Capítulo 11

 

 

 

 

 

La noche había caído hacía horas dejando paso a la madrugada, pero la fiesta continuaría algo más de tiempo. Por lo que él había escuchado en las distintas conversaciones que había tenido, una mayor parte de su familia se alojaba en el hotel de Dornie. Habían preferido reservar una habitación y despreocuparse de tener que viajar de regreso a Inverness. Era lo más lógico y más acertado en ese caso.

Karen y él dieron un paseo contemplando la silueta de Eilean Donan iluminada y recortada en la oscuridad. Ella pensó en que ofrecía la misma imagen que la noche anterior, cuando se quedó observando el castillo y como si la luna llena pareciera estar posada en su tejado.

—Qué tranquilidad se respira —dijo caminando al lado de él. Cruzó los brazos sobre su pecho como si de una barrera física se tratara. Estaba algo nerviosa, pero lo achacó al baile, a que todavía no había logrado recuperarse de ese momento.

—Es lógico, dada la hora que es. Y este lugar es muy tranquilo.

—Tenías razón una vez más cuando me advertiste de que mañana no sería un buen día para viajar.

—La gente se despreocupa en ocasiones como esta. Muchos de mis parientes han reservado una habitación para quedarse esta noche. Es lo más lógico, si lo piensas.

—Cierto.

—¿Por qué no disfrutar del momento hasta el final? ¿Por qué uno tiene que pensar en coger un coche para irse? Cuando mi hermana dijo que quería casarse aquí, de inmediato supimos lo que significaba.

—Es un lugar tan emblemático…

Karen se detuvo a la entrada del puente, que a esas horas permanecía cerrado. Volvió a mirar hacia el castillo mientras el viento agitaba su pelo. Permanecía con los brazos cruzados como si estuviera previniendo a Andrew de que no se acercara; o tal vez ella. Una barrera que podría quebrarse en cualquier momento, y de la manera más sencilla.

—Lo es, sin duda alguna.

—Quería agradecerte en nombre de Denise y mío todo lo que has hecho por nosotras —comenzó diciendo para calmar los nervios—. Sin duda que nos hemos sentido muy a gusto.

—No hace falta agradecer nada. Y si hay que hacerlo creo que debería ser yo porque, aunque en un principio no me hizo gracia ser yo quien hiciera de anfitrión, reconozco que he disfrutado haciéndolo. Y además todavía no os habéis ido. Ni lo haréis hasta el lunes…

Pensarlo le apretó el estómago. No quería que ella se marchara, pero sabía que ella así lo había decidido. Ni creía que hubiera nada ni nadie que la fuera a hacer cambiar de opinión.

—Gracias, en ese caso. Hemos sido conscientes de que no te hizo ni pizca de gracia en un primer momento. Pero has hecho un esfuerzo por hacernos sentir cómodas.

Comenzó a caminar sola, de regreso a los apartamentos, porque él permanecía en la entrada del puente, observándola en silencio, con un semblante que denotaba su estado de ánimo. Este había cambiado en un solo momento. Le parecía taciturno y sin saber qué hacer.

Andrew apretó los labios y asintió emprendiendo el camino hacia donde estaba ella.

—La verdad es que ha sido un placer conocerte y pasar estos días contigo… Y con Denise —se apresuró a decirle de inmediato, pero poco o nada importaba en ese instante—. Lástima que os marchéis tan pronto. Podríais quedaros algunos días más y recorrer esta región. Hay mucho por ver y descubrir.

—La próxima vez que volvamos.

—¿Has pensado en hacerlo?

La confesión de ella le pareció tan inesperada y tan sorprendente que vaciló, y estuvo a punto de tropezar.

—Sí. Es una región con mucho encanto, y muchos atractivos por descubrir. Como acabas de decir. —Se quedó contemplándolo con una sonrisa tímida mientras se colocaba el pelo detrás de la oreja.

—Cierto.

—Y tú deberías ir a verme a París.

No supo por qué lo dijo, pero lo había hecho. Tal vez impulsada por el deseo de que fuera real. De que él apareciera allí un día.

—Es una tentación muy peligrosa.

—¿Por qué?

 

—Porque, si fuera a visitarte, estoy convencido de que querría quedarme. Porque estoy seguro de haber encontrado algo de allí que merece la pena —le aseguró bajando el tono de su voz hasta que pareció un susurro.

Los dos estaban demasiado cerca el uno del otro. Tanto que apenas había espacio para que pasara el viento procedente de las Tierras Altas.

Karen ahogó su sonrisa y se mordió el labio, presa de los nervios sintiendo que agonizaba por el deseo de que la besara. Y su agonía duró lo que tardó en cerrar los ojos cuando percibió las intenciones de él.

