Me quite las gafas de sol para admirar el glorioso paisaje a mí alrededor, pero la luz del sol era tan radiante que me hizo entornar los ojos.
Con un cielo sin nubes de color azul pálido, un agua verde azulada brillante, y una arena tan blanca, casi parecía un poster de viaje ficticio y modificado con photoshop. Aun así, las islas Vírgenes eran más bellas al natural.
Tome aire profundamente, llenando los pulmones con aire limpio y fresco, y me quité el sombrero para que la brisa tropical me cubriera completamente la cara y se moviera por mi pelo.
Marie me agarró del codo para llamar mi atención.
-Beth, ¿Qué te había dicho? Esto es lo que quieres. Confía en mí.
Miré atentamente a mi mejor amiga haciendo todo lo posible por exhibir una sonrisa convincente.
-Sí, claro. Esto es precioso, vale.
No la había engañado. Había notado perfectamente mi tono de voz.
-Esto es mejor que el prozac o cualquier otro antidepresivo que te haya recetado el médico –y no me refiero a la puñetera playa o al cielo, aunque sean preciosos-. Te vas a olvidar de ese idiota como-se-llame antes de estar de vuelta en la oficina, o moriré en el intento.
Como mi mejor amiga, sabía el nombre de Mike tan bien como yo.
-Por lo menos me relajaré. Hace demasiado calor para nada más.
De pronto la idea del calor tropical drenándome la energía del cuerpo aun más con lo agotada que estaba, mientras veía gente a mí alrededor pasándoselo bien, me deprimió del todo, y deseé que Marie no me hubiera convencido para hacer este viaje.
Era una pérdida de tiempo, y de dinero también, aunque eso no parecía tan importante. Ganaba lo suficiente. Desde que Mike me había dejado por otra mujer - lo suficientemente mayor para ser su madre -, me volqué en mi trabajo y me iban a ascender antes de lo esperado.
-Venga –dijo Marie - vamos a sacar los bañadores para disfrutar de algo de sol antes de la cena.
Mientras caminábamos de vuelta a nuestra cabaña del resort, visualicé mentalmente la última vez que había estado con Mike, como ya había hecho en los últimos tres meses trillones de veces.
«Lo siento» repetía una y otra vez. Le odiaba por disculparse, por el dolor que me estaba causando. Habíamos sido novios desde el instituto, y ahora con veintidós años, los dos licenciados y con buenos trabajos, había esperado que me propusiera matrimonio.
- Nunca te he sido infiel– le dije honestamente. -Eres el único hombre con el que me he acostado.
-Te creo. No tiene nada que ver contigo. Es solo que necesito un cambio. Necesito una mujer que me quiera.
- Yo te quiero.
- No me has entendido. Necesito una mujer suficientemente madura para que me demuestre cuanto me quiere.
-Tiene 25 kilos de sobrepeso, necesita un lifting en la cara y tiene un hijo en la universidad y una hija en el instituto –, le dije sin importarme que sonara malicioso. Supongo que racionalmente no debería ser importante si estaban enamorados, pero me dolía condenadamente demasiado para que me diera igual. ¿Cómo has podido?
Mientras me ponía la parte de abajo del bikini, no pude evitar el mirarme en el espejo y preguntarme: -¿Por qué nadie ha querido este cuerpo?
Desde luego no era una supermodelo, pero entrenaba y estaba orgullosa por ello. Iba al gimnasio cuatro veces por semana, intentaba en la medida de lo posible no comer comida basura, y me sentaba en una pelota de fitness delante del ordenador para fortalecer desde la base. Mis piernas eran largas y esbeltas, bien esculpidas por las muchas horas de elíptica; mi estómago plano, aunque no era una de esas chicas de abdominales marcados. Mis pechos estaban rellenos y en su sitio, bastante lozanos y vigorosos.
Añade a todo eso mi pelo caoba a la altura de los hombres, ¡yo que realmente pensaba que era un buen partido! O lo pensaba hasta que mi novio de toda la vida me soltó el conocido discursito « no eres tú, soy yo».
Marie me miró con los brazos en jarra.
-Pensé que te había dicho que enseñaras toda la carne que te fuera legalmente posible.
Pues pensé que el bikini se ajustaba a esa descripción, pero vi que su bikini de cuerdas apenas le cubría nada.
-Alguien debería hacernos una foto para la página de Facebook de los empleados.
Marie resopló.
