace insoportable. Todo dentro de mí grita que es mía, para follármela, para castigarla como me dé la gana.
Nadie más la va a volver a tocar.
Me desabrocho los pantalones, me saco la polla hinchada y la rodeo con la mano. Aprieto los ojos mientras imagino que estoy dentro de ella y que son sus paredes vaginales las que me aprisionan la polla con tanta firmeza.
Con esas imágenes pornográficas en la mente, tardo menos de un minuto en correrme y un chorro de semen cae sobre el lavabo.