Kevin esperaba en la proa del barco mientras Chloe llevaba su timón hecho de trozos y Luna manejaba las velas. Él cogía con fuerza el podón y miraba al agua. En teoría, su trabajo era guiarlos, vigilando cualquier cosa con la que pudieran impactar por el camino. Realmente no estaba seguro de con qué facilidad podrían esquivar algo. Tenía el aparato dentro de su bolsa y colgado al hombro, para intentar mantenerlo a salvo.
—Allí delante veo una playa —gritó.
Se extendía delante de ellos, un muelle equipado con una noria y una montaña rusa, los dos proyectando brillantes colores como si alguien los hubiera dejado funcionando cuando los abandonó. Para Kevin, esto era como la luz de un faro, que les proporcionaba algo a lo que dirigirse y, con suerte, no chocar.
—Es el Muelle de Santa Mónica —gritó Luna desde la arboladura—. Una vez mis padres me llevaron allí cuando fuimos a LA.
—¿Y si nos dirigimos hacia el muelle y me engancho a él? —sugirió Kevin—. ¿Tú que piensas, Chloe?
—Es difícil llevar la barca hacia donde quiero —gritó Chloe desde popa—. La marea nos lleva.
—Mientras no nos lleve hacia el mar… —dijo Luna.
Kevin sonrió por el hecho de que, por una vez, no estaban discutiendo. Tal vez que Chloe le salvara la vida a Luna las había ayudado a que la otra no era tan mala, aunque no sabía si esto duraría. Ahora mismo, estaba demasiado ocupado sacando de en medio un bulto de madera con el podón y, a continuación, un envase grande de plástico.
Los escombros eran más abundantes a medida que iban hacia la playa, o bien arrastrados por la tormenta o bien porque todo lo que había sucedido en el mundo las había dejado atrás. Casi la única parte buena era que Kevin ya no veía tiburones. Al parecer, su barco los había dejado atrás junto con el mar abierto.
—Continuad —gritó Kevin—. Ahora no estamos lejos.
Solo quedaba un poco, estaban tan cerca que Kevin tenía la sensación de que con un poco más de esfuerzo podrían haber pisado la playa.
—No estoy segura de que pueda —dijo Chloe—. Parece que la marea está girando.
Kevin miró hacia la playa y, como era de esperar, los restos flotantes llevados por la marea fueron arrastrados de nuevo hacia las olas. Si hubieran tenido un poco más de velas, o incluso algo para usar como remos, tal vez podrían haberlo usado contra ellos para llegar hasta la orilla, pero su débil velero no tenía ninguna posibilidad de amarrar allí tal y como estaba. Lo máximo que podían esperar era tirar el ancla y esperar a que su embarcación resistiera hasta que cambiara de nuevo la marea, pero Kevin no sabía qué pasaría antes de eso. Tal vez se hundiría el barco. Nada de esto parecía bueno.
—¡Creo que tenemos que llegar nadando a la orilla! —les gritó a las demás.
—¿Lo conseguiremos? —contestó gritando Luna.
—Podemos buscar algo que flote —sugirió Chloe—. Kevin, a ver qué puedes encontrar. Yo me mantendré tan cerca como pueda.
Kevin echó un vistazo por el velero y rápidamente se decidió por un par de boyas salvavidas naranjas de plástico. Las ató juntas, con la esperanza de que bastaran y, a continuación, fue hacia Bobby y agarró el arnés del perro.
—Venga, chico, vamos a ir a nadar.
Las otras se acercaron a la proa del barco.
—Esto me parece muy mala idea —dijo Chloe, mirando hacia la playa.
—Supongo que es mejor que flotar de nuevo en el mar —dijo Luna. Se colgó su mochila al hombro.
Cogieron el flotador y saltaron juntos al agua.
Incluso después de la tormenta, esto fue suficiente para dejar sin respiración a Kevin por un momento. Subió a la superficie dando patadas, sujetando el flotador con una mano mientras que con la otra mantenía agarrado a Bobby. Aquel perro grande parecía completamente feliz por estar nadando junto a ellos tres mientras Kevin, Luna y Chloe iban a patadas hacia la orilla.
Era un trabajo duro. La marea peleaba contra ellos y, después de todo lo que había pasado, Kevin imaginaba que ninguno de ellos estaba tan fuerte como podría. El esfuerzo de dar más y más patadas para avanzar era agotador, y Kevin no estaba seguro de cuánto tiempo podría aguantar así.
—¡Continuad! —chilló Luna—. ¡Casi hemos llegado!
