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ENRIQUETA MARTÍ, SACAMANTECAS DE BARCELONA

Cuando fue detenida, en la casa que ocupaba con dos de las niñas que había secuestrado, se le incautaron numerosos tarros con restos de sangre y otros con grasas de origen humano. Algunos estaban a la mitad o directamente consumidos. Supuestamente, Enriqueta Martí Ripoll creía en la fuerza de regeneración y vitalidad de la sangre como medicina y comerciaba con ella para curar tísicos con sangre fresca de los niños. Era un sacamantecas mujer, que por lo mismo resultaba extraño o incluso impropio.

En la Barcelona de 1912, la población sufrió un estremecimiento de horror al producirse la desaparición de una hermosa niña, Teresita Guitart, de cinco años, cuando se encontraba jugando cerca del Paralelo, en la calle Sant Vicens. En la tradición del mejor hombre del saco, un nuevo sacamantecas actuaba en la ciudad llevándose niños muy pequeños de los que nunca volvía a saberse. La desaparición de Teresita fue la gota que rebasaba el vaso. El gobernador civil, Portela Valladares, y el alcalde, Joaquín Sostres i Rey, se comprometieron a devolver la niña sana y salva, tradición rota de cuando las autoridades eran tan echadas para delante.

Todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y toda la gente de la ciudad entraron en estado de alerta. Y fue una vecina la que descubrió una carita llena de miedo asomándose a una oscura ventana en el barrio de Sans, en la calle Ponent. La mujer sabía que allí vivía una señora muy extraña, Enriqueta, que no tenía hijos. La vecina se puso a escuchar hasta que distinguió claramente el llanto sin consuelo de un niño.

Entonces dio aviso a la Policía. El agente municipal que primero intervino no perdió tiempo y llamó con energía a la puerta. Rápidamente penetró en la vivienda. En la oscuridad del interior distinguió una niña pequeña, con el pelo rapado, sucia y mal vestida. Le pareció que encajaba en la descripción de Teresita Guitart, pero Enriqueta le dijo que era hija suya. El agente, muy receloso, revisó las estancias llenas de porquería y humedad. En algunas esquinas había detritus de rata. De pronto se dio de bruces con una habitación cerrada. Al otro lado encontró a otra niña con el pelo rapado, semidesnuda y muy delgada. Poco después, el guardia se llevaba detenida a la sospechosa de al menos veinticinco secuestros. Para la psicóloga López Carbajosa «poseía unos rasgos psicopáticos evidentes». El rumor ya se había extendido y en la calle esperaba una turba violenta dispuesta a lincharla. Como eran tiempos en los que las autoridades se sentían comprometidas con la seguridad de los ciudadanos, el propio alcalde, Sostres, acudió en el acto y mostró a la multitud, levantándola en alto, con un signo de triunfo, a la niña Teresita. La gente congregada lanzó un rugido de satisfacción. En una crónica muy vistosa, el escritor Luis Antón del Olmet, que más tarde sería vilmente asesinado, describió la escena: «Todos los hombres aplaudían, todas las mujeres lloraban».

EL PEOR VICIO

Vivía como una pobre de necesidad pero cuando llegaba la noche, Enriqueta Martí se transformaba en una señora a la que llevaban en carruajes de ensueño. De ahí que la llamen la Vampira. Los registros dieron como fruto ropa ensangrentada y huesos de niños. Ella se negó a declarar mientras se decía que se había encontrado una lista de gente importante. Enriqueta murió en un motín de la prisión, donde sus compañeras prácticamente la descuartizaron. Se dice que antes la habían envenenado para que no revelara sus secretos.