En España no se busca el fondo del impulso criminal. Eso permite que se capture a un joven que atacó y descuartizó a un agricultor en Férez, Albacete, el 15 de febrero de 2006, se le condene por este hecho y se le impute otro posible asesinato, sin que se resuelva el enigma de haberle sorprendido con una fiambrera llena de filetes humanos.
Únicamente después de haber recibido condena y mientras espera a ser juzgado por otro homicidio en Jumilla, el alemán Stefan Atler, de 25 años, ha sido considerado un posible asesino en serie con la característica única de representar un nuevo modelo de crimen: el de rastreador del campo español y cazador de sus agricultores. Stefan, tras dar muerte a José, de 65 años, vecino de Socovos, en el cortijo del Tío Murciano, en Férez, arrastró el cuerpo hasta una nave donde lo cortó con una sierra de arco. La muerte la produjo a base de una enorme cantidad de cuchilladas, de las cuales una de ellas rompió la hoja del arma al chocar violentamente contra la calota del cráneo. Tras este proceder brutal, hizo diversos cortes en el cadáver, separó la cabeza del cuerpo y el brazo izquierdo, llevándose los despojos en la furgoneta, propiedad de la víctima hasta otra finca cercana, El Cerezo, donde persiguió a Avelino, otro agricultor, que escapó del agresor gracias a su habilidad. Al mismo tiempo fue capaz de llamar a un agente de la Policía local al que informó de que un joven diablo, sucio, asilvestrado, vagabundo, le había atacado. El agente logró capturarlo no sin antes mantener un combate con el salvaje quien al ser reducido dejó ver el equipaje de sangre y restos humanos que transportaba.
Fue entonces la primera vez que se sospechó de que podríamos estar ante uno de los setecientos u ochocientos delincuentes caníbales que el de Rotemburgo había denunciado tras comerse al ingeniero berlinés al que convocó en su casa a una cita gastronómica.
No obstante, el joven alemán fue juzgado sin profundizar en sus hábitos ni distinguirlo como la primera amenaza de un caníbal suelto en el campo español. Era un muchacho muy joven, que se desplazaba acompañado por su perro, una vara larga y dos navajas afiladas. Entre sus costumbres estaba la de alimentarse de lo que encontraba en su periplo, por ejemplo saltamontes que untaba en mayonesa y que devoraba como gambas tras seccionarles la cabeza.
Es el primer caníbal de la era Zapatero, que deambula como el buen salvaje de Rousseau, con una mochila y un cuaderno de apuntes, donde dibuja personajes del videojuego Mortal-Kombat y escribe su poética con Fredy Kruger, el de las cuchillas, mientras consume «vino negro del cuerpo muerto» y examina «problemas del alma». Característico de un turbio periodo político en el que al igual que de otros peligros como «invertir en sellos», «la burbuja inmobiliaria» o «la crisis financiera» nadie nos ha advertido hasta que nos han mordido el corazón.
Así hemos convivido con un personaje que trae la novedad del homicida que nos amenaza no para quitarnos los objetos de valor, ni siquiera para un secuestro exprés que le permita un rescate millonario, sino que nos sigue porque piensa robarnos la carne o los órganos con los que practicar sushi sin pescado o hacer una cena exquisita a lo Aníbal Lecter. Recuérdese la desolación del pobre trepanado con el que se cocinan sesos a la manteca negra.
Este delincuente importado, sobre el que nadie tuvo el menor control ni aviso, es tan inquietante como algunos extranjeros de los que hemos oído que en su país de origen se comen a los perros. En esta España frustrada y acorralada, cada vez más solitaria y llena de mascotas de compañía, los dueños de perros creen sorprender una mirada golosa en quienes hasta ahora saludaban con una sonrisa el paso de su perrito. Quizá no solo admiran la gracia y fidelidad del animal sino que se relamen de gusto mientras suenan sus jugos gástricos.
Uno no puede quitarse de la cabeza que mucho mayor escalofrío suponen los seres asilvestrados poseídos de una ideología confusa, probablemente con una religión espuria de bebedores de sangre y cazadores de hombres, que se infiltran en nuestras fronteras al margen de la prevención política y de la historia natural. Su mirada valora el costillar humano como el cordero lechal.
Ha sido al transcurrir el tiempo y filtrarse algunos documentos del sumario contra Stefan cuando se ha visto la verdadera dimensión de esta nueva forma de matar. Este descuartizador de agricultores probablemente pasaba hambre, como un asceta en medio de los sembrados. Se alimentaba de animales atropellados en las cunetas como conejos y liebres. Pero llegaba un momento en que la necesidad de proteínas atormentaba su estómago. Sin embargo, el homicidio no habría sido posible de no entrar en su imaginario un regreso al pasado como el reflejo de la Gran Dolina de Atapuerca, hace miles de años, donde el canibalismo no era nutricional, sino ritualizado.
Este imitador del Homo antecesor, discípulo del manipulador de Rotemburgo, debería haber sido descubierto por las autoridades y su actividad difundida, como una de las muchas formas nuevas de atentar contra las personas que han traído estos tiempos en los que es justo pensar que se ha bajado la mano protectora del estado, por desconocimiento o desidia política. Por ejemplo, su incursión habría sido imposible cuando una tupida red de protección de la Guardia Civil, con todos sus cuarteles y destinos intactos, garantizaba la paz del territorio rural. Hoy en día, con la prevención con más agujeros que el queso de gruyere, caminos y carreteras, montes y desmontes, no solo pueden permitir el fantasma vago de un vampiro, sino de toda una bandada. La familia aquella que se refugió en las cuevas profundas y vivía de los cuerpos de los viajeros sería aquí un hecho sorprendente, pero no imposible, en una organización social desprevenida.
Stefan dice que no se acuerda de nada, que cuando bebe mucho alcohol, escribe poesía cutre y dibuja personajes de Mortal Kombat, donde el perdedor del juego acaba descuartizado. Por el contrario, los testigos afirman que no les parece que hubiera consumido alcohol, aunque tal vez sí alguna otra sustancia, y que lo encontraron muy agresivo después del crimen. Entre las imputaciones del fiscal no figura la sospecha de antropofagia: es un delito que no existe.