—¿Siempre tienes que ser tan positiva? —exigió Chloe. Kevin debería haber imaginado que no pasarían mucho tiempo sin discutir, pero por lo menos seguían dando patadas, tirando de ellas hacia la orilla.
Las olas los empujaban, de forma que a Kevin le daba la sensación de que iba de atrás hacia delante con la marea. Notaba el esfuerzo que costaba avanzar flotando en el agua, y se alegró de que estuviera allí. Sin ella, no estaba seguro de poder hacer ningún avance.
Tal y como estaban las cosas, avanzaban juntos lentamente por el agua, las piernas de Kevin daban patadas al unísono con las de las demás. Kevin veía la espuma de los cachones más adelante, veía las olas lamiendo la orilla mientras él daba patadas con toda la energía que le quedaba, para intentar llegar hasta la playa.
Finalmente, Kevin sintió tierra bajo sus pies y pudo caminar a través del oleaje. Él y las demás fueron hacia la playa tambaleándose, el agua iba bajando a medida que se acercaban. Después de todo el esfuerzo necesario para llegar allí, gateó sobre sus manos y rodillas durante los últimos metros, tiró de él hasta la playa y se tumbó de espaldas en la arena, demasiado agotado de momento para moverse.
Bobby estaba allí, lamiéndole la cara con su larga lengua rosa. Kevin hizo un gesto de dolor.
—Estoy bien —le aseguró Kevin al perro. Miró hacia donde estaban las otras—. ¿Estáis bien vosotras dos?
Luna asintió.
—Yo estoy bien.
Chloe se incorporó.
—Voy a echar de menos el barco.
Kevin echó un vistazo al agua. El mar ya se estaba llevando de nuevo el barco, las olas lo arrastraban de nuevo a los vastos espacios abiertos del océano. Esto quería decir que no había manera de que ellos pudieran volver, y que el breve y feliz momento de libertad que habían tenido antes de la tormenta hacía tiempo que había desaparecido.
—Quizás podremos requisar otro más adelante —dijo Luna.
—¿Alguna vez pensaste en la posibilidad de que podrías ser un pirata en secreto? —sugirió Kevin—. Realmente parece que deseas coger los barcos de otras personas.
Luna encogió los hombros.
—No es que los vayan a echar de menos. Hablando de cosas que la gente no echará de menos… —Señaló con la cabeza hacia el muelle—. Seguro que allí hay algo de comida. Incluso quizás algo de ropa.
Después de su tiempo en el océano, Kevin agradecería las dos cosas. Aun así, pensarlo no le hacía sentir genial.
—Esto sería robar —puntualizó.
Luna se rió al oírlo.
—Estoy bastante segura de que las normas no existen cuando estamos en el fin del mundo.
Chloe asintió.
—Para sobrevivir hay que hacer lo que sea necesario. A la gente que lleva estos lugares no le importará. No están. Si de alguna manera consiguen volver, no les va a importar que falte un poco de comida. Vamos.
***
Se dirigieron hacia el muelle, sus brillantes luces hacían que el lugar entero pareciera una llamativa bola de árbol de Navidad colocada en el filo de la ciudad.
—¿Pensáis que hay alguien? —preguntó, pensando en las personas controladas por los alienígenas que habían estado deambulando por el muelle donde cogieron el barco—. ¿Pensáis que hay personas que se quedaron atrás?
—Tal vez —dijo Luna.
Casi al unísono, los tres empezaron a moverse con más cautela y se acuclillaron para que no los viera nadie que estuviera mirando desde el muelle. Incluso Bobby reptaba, manteniéndose cerca del suelo a medida que avanzaban.
—Aquí no hay nadie —dijo Chloe después de un rato.
—Tal vez —dijo Kevin.
—No, lo digo en serio, este lugar está desierto. —Se levantó y alzó la voz—. ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? ¿Lo veis? Nadie.
Kevin se puso tenso al pensar en todas las cosas que se les podrían echar encima si había alguien escuchando, y vio que Luna le lanzaba una mirada de enojo a Chloe, pero el muelle permanecía en silencio y tranquilo, no se movía nada y no había ninguna señal de que algo estuviera a punto de hacerlo.
Avanzaban entre los edificios del muelle y los encontraron abiertos, tal y como la gente los había abandonado. Había una cafetería, que tenía toda la comida que los tres pudieran desear, y Kevin estuvo más que feliz de coger una taza y beber refresco de la máquina de aquel lugar, antes de coger perritos calientes y ponerse a intentar cocinarlos. No era tan bueno como la pizza del barco, pero después de no comer nada desde la tormenta, estaba lo suficientemente hambriento para que eso no importara.
