A medida que fui leyendo a David Viñas (nunca fui su alumno), me dejé impresionar vivamente por la calidad de su escritura y el alcance (megalómano, tal vez, levemente paranoica desde el punto de vista metodológico) de su mirada. Dicho de otro modo: el modo en que manipula grandes masas temporales, textuales, imaginarias. Cualquiera de sus párrafos (el párrafo es su unidad de escritura) condensa bien ambas propiedades. En el comienzo de Rebeliones populares. De los montoneros a los anarquistas500, se lee, bajo el título “Mapa mundial del imperialismo entre 1860 y 1870”:
Una comprensión rigurosa del asesinato del Chacho en 1863 necesita integrarse en su contexto mayor. Y esta dimensión –a escala mundial– se llama imperialismo: son las tropas francesas de Napoleón III que desembarcan en Veracruz en 1862 para sostener las pretensiones de Maximiliano de Habsburgo a “la corona mexicana” frente al gobierno nacional de Benito Juárez. Pero también es un ejército español de la reina Isabel II pugnando por la reconquista de Santo Domingo en 1861 o la escuadra de la misma nacionalidad al mando del almirante Méndez Núñez bloqueando Valparaíso en el 66 y que, al año siguiente, provoca al gobierno peruano en aguas del El Callao. Y, claro está, las divisiones francesas imponiendo su protectorado en Siria, en Camboya o sus exigencias en el tratado de Pekín o en Madagascar. O las inglesas –magnos modelos de esa coyuntura histórica– en Egipto, Abisinia o la India.
Como si todo eso fuera poco, Viñas agrega la publicación de El capital de Marx (1867) y la aparición del proletariado, uno de los emblemas de la masa que Viñas no se cansa de hostigar en su relación con las élites y que va convocando a partir de diferentes figuras que ofician de personajes conceptuales (pero también narrativos) en los razonamientos diagramáticos que sostienen sus libros: “el burgués conquistador” de este libro integra un tapiz colosal junto a “el gaucho rebelde”, “el inmigrante peligroso”, “el obrero subversivo” y el “intelectual heterodoxo” (esta última figura designa a Rodolfo Walsh, pero también puede ser él mismo).
Por eso, como historiador de la literatura, David Viñas no es el mejor, sino el único (y los demás, al pretender imitarlo, se hunden cada vez más en la ignominia).