Andrew no pudo contenerse por más tiempo. O tal vez no quiso hacerlo. Luchar contra su propia negación a la evidencia era una completa estupidez. Estaba dando inicio a algo que quizás no tuviera una continuidad, pero ya no le importaba. Sintió cómo las manos de ella se aferraban a su chaleco para tirar de él, instándolo a prolongar el beso más allá de cualquier raciocinio.

Karen se sintió deseada, divertida, pícara y tal vez loca. Pero no le importaba cuando sentía aquel calor que le transmitía Andrew con su beso. Escuchó su gemido ahogado en ambas bocas y se apretó contra el cuerpo de él, queriendo hacerle ver que lo deseaba esa noche.

 

 

Sin ser conscientes de cómo había sucedido, ambos se encontraron de repente en el apartamento que compartían Fraser y él. No había problema de que este regresara porque pasaría la noche con Ilona en la suite del hotel. Karen había comenzado a desabotonarle el chaleco mientras Andrew hacía lo mismo con el pantalón vaquero de ella para deslizarlo por sus caderas. No se contuvieron en ningún instante, conscientes de lo que iba a suceder.

Andrew enmarcó el rostro de ella sin dejar de besarla, escuchándola gemir y sintiendo sus manos en torno a su cintura buscando la manera de despojarlo del sporran y luego del kilt. A los pocos segundos este cayó a los pies de ambos. Andrew la atrajo hacia él para desabrochar el cierre del sujetador y sentir la piel de ella contra la suya. Le acarició la espalda sin dejar de besarla en el cuello y luego en la clavícula en dirección al hombro.

—Vamos a la cama —susurró ella mientras la excitación iba en aumento. No quería pensar en las consecuencias de lo que estaba sucediendo. Era probable que terminara por arrepentirse al día siguiente, pero ya vería cómo lo afrontaba.

Andrew se terminó de despojar de la ropa que le quedaba puesta y la siguió a la cama. Sus manos jugaron con la goma de la ropa interior de ella hasta deslizarla por sus piernas. Se recostó en la cama y la atrajo hacia él sin dejar de besarla ni de acariciarla. El deseo era mutuo. Era una cuestión de dar y de recibir sin condiciones por parte de ambos. De entregarse sin pedir nada a cambio.

Karen se sentó sobre las piernas de Andrew mientras se inclinaba sobre su rostro y lo besaba de manera lenta, sensual y apasionada. Pasó las manos por este, las hundió en sus cabellos susurrando en francés, palabras que parecían aumentar la excitación en él.

Andrew sentía la humedad de ella entre sus muslos cuando estuvo a punto de deslizarse en su interior. Se contuvo cuando se dio cuenta de lo que iba a hacer.

Un momento —le pidió extendiendo el brazo hacia el cajón de la mesita del que sacó un envoltorio de color.

Karen lo dejó hacer hasta que él la sujetó por las caderas y la instó a que se sentara sobre su erección. Ella lo hizo de manera lenta, moviendo sus caderas de manera sugerente y llevando a Andrew al éxtasis. Una vez que estuvo acoplada sobre él, se estiró rozando sus pechos contra el cuerpo de él y lo besó con decisión. El movimiento de estos y el de su cuerpo iban acompasados en todo momento. No parecía tener prisa. No. No quería un revolcón rápido con él. Quería disfrutarlo sabiendo que no habría una segunda ocasión.

Andrew le apartó el pelo del rostro y le pasó los pulgares por las mejillas contemplándola abrir la boca para dejar escapar sus gemidos. Eran tan sensual cuando hacía el amor… La estrechó contra él cuando los movimientos de su cuerpo se volvieron más intensos y rápidos. Ella se irguió para que la observara mientras sentía la cercanía del orgasmo. Él se incorporó quedando sentado y abrazándola por la cintura. Permanecieron contemplándose mientras los movimientos y la fricción de sus cuerpos los arrastraba al final. Lo abrazó y hundió su rostro en el cuello de él para ahogar los últimos gemidos, sintiendo cómo su cuerpo se sacudía segundos antes de relajarse. Andrew cerró los ojos y la estrechó con firmeza y decisión en el último momento. Permanecieron abrazados durante minutos en los que recuperaron las pulsaciones. En los que las respiraciones se acompasaron. En los que ambos parecían estar memorizando ese instante en sus cuerpos. Como si temieran que al separarse el otro pudiera desaparecer.

Karen fue la primera en apartar su rostro del cuello de él para poderlo contemplar. Se apartó el pelo, se humedeció los labios y le acarició las mejillas antes de volverlo a besar. Con ternura y pereza, tanteando aquí y allá. Propiciando pequeños mordiscos antes de abrazarse a él con una ola de cariño y ternura que no sabía de dónde salía. Se estaba dejando llevar por las emociones del momento o del día. Por lo que sentía y él le hacía sentir. Sonrió mientras volvía a murmurar en francés.