—Esto sí que está bien —dijo Luna, comiendo helado directamente de un tarro de plástico. Chloe había encontrado unas hamburguesas para Bobby, y estaba comiendo pollo de un cubo.
—Mi ropa está bastante hecha polvo —dijo—. Quizás también habrá algo por aquí, ¿no?
Fueron a mirar, buscando entre las tiendas de la costa hasta que encontraron una que vendía ropa, cogieron camisetas y tejanos nuevos, calcetines que no se hubieran empapado en el océano, y todo lo que pudieran desear. Luna y Chloe desaparecieron hacia los vestuarios, mientras Kevin se ponía rápidamente la ropa nueva y agarraba una bolsa nueva, menos desgastada por el mar para el aparato de extracción de ADN de Phil.
Luna salió primero. Ella había añadido un chaqueta que parecía escandalosamente, probablemente a propósito, rosa para su conjunto, y unas zapatillas deportivas nuevas que chapoteaban mucho menos que las viejas al andar. Chloe salió vestida con unos tejanos negros y una camiseta azul oscuro, con una chaqueta de piel marrón desgastada por encima.
—Entonces te has decidido por una imagen para pasar inadvertida —le dijo a Luna.
—Imagino que, de todas formas, me ponga lo que me ponga probablemente acabará cubierto de barro, o de sangre, o algas —respondió Luna—, así que por qué no empezar con un color que no me haga parecer que voy a la fuga en una película de miedo.
—Creo que las dos estáis muy guapas —dijo Kevin. Parecía que era la respuesta que menos probablemente causaría problemas, y la verdad era que tanto Luna como Chloe estaban realmente guapas, de formas diferentes.
Luna se veía muy bonita y dulce, su chaqueta rosa recién “requisada” seguramente ayudaba, y solo si la conocías era fácil ver que también era dura y era posible que se peleara con cualquiera que diera por sentado cómo se comportaría solo por el modo en el que le gustaba vestirse.
Chloe sí que tenía un aspecto duro, pero seguía estando guapa, y tal vez se trataba de eso. Tal vez era su manera de decirle a la gente que no le prestara atención, o de intentar disfrazarse. Fuera como fuera, Kevin era incapaz de apartar la mirada de cualquiera de las dos.
—Deberíamos irnos —dijo Luna—. Desde aquí hay un largo camino hasta los pozos de alquitrán.
Kevin asintió y la siguió hasta fuera. Los tres se pusieron de camino por Santa Mónica, Bobby iba lentamente a su lado. A su alrededor, la ciudad parecía estar en ruinas. Había ventanas rotas por todas partes y algunas paredes se habían derrumbado. Incluso parecía que el fuego había consumido algunas zonas.
—¿Qué ha pasado aquí? —se preguntó en voz alta Kevin. Los daños no tenían sentido para él.
—Podrían haber sido los extraterrestres —dijo Luna—. Imagina el daño que deben de haber hecho para intentar coger a la gente y convertirlos en esas cosas iguales que ellos. O quizás lo hicieron sus naves.
—O sencillamente podrían ser saqueadores —dijo Chloe—. Las personas son capaces de hacer cosas tan malas como cualquier extraterrestre. Mientras estaba llegando al búnker, vi disturbios en los que la gente peleaba por quién iba a conseguir la última comida en un pueblecito, o se acusaban los unos a los otros de estar ya convertidos, o…
Se fue apagando y dejó a Kevin preguntándose qué más había visto. También le hizo preguntarse cómo iban a llegar a los pozos alquitrán sanos y salvos.
—Por lo menos no hay ninguna nave por encima de la ciudad —dijo Kevin, señalando con la cabeza hacia el cielo.
—Tal vez la hubo —sugirió Luna—. Tal vez siguió adelante.
—O quizás no está aquí todavía —aportó Chloe—. Quizás la que estaba encima de San Francisco vendrá hacia el sur. Casi lo espero.
A Kevin, ninguna de estas opciones le parecían buenas ideas.
—¿De verdad que quieres una nave alienígena por aquí encima? —dijo, sin entender.
—¿De qué otra manera vamos a meter lo que encontremos en su gran nave? —dijo Chloe.
Chloe tenía razón y ese era un pensamiento preocupante.
—Todavía nos queda mucho por hacer —dijo Kevin—. ¿A qué distancia están los pozos de alquitrán?
—A unos dieciséis kilómetros, creo —dijo Luna—. Está totalmente en el centro de la ciudad.