- Si quisiese aquí a algún tío del trabajo, estaría aquí en tu lugar. Venga vamos.
Tras la ruptura pasé por una breve fase de ira, que luego me sumió de golpe en una depresión. Tras tres meses sin devolver llamadas, sin dejar el apartamento excepto para ir al trabajo, y de comer demasiada comida china, Marie me exigió que nos fuésemos de vacaciones. Dijo que necesitaba un cambio de aires, algo que apartara mi mente de los problemas. No estaba del todo convencida, pero tenía acumuladas suficientes millas para no tener que pagar nada excepto las tasas aeroportuarias; por lo que aquí estoy, alojada en el Hot Spot Resort a orillas del Caribe.
- Hola, ¡Tierra a Bethany!
La temperatura alcanzaba unos calurosos 33ºC, pero estando tan cerca del agua con la brisa llegando desde las olas, que se estaba fresco y agradable. Sentí con agrado la arena caliente bajo los dedos de los pies. Su textura era tan suave y fina, que me di cuenta que una vez de vuelta a casa nunca volvería a disfrutar de la misma manera de una playa.
Escogimos un sitio excelente para tomar el sol con varias tumbonas vacías, extendimos las toallas sobre los cojines, y nos dispusimos a ponernos morenas. Me hubiera bastado simplemente con estar allí tumbada en silencio, escuchando las risas, gritos y murmullos de las conversaciones a mí alrededor, y el sonido del agua ascendiendo en forma de burbujas espumosas, pero Marie no iba a estar de acuerdo con nada de eso.
-Entonces, ¿qué quieres hacer esta noche? - me preguntó.
Refunfuñé internamente. La última cosa que quería era una semana ajetreada. Sólo quería dormir en la playa durante las vacaciones.
-Bueno, estaba pensando en la cena. Apuesto a que tienen un buen marisco. Y para beber una copa de algo afrutado, helado y espumoso que se supone que viene con una sombrillita y ron, pero sin el ron. Luego ver una película o lo que tengan aquí en el canal de pago, y a la cama. Sola.
Mientras lo decía, me di cuenta que no iba a pasar. Pero sonaba muy bien.
Marie se apoyó sobre un codo, se levantó las gafas de sol para mirarme, y dijo:
-Mira chica, no hemos arrastrado el culo hasta aquí sólo para tumbarnos al sol. ¡Puedes irte a una cámara de bronceado en cualquier momento cuando vuelvas a casa! El conserje me ha dicho que tienen por la noche una hoguera en la playa con música, con baile, bebida y comida, ¡y vamos a ir!
Me encorvé poniéndome el sombrero sobre la cara, y farfullé:
-Vale. ¡Pero no voy a salir toda la noche!
-¡Y si no hay tíos buenos en la hoguera nos vamos a otro sitio!
-¡Me puedes llevar a donde quieras, pero no me puedes obligar a beber! - dije.
-Beth, hay tíos de sobra en este mundo que no están buscando una figura materna-. Marie sabía todo sobre mi ruptura con Mike. -Así que adelante y descansa, porque vamos a quedarnos hasta tarde esta noche, o la noche entera.
La tarde pasó rápidamente, y pronto Marie y yo tuvimos que volver a nuestra habitación para prepararnos para la cena. Como esperaba, el restaurante del resort servía marisco, fresco y delicioso. Me atiborré a gambas y langosta, y lo bajé todo con un ponche de frutas.
Al final de la cena me sentía tan bien que incluso dejé a Marie que me convenciera para añadir ron al último vaso de ponche.
Volvimos a nuestras habitaciones para prepararnos para la hoguera. Me puse un bikini azul sencillo bajo un vestido de playa blanco, fácil de quitar para poder meterme en el agua cuando me apeteciera.
Encontramos la fiesta de la playa rápidamente, ya que la hoguera estaba ardiendo con fuerza y chispeando en varias tonalidades azules que la hacían parecer mágica. No podía apartar la mirada.
- La sal seca de los troncos hace que sea multicolor –, me dijo una voz rica y ronca al oído.
Miré hacia arriba, rompiendo el hechizo con el fuego. Era un hombre alto con la piel morena por el sol y pelo blanco. Se movía con la dignidad casual de alguien que ha disfrutado de una vida llena de riquezas. Llevaba puesto un conjunto caro compuesto por una camisa y bermudas. Ropa algo casual para alguien que pasa la noche en la playa. Marie ya se estaba entremezclando con otros de los invitados. El hombre alargó la mano hacia mí para estrechármela.
