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RANGEL, EL ASESINO DEL PARKING

Tenía 24 años cuando ejercía de merodeador por el barrio del Putxet, uno de los de clase media acomodada de Barcelona. Llegó a alquilar un apartamento y una plaza de garaje en un lugar cómodo, distinguido y sin vigilancia. Juan José Pérez Rangel vivía en una zona marginal y deseaba un cambio de vida. Esta era la parte confesable de su plan.

Las víctimas de los asesinos en serie son impredecibles. Lo mismo un psicópata desalmado mata a martillazos a dos mujeres rubias en la escalera de atrás de un parking y está acabando a la vez con la vida de algún familiar o de un amigo, de un esposo o un amante. También por el mismo precio puede darle uno de esos martillazos a un periodista. Pérez Rangel ha sido definido por la sentencia que le condena a más de cincuenta años de cárcel como un hombre frío y peligroso. Todavía se siente cierto malestar al hablar de psicopatía. En España el derecho punitivo se conforma, como en este caso, con saber quién es el culpable: Pérez Rangel, según el veredicto, dio muerte de forma alevosa a dos mujeres rubias, de mediana edad, independientes y atractivas. El tipo de mujer que admiraba, al que seguramente se rendía cuando no estaba a solas con ellas en el garaje, empuñando un martillo.

La sentencia no sabe por qué las mató y aquí debería venir al rescate la Criminología. Desde luego, no lo hizo para robarles, aunque les quitó el bolso y trató de sacar dinero con sus tarjetas. El primer rasgo de gran psicópata, si lo hizo, es que se llevó el móvil de la primera víctima y se puso en contacto con el marido, quizá para sacarle dinero, cuando solo se sabía que la mujer había desaparecido.

Claro que interesa estudiar por qué las mató y cómo fue el proceso. Por cierto, espectacular: en solo once días, del 11 al 22 de enero de 2003, prácticamente en el mismo escenario, dio muerte a sus dos víctimas, mientras se paseaba libremente por las inmediaciones. La Policía creyó que la primera muerte era un simple atraco con resistencia. Lo investigó la brigada antiatracos, dirigida entonces por un funcionario que no creía mucho en asesinos en serie. Tampoco nadie se planteó ¿por qué demonios hay que aplastarle la cabeza a una señora para robarle? Así que los de antiatracos no encontraron al ladrón sanguinario que, cumplido el ciclo, cometió un segundo asesinato. Totalmente temible. Luego la Policía española, que es muy buena, y siempre demuestra una gran entrega y profesionalidad, atrapó al sospechoso. Todavía hoy, con una enorme frialdad, Rangel, en la cárcel, niega ser el asesino del parking.

Dice que el hecho de que hayan encontrado indicios y pruebas contra él se debe a que estaba llevando a cabo una investigación paralela. Por eso encontraron una huella de pie mojada en sangre que coincide con su calzado, una huella palmar en una bolsa de plástico, una libreta con entradas y salidas de clientes del parking, una colilla con su ADN… Lo peor es que no se sabe a ciencia cierta por qué las mató y qué buscaba con ello. Aunque es posible imaginarlo. No obstante, la ciencia criminológica es la más adecuada para entenderlo.

La preocupación constante del condenado por encontrar una pareja que le llevó a contratar los servicios de una agencia rusa, la belleza e indudable atractivo sexy de las asesinadas, la forma tortuosa y cruel de matar, indican que Rangel se mueve por impulsos nunca satisfechos. El mismo día que mataba era capaz de presentarse a buscar a una novia rusa, en una actividad cerebral atormentada. Por un lado, la búsqueda compulsiva de la compañía femenina y por otro, la liquidación de la vida de una dama respetable en la penumbra de un parking. Los jueces le han condenado, pero nadie sabe en verdad qué pretende decirnos este hombre.