A veces, el asesino siente la necesidad de vestirse de mujer, de transformarse. Este es un travesti del crimen que se excita según se pone las braguitas, las medias, el sujetador con el relleno, el vestido y la peluca. Es un delincuente sexual egodistónico, que no se acepta a sí mismo, con un alto grado de sadismo, narcisismo y fetichismo. Su primer asesinato como transexual lo comete en la persona de otro hombre travestido, Carmen, que en realidad se llamaba Darío José y subía amigos a casa. Joaquín conectó con él en los ambientes de prostitución que frecuentaba y lo encontró ideal para practicar su ejercicio más excitante: transformarse en mujer. Justamente cuando estaba en plena faena, fue víctima del macabro humor de su víctima que dejó entrar en el piso a una adolescente que pudo contemplar estupefacta cómo aquel hombre como un castillo se había convertido en la reina de la noche.
Joaquín se enfadó muchísimo y echó fuera a la chica. En seguida se quitó la ropa femenina y se enfundó su traje elegante, de corbata cara y zapatos como espejos. Era lo que los pájaros de la madrugada llaman «un cliente cartier». Siempre bien vestido, provisto de un paquete de dinero, con suaves formas y cuidadas maneras. Acostumbrado a las mejores cosas de la vida, como las que vende la lujosa marca francesa.
En ese papel viril reprochó a Carmen su indiscreción y le mojó el rostro con un spray antiatracos. El transexual se ahogaba con la mucosa irritada, los ojos llorosos y la piel enrojecida. Durante unos instantes perdió el sentido y se sintió incapaz de defenderse.
Joaquín Villalón aprovechó aquello para atarle el torso con una cadena y arrastrarlo hasta el cuarto de baño. Allí le cubrió las piernas con telas y otros elementos inflamables a los que prendió fuego. Carmen comenzó a abrasarse mientras continuaba su desmayo, en su casa del paseo de la Habana, de la que empezaban a salir enormes llamas rojas.
El agresor aprovechó para huir tras robarle un aparato de vídeo. Era el 27 de septiembre de 1992 y falleció sin recuperarse de las quemaduras el 23 de enero de 1993.
Joaquín Villalón había conocido otros compañeros de juegos. Uno, llamado Joanna, le recibió en su casa apenas unos días después de prenderle fuego a Carmen. En el transcurso de su encuentro, lo golpeó en la cara hasta dejarlo inconsciente y luego lo trasladó a la bañera, donde metió su cuerpo sumergido en el agua, y lo estranguló. Él no lo confiesa, pero es probable que como otros sádicos extrajera de esto placer sexual.
Villalón, un hombre distinguido y educado.
Villalón presionó a Joanna para sacarle el número secreto de su cuenta antes de matarle. Y luego le robó una televisión, un vídeo y la tarjeta del banco. Sabía que tenía tres millones en ahorros y trató de apoderarse de ellos hasta que fue detenido.
Este psicópata combina un trastorno antisocial de la personalidad y una debilidad aberrante por los juegos de sexo. Ya en 1984 fue condenado por la Audiencia Nacional a diecisiete años por el asesinato, con descuartizamiento, de su entonces compañera sentimental, Francisca, lo que hizo en Andorra el 22 de julio de 1981. La Policía sospechó de lo limpio que dejó el piso con lo desordenada que era Joanna, y en seguida tuvo la pista: el asesino seguía sacando dinero del cajero con la tarjeta del muerto. Lo atraparon allí mismo.