- Soy Ernesto Delgado, y esta es mi fiesta. Encantado de tenerte aquí.
- Muchas gracias-, dije. Aunque estuviera deprimida y con el corazón roto, siempre he sido una persona educada.
Por un momento, lo llegue a considerar. Era al menos tan mayor –a lo mejor algo más- que la mujer por la que Mike me había dejado, y con muy buen aspecto para su edad.
Parecía que me había leído la mente, ya que sus ojos brillaron divertidos.
Hizo una señal a una mujer guapa de unos treinta años que bailaba enfundada en un vestido blanco con vuelo.
- Mi mujer y yo le damos la bienvenida a usted y su querida amiga a las islas Vírgenes.
- Lo estoy pasando muy bien.
- Le agradezco que lo intente. Tal vez tengo lo que usted necesita. Le diré que vaya pronto a su encuentro.
Eso me dejó desconcertada, pero no me importó. Marie me hizo entremezclarme con los otros invitados, y pude conocer a gente encantadora, incluso parejas y algunos solteros. Los tíos parecían tan perdidos y vacios como yo, por lo que no me atrajeron en absoluto, y pasaron rápidamente de mi. Era algo mutuo.
Como mi atención era limitada, y me encontré alejándome de Marie tan pronto como tuve la oportunidad. No era difícil tener tiempo para mí misma cuando Marie siempre era el alma de la fiesta. Era una de esas mujeres que podían hundir tu autoestima si no tuvieras seguridad en ti misma. No importaba donde fuésemos, los hombres revoloteaban a su alrededor como polillas en torno a la luz, y no se marchaban hasta que volaban lo suficientemente cerca como para chamuscarse las alas.
Una vez pensé que si no tuviera a Mike me hubiera gustado pasar más tiempo con Marie, sólo para quedarme con sus sobras, pero eso ahora era parte de mi vida real, y no me hacía tanta gracia.
Podía esforzarme al máximo y aun no tener nunca tantos encuentros amorosos como Marie – que tenía una medalla de oro en enrollarse con hombres. ¿Y yo? Un amante y una ruptura, y ya estaba lista para arrojarme al fuego como escuché que hacían antes las viudas en la India. Me sentía como una pasa vieja y seca.
Contenta de tener un rato para mi sola, me dejé caer en la arena lejos de evento principal unos cinco minutos más o menos. Junté las rodillas contra el pecho y miré fijamente al agua, viendo las estrellas brillantes y puras, la luna en la oscuridad eterna del cielo, y cómo las olas ondeaban sus reflejos en la superficie del mar.
Era un sitio fantástico de día y más bello aun de noche. A Mike le hubiera encantado. Tendríamos que haber venido aquí juntos. Pensé en lo divertido que habría sido nadar con él en el océano, salpicándonos y mojándonos el uno al otro.
Habríamos disfrutado la cena de marisco, y me habría hecho beber mucho ron, y juntos habríamos sido el alma de la fiesta, bailando sin parar la pasional música de la isla, una mezcla de rap y de reggae.
Pero ninguna de estas cosas iba a pasar jamás.
No quería empezar a llorar otra vez, pero no podía parar. Esa sensación de vacío tan familiar se abrió en el centro de mi corazón y solo las lágrimas podían evitar que me derrumbara. Las estrellas y la luna se empañaron al mismo tiempo que se me inundaron lo ojos, mi pecho empezó a jadear y me sentí tan desdichada como pude.
Marie tenía buenas intenciones. Puso toda su esperanza en un lugar desconocido que no me recordara a Mike para que me sintiera mejor. No sabía que me haría echarle aun más de menos, por lo que me sentí mucho peor.
Estaba tan disgustada que no vi al pedazo de hombre de chocolate que se puso en cuclillas justo a mi lado sin invitación alguna.
- Hey, chica guapa.
- Lo siento, pero no tengo ganas de fiesta.
- ¿Por qué parece tan triste?
Quería decirle que no era asunto suyo, pero el nudo que tenía en la garganta no me dejaba articular palabra.
- Ser un gran océano allá fuera, chica guapa. Bastante bueno, ¿verdad?
Me pregunté a que cojones se refería.
- Y bajo todas esas olas tan bonitas hay suficientes mahi-mahi, meros, pargos muchos otros peces.
- Y tiburones- , añadí sin poder evitarlo.
- Sí, claro está, ten cuidado, pero hay muchos peces para poder disfrutar.
