Yulia
No sé cuánto tiempo he tardado en darme cuenta de que la prórroga es real, pero finalmente me calmo y dejo de temblar.
No ha hecho lo que tenía planeado.
No me ha obligado.
Sigo sin poder creérmelo. Sé lo duro que le ha resultado, lo he sentido. No había razón alguna para que tuviera misericordia. No soy una cualquiera que ha encontrado en un bar, soy el enemigo que intentaba hacerle daño. Debería haberse sentido poderoso ante mis patéticas súplicas y usado mi debilidad para destrozarme por completo.
Al menos, es lo que esperaba que hiciera.
Bajo la cabeza y me observo las piernas desnudas intentando entender por qué ha parado. Lucas Kent no es un novato en este tipo de cosas, todo lo contrario. Según su ficha, se incorporó a la Marina de los Estados Unidos justo después de terminar el instituto y entró en el programa de entrenamiento SEAL pocos meses después. No había mucha información sobre sus misiones, solo que estaban clasificadas como muy peligrosas, pero la razón por la que abandonó estaba registrada.
Fue un cargo de asesinato después de ocho años de servicio. El hombre que me tiene cautiva mató a su comandante y desapareció en las selvas de Sudamérica. Tras un intervalo de cuatro años, Lucas Kent finalmente resurgió como el letal lugarteniente de mayor confianza de Esguerra.
Siento un escalofrío recorrerme los brazos y un sexto sentido me hace alzar la vista.
Desde la ventana me observan dos pares de ojos, unos enormes rodeados de gruesas pestañas y otros que se asemejan en cierto modo a la forma de una almendra.
Me doy cuenta de que son dos mujeres jóvenes cuando pierdo de vista a la de los ojos con gruesas pestañas, haciendo que observe a la intrusa más valiente. La chica que se queda tiene más o menos mi edad y parece colombiana. Tiene el rostro redondo y moreno enmarcado por un cabello negro y suave. Es guapa y, a juzgar por cómo me observa, siente mucha curiosidad por mí.
No me da tiempo a ver más porque un segundo después sale corriendo y también desaparece.
Confundida, continúo observando la ventana, esperando, pero no vuelven. En cambio, escucho pasos y, al girar la cabeza, veo a Lucas entrando en la habitación con otra silla.
La pone frente a mí, se sienta y cruza los brazos.
—Bien, Yulia. —Con la mirada, me recorre el cuerpo desnudo y, después, vuelve a dirigirla hacia la cara—. ¿Por qué no empiezas contándome tu historia?
Se acabó la prórroga.
Intentando mantenerme serena, me humedezco los labios.
—¿Podrías darme un poco de agua? —Tengo sed y estoy desesperada por posponer este interrogatorio todo lo que pueda.
No se mueve.
—Habla y te la daré.
Trago saliva, observando su implacable mandíbula.
—¿Qué quieres saber?
A lo mejor puedo compartir ciertos datos con él, al igual que hice con los rusos. Puedo admitir que soy una espía de los ucranianos, eso ya lo sabe, y contarle algo sobre mi origen.
Quizás esa información me dé un poco más de tiempo sin dolor.
—Me has dicho que comenzaste con once años. —Me mira con frialdad, sin ningún tipo de indicio del deseo que ardía entre nosotros—. Háblame de ellos, de la gente que te reclutó.
Era demasiado esperar que pudiera entretenerlo con revelaciones inofensivas.
—No sé mucho sobre ellos —digo—. Me asignaban misiones, eso es todo.
Frunce el ceño. Sabe que estoy mintiendo.
—¿Seguro? —Usa un tono de voz engañosamente suave—. ¿Y también era una misión inscribirse en la Universidad Estatal de Moscú?
—Sí. —No tiene sentido negarlo—. Falsificaron mis documentos y me inscribieron en la universidad para que así pudiera vivir en Moscú y coger confianza con ciertas personas importantes que trabajaban en el gobierno ruso.
