El asesino de la plaza Lesseps de Barcelona es un sujeto con rasgos de personalidad psicopática, con «una conducta que comporta una personalidad psicopática clara». José Ignacio Orduña Mayo, nacido en 1954, tuvo dos periodos brutales de actuación. Uno que va del 17 de septiembre de 1978 al 15 de enero de 1979, en el que ataca a ancianas de las que abusa, provocando la matanza de Lesseps; y otro posterior, una vez cumplida esta primera condena, en la que la insuficiencia del sistema penitenciario judicial permite que vuelva a actuar.
Una vez queda libre, dieciséis años después, vuelve a dañar y a matar ancianas, entre el 10 de septiembre de 1997 y julio de 1998. José Ignacio dice estar obsesionado por la gerontofilia, dado que la primera mujer a la que vio el sexo fue a su abuela. Su forma de proceder es seguir a ancianas, sorprenderlas en el acto de entrar en sus casas, golpearlas en la cabeza y abusar sexualmente de ellas. Por causas no aclaradas del todo no puede consumar el acto sexual, limitándose a sobar o tocar las partes íntimas, frotándose contra ellas.
Su crimen más famoso tuvo lugar en la plaza Ferdinand de Lesseps, en un edificio esquina con la calle Septimania, en el entresuelo del número 30, donde vivían tres ancianas. Ángeles, de 91 años, Serafina, de 80, e Ignacia, de 76. El 15 de enero de 1979, a las doce de la mañana, José Ignacio, después de haber seguido a una de las señoras, probablemente Ignacia, llamó a la puerta, y en cuanto le abrieron, derribó a la mujer y la dejó inconsciente. Después la emprendió a golpes con Serafina y la trasladó hasta depositarla sobre una cama. Desnudó el cuerpo de las mujeres, pero fue incapaz de consumar la violación. Tras registrar el piso se llevó lo que encontró de valor y algún recuerdo como fetiche. Dos de las mujeres quedaban muertas, e Ignacia, malherida, en un charco de sangre.
La llegada de un sobrino acompañado de un amigo hizo que José Ignacio huyera tras acuchillar a uno de los recién llegados. Al ser capturado se descubrió que vivía con una compañera sentimental más de veinte años mayor que él, y que en su casa guardaba trofeos de sus fechorías en el interior de un bolso. Era evidente que su parafilia (aberración sexual) le había convertido en psicópata criminal, organizado/desorganizado, pues fue sorprendido varias veces por los familiares cuando estaba representando en vivo su fantasía sexual. En el juicio fue condenado a ochenta y seis años y once meses, por tres delitos de homicidio consumado, dos frustrados y ocho tentativas de violación. La sociedad, indefensa, ha tenido que soportar que saliera a los dieciséis años de prisión efectiva y comenzara de nuevo los asaltos a mujeres de avanzada edad, por lo que fue de nuevo condenado a veintiún años por asesinato.
Orduña, el sorprendente visitante de Lesseps.
Orduña cometió el error de dejarse una colilla en la escena de uno de sus crímenes, lo que permitió disponer de su ADN. Es un tipo muy violento que ha desempeñado trabajos de mozo de reparto. Su estancia en prisión, lejos de haberlo reformado o reinsertado, lo hizo más duro y sofisticado. La primera vez su declaración ante la autoridad le hizo llorar y llamar a gritos a su madre; en su segunda captura, fue capaz de sostener fríamente que una de sus víctimas, al menos, había consentido los abusos.