En una de las tiras incluidas en La mujer sentada, el cuasi-pollo que la visita encuentra la silla vacía, pese a lo cual dialoga con ella (o con la mujer sentada que se supone está sentada en ella): “¿Usted no está dibujada?/668 ¡Mandé a Copi a la mierda!/ ¡Es un homosexual!/ …/ ¿Y ahora?/ ¡Tengo un lápiz y no soy tonta!/ (En los dibujos posteriores, la mujer se dibuja a sí misma, con resultados desastrosos.)/ ¡Qué fracaso!/ …/ Solamente ellos tienen esa sensibilidad artística”, concluye el cuasi-pollo669.
La loca es fatalmente humorista: solo la risa podrá salvarla (piensa) de la condena de los otros y por eso aprende, antes que nadie, a reírse de sí. Cuanto más pueda sobrevivir al ejercicio de su propia destrucción, tanto más a salvo estará de las fantasías de exterminio (de los otros).
Por eso, tal vez, siempre hay algo de loca en los humoristas, independientemente de sus temas y de sus opciones sexuales. Exagerada, caricaturesca, implacable: nunca se sabrá si todo eso que la loca es (imagina ser) le viene del humorismo como ejercicio, o si es lo que le ha dado a la poesía (desde Marcial, Catulo, tantos otros) como su más íntimo regalo.
La risa es un instante de peligro en que las cosas dejan de ser lo que eran y se transforman en otras, los órdenes se invierten, se profana lo sacro, todo se mezcla y se confunde: es el carnaval, el fin de los principios trascendentales, el punto de sutura entre el alma y el cuerpo (se puede “morir de risa”, “llorar de risa”, “mearse de risa”: todo el cuerpo es afectado por un estado de la imaginación y del espíritu).
A veces, el humor de la loca se vuelve profesional: es el caso de Wilde y sus epigramas (o algunas de sus obras de teatro). La agudeza, los juegos de palabras, el embrollo, la catástrofe y los equívocos: la loca gusta con particular deleite de esas operaciones del discurso que tensan al máximo la articulación entre persona, acción y narración.
Proust, que será siempre el modelo (el umbral y el límite) de la teoría de la loca, lo supo desde el principio: su Sodoma y Gomorra expone no solo la imposibilidad definitiva de una teoría de la sexualidad humana sino también las unidades de discurso que constituyen a la loca como texto: el ocultamiento, la revelación, la comunidad inconfesable, la metamorfosis generalizada, el traspié, la desconfianza, el chisme y el rumor. Pero antes (mucho antes), Proust debió decidir un punto de vista narrativo que le permitiera decir lo que quisiera. Encontró ese punto de coagulación de su novela En busca del tiempo perdido en la Tante Leonie, ese personaje que todo lo ve, como si se tratara de un cuadro de historieta, a través de la ventana de su cuarto, al que se ha confinado y a donde convoca a los demás para que completen los huecos narrativos que su imaginación no alcanza a rellenar. La Tante, Proust lo sabía, es la Gran Loca (encerrada en un armario, ávida de contemplar los fragmentos de las vidas de los otros) y es también el prototipo del humorista.
Muchos años después, otro gran artista volvió a encontrar en la Tante el punto de vista para provocar una crítica radical y demoledora del mundo (a través del humor, naturalmente). Me refiero a Copi, y a La mujer sentada, la tira de humor gráfico que publicó durante años en Le Nouvel Observateur y otras publicaciones periódicas.
Según César Aira, el personaje principal de la tira (una mujer sentada, ociosa, inactiva, muchas veces ruda y descortés con quienes se presentan ante ella para conversar) encarna la imagen de la tía paralítica del autor, a la que “quiso como a nadie”. La mujer sentada es, pues, la Tante de Copi (o Copi encuentra en la mujer sentada a su propia Tante).
El 28 de junio de 1959, yo, que nacería exactamente dos meses después, di un respingo en el vientre de mi madre cuando una voz odiosa dijo en la radio: “Se ha cometido un error en definir a este programa como un programa de austeridad, dejando que cada uno de los habitantes del país viva como pueda y como quiera (…). Las medidas en curso permiten que podamos hoy lanzar una nueva fórmula: ‘Hay que pasar el invierno’”.
De inmediato, Copi (Raúl Damonte, Buenos Aires, 1939-París, 1987) dibujó (vivía en Buenos Aires por entonces) una portada para un libro o folleto de recetas que habían hecho su madre y su tía, cuyo título, “Recetas para la austeridad” se acomodaba bien al programa del ministro desarrollista Álvaro Alsogaray, a quien representó, junto con su presidente, Arturo Frondizi, como dos mujeres tomadas de la mano, “Abundancia” y “Austeridad”, con sus inconfundibles rasgos. Una de las dos “mujeres” aparece sentada con las piernas cruzadas (no es la tía antes mencionada, sino otra, y yo ya cometí el error de confundirlas).
Pero además, La Femme Assise (“La mujer sentada”) es el título de uno de los libros del inventor del superrealismo (Las tetas de Tiresias, drama superrealista, 1917), Guillaume Apollinaire, que además de todo, se consideraba un humorista.
