XXIII. LOS OTROS JUICIOS

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La asamblea, que había vuelto a existir por un breve plazo, aunque diezmada y confusa, no era ya la combativa, omnipresente y temible asamblea del pueblo soberano. Era un instrumento dócil en manos de Terámenes, y de quienes habían preferido alinearse con él (quizá para salvar la propia cabeza). Funcionaba una Boulé: probablemente lo que quedaba de la Boulé de los Quinientos, que había sido brutalmente enviada a casa cuatro meses antes,1 dado que la de los Cuatrocientos había sido disuelta. Obedecía también ésta a Terámenes, como se deduce, por ejemplo, del decreto de Andrón, emanado precisamente de una Boulé.

Del decreto de Andrón se deduce claramente que Terámenes había iniciado una ráfaga de juicios y que la intención era cazar a quienes estaban efectivamente presentes en Atenas.2 El decreto habla de tres imputados: Onomacles, Antifonte, Arqueptólemo; pero la condena se refiere sólo a dos: Onomacles y Antifonte. Onomacles había conseguido huir y probablemente fue condenado en rebeldía.

Onomacles se mantuvo lejos del Ática y de los territorios controlados por Atenas hasta el colapso de 404, cuando volvió al séquito de los espartanos. Lo reencontramos en la lista de los Treinta,3 en representación de la tribu Cecrópida. Aristarco, Alexicles y Pisandro habían huido a Decelea, hacia el campo espartano del rey Agis, cuando apenas se había verificado el «giro», el «cambio»4 del que Terámenes había sido el gran director: revivificación de la asamblea, derrocamiento de los Cuatrocientos, efectiva toma de posesión de los Cinco Mil, drástica confirmación de la prohibición de salario para los cargos públicos, nombramiento de una nueva comisión legislativa y llamada a algunos exiliados, Alcibíades entre ellos.5 El «cambio» no significaba en absoluto un retorno a la democracia; incluso se puede decir que los dos puntos fuertes de la nueva situación eran los antípodas de la democracia (sólo cinco mil ciudadanos de pleno iure y prohibición categórica, con penas severas para los transgresores, del «salario»). El «salario» era el símbolo mismo, el baluarte de la democracia, que los viejos, caricaturescos, del coro de Lisístrata juran estar dispuestos a defender hasta con las armas.6 Por tanto, era una frontera absoluta contra el retorno del «viejo régimen» democrático. Sin embargo, para los jefes del grupo hasta entonces dominante –Antifonte, Pisandro, Arqueptólemo, Onomacles, Aristarco, Alexicles– la única solución era huir a Esparta. Es evidente que temían un ajuste de cuentas en el que, como siempre en la lucha política ateniense, no habría medias tintas: o matar o morir.

Aristarco hizo algo más. Quiso dañar lo máximo posible a Atenas mientras se daba a la fuga; él, que era estratego en activo. Seguido de una guardia de corps compuesta de los elementos «más bárbaros»,7 arqueros íberos del Cáucaso, como se sabe por un fragmento del Triphales de Aristófanes,8 se detuvo en Énoe, un fortín ateniense en la frontera con Beocia. Desde Énoe, los atenienses tenían eficaces salidas, pero ahora el fortín estaba sitiado por tropas corintias y beocias arribadas en socorro. En complicidad con los asediadores, Aristarco engañó a la guarnición ateniense: dijo que la paz con Esparta estaba ya firmada y que los acuerdos preveían la cesión del fuerte a los beocios. De este modo, éstos se rindieron al enemigo y cedieron el fortín, que pasó a manos de los beocios.9

Sin embargo, Aristarco y Alexicles enseguida retrocedieron.10 Si son exactas las noticias de Licurgo cuando evoca el juicio contra Frínico, ambos testimoniaron a favor del difunto líder.11 Dado que la sentencia contra Antifonte y Onomacles hace referencia a la condena a Frínico, se debe concluir que Aristarco y Alexicles regresaron a Atenas incluso antes de que se celebrara el juicio a Antifonte. Euriptólemo, en el curso de su intervención en favor de los estrategos vencedores en las Arginusas, dice que Aristarco había vuelto y había sido procesado y condenado, y lo describe con gran detalle.12