—No entiendo lo que dices.

—No hace falta —le aseguró relajando los hombros y apoyando la frente sobre la de él. No le diría que no se maldecía, no por el momento en sí, sino porque comenzaba a sentir algo por él.

—Eres una mujer increíble.

—¿En la cama? —le preguntó con ironía y una ceja arqueada. Prefería mostrarse cínica e irónica para que el cumplido no le afectara. Pero lo hizo. Y sintió un repentino vuelco en su pecho.

—No me estoy refiriendo a eso.

—Es bueno saberlo.

—Eres disciplinada, metódica, exigente contigo misma. Pero al mismo tiempo sabes sacar lo mejor de las demás personas. Te diriges a ellas con autoridad, aplomo, pero siempre hay un toque de generosidad en tus palabras. Una sonrisa. No voy a entrar en lo físico, palabra…

—Me has estado analizando durante estos días, ¿eh?

—Me he fijado en ti.

Yo aseguraría que has hecho algo más que fijarte.

—Ya te lo he dicho, me llamaste la atención desde el primer momento.

—Tú también a mí. Callado, despistado, tenía la impresión de que pasabas de todo. De que te habían obligado a cargar con nosotras. Y que para ti éramos eso, una carga. Y creo que no me equivoqué del todo. —Sonrió divertida elevando sus cejas.

—Creo que ese tema ya está aclarado.

—Pues deja que te diga que ha sido un acierto. Con el paso de los días te has ido abriendo. Entiendo que estuvieras molesto por hacer de chófer.

—Eso era lo de menos.

—¿Era por la boda? —Karen lo contempló con los ojos entrecerrados, segura de que eso era lo que más le había molestado.

—En cierto modo.

—Pero no por tu hermana… —Entornó la mirada segura de lo que decía.

—No, claro. Ilona es un cielo. Y Fraser un pícaro.

Ella sonrió al recordar la conversación de la pasada noche entre ellos dos e hizo verdaderos esfuerzos por no sonreír y que él se diera cuenta de ese gesto.

—Entonces… Por tu hermano y su mujer —se aventuró a confesarle mientras lo observaba asentir en silencio—. ¿Te ha costado superarlo?

—Creo que en el fondo no se logra superar del todo, si te soy sincero.

—Desde aquel día no te fías de ninguna mujer.

—Tal y como lo dices… A ver, yo tuve parte de culpa, lo reconozco. Pero tampoco es que no me fíe de vosotras —le aseguró contemplándola con determinación—. Me ha costado abrirme a una.

Karen inspiró y asintió al mismo tiempo porque aquello se estaba volviendo algo muy íntimo.

—¿Y ahora?

—Sé que ambos nos hemos estado conteniendo.

Ella parpadeó con sorpresa cuando lo escuchó decirlo.

—¿Cómo que los dos? ¿Qué te hace pensar que yo…?

—Te entregaste en el baile la otra noche en McGregor’s. Luego me fijé en la manera en la que mirabas a Denise cuando bailaba con ella. Tu mirada el día que te pedí que me dieras tu opinión sobre el traje. Lo percibí, Karen.

Ella ahogó sus palabras con una risa sin poder impedir que el color de su rostro la delatara.

—Desconocía que fuera tan evidente que me atraías.

—No importa. Ambos lo hemos reconocido.

—No has respondido a mi pregunta anterior. ¿Qué va a suceder con esto?

Andrew sintió el escalofrío en su cuerpo. Se lo había preguntado a cada momento que pasaba con ella, sin llegar a creer que se encontraría en la cama con ella.

—Necesito un cambio —le aseguró mientras ella abría los ojos como platos y sus cejas formaban un arco sobre su frente.

—¿En qué sentido?

—En todos. Debo romper con la vida que he llevado hasta ahora.

Pero ¿qué quieres decir? Tu vida, tu familia y tu trabajo están aquí en Inverness.

Ella se incorporó quedándose sentada en la cama cuando lo escuchó decir aquello. Fue tal el sobresalto que experimentó que ni siquiera se preocupó de cubrir su desnudez aguardando que él se explicara.

—¿Y si resolviera todo aquí y fuera a París contigo?

Ella tuvo la impresión de que el corazón se le acababa de parar, o algo parecido, porque no sentía nada en su interior. Entreabrió los labios para decir algo, pero las palabras seguían atascadas en su garganta y dudaba que lograran salir después de aquello.

—¿Tú estarías dispuesto a hacerlo?

Ahí estaba la pregunta clave. Y nada más hacerla, ella se arrepintió porque no era el lugar, ni el momento. Podía ponerlo en un aprieto, o incluso obligarlo a decir algo llevado por la situación.

Andrew sonrió.

