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ISABEL PADILLA, CRIMEN A LA INSULINA

Isabel Padilla nació el 26 de febrero de 1948 en La Unión, Murcia. Tenía escasa instrucción y corto vocabulario, pero era capaz de hablar con soltura de hipoglucemia, hiperplasia, proteínas y defensas. Madre de ocho hijos fue declarada culpable por la Audiencia y por el Tribunal Supremo de tres parricidios consumados y dos en grado de frustración. Padecía el «síndrome de Munchausen» que puede convertirse en una aberración criminal que consiste en provocar enfermedades para llamar la atención y mostrarse como una madre abnegada. Pasó veinte años acompañando a hijos y marido en diversos ingresos hospitalarios. Los médicos no pudieron detectar hasta muy tarde que al parecer los estaba envenenando con medicamentos. Dos de sus hijos y el esposo fallecieron sin que nadie pudiera evitarlo.

Isabel se casó con Pedro Pérez Avilés el 3 de marzo de 1963. Diez años después comenzaron los problemas de salud de la familia aquejada de extrañas enfermedades. En ese tiempo Isabel se mostraba muy unida a sus hijos y su existencia transcurría entre médicos y hospitales, adquiriendo gran familiaridad con las enfermeras y los doctores de los que llegaba a tener los números de teléfono privados. Igualmente, y a pesar de su escasa instrucción, se hizo con importantes conocimientos médicos así como con el funcionamiento de los centros hospitalarios. Las enfermedades que aquejaban a sus hijos, y luego a su marido, eran inexplicables e inesperadas, provocando muertes dramáticas y repentinas.

Isabel, según los psiquiatras, no es una enferma, sino alguien que utiliza a su familia como vehículo de gratificación psicológica. Por tanto el grado de peligrosidad es grande. Pero pese a la detallada investigación y el fallo judicial, los hijos supervivientes a la actividad de la mujer se ofrecen a hacerse cargo de ella y acogerla a su lado. La propia Padilla niega los hechos.

La llevaron a juicio en enero de 1995 y el tribunal la condenó a ochenta y nueve años de prisión por tres parricidios y otros dos en grado de frustración. La sentencia considera que el «síndrome de Munchausen» no afecta a la facultad de querer y conocer de la procesada. El Supremo rectificó el fallo rebajando la condena a cuarenta y ocho años, por eximente incompleta de enfermedad mental y reconoció que la anomalía psíquica de Isabel la empuja a realizar actos que no realizaría en condiciones normales. «Isabel tiene un fuerte deseo de permanencia en hospitales para ser tratada por los médicos en la persona de sus hijos y marido, por lo que el trastorno se llama “síndrome de Munchausen por poderes”, a lo que subordina la salud y la vida».

Isabel fue acusada de matar a su esposo y a dos de sus hijos, estando a punto de matar a otros dos. Pedro Antonio, de 6 años, empezó a mostrar extraños síntomas en 1973, cuando fue ingresado en el hospital Santa María del Rosell y luego dieciocho veces en el de La Fe, de Valencia. Los médicos no daban con la enfermedad y pensaron en distintas posibilidades, todas ellas graves y extrañas. Hasta le abrieron el cráneo para quitarle un tumor que no existía. En 1976, sin embargo, ya sospechaban que todo se debía a una etiología exógena, esto es: que le habían suministrado medicamentos no recetados. Se recomienda vigilar lo que toma y sale del hospital sin que se averigüen las razones del mal. Inexplicablemente el niño se recupera de todo aquello y vuelve a ingresar en La Fe, en 1980, aquejado de hipoglucemia, una disfunción que le durará hasta la muerte.

Nada parece corregir las oscilaciones de azúcar en sangre. Los doctores le extirpan el páncreas y aparentemente su organismo sigue fabricando insulina. En ningún momento se descubre que todo podría deberse a la ingestión de medicamentos contraindicados y a la inyección de insulina. El niño alternaba periodos de hiperglucemia con otros de hipoglucemia, hasta que el 11 de marzo de 1982 falleció por coma insulínico.

Ya en 1976, otro de los hijos, José Antonio, que tenía 4 años había sufrido diversas crisis. Y también entonces los doctores estuvieron cerca de la verdad al detectar el efecto tóxico de una medicación. Ya en julio de 1976 se especifica que los niños ingresados empeoran tras la visita de la madre. Más adelante se comprueba que, cuando el segundo de los afectados queda aislado, mejora rápidamente. Tal vez como consecuencia de esta coincidencia, José Antonio se salva.

En 1984 es el padre, Pedro Pérez, quien cae enfermo. Los síntomas son los mismos y pasa por idéntico calvario: hipoglucemias, extirpación del páncreas y el añadido de complicaciones de coagulación. Esto último parece asociado a la administración de anticoagulante, posiblemente heparina, pero tampoco saltan las alarmas. Después de numerosos ingresos en distintos hospitales, fallece el 18 de junio de 1990 por parada cardiorrespiratoria y coma por insulinismo. Para averiguar las auténticas causas no era necesario un médico sino un criminólogo. El 16 de abril de 1991 moría la pequeña Susana, de ocho años, ingresada catorce veces en distintos hospitales, desde los cinco meses. También se la llevó la hipoglucemia.

Más tarde, el 30 de mayo de 1991, ingresa la hija, Francisca, de 21 años, en el Virgen del Rosell de Cartagena. Los médicos que ya estaban alertados descubrieron que le habían administrado un fármaco y además inyectado insulina. La denuncia puso a la Policía tras los pasos de Isabel que fue descubierta.

DESPIECE: EL AUTÉNTICO MÓVIL

La necesidad de permanencia en el hospital, según algunos de los médicos que la trataron, llevó a Isabel a fingir intentos de suicidio. Según su propia declaración, a los cinco días de morir su hija pequeña se tomó una caja entera de antidiabéticos, su veneno preferido. También se puso insulina, que dijo haber robado. La ingresaron en el psiquiátrico y al salir afirmó que se bebió un vaso de lejía que por lo visto no le afectó. Uno de los doctores piensa que miente y que nunca hizo nada para quitarse la vida. Pretendía despertar sentimientos de protección y lástima. Al fin y al cabo este era el móvil último de todos sus crímenes. Un móvil extraño, pero cada asesino tiene uno. Y todos son igualmente válidos.