Me tome un tiempo para poder valorar al increíble espécimen que tenia al lado. Fácilmente mediría 180 cm, y una de dos: o iba al gimnasio asiduamente o trabajaba en algo físico, ya que su constitución era tan increíble que parecía imposible que fuese real. No llevaba camiseta, por lo que tuve el honor de poder ver sus abdominales que parecían de un entrenador de fitness esculpidos en mármol negro. Sus hombros eran anchos, sus pectorales firmes, sus piernas que emergían de unos holgados pantalones bermudas eran gruesas y musculadas, y podría haberme quedado admirando su piel color moca durante horas.
Sintiéndome cohibida me abracé más fuertemente las rodillas y respondí:
- No estoy triste. Estoy disfrutando del paisaje.
- Ah, yo decía que tu estaba triste, por tu cara, chica guapa. No me podés engañar. Romeo distingue a una chica afligida cuando la ve – declaró mi nuevo amigo.
Alargó la mano y me secó alguna de las lágrimas.
- Tú estás triste.
Debería haberme enfadado y haberlo dejado para volver a mi cuarto, pero su voz parecía amable. Tenía buena intención.
- Tienes razón – admití. – Estoy triste. ¿Y qué?
Cuando se sentó, llevaba consigo un lote de lo que parecían mini limas, arrancó una del tallo y me la ofreció.
- Romeo sabe lo que tú necesitas. Toma una. Te gustará – me dijo, ofreciéndome la diminuta fruta.
- ¿Qué es?- pregunte curiosa mientras me estiré para aceptarla. Mis dedos en el proceso rozaron ligeramente su mano, y me sorprendió lo suave que era pese a la firmeza de su físico.
- Se come. Es buna para el alma. Se llama kenip, y aquí en las islas Vírgenes crecen todo el año.
Me demostró cómo se comía la diminuta fruta; primero se colocaba una porción de la esfera entre los labios y los dientes, mordiendo la piel y arrancándola. Lo que aparecía debajo era pulpa rosada, jugosa y madura, con un atractivo aroma. Colocó la pulpa entre sus labios y la chupó de manera experta desde su cáscara, utilizando la lengua para conseguir sacarla.
Nunca había visto algo tan exótico en mi vida. Repetí lo que me había enseñado, aunque de manera menos sutil. El kenip era dulce y cítrico, y tenía uno de los sabores más deliciosos con los que jamás me había topado. Era más jugoso de lo que hubiera pensado, y aunque había hecho lo posible para no mancharlo todo, parte de la fruta me recorrió parte de la barbilla y me goteó dentro del vestido.
Sin mediar palabra Romeo estiró el brazo rápidamente, y me recorrió con el pulgar la barbilla, justo por la línea donde se me había escapado el jugo, y luego se acercó el pulgar a los labios para degustar de su dulce sabor. Era increíble como un gesto tan pequeño me pudo incendiar el cuerpo de tal manera, y de golpe me di cuenta de lo cerca que estábamos sentados, de cómo había oscurecido, y de cómo el aroma silvestre de mi acompañante me había dejado mareada.
- Está rico, ¿sí? Chica guapa – preguntó Romeo.
- Está rico – murmuré, cautivada por el momento.
- Tú sabes, en mía cultura el kenip tiene una historia. ¿Quieres oír?
Asentí una vez, evitando contundente tocar los lugares donde Romeo me había rozado a piel.
- Se dice que el kenip se dio a la gente por la propia diosa. Como regalo para unirlos.- Mientras hablaba, Romeo hundió expertamente la uña en la piel de otro kenip, haciendo palanca para abrirlo y revelando el centro rosado de dentro. - La diosa viene a nosotros y dice a la gente tiene que ser feliz, tener amor. Y para aprender a amar, tenemos el kenip.
Hizo una pausa, succionando una porción pequeña de la pulpa afrutada entre sus labios antes de ofrecerme la otra mitad.
- Ella dice que cuando comes kenip, piensas en besar a tu amante. Así como eres delicado con otra persona, eres delicado con el kenip.
Romeo tomó mi mano en la suya, guiándome para llevarme el kenip a la boca.
- Colocas tus labios amorosamente entorno a su pulpa.- Se inclinó hacia delante, colocando sus labios alrededor de la fruta durante sólo un instante, presionándolo entre nosotros en una especie de beso.