—Después de mucho tiempo, una mujer ha conseguido despertar mi interés.

Él había pasado por alto su pregunta, algo que agradeció después de todo. Dejó la cama un momento mientras ella se recostaba contra el respaldo y se cubría con la sábana. Resopló cuando el arrepentimiento asomó por una esquina de su mente. Pero de inmediato la cerró para no pensar en nada. Sonrió cuando él regresó a su lado y se acostó.

—Creía que no llevabais nada bajo el kilt —le comentó tratando de desviar el tema de ellos por un momento en el que intentaba recomponerse.

Él se limitó a sonreír.

—En el pasado solía ser así. Durante las campañas militares facilitaba no llevar nada puesto a la hora de hacer las necesidades. De ese modo el enemigo no te pillaba con los calzoncillos en los tobillos. Ni qué decir de la época en la que se vestían con una manta. Habrás visto a Mel Gibson haciendo de William Wallace en Braveheart.

—Sí. Por eso mismo sentía curiosidad.

—En mi caso, ya lo has visto —le dijo inclinándose sobre ella para besarla de manera tímida—. Dime, ¿te lo has pasado bien en la boda?

Ella sonrió y su rostro ganó color.

—He tenido que bailar.

—Te lo advertí la otra noche. Y dame las gracias por haberte sacado a las primeras de cambio o todavía lo estarías haciendo.

—Sí, claro.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Que me ha gustado demasiado.

Sonrió antes de apartar la mirada de la suya. No creía que pudiera sentirse de esa manera. Como una quinceañera. No debió permitir que entre ellos surgiera esa complicidad. Debió dejar clara su postura desde el primer momento. Se dio cuenta de que no le había dado una respuesta clara a su pregunta de si en realidad él estaba dispuesto a irse a París. Claro que tampoco ella iba a pedírselo. Que se sintiera atraída por él, hasta el punto de estar juntos en la cama, no significaba nada. Pero pensaba que más bien él se había dejado llevar por la efusividad de la situación. No creía que hablara en serio, de manera que decidió dejarlo estar. No quería hacerse ilusiones al respecto, pero no le disgustaba la idea de que él se presentara en París y seguir conociéndose. Soñaría con ello. Se acomodó contra el hombro de él y dejó que el cansancio, producido por las emociones del día, la acogiera.

Andrew la observó con atención el tiempo justo que ella tardó en relajarse y quedarse dormida. Sonrió y le dio un beso en la frente mientras se hacía la misma pregunta que ella le había hecho hacía un momento. ¿Sería capaz de presentarse en París dejando todo atrás?

 

 

—¿Has vuelto a ver a Karen? —preguntó Maggie cuando se dio cuenta de que no estaba con ellas y que hacía tiempo que no la veía.

—No. Desde que dejó la cámara aquí y estuvo bailando… No he vuelto a saber nada de ella. Oye, ¿dónde está Andrew? —Denise frunció el ceño.

Las dos se contemplaron en silencio durante unos segundos y ambas parecieron llegar a la misma conclusión, y sonrieron.

—¿En serio? —se atrevió a decir Maggie pensando que ambos estaban juntos.

—¿Tú crees eso? ¿Se han ido?

—Bueno… A ver, aquí no los veo. O están fuera o dando un paseo por los alrededores o… —Maggie se detuvo y esgrimió un dedo para hacer una aclaración. Pero Denise se le anticipó antes de que dijera nada.

—O están en el apartamento de Andrew y de Fraser. Si tenemos en cuenta que esta noche él la pasará con su flamante mujer.

Maggie comenzó a abrir y cerrar la boca como si fuera un pez.

—Cierto. Pero, entonces… ¿insinúas que han acabado juntos en la cama?

—Primero, tú y yo no los vemos por ninguna parte. Segundo, Karen no ha regresado a por la cámara —le recordó poniendo la mano sobre la bolsa en la que estaba guardaba y que Denise poco menos que custodiaba—. Y eso es algo llamativo, ¿no crees? Debe de estar muy ocupada para no venir a por ella.

—La verdad es que tienes razón. Hace bastante ya que se fueron de aquí. No obstante, no me lo puedo creer…

—¿Por qué no?

—Me refiero a Andrew, pensaba que no se atrevería a poner su atención en una mujer después de lo que le ocurrió con Fiona. Lleva años sin fijarse en una. Se ha estado protegiendo ante cualquier atisbo de sentir algo por una. Por eso mismo lo digo. Y que se haya fijado en Karen ha sido toda una sorpresa. Y no te digo lanzarse… Solo espero que esto no le afecte.

—¿Lo dices porque nos marchamos en un par de días?

—Debe de tener muy claro lo que va a hacer a partir de mañana. Salvo que esto solo haya sido una diversión… —aclaró Maggie poniendo los ojos como platos y apretando los labios con gesto que daba a entender que la cosa no pintaba bien.

