París
El otoño en la ciudad del Sena era una auténtica delicia. El sol calentaba como la primavera en Escocia, los árboles cambiaban de tonos a medida que pasaban los días, pensó Andrew sentado en un café de la avenida de los Campos Elíseos. No creía que pudiera sentirse tan a gusto en una ciudad tan grande y llena de vida como lo era la capital francesa, en comparación con Inverness, ciudad pequeña y tranquila. Pero allí estaba, mirando a Karen mientras esta tomaba su café.
—¿Has resuelto todo el tema del periódico? —le preguntó ella lanzándole una mirada por encima de sus gafas de sol.
—Sí, estuve hablando con Maggie para resolver algunos asuntos que quedaban pendientes. Por cierto, te envía saludos.
—Sabes rodearte de los mejores. Es una gran mujer. Por lo poco que la conozco de mis dos estancias en Inverness.
—Lo es. En todos los sentidos.
—¿Puedo preguntarte por ella, a modo personal? —Lo vio asentir sin pedirle explicaciones—. ¿Nunca te sentiste atraído por ella?
Andrew sonrió como un cínico.
—Esa misma pregunta me la han hecho infinidad de veces.
—¿Y?
—Siempre respondo lo mismo. No. Nunca se me pasó por la cabeza intentar tener algo con Maggie. ¿Por qué? No lo sé. Creo que en el fondo prefería la complicidad laboral y de amigos que tenemos, a que pudiera ser mi pareja.
—Interesante. A veces es preferible tomar esa decisión. Me refiero a no arriesgar la buena relación de amigos por una quimera.
—Eso mismo pensaba yo.
—¿Qué tal llevas trabajar a distancia? Todavía no me puedo creer que estés dirigiendo el periódico desde aquí.
—Te lo dije en su momento. Hoy en día es fácil con la tecnología —le recordó dando unos toquecitos a su móvil—. Maggie me pasa el plan de trabajo y yo me dedico a dar mi opinión después de leer todo.
—Sí, vale, pero luego siempre acabas siguiendo las indicaciones de ella.
—Son muchos años trabajando juntos. Sabemos lo que queremos en cada momento. El rumbo que sigue el periódico. Yo he pasado más tiempo fuera de la oficina en otras ocasiones. Me basta una buena conexión de Internet. Puedo hacer reuniones a través del portátil. Y hablar con Maggie por videollamada. ¿Para qué coño se ha inventado entonces todo eso?
—Recuerdo lo que me dijiste aquella noche al salir de McGregor’s.
—Te dije varias cosas.
—Sí, pero no me olvido de cuando me aseguraste que todo era sencillo. Que era cuestión de querer hacerlo, y que el resto seguiría su curso.
—Ya lo ves. —Se inclinó hacia el rostro de ella y le pasó la mano por la mejilla—. Me enamoré de ti en Eilean Donan y sabía que tendría que venir a París para que todo funcionara. Y así ha sido.
—Desde que viniste has puesto mi vida del revés, mi escocés. ¿Cómo es esa expresión que me susurras en la intimidad?
Andrew no pudo evitar reírse.
—¿Te refieres a Mo ghraid!? Mi amada.
—Mo… ghraid! —repitió ella con alguna dificultad.
—Me encanta el toque francés de tu acento en una expresión gaélica. —Le rozó los labios con ternura y cariño hasta que el móvil comenzó a sonar y a vibrar en la mesa del café—. Espero que no sea Maggie con más dudas de trabajo.
Pero al leer el nombre de su hermano en la pantalla se quedó parado.
—¿Quién es? Te has quedado mirando el teléfono con un gesto de sorpresa.
—William, ¿qué sucede?
—Andrew, Fiona ha ingresado. Tu sobrina viene de camino.
—Pero… Se suponía que le faltaba una semana. Estábamos planeando ir la próxima…
—Pues si queréis estar para su nacimiento, ya podéis daros prisa.
—Sí, sí. Buscaremos un vuelo para ir lo antes posible. ¿Qué tal estás? ¿Nervioso?
—Un poco, la verdad.
—No dejes que nuestra madre te agobie. A veces, en vez de calmarte, te pone más nervioso. Vete diciéndonos qué tal marcha la cosa. Espero que podamos llegar a tiempo.
