En España se ignora la historia del crimen. Nadie la ha recopilado ni escrito. Por eso no es extraño que no se tenga en cuenta a la hora de hacer política. Es el caso de la diputada Rosa Díez que acaba de presentar una propuesta judicial que se sale del cuadro. Es probable que el problema sean sus asesores, pero en cualquier caso parece increíble que se haya olvidado tan pronto el mayor escándalo judicial de todos los tiempos al que Pilar Miró dedicó una película de gran éxito. Dos personas inocentes fueron condenadas por un asesinato que nunca existió.
Basada «en una idea de mil folios» del guionista y profesor de la Universidad Complutense Juan Antonio Porto, la película fue prohibida y secuestrada durante año y medio. Finalmente estrenada con éxito en 1981. Antes de modificar cosas tan serias conviene revisar los hechos.
Es noticia que un diputado presente una proposición para que el Gobierno modifique la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en esta ocasión «para evitar que queden impunes aquellos casos de homicidio en los que el cuerpo de la víctima haya sido ocultado o destruido, cuando existan suficientes indicios de delito». Es lo que ha hecho Rosa Díez, de Unión Progreso y Democracia, única diputada de esta fuerza política, tal vez olvidando que lo que pide podría convertirse en aberrante en el país del Crimen de Cuenca.
El crimen de Cuenca, que no fue un crimen ni sucedió en Cuenca, sino en la localidad conquense de Osa de la Vega, vecina de Tresjuncos, fue efectivamente eso: la condena a dos sospechosos sobre los que había «suficientes indicios de delito», aunque no había cadáver. El 21 de agosto de 1910, el pastor José María Grimaldos, el Cepa, desaparece del pueblo y se sospecha que le han dado muerte para robarle otros dos pastores, Gregorio Valero Contreras y León Sánchez Gascón, que fueron detenidos, torturados y finalmente imputados tras su confesión.
Había que ver cómo Gregorio y León buscaban en el lecho del río, y en el suelo del cementerio, un cadáver que no existía y que por tanto no habían enterrado, después de someterse a largas horas de hambre y sed, alimentados sin agua, dicen que con arenques en salazón. Tal vez son licencias de la leyenda negra, pero lo cierto es que fueron sometidos a una intensa presión policial y judicial, hasta que confesaron lo que no habían hecho e incluso llegaron a señalar el lugar del falso enterramiento.
Años más tarde, en 1926, la sorpresa fue mayúscula cuando el Cepa fue descubierto vivo gracias al cura de Tresjuncos. El momento más emocionante, siendo muchos los dramáticos que se vivieron en este episodio, por lo que se ve, olvidado, fue cuando Gregorio comprende que hasta él mismo es culpable del horror, puesto que ha llegado a creer que fue su compañero León quien hizo desaparecer a el Cepa culpándole a él. Si el Cepa está vivo, como ahora le dicen, los dos son inocentes de verdad, y corre a abrazar a León, llorando.
La justicia española no está para gollerías y basta con ver la saturación de sus millones de asuntos, las leyes y disposiciones llenas de remiendos, parches y correcciones, como para andar introduciendo una cosa tan fina como acertar con sospechosos de homicidio sin corpus delicti.
Por cierto, recomendable la novela de Andreu Martín, publicada por Planeta, llamada así (Corpus delicti), basada en el caso del asesino del baño de ácido o el Vampiro de Inglaterra, John George Haigh, un criminal que precisamente creía que nadie podría atraparle si conseguía deshacerse del cuerpo. De ahí que introdujera a sus víctimas en un barril lleno de ácido sulfúrico donde hacía desaparecer los cadáveres. George Haigh fue descubierto al vaciar el bidón y encontrarse en el espeso líquido resultante tres cálculos biliares que el ácido no había destruido. Era todo lo que quedaba de Mrs. Olive Durand-Deacon, una viuda adinerada que se hospedaba en su mismo hotel.
Haigh componía un personaje de gentleman inglés, pulido y afectado. Traje impecable, gabardina gris y guantes de cuero. Un tipo más bien bajo, elegante, con bigote recortado, que conducía un automóvil impresionante. Sus zapatos parecían espejuelos de puro limpios. Fue ahorcado después de nombrarle sus compañeros «el preso mejor vestido del año». En Crawley, Sussex, estaba sin embargo el otro lado de la moneda: allí tenía un almacén donde debidamente provisto de los productos químicos necesarios y un delantal de goma hacía desaparecer el corpus delicti de cada uno de los asesinatos.
En la actualidad, ninguna de estas precauciones del Vampiro de Londres le habrían librado de una condena justa, puesto que sería pan comido para la actual Policía Científica: dejaba suficientes pistas como documentos, carteras, carnés de conducir y hasta un certificado de matrimonio. Pero es que entonces tampoco pudo escapar. Cuando se vio descubierto, este hombre que no creía que pudieran hacerle nada si no encontraban los cadáveres, cambió de estrategia y trató de convencer al tribunal de que su cabeza no funcionaba bien. Así en el relato de los hechos introducía un corte en el cuello de la víctima para llenar supuestamente un vaso de sangre que luego bebía. Confesó hasta seis homicidios sin cadáver.
Últimamente los políticos no se preocupan de la prevención o la seguridad de los ciudadanos. Prueba de ello es que los principales candidatos a presidente del Gobierno no dedicaron ni un segundo a hablar de esto en sus debates de las pasadas generales. A Rosa Díez, a quien parece que sí le interesa el asunto, aunque sea con palos de ciego, hay que recordarle el lacerante tema de los desaparecidos en España —¿Dónde estás, Sara? ¿Dónde estás, Yeremi?—, y de los crímenes sin resolver, incluso con cadáver, la escandalosa formación de investigadores por el desconocimiento sistemático de la historia del crimen y las muertes que todo esto, una vez corregidos los fallos, podría evitar.
La población sufre los errores del legislador. Leyes que no surgen de la experiencia y el conocimiento, sino del laboratorio de estrategia política. A Haigh le probaron la existencia de sus homicidios dado que los policías encontraron, ya en 1943, grasa humana en la pasta de la que se deshizo en el jardín, e incluso la dentadura postiza de Mrs. Duran-Deacon. En la actualidad la Policía cuenta con mejor preparación, aunque necesita más medios y efectivos.