-Y acaricias con la lengua-. Su lengua apareció entre los labios, la colocó sobre la pulpa de la fruta para recoger su sabor dulce, y después continuó a lo largo de los míos.
-Y chupas con cuidado, hasta que te estalle en la boca.- Lo empujó aun más adentro succionando la pulpa, apartando la capa exterior, y después uniendo su boca a la mía por completo. La dulce pulpa del kenip se mezcló en nuestras lenguas, y durante un momento me olvidé por completo de mi misma, perdiéndome en el momento.
Mientras nos besábamos, me acercó a su cuerpo fibroso. Mis pezones empezaron a sentir un hormigueo mientras se rozaban contra la tela del bikini, y podía sentir una incipiente excitación entre las piernas. No era en absoluto virgen, pero nunca había sentido una pasión repentina tan intensa.
Tan rápido como había empezado nuestro abrazo, se terminó. Romeo se echó para atrás para mirarme a los ojos, y preguntó:
- Entonces, ¿te gusta el kenip, si?
Mi cuerpo ansiaba estar junto al suyo.
–Si - murmuré.
Me observó durante un momento antes de colocarse de nuevo más cerca. Tomó uno de los tirantes de mi vestido de playa, y lo deslizó lentamente por mi hombro, dejando que cayera hasta el codo. Cuando no opuse resistencia, repitió la misma acción con el otro, y luego deliberadamente escurrió sus dedos bajo la parte superior de mi vestido, bajándomelo, y dejando al descubierto la parte de arriba del bikini.
-Romeo sabe lo que la señorita guapa necesita, ¿sí?- me preguntó, dejando sus intenciones claras por la protuberancia que pude sentir contra mí a través de sus bermudas.
Tragué saliva, intentando mantener a raya mi corazón desbocado. Nunca había tenido un rollo de una noche, nunca había tenido un repentino encuentro amoroso. Parte de mi sintió como si estuviera haciendo algo mal, como si le estuviera poniendo los cuernos a Mike. Tuve que esforzarme por recordar que Mike y yo habíamos terminado, y en un momento de lucidez o de debilidad, que sinceramente no sabría cuál, me rendí a mis deseos.
- Si -, contesté sencillamente, apoyándome para poder igualarme con sus movimientos, juntando completamente mi pecho contra el suyo, mientras rodeaba su cuello con uno de mis brazos, y perdiéndome en el encuentro húmedo de nuestros labios.
Nos mantuvimos entrelazados durante más de un rato, y Romeo ocupado con algo más que sólo besos. Cuando por fin nos sepamos para tomar aire, Romeo me había desabrochado la parte superior del bikini, que aun no se me había caído sólo por la presión conjunta que ejercían nuestros pechos.
Como sabía que iba para largo, me eché completamente para atrás, me recliné sobre los codos y permití que se me cayera del todo el bikini. Mis pezones, que ya se habían estimulado, se irguieron por la caricia de la brisa nocturna. Mi piel se veía pálida a la luz de la noche, y estuve algo cohibida hasta que escuché a Romeo inspirar bruscamente antes de subirse encima de mí.
Me remangó el vestido hasta la cintura y ágilmente desató las tiras de la braguita del bikini. Levanté las caderas permitiéndole retirar la tela, y eso es lo que hizo. Aun llevaba los pantalones puestos, y yo aquí estaba, completamente expuesta al mundo a excepción de un puñado de tiras de telas enganchadas a mi cuerpo.
Romeo no me dio tiempo a preocuparme. Rápidamente se subió encima y en vez de besarme como antes, empezó a mordisquearme de una oreja y la otra, arriba y abajo a lo largo de la línea de la mandíbula y del cuello. Mientras sus labios y su lengua trabajaban sobre mi piel, pude sentir un vibrante deseo familiar entre mis muslos. Junte las piernas en un intento de evitar que me siguiera doliendo, pero Romeo se dio cuenta y metió una de sus piernas entre las mías, haciendo así que me marease de placer.
No intercambiamos ni una palabra; nuestros suspiros y gemidos eran todo lo que se necesitaba decir. Mientras recorría con mis dedos su suave cabeza rapada, por un momento me pregunté si estábamos lo suficientemente lejos de la fiesta como para no ser vistos; sabia no en balde que aunque estuviéramos a la vista no iba a dedicarme a buscar una zona más recóndita. Aquí estábamos bajo la luz de la luna, junto al agua y ante el resto del mundo, a punto de follarme a un desconocido, y no había estado tan emocionada en mi vida.