Una noticia que debemos a Aristóteles13 parece indicar inequívocamente que también Pisandro había vuelto. Fue sometido a juicio, no sabemos con qué resultado, e intentó involucrar en el proceso también al viejo ex próbulo Sófocles. Aristóteles parece depender de una fuente que conocía el proceso verbal del interrogatorio:

Sófocles, a la pregunta de Pisandro de si hubiera estado de acuerdo también él, como otros próbulos, con la instauración de los Cuatrocientos, reconoció que sí. Entonces Pisandro preguntó: ¿Cómo? ¿No te parecía algo muy malo? Sófocles admitió también esto. Pisandro: ¡Entonces admites el haber sido partícipe también tú de esta pésima empresa! Sí –respondió Sófocles–, porque en ese momento no había alternativas mejores.

Pensar en otro Sófocles o en otro Pisandro no tiene mucho sentido. Poner en duda el testimonio de Aristóteles lo tiene aún menos.14 El contexto en el que se desarrolla el coloquio, tan dramático, entre Pisandro y Sófocles no puede ser sino judicial. Resulta bastante sencillo reconstruir el sentido. Pisandro intentó apoyarse en el hecho de que los próbulos –y por tanto también el muy popular Sófocles– habían contribuido al nacimiento de la oligarquía, y más específicamente a la construcción del Consejo de los Cuatrocientos.15 Implicar a Sófocles para salvarse: ésta había sido la táctica de Pisandro en el juicio. De lo que refiere Aristóteles se deduce claramente que Sófocles no tuvo más remedio que admitir la sustancial fundamentación del planteamiento de Pisandro, lanzándose a una admisión muy comprometedora: «en ese momento no había alternativas mejores». Es impensable que esta escena sucediera después de 409 y del solemne juramento colectivo de «echar físicamente a cualquiera que haya atentado o pretenda atentar contra la democracia y a quien ha ostentado cargos16 después del derrocamiento de la democracia».

Con semejante premisa el juicio no hubiera ni siquiera comenzado y Pisandro simplemente habría sido expulsado. Por tanto, también el juicio en el curso del cual Pisandro trató de «meter» a Sófocles para salvarse a sí mismo17 debe ubicarse en el mismo periodo de tiempo en el que fueron procesados Frínico (y quienes atestiguaron a su favor, Aristarco y Alexicles), Antifonte y Arqueptólemo: entre la caída de los Cuatrocientos y las Grandes Dionisias de 409. Se deberá suponer que la sentencia fue condenatoria.

La pregunta, entonces, es: ¿por qué Aristarco, que había seguido siendo un «traidor» hasta el final, entregando Énoe al enemigo; por qué Alexicles y también Pisandro habían vuelto? Dos factores habían pesado: a) no había vuelto la democracia tradicional (como se podía temer cuando Terámenes la puso temporalmente en funcionamiento, al convocar a la asamblea para liquidar el Consejo de los Cuatrocientos); b) los juicios contra Frínico y contra Antifonte (Arqueptólemo y Onomacles) eran «por traición», es decir, por la embajada en Esparta «en una nave espartana» y «a través de Decelea»: por tanto, quien no había formado parte de la embajada18 podía considerar que no tenía por qué temer lo peor.

Es probable que Terámenes los hubiera incitado a volver: debe haberles hecho llegar algún tipo de mensaje tranquilizador. Una vez regresados, cayeron en la trampa: se iniciaron los juicios que determinaron su fin. Es difícil dictaminar cómo pudo suceder que Aristarco y Alexicles fueran inducidos a testimoniar por Frínico (si las noticias de Licurgo en la Leocratea son exactas). El balance para Terámenes fue positivo: eliminó por vía judicial a una serie de adversarios y de potenciales rivales.

Es evidente que, frente a estos resultados, Alcibíades decidió no valerse, de momento, de la posibilidad de regresar a Atenas. Estos precedentes no eran, en verdad, alentadores. No podía dejarse coger sin más por Terámenes, después de todas las insidias de que había sido objeto por parte de Esparta y de Tisafernes. Sobre todo, pesaba sobre él la condena (imposible de anular) por delitos sagrados, que podía recobrar vigencia a pesar del permiso para volver a la ciudad, como le sucedería algunos años más tarde a Andócides. ¿Quién podía garantizarle la «lealtad» de Terámenes, que estaba llevando a cabo una sistemática masacre judicial de sus compañeros de aventura? Era obvio que debía postergar su regreso para un momento en que su fuerza política fuera mayor y más débil la de Terámenes. De hecho, ese regreso sólo será efectivo tras la restauración de la democracia en 409 y las grandes victorias navales que invirtieron, por un largo periodo, la suerte de la guerra.