—De acuerdo. Saluda a Karen.
—De tu parte. —Andrew miró a esta con una sonrisa llamativa—. La niña está en camino.
—Ya me he enterado…
—Buscaremos un vuelo para ir a conocerla cuanto antes. Y de paso veremos a la familia.
—Llevaré la cámara para hacerle fotos.
—Oh, claro. Olvidaba que tú no sales sin ella. No te gusta sacar fotos con el móvil. Ah, y te prohíbo que me saques alguna cuando esté distraído —le advirtió apuntándola con un dedo mientras ella fingía no escucharlo.
—Venga, vamos. Hay que reservar un vuelo…
—¿Me has escuchado?
—Sí, pero vámonos a casa. Mientras yo hago la maleta, tú reserva un vuelo. Supongo que nos quedaremos en tu casa en Inverness…
—¿No querrás reservar un hotel?
—Prefiero tu cama. Y de paso no molestamos a nadie. —Le guiñó un ojo con picardía y frunció los labios de manera sensual.
Llegaron al hospital nada más pasar por casa de Andrew a dejar la maleta. En la puerta estaban Ilona y Fraser, quienes salieron a su encuentro cuando los vieron cargados con un ramo de flores y un gran oso de peluche.
—Pero si son los recién casados. ¿Todavía de luna de miel? —preguntó Andrew saludándolos.
—Vaya, pero si es nuestro querido cuñado. ¿Qué tal la cocina francesa? ¿La Torre Eiffel? ¿Los Campos Elíseos? —ironizó Fraser estrechando la mano que a Andrew le quedaba libre, ya que con la otra sujetaba el oso—. ¿Ya estás entrenando para ser papá? Esperad un poco, que ser todos de golpe…
—Antes Karen y tú debéis formalizar vuestra relación —le aseguró Ilona.
Los dos se miraron entre sí con un grado de complicidad que gustó a la hermana de Andrew.
—No hay prisa —dijeron a la vez con un gesto que dejaba su intención de no pasar por la vicaría por el momento—. ¿Ha nacido?
—Vamos, venid a conocerla. ¿Qué tal con Andrew? —le preguntó Ilona a Karen cuando la pilló a solas.
—Mejor de lo que esperaba. Nos va muy bien, la verdad —le respondió esta con una sonrisa que delataba su felicidad.
—No me cabe la menor duda.
Llegaron al pasillo en el que se encontraba la habitación de Fiona. Andrew vio a su hermano y a su padre charlando. Cuando William lo vio aparecer con el muñeco sintió una ola de emoción. Ese era él. Siempre estaba cuando lo necesitaba y él en cambio le robó la novia.
—No habéis tardado tanto —le dijo dándole un abrazo, con peluche incluido.
—Lo que tardamos en encontrar vuelos. ¿Se te han pasado los nervios?
—Hola, Karen, ¿qué tal te trata mi hermano?
—Pensaba dejarlo aquí en Inverness y yo volverme a París —le confesó con un guiño.
—Te entiendo. Pasad a saludar a la mamá y a conocer a la pequeña Catriona.
Andrew saludó a su padre antes de entrar en la habitación en la que además de Fiona y Catriona estaban las dos abuelas.
—¡Andrew, hijo!
—Mamá, ¿qué tal todo? Antes de nada, este oso es para ella, de nuestra parte. Que ya me pesa —dijo entregándoselo a su madre.
—Y las flores para ti —le dijo Karen dejándolas sobre una mesita al lado de la cama.
Fiona tenía a la pequeña Catriona entre sus brazos. Tenía los ojos cerrados, el pelo color rubio y las manos muy pequeñas.
—Enhorabuena, mamá —la felicitó Andrew cogiendo la mano de Fiona y mirándola con cariño. Después de todo, el destino parecía tener otros planes para él.
—Uy, que cosita —dijo Karen sonriendo embobada.
—Pídele uno a Andrew —le dijo Fiona con una sonrisa cómplice.
—Antes están Ilona y Fraser. Ya se lo hemos dicho. Dejadme que Karen siga enseñándome París. Voy a ver a mi padre. Os dejo.
—¿Qué tal con Andrew? —le preguntó Fiona, mientras Eileen la contemplaba interesada por lo que dijera.
