La madrugada del 2 de julio de 1998, en el hostal Reyes Católicos, de la calle del Ángel de Madrid, se cruzaron las vidas del recepcionista, una pareja de adultos maduros que quiso tener una noche de felicidad y las ansias de un psicópata imprevisible, Fernando Alberto, al que sus colegas llamaban el Loco, que se movía como un fantasma arrastrando sus cadenas.
Lo peor de todo fue que la pareja pidió alojamiento cuando la fiesta ya había empezado. El Loco había neutralizado al recepcionista y andaba por el hotel con una escopeta en busca del dinero de la recaudación o de la nómina, nadie lo sabe bien. Fernando tenía menos de 30 años, ojos pequeños, como de animal nocturno, alto y muy delgado, con el pelo casi al rape y la sonrisa de un payaso profesional. El psiquiatra que le examinó dice que tiene una personalidad antisocial que está fuera de control. La testigo protegida, que declararía contra él, es la única de sus víctimas que quedaría viva aquella noche de la matanza. Le cortó el cuello con un cúter, pero no logró degollarla. Sin embargo, la víctima jamás se recuperaría del miedo que la atenaza.
A las cinco de la mañana, acompañada por su pareja, llegaron al hotel de la calle del Ángel. Les abrió un joven desconocido que les encañonó con una escopeta. Mientras su pareja le daba la cartera el atracador les pidió que subieran al rellano. Allí se reunieron con el recepcionista, atado de pies y manos, echado boca abajo. El de la escopeta les obligó a colocarse de la misma forma. La mujer, cuando lo cuenta, recuerda que le dijo al asaltante que no le tapara la boca con la cinta aislante porque padece asma. Pero él, cínico, la tranquilizó diciéndole que el asma se le iba a quitar de una vez por todas. No pasó mucho hasta que le agarró el pelo, tiró para atrás, y con el cuello al aire, le dio un tajo en la garganta. Luego fue hacia los otros dos e hizo lo mismo, solo que también les pegó un tiro. A la mujer, no, a ella la cortó de nuevo en el cuello. Pero tampoco acertó. Ella estaba tiesa de dolor y de pánico. Pensando: «Hazte la muerta».
Creyó que había terminado con los tres y se fue a vaciar otras estancias del hotel que conocía bien porque tenía una relación antigua con el gerente. Parece que creía que en algún lado había una bolsa con los millones de la nómina, tal vez cinco millones.
Fernando tenía antecedentes policiales por robo y estaba a la espera de ser juzgado. Se sospechaba que era un politoxicómano que tuvo que huir sin lograr su objetivo.
Fernando Alberto Rivero, el hombre del hotel.
El gran defecto de ese ser insensible con aquel extraño sentido del humor que se encontró la testigo protegida en el hotel era su tendencia a humillar a las personas. En especial su tendencia a humillar a las mujeres. Se había preparado el golpe con la escopeta dentro de una caja de cartón que sería esencial para capturarlo, el cúter y la reserva de la habitación, de modo que el triple asesinato era superfluo. Innecesario. Una cosa más bien para humillar tres vidas. Según la investigación, estaba entregado al consumo de sustancias. Pero nada explica aquel esfuerzo innecesario de degollarlos y rematarlos a tiros. El hecho fue planificado. Para la testigo era un psicópata en traje de psicópata: frío, displicente y con efecto máquina. Fernando Alberto, con un botín escaso y dos asesinatos a la espalda, se escondió en su domicilio de Alcalá de Henares. Desde que fue detenido ha sido catalogado como un preso peligroso. El doctor Pedro Sopelana afirma que su «psicopatía no es tratable».