—Ya. Ambos, porque Karen tampoco creo que haya medido las consecuencias.

Las dos chicas permanecieron en silencio con sus miradas perdidas en un punto en el vacío sin saber qué pensar.

—¿Sabes? Creo que me voy a dormir. Tengo los pies machacados por los zapatos —dijo Maggie mientras se los miraba y movía los tobillos.

—Te haré caso y me iré contigo. No hay ninguna duda de que Andrew sabía lo que decía cuando nos dijo que nos quedaríamos hasta el lunes —ironizó Denise con una sonrisa—. Pero no logro saber si contaba con que Karen y él… Ya sabes…

—No tengo idea. Supongo que nos lo contarán cuando todo esto haya pasado.

Ambas se miraron y comprendieron que, dentro de unos días, cuando toda la euforia de la boda se hubiera pasado y ambos volvieran a la realidad, comenzarían las confesiones sobre lo ocurrido. Solo quedaría saber si alguno, los dos o ninguno se arrepentiría de lo hecho. Y lo más importante, ¿qué decisiones iban a tomar?

 

 

Andrew abrió los ojos cuando a su cuerpo le pareció que ya había descansado suficiente. Se movió hacia el otro lado de la cama, y se encontró con la mirada intrigante y sorpresiva de Karen. Una tímida sonrisa bailó en sus labios cuando él le pasó el dedo por el rostro para retirarle el pelo.

—Nunca me he encontrado con nada tan bonito al abrir los ojos por la mañana —le dijo contemplándola pensando que en su interior crecía algo que ya no tenía desde que Fiona salió de su vida. Pero estaba allí. Y aquella mujer había conseguido hacerle ver que todavía podía sentir.

—Vaya. Pues en mi caso te puedo asegurar que nunca antes me habían dicho nada así al despertar.

—Podríamos pasarnos el día en la cama. Total, casi todos los invitados lo van a hacer —le aseguró contagiándole su sonrisa.

—Ya me he dado cuenta de que tenías razón cuando me aseguraste que hoy no cogeríamos el vuelo de regreso. ¿Lo tenías planeado? —Karen apoyó el codo en la almohada y la cabeza contra su mano mientras lo observaba.

Andrew se volvió y miró al techo. Luego sacudió la cabeza y centró su atención en ella una vez más.

—Ni hablar. Puedo asegurártelo o incluso jurarlo. No pensé que pudiéramos acabar en la cama. Me conformaba con besarte para confirmar si eras un mero deseo, o podía haber algo más.

—Vaya, de haber sabido que te conformabas con un beso… —le aseguró elevando las cejas.

Pero sabía que si te besaba querría más. Que no me conformaría.

—¿Y a qué conclusión has llegado?

Karen contuvo la respiración esperando la respuesta de él.

—Creo que ya te respondí cuando te he asegurado que puedo mudarme a París.

Ella resopló de manera lenta. Se mordió el labio y por último sonrió con timidez. No lo veía nada claro por mucho que en ese momento lo deseara. No era algo que pudiera decidirse a la ligera tras haber pasado juntos la noche. Era algo más. Algo que había que valorar con el paso de los días y con frialdad.

—¿Y qué harías tú en París?

—Puedo dejarlo todo preparado para seguir dirigiendo el periódico desde allí.

—¿Lo dices en serio?

Aquella determinación por parte de Andrew hizo que ella se incorporara hasta quedar sentada sobre la cama. Frunció el ceño y sacudió la cabeza sin poder creerlo.

—Hoy en día es sencillo con las tecnologías. ¿Te sorprenderías si te confesara que ha habido días en los que he estado revisando el trabajo de la gente desde una cafetería?

Entiendo que en estos tiempos una persona puede trabajar desde cualquier parte del mundo, pero…

—Me bastaría con arreglarlo todo antes marcharme. Hablaría con Maggie y la dejaría al cargo de la oficina aquí mientras yo revisaría todo desde París.

—¿Y qué harás cuando yo tenga que marcharme fuera? Imagina una semana en Milán por un desfile de moda.

—Te acompañaría. Ya te he dicho que no habría problema mientras tenga una conexión a Internet.

Karen no terminaba de creerlo. Era cierto que hoy en día una persona podía estar en París y trabajar para una compañía de Edimburgo, por ejemplo. Pero ella no estaba segura de que Andrew pudiera hacerlo.

—¿No echarías de menos Inverness? Te advierto que París no tiene nada que ver con la tranquilad que disfrutas aquí.

—Lo sé. Viví en Londres un año. Puedo hacerme una idea de lo que me esperaría. —La contempló en silencio mientras ella inclinaba la cabeza hacia delante y el pelo le ocultaba el rostro. Andrew temía que Karen no lo viera claro—. ¿Qué te sucede? ¿No crees que pueda llevarlo a cabo? ¿Que pueda funcionar? Si es lo que piensas, este es el momento para decirlo.