Romeo puso punto final a cualquier reparo que pudiera haber tenido, metiendo la mano entre las piernas y por primera vez acariciando mi piel desnuda y deseosa. Masajeó los labios de mis partes más sagradas, toqueteándolos y acariciándolos hasta que pensé que me iba a volver loca. Cuando estaba a punto de rogarle que me diera más, introdujo muy despacio y con dulzura uno de sus dedos dentro de mí, moviéndolo a lo largo todo mi centro completamente empapado, hasta que llegó a un punto donde podía enterrarse dentro de mí hasta los nudillos.
Primero me folló con un dedo, y luego dos, penetrándome dentro y fuera despacio con sus dedos gigantes, haciéndome cosquillas desde dentro. De pronto, tenía el pulgar dentro también, jugueteando con mi clítoris, acariciándolo con pequeños movimientos circulares y volviéndome una salvaje. Acompasó su respiración a la mía, y cuando empecé a jadear con esfuerzo bajó con sus labios a uno de mis pezones y lo chupó como si no hubiera comido en semanas.
La combinación de sus dedos y su legua me llevó al límite, agarré su cabeza y le apreté fuertemente contra el pecho a la vez que me llegaban olas de placer haciéndome estremecer y gritar.
- Ah, Romeo sabe lo que la chica guapa necesita, si - me dijo, mientas retiraba sus dedos de mi interior y se empezaba a bajar los pantalones.
Con un movimiento rápido ya estaba encima de mí y entre mis piernas. La verdad es que no tuve oportunidad de admirar esa barra larga y negra que le sobresalía de la ingle; sólo podía pensar en lo mucho que lo deseaba dentro de mí. Cuando sentí la punta protuberante de su miembro, por un momento tuve miedo que su polla larga y gruesa, no cupiera. Para no quedarse fuera de la diversión, Romeo me la introdujo con firmeza hasta que entró en mi interior empapado, y escuché claramente « pop».
Primero se movió despacio, dándome tiempo a aclimatarme a su gran tamaño. Nunca me habían llenado así, y pude sentir como se me estiraba todo el interior para hacerle hueco. Le llevó varias embestidas hasta que me penetró del todo; y después la retiró hasta la punta para volver luego a penetrarme con un movimiento continuo tan profundo que sentí que se me arqueaba la espalda.
Una y otra vez la sacó de tal manera que me dejaba gimiendo antes de volver intensamente a embestirme, primero con un leve movimiento sensual, y después con un ritmo más frenético. Le clave las uñas en la espalda en un intento obligarle a penetrarme fuertemente con cada embiste, enrollando las piernas en su parte baja del tronco para poder estar aun más cerca de él. Aumentó de tal manera la velocidad que pude sentir como su cuerpo me azotaba las nalgas una y otra vez, acercándose a mí con movimientos cortos, rápidos y pasionales. Con el aumento de movimientos, me encontré de nuevo con esa sensación tan familiar, donde los dos, con nuestros cuerpos, nos alentábamos mutuamente esforzándonos por liberarnos.
De pronto, arqueó la espalda, soltó un gruñido salvaje de placer, y se corrió. Pude sentir dentro de mí los espasmos de su polla mientras me llenaba chorro a chorro del líquido caliente y pegajoso. En ese mismo momento me pellizcó el clítoris, y ese gesto extra me llevó de nuevo al límite pudiendo alcanzar juntos el orgasmo. Desde mi interior le apreté con fuerza, ordeñando involuntariamente su cuerpo mientras experimentaba olas de placer.
Se derrumbó sobre mí, sujetándose con un brazo, y respirando entrecortadamente.
- Eso era lo que la chica guapa quiere, ¿sí?- me preguntó entre jadeos, y sonriéndome con chulería.
Apoyé la cabeza sobre los brazos mientras Romeo se quitaba de encima para tumbarse a mí lado en la arena, sonrió y me dijo:
- Eso era exactamente lo que la chica guapa quería, si. Aunque ella no lo sabía.
Hizo una seña al mar con la mano.
– Ahí fuera, hay kilómetros y kilómetros de océano, que recorren el mundo, van a muchos países. Muchos peces en el mar.
Entonces no sabía que Romeo estaba prediciendo mi futuro. Sólo suspiré muy satisfecha.
- Yo creo, vas a ser una audaz pescadora – dijo Romeo.
Yo, Beth la Audaz. Hasta tenía un tono divertido. Sonaba bien.