A los criminales que asaltan mujeres de edad avanzada les llaman «Mataviejas». En Barcelona fue descubierta una asesina que mataba señoras para jugar al bingo, pero antes ya actuaba, en el verano de 2003, Encarnación Jiménez Moreno, que destaca por su especial crueldad, ladrona y homicida en Madrid. Entraba a golpes brutales y asfixiaba con las prendas con las que amordazaba. Hay una «Mataviejitas» especialmente notable en México, pero no puede encontrarse una delincuente como la Jiménez, con el ojo puesto en los cientos de miles de ancianos solitarios que viven en la capital. Dispuesta a golpear y a torturar con una media.
Encarnación era por entonces una real hembra de 39 años, nacida en Sevilla, el 20 de marzo de 1965, madre de cinco hijos, de raza gitana, fuerte, con brazos como palas. Tenía el pelo negro, liso, algo ondulado, y los ojos grandes. Su nariz es poderosa, pero proporcionada en una cara triángular. La boca, de labios finos, descansa sobre la barbilla acabada en punta.
Atacó a una veintena de ancianas, dos de las cuales no sobrevivieron. Se presentaba en la casas con cualquier pretexto. Unas veces decía que tenía a la venta ropa a precio de ganga, otras que llevaba oro casi regalado, pero igualmente podía lograr que le abrieran simplemente porque necesitaba un humilde vaso de agua.
Las personas mayores suelen ser desconfiadas, pero a veces necesitan entablar conversación con alguien, romper su rutina, salir del aislamiento. En general, las mujeres desconfían menos de otras mujeres. Las delincuentes también lo saben. En concreto, Encarnación hizo de eso su modus operandi. Se trataba de ganarse la confianza, conseguir que le abrieran y adueñarse de la situación. En cuanto lograba quedarse a solas con la anciana, cerraba violentamente la puerta a sus espaldas. Solía atarlas de pies y manos y las torturaba hasta conseguir que le dieran el dinero y las joyas. En algunos casos no había nada que llevarse, pero ella siempre actuaba con grandes dosis de brutalidad.
La homicida negó en todo momento los atracos que se le imputan. Pese a ser analfabeta hace gala de gran desparpajo y por su actuación cree haber obrado con la frialdad suficiente para no ser descubierta. Pero se equivoca: dejó muchas pistas. Y hay testigos.
Una mujer de 88 años resultó con las dos piernas rotas por varias partes. Es muy posible que su edad y el estado de su masa ósea le impidan una total recuperación. En su retina está imborrable la cara de loca de Encarnación cuando llamó a su puerta, sobre las 3.30 de la tarde, todavía con el noticiario sonando en la tele. En aquella ocasión la asaltante dijo ser portadora de documentos importantes. La confiada mujer le abrió. La agresora la empujó hacia dentro y la tiró al suelo. Fue el 10 de junio. Lo tiene grabado a fuego, según confesó ante los policías que la interrogaban. «Me dio muy fuerte», dijo. Y recordó que le exigía dinero y joyas, pero en aquella casa se había estrellado como un ratón en la nevera de Tarzán.
Encarnación llevaba doble o triple intención cuando golpeaba a sus víctimas. Robarles solo era una parte del plan. Eso se ve en seguida al observar cómo arrastró a la mujer de las piernas fracturadas hasta la habitación. Fue en el distrito de Ciudad Lineal, su sexto robo, según la cuenta de la fiscalía. Allí apartó el colchón de la cama, sacó el somier y se lo echó a la señora. Se subió encima y comenzó a dar saltos sobre ella mientras escuchaba el ruido de los huesos al romperse. La mujer gritaba con desesperación. Estaba claro que no se iba a llevar mucho de aquella casa, por lo que todo aquello sobraba, a menos que formara parte de la diversión. El sadismo es un componente esencial de algunos criminales.
Encarnación siempre actuaba con violencia. En su primer robo comprobado, la víctima, de 64 años, murió de repente, al no poder resistir el terror al que fue sometida. La ladrona buscaba personas vulnerables, fáciles de dominar. El 18 de abril, en el barrio de Salamanca, hallaron el cuerpo de María, de 97 años. Estaba en el dormitorio, boca arriba, con las manos atadas con una blusa y la boca tapada con el delantal de una muñeca. Más tarde desvalijó a dos hermanas sordomudas, el 13 de junio. Quedaron tan impresionadas y mermadas de facultades que no recordaban los rasgos de la hembra agresiva que las maltrató.
Los que hacen daño a los ancianos se aprovechan de una sociedad que los empuja a la marginación. Las víctimas de Encarnación estaban entre los más de ciento treinta mil mayores semiabandonados de la gran ciudad. Para descubrirla, la Policía observó diversas coincidencias en una serie de atracos a domicilio entre mayo y junio. Los distritos afectados eran Ventas, Carabanchel, Tetuán y Usera. La autora ataba a las víctimas con sus propias ropas. Incluso miraba el buzón y se aprendía el nombre: «Maruja, ábreme, que soy yo…». Y la abuela casi siempre picaba. Diecisiete atracos, en jornadas de lunes a viernes, entre las diez de la mañana y las dos de la tarde.
En una de las escenas del crimen encontraron huellas dactilares que coincidían con las dejadas en los robos y también una colilla de Fortuna, suficiente para una prueba de ADN. Encima la habían visto: era una mujer de caderas anchas, que vestía de negro, con un bolso grande en bandolera. A veces amenazaba con una navaja cuando no le bastaban los puños.
Su suerte empezó a torcerse cuando una de las víctimas la arañó y mordió. Otra, de 89 años, no la dejó entrar. La Policía había levantado un cerco en su entorno. La detuvieron en Usera, cuando llamaba a los pisos de una casa para ofrecer piezas de oro tan falso como ella. Sí, era la criminal que se maquillaba pintándose rayas debajo de los ojos. Un detalle que la Policía se había guardado como un as en la manga. En un acto desesperado, se había tintado el pelo de color cobrizo, pero con tan mala fortuna que tenía manchado de tinte todo el cuello. En uno de los brazos llevaba marcas de arañazos y mordiscos. Además, en su casa encontraron un anillo con las iniciales de una de las muertas. La Audiencia de Madrid la condenó a ciento treinta y siete años de prisión.