La mujer sentada de Apollinaire (publicada póstumamente en 1920) es una obra nacida de la unión de dos pequeñas historias diferentes, ensambladas en una “novela”. Por un lado, narra la vida de la joven Elvire Goulot, una demi-mondaine que se dedica a pintar caballos, al sexo remunerado con hombres y al sexo por placer con mujeres. Por otro, se nos presenta a Pamela Monsenergues, abuela de la propia Elvire, quien, a mediados del siglo XIX, había dejado Francia para unirse a la incipiente comunidad mormona de Utah670. La historia de su abuela invitará a Elvire a plantearse una poligamia a la inversa del uso mormón. Como la guerra se ha llevado a los hombres al frente, la mujer disfruta en la retaguardia de una libertad sin límites.
Copi ya había publicado en Buenos Aires tiras de humor gráfico en revistas como Tía Vicenta y 4 Patas, entre 1955 y 1962 (Oski, Quino y Kalondi son sus compañeros de ruta por entonces). El personaje que creó durante esos años fue “Gastón, el perro oligarca”, para el diario Tribuna Popular, una sátira a los integrantes de la Revolución Libertadora (Aramburu y Rojas aparecían dibujados como Luis XVI y María Antonieta).
La mujer sentada de Copi comenzó a aparecer en Le Nouvel Observateur en 1964. Formalmente muy sencilla y, al mismo tiempo, extremadamente sofisticada, la tira presenta, como se sabe, a una mujer sentada (la silla es continuación de su cuerpo) en diálogo con ocasionales visitantes (uno de ellos, un cuasi-pollo que muchos han señalado como un antecedente del Clemente de Caloi). Es un éxito inmediato que le permite a Copi comenzar a vivir de su arte (y hacer del “vivir de su arte” uno de los temas obsesivos de su obra).
Pareciera que Copi (y su humor) coagulan en el momento en que la Tante (la tía paralítica, o la Tía Vicenta) se encuentra con el gordo Apollinaire (la más rancia vanguardia). En una entrevista que le realizó José Tcherkaski, Copi insistió en el equívoco que suponía para él el éxito de La mujer sentada como sátira deudora del imaginario de la izquierda francesa de entonces: “¿qué sabrán ellos de la influencia que yo puedo tener de Landrú o de Lino Palacio?”. Copi llevó a La mujer sentada el “humor tonto” que compartía con Landrú y con Oski, pero su capacidad para triturar y mezclar tradiciones bien distintas y la excentricidad de su punto de vista dio un resultado que todavía parece un milagro.
Si bien Copi participa desde el comienzo de su radicación en París de los ambientes teatrales de vanguardia, no es sino hasta 1970, con el estreno y el escándalo de Eva Perón, que comenzará a ser reconocido como dramaturgo. Hasta entonces, Copi es un humorista (el más famoso de Francia, contratado incluso para publicitar en televisión las aguas Perrier) y La mujer sentada un suceso de proporciones inimaginables (en la novela El baile de las locas de 1977, el protagonista se llama Copi, es una loca y sufre el suplicio de tener que dibujar historietas por encargo). Lo que Copi no pudo incluir en Le Nouvel Observateur por las obvias limitaciones del medio aparecerá sin embargo en las tiras publicadas a partir de los años setenta en revistas como Charlie Mensuel o Hara Kiri (un curso presencial de sexo oral a cargo de la mujer sentada; Kulotó, un pigmeo africano que habla mal el francés obligado a casarse con una mujer blanca; la mujer sentada, transformada en reina de los incas, en el proceso de sacrificar a su hija de doce años; una carmelita que sueña que es poseída por un indio amazónico, hijo natural de un misionero…).
Pero Copi no necesitaba tensar la cuerda de los “temas” para conseguir lo que se proponía (desbaratar el mundo y reconstruirlo sobre nuevas bases) y, cuando lo hizo, fue para responder a una demanda. Basta con contar algunos de sus chistes para darse cuenta de los problemas sencillos que su humor trabaja con una seriedad que quema.
En uno de sus dibujos, la mujer sentada mira la luna, nota que la luna se ve cuadrada, señala lo raro del fenómeno, se pregunta cuál será la razón de algo semejante y concluye en que la luna había cambiado de forma. Todo eso, claro, en diálogo consigo misma, otra mujer sentada enfrente de ella misma. ¿No es el humor, en última instancia, ese cambio radical de las formas naturales y esa exterioridad respecto de sí?
En una tira incluida en Los pollos no tienen sillas671, Copi le hace decir a la mujer sentada, en soliloquio ante un caracol: “El tiempo en realidad…/ …/ consiste en un día después de otro!/ …/ ¿Y quién es el que sale ganando?/ …/ ¡Los burgueses!”672.
Para desmontar el mundo burgués, obsesión que Copi comparte con los más grandes de sus contemporáneos, hay que destruir las nociones temporales y espaciales, que son trascendentes a la percepción, pero también horadar todos los sistemas de clasificación, empezando por los más estigmatizantes. La mujer sentada es el emblema del sentido común y encarna, por eso mismo, las fantasías de exterminio. En una tira ve y escucha a dos flores charlando673: “Lindo clima/ Sí/ …/ ¡Qué azul está el cielo!/ (La mujer se para y lleva su silla bien lejos.)/ ¡Solamente hay lesbianas! (Exclama.)”.
Copi, en contra de eso, enarbola el carácter destructivo del humor para proponer un mundo construido sobre nuevas bases. Por eso (para explicar mejor eso) preparo un libro sobre él.