2

Hubo entonces una oleada de juicios, además de aquellos de los que quedó huella específica en las fuentes. Un pasaje deteriorado del precioso capítulo-revelación de Tucídides dice que «las cosas de los Cuatrocientos, tras su caída, terminaron en juicios».19 La fórmula allí adoptada deja entender que varios otros componentes de esa Boulé con mala fama debieron afrontar un ajuste de cuentas judicial. Terámenes fue público acusador en el proceso contra Antifonte y Arqueptólemo; Critias lo fue en el juicio-farsa contra Frínico, pero seguramente también contra los dos caídos en la trampa como testigos (Aristarco y Alexicles). En cuanto a los otros, no sabemos nada preciso; es evidente, en todo caso, que al menos los otros diez que, con Frínico y Antifonte, habían ido a toda prisa a Esparta20 «en una nave espartana» para sellar una paz in extremis serán llevados a juicio con análoga imputación. Serán otros los acusadores, dado que Lisias parece señalar específicamente a Antifonte y Arqueptólemo «a pesar de ser muy amigos» como víctimas del cambio de bando de Terámenes, quien pasó de amigo a acusador público.21

Conocemos bien el caso de un tal Polístrato porque el discurso que un logógrafo preparó en su defensa terminó en el corpus de los discursos de Lisias.22 Es un discurso de extraordinario interés como ejemplo concreto de los métodos y de los argumentos encaminados a la salvación individual después de un cambio de régimen y cuando llega el momento de la rendición de cuentas. Polístrato había sido uno de los Cuatrocientos y por añadidura el encargado de recopilar, junto a otros, la lista de los Cinco Mil. Además, era del mismo demo que Frínico, lo cual debía tener importancia dado que su defensor se refiere enérgicamente a ello. (Había sido elegido por el propio Frínico, aunque no le gustara admitirlo; por eso se explaya en un ejercicio de «vidas paralelas», la suya y la del líder asesinado.) Como mérito de Polístrato, su defensor destaca el hecho de que hubiera compilado una lista de nueve mil, mientras la tarea era la de identificar cinco mil ciudadanos de pleno derecho.23 No son afirmaciones para ser tomadas muy en serio: ¿cómo hubiera podido un único «encargado del catálogo» permitirse duplicar casi la medida prevista por los jefes? Estas cifras lanzadas a la ligera y la confusión que se entrevé detrás de estas palabras (como mucho, Polístrato habrá suscitado el interrogante de si la cifra prevista no era demasiado restringida) parecen en todo caso confirmar la «revelación» de Tucídides de que la lista de la que tanto se hablaba, en efecto, no existía.24

Polístrato sostenía haber pasado enseguida a Eubea para las operaciones militares, en las que se habría además cubierto de gloria y de heridas, y por tanto haber permanecido en el Consejo durante sólo ocho días.25 (Lo cual ayuda a comprender cuán poco seria era su reivindicación de haber sido atacado por realizar el «catálogo» de los nueve mil.) Está claro que, a su regreso a Eubea, hubo un primer proceso en su contra, en la época de los juicios contra Antifonte y los otros líderes. La pena que se le impuso fue una fuerte multa.26 Pero el defensor –que habla en un segundo juicio, que se desarrolla cuando ya los Cinco Mil están fuera del gobierno y ha regresado la democracia– aporta importantes detalles sobre la primera oleada de juicios a los Cuatrocientos. Habla de numerosas absoluciones. También aquí se generan sospechas sobre su credibilidad, dado que, más allá de todo, habla de un régimen caído; pero los detalles que aporta parecen en todo caso inquietantes. «Aquellos que parecían haber cometido injusticia fueron salvados por las plegarias de algunos políticos que habían sido celosos seguidores vuestros.»27 Frase sibilina, pero sin duda fácilmente descifrable para los presentes. Probablemente alude a Terámenes, de quien habla bien y mal al mismo tiempo (ha salvado a quien no se lo merecía, pero había sido un guía voluntarioso), y sin duda se refiere a alguien que en aquel momento tenía suficiente fuerza política para influir en el veredicto. Terámenes conserva poder incluso después de la liquidación del régimen liderado por él, el de los Cinco Mil; conservó su posición después del solemne y amenazador juramento colectivo impuesto por el decreto de Demofanto; rigió también bajo la breve «dictadura de Alcibíades» (ocupándose poco después de disolver su clan).28 Por tanto, no parece prudente atacarlo pronunciando su nombre abiertamente. Está claro que Polístrato no era un temerario.

