«Si no nos atrapan, la próxima tocará a una chica», escribió Javier Rosado, el asesino del rol, en el relato de su primer y último crimen, puesto que fue capturado inmediatamente después. Rosado era un joven de 21 años, estudiante de segundo de Químicas, brillante, aplicado y competente, pero con una capacidad reducida para relacionarse con gente de su edad, por lo que seguía saliendo con chicos a los que llevaba cuatro o cinco años, tal vez con cierto síndrome de Peter Pan. Precisamente a uno de esos menores fue al que eligió para que le acompañara en su partida de «rol en vivo», la ejecución de un juego que él mismo había inventado: «Razas», cuyo objetivo principal era el sacrificio humano.
El rol del asesino no tiene nada que ver con los verdaderos juegos de rol que no pasan de ser un entretenimiento en absoluto peligroso, sino que se trata de un arma diseñada para matar. Una especie de pretexto para acabar con las vidas de las víctimas hacia las que el director del juego enfoca el desarrollo.
El 30 de abril de 1994, en Madrid, de madrugada, Javier y su obediente amigo se armaron de guantes de látex y cuchillos de cocina. Salieron con la idea de matar a una mujer bonita, un anciano o un niño. Pero a medida que avanzaba la noche y no conseguían concretar su propósito fueron cambiando el objetivo hasta fijarlo en Carlos Moreno, un trabajador de una empresa de limpieza que esperaba el autobús. En un principio la víctima creyó que venían a atracarle, pero Rosado le clavó el cuchillo grande en el cuello, prácticamente sin sentir nada. Inmediatamente su colaborador le secundó. Entonces tenía 17 años, era un menor. Carlos no pudo con ellos, que le desgarraron, le acuchillaron incluso metiendo la mano dentro de su cuerpo para arrancarle las cuerdas vocales. Rosado escribe lo que hicieron y dice que todo lo que sintió fue cierto asco y cansancio, «¡Dios!, ¡lo que tarda en morir un idiota!».
Se fueron del lugar manchados de sangre, dejando el cadáver destripado en un terraplén. El crimen era tan inexplicable que probablemente todavía estaría sin resolver si no hubiera sido porque uno de los chavales a los que intentaron reclutar para sucesivos «juegos de rol» se fue de la lengua. Rosado y su colega fueron sorprendidos con los guantes de látex y el paquete de cuchillos. Para justificar su comportamiento, Rosado, que es alto y desmañado como un ave rapaz, dice que tiene 43 personalidades diferentes. El otro pobre chico confesó que el director del juego le tenía dicho que si les cogían debían hacerse pasar por amnésicos o por locos.
Javier Rosado, el muchacho inteligente.
Cuando le aplicaron a Javier Rosado la escala de psicopatía de Hare, el invento casi echa humo. Las psicólogas de la clínica médico-forense, con rigor y precisión, diagnosticaron a uno de los nuevos visitantes crepusculares: el crimen se llena de psicópatas.
Rosado es soberbio. Se cree superior a los demás. Hace uso de su capacidad para aprender y presume de ello en la cárcel, donde cumple 42 años, aunque ya recibe beneficios penitenciarios. Su cómplice tuvo una pena mucho menor, por ser menor de edad penal. Rosado ha cursado tres carreras diferentes: Químicas, Ingeniería Informática y Matemáticas. Es pues un pitagorín excelso que se aburre con facilidad. El resto de la humanidad son seres de una capacidad inferior. Cuando le encerraron pidió quedarse con su juego para cometer asesinatos, «Razas», al que quizá esperaba añadir alguna mejora.