—No esperaba que fuera como una caja de sorpresas. Nunca sé por dónde va a salir. Se ha adaptado a París mejor de lo que yo esperaba.
—¿No habéis pensado en casaros? —La pregunta de Eileen dejó sin habla a Karen por unos segundos.
—Tal vez más adelante. Pero por ahora ya lo has escuchado.
Andrew permanecía en el pasillo junto a su padre y su hermano.
—¿Cómo marcha el periódico?
—Bien. Con Maggie al frente no hay problema.
—Cuando me contaste lo que pretendías hacer, creí que estabas loco. Lo admito —le aseguró su padre con las manos en alto—. Pero me estás demostrando que sí se puede hacer. Y que cuando te lo propones… no hay quien te pare.
—Es cuestión de tener ganas de hacerlo.
—¿Y para cuándo las ganas de pedirle a Karen que sea tu mujer? —Will entornó la mirada con curiosidad por lo que tuviera que responder su hermano.
—Tengo ganas de ir de boda —admitió Ilona.
—¿Qué pasa, te supo a poco la tuya? —le recordó Andrew.
—Sí, pero me refiero a ir de invitada y pasármelo en grande.
Karen y Eileen salían de la habitación de Fiona en ese momento.
—¿De qué estáis hablando?
—Estamos esperando a que Andrew nos diga cuándo va a pedirle a Karen que se case con él —comentó Ilona provocando el sonrojo en el rostro de la francesa.
—Sí, podríamos repetir en Eilean Donan —sugirió Fraser—. ¿Qué opináis?
Todos se centraron en la pareja, que parecía estar algo cortada por aquel interés. De manera que, al ver a Andrew tan acosado por su familia, se le ocurrió una completa locura.
—Ya me lo ha pedido. Pero íbamos a decíroslo más adelante. Ahora la protagonista es Catriona.
Todos se quedaron mirándola con los ojos como platos antes de comenzar con las felicitaciones, los abrazos y los besos a los dos. Andrew pensó que Karen se había vuelto loca al decir algo así. Pero lo dejaría estar hasta que estuvieran a solas en casa. Se limitó a dejar que los agasajaran, y solo faltó que Fiona se levantara de la cama para hacerlo.
—Pero ¿cómo se te ocurrió algo así? —le preguntó Andrew a Karen en cuanto estuvieron a solas.
—Era la manera más sencilla y rápida de salir del atolladero.
Andrew se quedó callado. Sacudió la cabeza sin poder creer que ella lo hubiera hecho.
—Bueno, no era la manera en la que había pensado pedírtelo, pero tu actuación me obliga a ello.
Karen se quedó parada en medio de la calle. Se habían despedido de todos para ir a tomar algo a McGregor’s con Maggie. Entrecerró los ojos y lo contempló acercarse hasta ella.
—¿Cómo? ¿Ibas a pedirme que me case contigo?
—Sí. Iba a hacerlo. Era una sorpresa.
—¿Cuándo? ¿Y dónde?
Karen estaba nerviosa por aquella noticia. El pulso le latía veloz y el corazón parecía que fuera a salírsele por el propio pecho.
Andrew deslizó sus manos por las mejillas de ella y la miró con fijeza. Sonrió dejando que los pulgares la acariciaran.
—Iba a pedirte que volviéramos a Eilean Donan para hacerlo. Porque fue allí donde te dije lo que sentía y pensé que sería una buena idea confirmarlo.
Karen sintió que la vista se le nublaba por las lágrimas de emoción que estaba reteniendo. No podía creer que estuviera sucediendo, pero así era. Rodeó a Andrew por el cuello y lo besó.
—Dime, ¿qué te parecería una segunda boda en Eilean Donan? Siendo tú la protagonista. Podemos decirle a Denise que se encargue de las fotos, ¿no te parece?
Ella volvió a besarlo cerrando los ojos y dejando su corazón abierto de par en par para que el amor de Andrew lo inundara.
—¿Hablas en serio?
—¿Te parece que estoy bromeando, mon amour? Di, ¿qué tienes que decir a mi propuesta?
Ella soltó una carcajada cuando lo escuchó hablar en francés.
—Oui. Sí quiero una boda en Eilean Donan —lo contempló exultante mientras su pecho se hinchaba y no vacilaba en volverlo a besar.