Más grave es la otra información que nos aporta acerca de esos juicios:29 «Quien se había manchado de injusticia compró a los acusadores y así resultó inocente.» La acusación es grave. No sabemos quiénes eran estos acusadores venales ni quiénes los salvados. Pero sin duda aquí Polístrato es hábil al referirse a juicios que tuvieron lugar bajo el régimen oligárquico (o semioligárquico, si se prefiere), la típica acusación de venalidad dirigida a los adversarios en los tribunales que trabajaban, a tiempo completo, durante la democracia. También éste es un óptimo movimiento por parte de la defensa de Polístrato, cualquiera que sea la parte de verdad contenida en su grave denuncia. Por eso es magistral el pasaje siguiente: «La verdad es que los culpables no son ellos sino aquellos que los han engañado»,30 y el orador, en este momento, se permite incluso recriminar a la corte (un tribunal popular, en este segundo proceso contra Polístrato): ¡no debe olvidarse que sois vosotros quienes entregasteis (con decisión tomada en asamblea) el poder a los Cinco Mil! (Se puede hablar –ahora– contra los Cinco Mil, pero no contra Terámenes.)

3

¿Qué pasó con los estrategos de la oligarquía? No sólo habían sido designados directamente por los Cuatrocientos, y por tanto no electos como estipulaba la práctica democrática, sino que además habían sido dotados de poderes extraordinarios.31 Eso los convertía en los principales responsables de las acciones cumplidas en los cuatro meses de gobierno. (No casualmente, cada vez que nombra uno de ellos, Tucídides –en su admirable relato de esos meses– precisa que cumplían esas determinadas acciones «siendo estrategos».)32

Si entonces consideramos los ocho nombres conocidos de los estrategos de la oligarquía –Terámenes, Diítrefes, Aristarco, Aristóteles, Alexicles, Timócrates, Melancio y Aristócrates–33 podemos observar que, de ellos, sin duda fueron condenados Aristarco y Alexicles. Terámenes y Aristócrates fueron los promotores del vuelco y seguirán en posiciones de mando en diversos ámbitos (hasta que Terámenes deje caer a Aristócrates durante el juicio a los estrategos de las Arginusas). Timócares permanece activo al mando de la flota incluso después de la caída de los Cuatrocientos. No sabemos qué pasó finalmente con Melancio (que, junto con Aristóteles y Aristarco, era impulsor de la construcción del muro de Eetionea). A Aristóteles volvemos a encontrarlo en 404, en el colegio de los Treinta; lo que significa que podría haber huido a tiempo, sin caer en la trampa de Terámenes, y por tanto cometer el error de volver y hacerse juzgar. Menos probable es que se haya quedado en Atenas, salvándose (quizá por las razones indicadas por Polístrato) de un veredicto condenatorio; en todo caso difícilmente hubiera conseguido eludir los efectos del decreto de Demofanto.

Podría considerarse el de Diítrefes, participante en la masacre (413 a. C.) de Micaleso,34 como un caso límite: se trató de una masacre horrenda, de la que Tucídides aporta todos los detalles, incluido la matanza de todos los niños en una escuela. Aquél, después de haber apoyado desde el primer momento35 la conjura oligárquica, asumió la estrategia con los Cuatrocientos, y compartió la andadura entera. Pero en 408/407 –gracias a una lápida muy bien conservada– lo encontramos en Atenas promoviendo un decreto honorífico para un tal Eniades de Palaiskiathos. Pausanias describe una estatua de Diítrefes, colocada en la Acrópolis. En definitiva, es evidente que Diítrefes ejemplifica a la perfección esos casos que Polístrato estigmatiza duramente en su apología.