La muerte del rey del cartel de Sinaloa, México, Arturo Beltrán Leyva, alias el Barbas y el Botas ha marcado el despropósito de la vida exagerada de los jefes del narcotráfico. Beltrán Leyva, considerado el jefe de los jefes fue muerto a tiros por infantes de Marina en Cuernavaca, estado de Morelos, donde le localizaron al parecer en compañía de uno de sus lugartenientes, llamado la Barbie, Edgar Valdez Villareal.
El miércoles de hace dos semanas, más de un centenar de soldados y dos helicópteros entraron en la lujosa urbanización Altitude y mataron al capo y a tres de sus sicarios en lo que fue una auténtica batalla campal con ráfagas de ametralladora y granadas de mano. Uno de los infantes de Marina resultó también muerto y solo un par de días más tarde, un grupo de narcos que averiguaron su nombre por la prensa liquidaron a toda su familia por haber participado el hijo en la operación.
En esta guerra sin escrúpulos entre Ejército y narcos, algunos miembros de la Marina actúan contagiados por sus enemigos, como si fueran otro cartel cualquiera. Así presentaron el cadáver del capo di tutti capi semidesnudo, con los pantalones bajados y cubierto el cuerpo de billetes mojados en sangre. Se parece demasiado a uno de esos alardes de los criminales que no solo se ocupan de convertir en un coladero a los enemigos, sino que presentan sus restos de la forma más humillante.
El cuerpo de Arturo Beltrán Leyva descansa en la morgue sin que haya sido reclamado por nadie. Eso sí: está fuertemente vigilado y protegido bajo el temor de que algunos de sus deudos quieran recuperar el fiambre a sangre y fuego.
La cultura del narcotráfico ha inundado México desde la forma de vivir hasta las canciones, de la gente de la calle al Ejército. La cantante Paquita la del Barrio, vieja conocida de los españoles, ha admitido en público que actúa para ellos, pero ¿cómo negarse? Primero son cultos y ricos. Ni te enteras de que te contratan hasta que llegas al lugar, y luego el trabajo es un bien escaso.
La vida exagerada de los narcos lo impregna todo. La cúpula de la lucha contra la droga mantiene una pequeña colección de joyas inverosímiles como son un móvil de oro y diamantes de Royal Hearts, incautado en Tamaulipas, gafas de Christian Dior fabricadas bajo pedido por Benjamin Arellano, de Tijuana, o la pistola del 38 que lleva en las cachas la marca de Versace en piedras preciosas, junto al nombre del propietario, Héctor Manuel. En este circo de despropósitos encaja perfectamente el fusil más terrorífico del mundo, el AK-47 fabricado en plata, requisado en Jalisco. No es extraño encontrar en manos de los capos más refinados armas tan horteras como las pistolas bañadas en oro con diamantes incrustados o adornadas de esmeraldas.
Algunos más exquisitos se hacen fabricar una réplica de la pistola Mauser de 9 milímetros Parabellum, basada en la Luger de 1910, de las que hay tiradas muy cortas y de alto precio. En este ambiente de lujo desmedido, en el que hasta las herramientas de matar son de materiales nobles o auténticas joyas de colección, no puede extrañar que un cadáver se muestre envuelto en moneda de curso legal. «Ahí está», parecen decir los vencedores, con más precio muerto que vivo. El cuerpo grueso de Beltrán Leyva, calzoncillo blanco, que marca paquete, billetes de distinto valor con manchas de sangre por cualquier lado, y todo el pecho lleno de papel moneda: vientre, piernas y entrepierna, hasta las rodillas. Una señal de advertencia y una amenaza a los que lograron huir.
Por su parte, el Gobierno de Calderón afirma que no permitirá ningún acto que presente a los traficantes como héroes. En ese sentido detuvo al cantante Ramón Ayala, ganador de varios Grammy, cuando actuaba en la última juerga de los Beltrán Leyva. ¿Pero quién era este Leyva del que tanto se envanecen los criminales huidos? Además de todo, el protagonista de una de las canciones más conocidas de los Tigres del Norte, campeones del narcocorrido.
Era uno de los narcotraficantes más buscados del mundo. Últimamente viajaba escoltado por siete camionetas llenas de guardaespaldas. Nació el 21 de septiembre de 1961, en Sinaloa. Era uno de los tres mandamases del cartel más poderoso de México. Vivía en una serie interminable de mansiones de lujo. El Gobierno había puesto precio a su cabeza: 1,6 millones de euros, vivo o muerto. Beltrán se hizo fuerte con sus hermanos, Héctor y Alfredo, y se apoyaba en su hombre de confianza, llamado la Barbie, como se ha visto. Gozaba de protección por parte de agentes corruptos de la Policía. Llegó a considerarse el jefe indiscutible del narco mexicano y esa fue su perdición. Estados Unidos le señaló como enemigo directo y, en agosto pasado, le acusó de haber introducido doscientas toneladas de cocaína en su territorio, así como grandes cantidades de heroína. Puede decirse que desde entonces la muerte le pisaba los talones. Su actividad más lucrativa se desarrolló entre 1990 y 2008, cuando se le supone que traficó con casi seis mil millones de dólares.
Con estos ingresos cuando un narco quiere una mascota se compra un zoo con un animal de cada especie, como el arca de Noé. Hace colección de camionetas de lujo. Se baña en champán francés cuidando que la marca esté recomendada en las novelas francesas, como Dom Pérignom; habla por un teléfono celular de 24 quilates, con oro blanco en las cachas, y diez mil dólares de precio, y se manda fabricar una pistolita bañada en oro con más de cien diamantes incrustados. Aunque solo sea para que brille más que las otras en el museo de la Policía.