ANEXO I

Idioma y escritura

El idioma céltico se dividió en dos ramas principales, a las que los historiadores llaman celta Q o goidélico y celta P o britónico. El Q, podría considerarse como el más cercano al original y fue el gaélico de Irlanda, trasladado posteriormente a Escocia y la Isla de Man. Se supone que también fue el céltico hablado en Celtiberia. Sigue presente en Irlanda y Escocia (en la Isla de Man se perdió).

El celta P cambió aquella Q, o C, por la P. Fue el hablado en Galia y Britania (y seguramente entre los celtas de las actuales Italia y Turquía), y se encuentra actualmente presente en el bretón (Bretaña francesa), córnico (Cornualles) y galés (País de Gales).

Un ejemplo típico de estos cambios es el término «hijo de»: mac en el primero, map en el segundo. Con el tiempo, cada dialecto céltico evolucionó al mismo tiempo que su gente, hasta el punto de llegar a ser ininteligibles entre ellos.

Los celtas históricos, cuando entraron en contacto con pueblos que usaban la escritura, como los etruscos, los griegos o los iberos, acabaron adoptándola para ciertos tipos de documentos mercantiles o legales.

Respecto a la escritura, al contrario de lo que ocurría en la Galia, donde los druidas no permitían que se escribiesen las enseñanzas druídicas, y no desarrollaron ninguna forma de escritura, en Irlanda, Escocia y Gales se usó un alfabeto celta autóctono, llamado ogham, que se escribía por medio de incisiones o rayas sobre una línea central. Y puede que los textos fuesen muy esquemáticos, ya que representarían conceptos ampliamente conocidos que no precisaban la inclusión de todas las letras. Su invención se atribuye a Ogma, dios irlandés de la elocuencia y de los druidas.

Lo conocemos por las 300 inscripciones en piedra que se han encontrado, aunque estas son de una fecha muy tardía, ya en plena etapa de cristianización. Antes se debió usar solamente en materiales perecederos, tal como se refleja en antiguos textos, donde era utilizado principalmente en mensajes cortos para amenazar al enemigo o para su uso en conjuros. Algunas crónicas cristianas citan la quema de «libros de druidas», que bien pudieran las «varas de filidh» o textos oghámicos sobre corteza de abedul o ramas de avellano que se archivan en las tech strepta o bibliotecas de la Irlanda antigua.

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Detalle de una piedra oghámica. (Irish Heritage, Wexford, Irlanda).

Aunque es posible que también se escribiesen libros en el sentido que normalmente tenemos de esta palabra, como puede desprenderse de la prueba a que sometió el rey Laogaire a san Patricio: echar al agua uno de sus libros sagrados y otro de los druidas. El que aun pudiera leerse después sería el «poseedor de la verdad».

No siempre se escribía con ogham mensajes «normales», también tenía una manera secreta, una especie de maquina Enigma formada por tablillas (peythinen) metidas en un bastidor de las que había que saber en qué orden colocar para poder leer mensaje críptico, que a su vez había que saber cómo interpretar. También es posible que los druidas utilizasen para algunos rituales signos similares a las runas, aunque bien pudieran ser los que ya estaban en los petroglifos de la Edad de Bronce que les precedió. Por otro lado, estos también guardan similitudes con los signos etruscos o iberos que adoptaron los celtas de la Galia Cisalpina y Celtiberia.

OGHAM

Es frecuente encontrar textos actuales donde se relaciona el ogham con los árboles, pero no todos los historiadores del celtismo se muestran de acuerdo con esto. De ser cierto, cada letra tendría su correspondencia con un tipo de árbol (ocho árboles nobles, ocho plebeyos y ocho arbustos), lo cual a su vez enlazaría con el zodiaco celta, en el que las constelaciones serían sustituidas por los meses con nombre de árbol; esto aportaría ciertas características a los nacidos en según qué mes-árbol.

Los filidh también usaron el alfabeto oghámico como uno más de sus métodos adivinatorios. Para eso estaban los coelbreni, unas varillas de tejo con inscripciones que eran tiradas al aire para ser después interpretadas.

Pero los irlandeses, y por extensión los escoceses, no fueron los únicos en usar la escritura. Los celtas de Golasecca, al norte de Italia, desarrollaron otra escritura basada en los caracteres de sus vecinos del sur, los etruscos. Los galos, para llevar ciertas cuentas públicas, usaban el griego. Y así hasta la romanización, cuando se adoptó en todas partes la escritura latina. Ya en esa época, en Britania se hacían las defixion, láminas de plomo con una maldición escrita en latín, que se echaba a las aguas de un manantial para que la diosa Sulis accediese a causar algún daño.

En Celtiberia se usó el alfabeto íbero, en el que se mezclaban caracteres monofonéticos (una sola letra) y silábicos (dos letras) y en el que faltan algunos sonido. Estas características curiosamente también se dan en el idioma vasco. En este territorio se usó principalmente para hacer tratados y pactos.

PALABRAS CELTAS QUE PERDURAN

En el idioma español han quedado algunas palabras celtas, como manteca, perro, barro, gordo, barranco, otero… También otras con muy poca trans formación, como camisa (camisia), cerveza (cerevisia), carro (carrus), carpintero (carpentarius), palangana (palancrana), jabón (sapon), techo (tech), vasallo (vasallus) o legua, medida de longitud que perduró en el mundo rural español hasta mediados del siglo XX (lecua).

Aunque para los celtas la «palabra de honor» era sagrada y, por lo tanto, una garantía de que se cumpliría lo prometido, algo debió ocurrir para que fuese necesario el dejar estos asuntos por escrito. En cualquier caso, la convivencia en aquel territorio de tal diversidad de pueblos y tribus hizo necesario el establecimiento de documentos políticos o comerciales.

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Tal vez el texto celtibérico más famoso sea el «bronce de Botorrita», un texto jurídico encontrado en Contrebia Belaisca (Zaragoza) que deja constancia de un acuerdo entre los representantes de 14 comunidades acerca de campos y caminos: Con el fin de evitar usurpaciones de caminos y terrenos comunes y delimitar la correcta extensión de las tierras...

Está fechado en torno al 100 a.C.

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También se usó el alfabeto íbero, y más tarde el latín, en las teseras, pequeñas placas de bronce con una inscripción en la que dos partes (personas o poblados) establecen un pacto de hospitalidad. Suelen tener la forma de un animal o de una mano derecha, aunque también las hay de rasgos geométricos. Al ser las dos partes idénticas, cada partícipe se quedaba con la suya. (Tésera con forma de jabalí encontrada en Uxama, Soria).