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FRANCISCO GARCÍA ESCALERO, MATAMENDIGOS

La mayoría de sus víctimas eran vagabundos y prostitutas, tal vez por eso tardó tanto en ser descubierto. Sus víctimas eran lo que los americanos llaman less dead, los «menos muertos», o dicho en román paladino: muertos que no le importan a nadie. Francisco García Escalero, el mendigo psicópata, el Barbas o Mendigo asesino dio muerte a diez personas entre agosto de 1987 y septiembre de 1993, aunque a lo peor fueron catorce. Normalmente las asaltaba por sorpresa golpeándolas con una piedra en el cráneo y las remataba a navajazos. Para finalizar la tarea borraba las huellas y se deshacía de los cuerpos; a veces, los arrojaba a un pozo.

En cualquier caso estaba acostumbrado a mutilarlos y a prenderles fuego. Probablemente Escalero fue un psicópata que, a base de pastillas y alcohol, evolucionó hacia la psicosis. En sus declaraciones confiesa que adora la muerte, lo muerto. Nació en una infravivienda, junto al cementerio de La Almudena, y a los 19 años fue capturado por asaltar a una pareja y violar a la chica junto a las tapias del camposanto.

En la cárcel prefería tener un pajarillo muerto a uno vivo; mientras los demás atrapaban a un gorrión o suspiraban por un canario canoro. Amaba la muerte, los muertos. En el camposanto se fijaba en las fotos de las tumbas y si encontraba alguna fallecida joven y agraciada, la desenterraba para abusar de sus restos. El psiquiatra Miguel Ángel Rodríguez, que lo trató, lo contaba en Las Claves del Crimen: «Las chicas jóvenes muertas le atraían mucho. Esto es muy común en los asesinos en serie. Miraba la apariencia que la muerta había tenido en vida y cuando se decía: esta me gusta, la desenterraba». A Escalero le trataban en el psiquiátrico regional donde le habían mandado, tras ser sorprendido en La Almudena, al parecer copulando con una muerta. En una de sus orgías macabras desenterró tres cuerpos. Normalmente solía confesarse con sus médicos y decía que venía de matar a uno o a tres, pero no le creían. Nunca le creyeron, hasta el final.

En su tercer asesinato, una prostituta, «el mendigo asesino» la acuchilló cinco veces y luego la decapitó. Huyó del lugar del crimen prendiendo fuego a cuanto pudiera delatarle y con la cabeza de su víctima en una bolsa.

Se cree que a su quinta víctima le dio un tajo en el pene y se lo metió en la boca. Los instintos sexuales de Escalero, minado por la mezcla de hipnóticos y alcohol, eran aberrantes. En el sexto homicidio, otro vagabundo como él le arrancó el corazón y le dio un mordisco para probar su sabor. No era un acto de canibalismo propiamente dicho, sino de suprema degradación.

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Escalero, el hombre declarado inimputable.

EL PEOR VICIO

El único de la lista de asesinados por Escalero que no era un «menos muerto» fue el último, quien tuvo la mala fortuna de fugarse con él en la que sería su última escapada. El mendigo lo llevó a un descampado, fiesta de píldoras y alcohol. Una vez allí le golpeó y lo mató con su procedimiento habitual. Al retornar un poco de luz al cerebro atormentado del criminal, intentó suicidarse arrojándose delante de un coche en plena autovía. Salvó la vida, aunque le rompieron una pierna. Y esta vez, cuando confesó su crimen, las enfermeras por fin le creyeron. La sentencia lo absuelve de todos sus crímenes por incapacidad mental y lo interna sine die en el psiquiátrico de Fontcalent.