—¿Coger confianza cómo? —Se inclina y veo algo oscuro aparecer en sus ojos de repente—. ¿Cómo querían que llevaras a cabo esas misiones exactamente, preciosa?
No contesto, pero puedo ver que sabe la respuesta. Si no, ¿cómo iba a introducirse una mujer joven en los círculos más importantes del gobierno?
—¿Cuántos? —La voz de Lucas es lo suficientemente cortante como para romperme en pedazos—. ¿A cuántos te tuviste que follar para «coger confianza»?
—A tres. —Dos funcionarios de nivel inferior y uno de los amigos de Buschekov, gracias al que conseguí el trabajo como intérprete—. Tuve que acostarme con tres. —Observo a Lucas directamente, ignorando la vergüenza que siento en mi interior—. Esguerra habría sido el cuarto, pero acabé contigo.
Frunce el ceño todavía más y un escalofrío me acelera el pulso. No sé por qué me burlo de él así. Enfadar a Lucas es una mala idea. Tengo que tranquilizarlo y, así, ganaré algo más de tiempo. Da igual si el desprecio con el que me mira es como un cuchillo clavándose en el hígado.
Un cuchillo de verdad sería mucho, mucho peor.
Se levanta de golpe acercándose a mí e intento no encogerme mientras inclino la cabeza hacia atrás para encontrarme con su mirada. Le brillan los ojos y hay una furia resplandeciente en las profundidades de esos ojos azul grisáceo. Parece que me va a pegar, pero entonces agarra un mechón de pelo y me obliga a echar la cabeza todavía más hacia atrás.
—¿Los deseabas? —Me arden los ojos por el dolor del cuero cabelludo cuando empieza a tirar del pelo con los dedos—. ¿Con ellos también se te humedecía el coño?
—No. —Le digo la verdad, pero veo que no me cree—. No fue así con los demás. Era solo algo que tenía que hacer. —No sé por qué intento convencerlo. No quiero que sepa que, de alguna forma, él fue especial, pero al mismo tiempo no puedo mentirle sobre algo así—. Era mi trabajo.
—Como yo. Yo también era tu trabajo. —Mira hacia abajo observándome y percibo un atisbo de ese oscuro deseo que se oculta bajo su enfado—. Me entregaste tu cuerpo para conseguir información.
No lo niego, y veo que se le hincha el pecho al respirar. Me preparo para oír palabras hirientes de repulsa, pero no llegan. En cambio, deja de tirarme del pelo con tanta fuerza, como si se diera cuenta de que no puedo torcer el cuello de esa manera.
—Yulia… —Le noto un tono extraño en la voz—. ¿Cuántos años tenías cuando te acostaste con el primero de esos tres?
Pestañeo. Esa pregunta me ha pillado por sorpresa.
—Dieciséis.
Al menos tenía esa edad cuando comenzó nuestra relación. Boris Ladrikov, un miembro de la Duma Estatal bajito y un poco calvo, había sido mi primer novio y nuestra aventura duró casi tres años. Fue él quien me presentó a toda la gente importante, incluyendo a Vladimir, que se convirtió en el segundo amor que me asignaron.
—¿Dieciséis? —repite Lucas y me doy cuenta de que se le mueve un músculo cercano a la oreja. Está furioso y no sé por qué—. ¿Qué edad tenía tu objetivo?
—Treinta y ocho. —No sé por qué me está haciendo todas estas preguntas irrelevantes, pero no me importa contestarlas para así mantenerlo distraído de otros temas más peliagudos—. Él pensaba que yo tenía dieciocho, la identidad que me asignaron era de alguien dos años mayor.
Tengo la sensación de que Lucas me va a hacer más preguntas, pero, para mi sorpresa, deja de tirarme del pelo y se aleja.
—Por ahora es suficiente —dice, y vuelvo a notar ese tono extraño en la voz—. Seguiremos en un rato.
Sin decir nada más, da media vuelta y desaparece de la habitación. Un minuto más tarde, oigo la puerta principal abrirse y cerrarse y sé que vuelvo a estar sola.