Karen apretó los labios y cerró los ojos por un segundo, pero él no pudo verla porque el pelo caía como una cortina delante de su rostro. Y cuando se lo apartó para mirarlo, había mudado la expresión. Pero algo le indicaba a Andrew que ella no parecía muy convencida.

—Tengo mis dudas, Andrew.

—Tienes dudas… —murmuró apartando la mirada de ella. No esperaba esa respuesta de ella, aunque era una posibilidad.

—Ya he pasado por lo mismo unas pocas veces. Y me he repetido que no dejaría que volviera a suceder. Por eso te lo comento. Los tíos que han pasado por mi vida se han cansado y se han largado cuando descubrían que se pasaban días enteros o semanas sin saber de mí porque yo estaba en Milán, Londres o Madrid, por ponerte algunos ejemplos.

—Yo no soy de esa clase. —La miró con determinación.

—Eso lo dices ahora, pero puedo adivinar lo que acabará sucediendo. Además, ¿por qué te mudarías a París? ¿Por mí? Ni siquiera nos conocemos lo suficiente como para…

—Tienes razón —la interrumpió de repente dejándola sorprendida—. Apenas nos conocemos. Solo te estoy pidiendo conocernos.

—¿Y si no funciona? —Había un tono de miedo en su voz.

—Si vas con ese pensamiento, te aseguro que, hagamos lo que hagamos, no funcionará—. No podía creer que ella no estuviera dispuesta a arriesgarse—. No me importa dejarlo todo aquí y empezar de cero en París contigo. Pero también es cierto que, si no crees en ello, no me molestaré en intentarlo, Karen.

Se quedó contemplándola en silencio durante unos segundos esperando que ella le dijera algo, pero parecía que no era el momento. La notó temblar, e incluso observó cómo su mirada se volvía más reluciente.

—No lo sé. Quiero pensar que sí. Que merece la pena intentarlo.

—¿Y qué es lo que te impide terminar de creerlo?

Las experiencias vividas con otras parejas, ya te lo he dicho. Y que te estás dejando llevar por el momento. Este no es el lugar más idóneo para hablarlo. Después de haber pasado juntos la noche, Andrew. Hay que pensarlo de manera fría, desde la distancia, para saber lo que queremos.

Por un instante él fue consciente de que no había mucho que hacer. Estaba encerrada en su pasado. Tenía miedo a que no funcionara, a que él la dejara tirada en el último momento como habían hecho los demás. Y no la culpaba por eso, pero estaba seguro de que no era su caso. Había tardado años en fijarse en una mujer después de lo de Fiona. Pero, al parecer, no valdría de nada.

—Es posible que puedas tener razón. No insistiré más. Si es lo que quieres…

Salió de la cama en dirección al cuarto de baño. Necesitaba una ducha para despejarse y aclararse, aunque la que debía hacerlo era ella.

Karen lo siguió con la mirada hasta que desapareció y escuchó el sonido del agua saliendo en la ducha. Resopló, cerró los ojos y se dejó caer en la cama con un ligero dolor de cabeza. El que le estaba provocando aquella marejada de emociones, sentimientos y pensamientos.

 

 

—Voy a ver a Denise para comentarle que nos marchamos esta mañana. Me gustaría que nos llevaras de regreso al hotel de Inverness, aunque me aseguraste que hasta mañana no lo harías. Pero lo agradecería. No debo olvidar el motivo por el que estoy aquí y por el que me han contratado. Y también prepararemos el viaje de regreso.

Él se quedó contemplándola con la lógica sorpresa que le causó verla vestida y casi saliendo por la puerta cuando él salió del cuarto de baño. No fue capaz de pedirle que se quedara, ni de retenerla, porque ella lo había dejado todo claro. Se limitó a asentir con gesto de decepción porque esperaba que quedaran en algo con respecto a si quería que él se marchara a París. Pero, por el momento, ese tema quedaba en suspenso. Si quería marcharse y no volver a verlo, él no se lo impediría.

—De acuerdo. Dame unos minutos para terminar de recoger aquí. Os esperaré junto al coche cuando hayáis acabado de recoger.

—Gracias —murmuró bajando la mirada al suelo antes de volverse hacia la puerta para abrirla y cerrarla a su espalda.

Andrew permaneció en el sitio con la vista fija en la puerta, como si esperara que ella volviera a entrar y le dijera que lo había pensado mejor y quería hablar sobre lo de mudarse a París. Sin embargo, eso no sucedió. De manera que sacudió la mano en el aire al tiempo que apretaba los dientes cabreado con todo.