—Y aunque parezca vacía, no sabemos si habrá gente controlada por el camino —dijo Chloe. Se estremeció—. La gente a la que convierten son espeluznantes, el modo en el que no dicen nada y no dejan de acercarse…
—Podemos hacerlo —dijo Luna—. Llegamos hasta aquí, así que un poco más lejos no es tanto.
Kevin conocía a Luna lo suficiente como para saber que estaba poniendo al mal tiempo, buena cara. Luna tenía que saber lo difícil y peligroso que era esto. Atravesando así LA, a pie, había muchas cosas que podían salir mal, demasiadas maneras en las que todo aquello podía resultar ser más peligroso de a lo que ellos podían hacer frente. Sí, habían llegado hasta aquí, pero incluso hacerlo casi los mata.
Kevin todavía se lo preguntaba cuando oyó ruido de motores a lo lejos.
—¡Personas! —dijo Luna.
—¡O gente controlada por los extraterrestres! —puntualizó Kevin.
—Estoy bastante segura de que los extraterrestres no conducen —dijo Luna—. Si no, no habrían coches abandonados en todas las calles. Los que se están acercando son personas.
—Las personas no siempre son algo bueno —dijo Chloe—. Deberíamos escondernos.
Kevin imaginó que esa reacción le venía de su tiempo como fugitiva, cuando esconderse la había mantenido a salvo de todos los depredadores de las calles.
—¿Y si resulta que pueden ayudarnos? —preguntó Luna.
—¿Y si quieren hacernos daño? —replicó Chloe.
Las dos miraron hacia Kevin a la espera, como si las dos tuvieran la esperanza de que se pusiera de su lado en contra de la otra. Kevin negó con la cabeza.
—No sabemos quiénes son esas personas —dijo—, o tan solo si son personas. Es decir, si los extraterrestres saben llevar naves espaciales, deberían poder conducir. Así que tenemos que escondernos.
—¡Ajá! —dijo Chloe victoriosa.
—Pero solo un poco —dijo Kevin—. Solo hasta que podamos verlos bien y averigüemos quiénes son y qué quieren.
—¡Ajá! —replicó Luna.
—Eso tampoco era lo que tú querías hacer —se quejó Chloe.
Kevin señaló uno de los edificios con la cabeza.
—Hagamos lo que hagamos, creo que tenemos que hacerlo rápido. Esos motores cada vez suenan más fuerte. Vamos, Bobby.
Kevin los oía, ahora no eran un único y leve rugido, sino toda una colección de ruidos individuales. Sonaban más como motos que como coches, y pensó que eso tenía sentido; allá en San Francisco, no había espacio para que los coches pasaran.
—Aquí —dijo Chloe, llevándolos hacia un escaparate. Allí había maniquís y cortinas, lo que facilitaba mirar hacia fuera sin ser visto. Se agacharon entre ellos y Bobby siguió sentado a su lado.
El ruido de las motos se acercaba y ahora circulaban a la vista . Las había de todos tipos, desde Choppers largas y reclinadas hacia atrás a motos de cross, de motos de carrera caras a cosas que parecía que se aguantaban solo por el óxido que tenían encima. Lo sorprendente eran las personas que las montaban.
—Todos son niños como nosotros —dijo Luna.
Tenía razón. Todas las personas que había allí parecían colegiales, la mayoría de ellos de la misma edad que ellos tres. Tal vez algunos eran un poco mayores, pero casi ninguno de ellos parecía lo suficientemente mayor como para montar en moto, y ninguno de ellos parecía adulto.
Uno de ellos, un chico que parecía un par de años mayor que Kevin, puso el caballete de su moto con el pie y se quedó allí, mirando alrededor.
—¿Estás seguro de que viste algo por aquí, Joey? —preguntó a otro de los chicos, el cual encogió los hombros.
—Ya te lo dije, Leon, había un barco acercándose al muelle. Me pareció ver gente dentro.
—Entonces deberíamos encontrarlos antes de que lo hagan los controlados —dijo el primer chico—. No queremos que nadie más acabe en los campamentos de esclavos.
Luna tenía una expresión triunfante.
—Os dije que no serían personas controladas. Y vinieron aquí para ayudar. No tiene por qué haber ningún problema.
—O iban a saquear el barco —dijo Chloe, pero no parecía decirlo con muchas ganas.
Kevin hizo una señal con la cabeza hacia la calle.
—Creo que vale la pena arriesgarse —dijo—. Quizás puedan ayudarnos a llegar a los pozos de alquitrán.
Con la esperanza de estar tomando la decisión correcta, se levantó, cogió a Bobby y salió a la calle. Si se equivocaba, acababa de matar a sus amigas, o algo peor.