Ninguna de las dos chicas esperaba que Karen apareciera en el apartamento esa mañana. Por eso cuando escucharon abrir la puerta ambas se quedaron mirándose en busca de respuestas. Estaban tomando café en la cocina y Karen apareció en el umbral de la puerta. Denise estuvo a un paso de dejar caer la taza.

—¿Qué coño haces tú aquí? —le preguntó sin esperar a que ella dijera algo.

—¿Olvidas que yo también me alojo en este apartamento? —Karen frunció el ceño sin entender a qué venía aquella pregunta.

—No, claro. Solo es que como has pasado la noche fuera…

Karen no dijo más. Estaba dolida, cabreada, decepcionada… Un montón de emociones seguían en su cabeza y no parecía que fueran a desaparecer de un plumazo. Tendría que tener paciencia.

Maggie prefirió no decir nada y esperar a que fuera Denise la que llevara la voz cantante. Le agradeció que hablara en inglés con Karen, porque de ese modo ella se enteraría de lo que había sucedido. Le hizo un gesto con las cejas mientras Denise se encogía de hombros.

—¿Qué tal acabó la boda?

—Bien. Bueno, nosotras nos vinimos a dormir y algunos se quedaron en el hotel. Pero supongo que no tardarían en retirarse a las habitaciones. ¿Qué tal tú?

Karen cruzó los brazos sobre el pecho. En su mano tenía una taza de café. Miraba al frente con gesto ausente.

—Le he pedido a Andrew que nos acerque al hotel esta misma mañana. En un rato vendrá a buscarnos.

—Pensaba que nos iríamos mañana —comentó Denise recordando la conversación que habían mantenido con Andrew al respecto. Él les había asegurado que pasarían allí el domingo.

—Necesito revisar las fotos con tiempo y calma.

—Pero eso puedes hacerlo en el estudio de la agencia, una vez que estemos en París. No creo que a los novios les corran tanta prisa.

Denise comenzaba a temer que algo malo había sucedido entre ellos. Pero por el momento consideraba que sería mejor dejarlo estar porque su amiga no parecía dispuesta a contar nada. Lo único que podía conseguir era que se cerrara en banda y no le contara nada.

—Sí, claro. Allí también las revisaremos, y enviaremos después a Ilona y Fraser todas para que escojan las que más les gusten. Ya sabes cómo va todo esto —le comentó molesta por su estado de nervios que parecía acrecentarse con el café.

—Como tú digas.

—Creo que voy a recoger mi ropa. Si Andrew va a venir a recogeros, aprovecharé para regresar a la ciudad —dijo Maggie mirando a Denise, mientras esta apretaba los labios y ponía los ojos como platos.

Karen no dijo nada y siguió pensativa mientras sentía la mirada de Denise fija en ella, y sabía que se moría de ganas por saber qué le había pasado.

—Quiere mudarse a París —dijo de repente sin esperar a que su amiga le preguntara. Desvió la atención hacia ella y esperó su comentario.

—Le has dado fuerte —ironizó Denise con una sonrisa pícara.

—No estoy para cachondeo.

—Me he dado cuenta en cuanto has aparecido en la cocina. Has pasado la noche con él en su apartamento y ahora te has dado de bruces con la realidad.

—No tiene ningún sentido lo que dice.

—Pero ¿qué te ha dicho?

—Que está dispuesto a mudarse a París para seguir viéndonos. ¿Tú lo ves normal? —Karen abrió los ojos como platos y sonrió con ironía al recordar la propuesta de él.

—Pero… ¿y su vida aquí? ¿Y el periódico?

—Asegura que puede dirigirlo desde allí.

—Bueno, bien pensado, con las tecnologías podría hacerlo sin problemas… Pero la cuestión que me planteo es si lo ha pensado bien. París no es Inverness, y tú lo sabes. E imagino que él también, claro.

—Asegura que ya vivió en Londres un año y sabe lo que le espera. Se está dejando llevar por lo que ha sucedido esta pasada noche. Solo es eso.

—Claro, cuando pasó lo de su ex… —Denise resopló—. No sé… qué esperas que te diga.

—Me he limitado a exponerle cuál sería la situación.

—¿Y qué haría cuando tú tuvieras que viajar por trabajo? Ahora mismo se me ocurre la semana de la moda en Madrid… o en Nueva York. Sabe que te llamarán, y que no puedes negarte porque es tu trabajo y porque eres una fotógrafa muy cotizada.

—Está dispuesto a venirse conmigo.

Denise emitió un silbido porque no esperaba que él pareciera tenerlo tan claro.

El timbre de la puerta cortó la conversación.

—Será él, que ya ha terminado y viene a buscarnos —comentó Karen haciendo un gesto con el mentón hacia la puerta del apartamento.

—Iré a abrir —dijo Maggie saliendo de su habitación.

—Yo prepararé mi maleta mientras —dijo Karen saliendo de la cocina.

Andrew estaba de espaldas cuando la puerta se abrió. Se volvió para encontrar el sonriente rostro de Maggie.

—Ah, hola.

—Por tu expresión no esperabas que abriera yo.

Andrew esbozó una media sonrisa.

—¿Estáis listas? Supongo que tú también te vendrás.

—Sí, quiero pasar por casa para dejar la ropa de la boda y luego podemos tomarnos algo y charlar. Lo vas a necesitar.

Andrew hizo una mueca de aceptación. Al parecer Maggie ya sabía lo que había sucedido. Necesitaría hablar con alguien sobre lo ocurrido entre Karen y él.

—Bien. Os espero junto al coche. Sin prisa.

—Se lo diré.

Andrew iba a marcharse hacia el coche cuando escuchó la voz de William llamándole.

—Espera. ¿Te marchas ya? —Lo miró con el ceño fruncido.

—Sí, parece ser que las fotógrafas quieren regresar al hotel para revisar las fotos y preparar el viaje de regreso a París de mañana.

—¿Qué ha pasado? Pensaba que se quedarían hoy. No parece que te haga gracia.

—¿Eh?

—Por tu expresión y tu manera de hablar, deduzco que no te ha sentado bien que te diga que se marchan.

—Su trabajo ha terminado. Es lo que me han dicho.

—Sigo siendo tu hermano pese a que no nos hayamos visto en mucho tiempo, y sé que te pasa algo con esa tal Karen. No insistiré en ello porque no quiero hacerte sentir mal. Pero, si es lo que intuyo… Bueno, podría decirse que somos unos pocos los que hemos percibido…

—¿Tú también?

—Si te estás refiriendo a la manera en la que la miras, le hablas, en resumen…, te comportas con ella, te diré que pensamos que hay cierta afinidad entre vosotros. También lo digo por ella.

—Al parecer es de dominio público.

—Habéis sido demasiado claros. Sobre todo, anoche durante el baile y después cuando desaparecisteis de la celebración.

—Ya. —Andrew chasqueó la lengua—. ¿Cómo está Fiona?

—Bien. Descansando. Está algo cansada de todo el ajetreo de la boda.

A William le quedaba claro que su hermano no quería seguir con la conversación en torno a la francesa.

—¿Cuándo os marcháis?

—Después de comer.

—En ese caso, os deseo buen viaje.

—Ya, tendré cuidado. Pásate por Glasgow algún fin de semana, ¿de acuerdo, Andrew?

—No lo sé. No lo digo porque hayamos limado asperezas entre nosotros, sino porque estoy pensando en darle un giro a mi vida.

—Si es para mejor, adelante. Cuentas con todo mi apoyo. Lo sabes.

La puerta del apartamento de las chicas se abrió y los dos hombres se fijaron en ellas. William saludó a Karen y a Denise con un leve movimiento de cabeza y luego fue a por Maggie, mientras su hermano ayudaba a cargar el equipaje de las fotógrafas en el coche.

—Cuida de él siempre y cuando te lo permita. Ya sabes cómo es —le pidió William a Maggie.

—Descuida. Lo haré.

—Habla de dar un cambio en su vida…

—Presiento por dónde van los tiros. Veremos si al final lo hace o se queda en un mero intento.

—Gracias. Estaremos en contacto, Maggie.

—Buen viaje y cuida de Fiona, y del bebé que viene de camino.

Andrew terminó de cagar el equipaje y volvió a despedirse de William.

—Lo dicho, pásate cuando quieras por Glasgow. Nos gustará verte.

—Lo sé. Te dejo. Quiero llegar a casa y relajarme un poco.

—Nos vemos. Cuídate.

—Tú también, y cuida a Fiona. Ahora ella es la importante —le recordó mientras le daba un abrazo que no creía que pudiera llegar a dar. Sus demonios parecían haberse marchado de una vez por todas. Había comprendido que no merecía la pena seguir así cuando él también había sido culpable de lo sucedido—. Por cierto, si ves a nuestros padres, diles que he tenido que irme. Lo entenderán.

—No te preocupes, se lo diré.

Andrew subió al coche sin decir nada y arrancó. Por suerte era domingo y no esperaba encontrar tráfico hasta Inverness. Esto le permitiría llegar un poco antes de lo previsto. Además, no tenía ganas de hablar, lo cual favorecía que se centrara en su conducción.

El ambiente dentro del vehículo era frío y todos lo percibían. Maggie y Denise sabían que lo sucedido entre Karen y Andrew no parecía haber salido bien del todo, o esa era la sensación que tenía. De manera que sería mejor estarse calladitas hasta que cada uno llegara a su destino en Inverness.