Cerré los ojos firmemente mientras me echaba la última capa de laca suave sobre mis rizos mullidos caoba. Mientras comprobaba que no tenía manchas de pintalabios en los dientes y retirándome una pestaña de la mejilla, decidí que estaba lista para salir. Agarré mi clutch, me aseguré que tenía la tarjeta de crédito y la tarjeta de la habitación del hotel, y salí a las bulliciosas calles de Tokio.
Doug & Draw Associates me habían enviado a otro viaje de negocio, y había decidido disfrutar al máximo mí tiempo en Japón con un poco de turismo. Claro, que había comprado, probado la comida local, y visitado las casas del té, pero está noche era algo especial.
Me había llevado valor, y tiempo de búsqueda encontrar el establecimiento perfecto para obtener lo que andaba buscando. Encontrar un lugar en el que servían a las mujeres extranjeras, o como los japoneses dirían: un gaijin no era una tarea fácil.
Hasta las mujeres de clase media japonesas pagaban para a ir a Corea del Sur para encontrar machos jóvenes, o eso había oído.
Tras leerme numerosos críticas en internet, finalmente me decidí por un soapland love house en el distrito Yoshiwara, a 15 minutos de mi hotel.
La prostitución en Japón es ilegal. Realmente pagar por un encuentro sexual con coito vaginal entre un hombre y una mujer era ilegal, pero cualquier otro acto lujurioso, incluyendo sexo oral, masturbación y pornografía eran servicios que se podían contratar.
Las casas Soapland eran lugares de encuentros sensuales, y si estabas buscando mantener relaciones sexuales...bueno, lo que pasa a puerta cerrada, se queda a puerta cerrada. El local que encontré, el Pink Love Hotel estaba dedicado a mujeres, tanto japonesas como extranjeras, así como a hombres. Por lo que entendí, no era nada frecuente y estaba agradecida de haberlo encontrado.
Si me hubieras preguntado hace seis meses si contrataría una prostituta, probablemente me habría reído en tu cara. Tenía entonces una buena relación, comprometida como mi novio desde el instituto y única experiencia sexual. Cuando Mike rompió conmigo para comprometerse con una mujer que casi nos doblaba la edad, me quedé destrozada. No podía dormir, comer, y pensaba que el problema era yo.
Mis experiencias recientes confirman que nuestra relación no se fue a pique por mi aspecto. Medía 1,67 y era esbelta y delgada. Iba al gimnasio por lo menos cuatro veces por semana, y le dedicaba mucho tiempo al cardio. Gracias a que me ejercitaba regularmente podía presumir de pantorrillas moldeadas, muslos firmes, una tripa plana y unos pechos en su sitio.
Realmente dude de mi atractivo, hasta que mi mejor amiga Marie me arrastró a un viaje a las caribeñas Islas Vírgenes. Tuve en salvaje encuentro sexual con un nativo llamado Romeo, y me di cuenta que aun estaba viva y llena de pasión por dentro. Desde aquella noche he estado teniendo rollos en cualquiera de los sitios a los que he viajado. Ese era mi pequeño secretillo.
Nadie de mi entorno sabe a lo que hago o porqué estoy tan alegre. Yo soy la mujer trabajadora respetable que mis amigos conocen y quieren, pero de viaje, mi lujuria es insaciable. Francia y Australia me habían tratado muy bien, y en ambos tuve encuentros salvajes y descabellados con unos perfectos desconocidos.
Aquí en Japón, decidí que quería probar algo diferente programando mi cita lujuriosa por miedo de perderme una oportunidad repentina debido a la potencial barrera lingüística.
En el taxi, empecé a ponerme nerviosa y casi le digo al taxista que me devolviera al hotel. ¿En serio quería hacer esto? Nunca antes había mantenido relacione con una mujer. Tampoco antes había tenido que pagar por sexo. Parecía increíble que estuviera de camino a hacer ambas cosas en un país tan extranjero al que apenas comprendía.
Pero sabía que si me echaba para atrás, me iba a arrepentir el resto de mi vida, no sabía si iba a volver, y si lo hacía, si el mismo soapland estaría aun abierto y con la misma política de aceptación de mujeres gaijin.
Miré por la ventana del taxi y entonces vi dos mujeres japonesas caminado juntas agarradas del brazo, charlando y riéndose juntas. Tenían el pelo teñido de rojo oscuro y llevaba ropa original y chic. Sus caras eran frescas y bellas, con brillantes ojos negros.
Sentí un pinchazo de empatía en mi interior. Y me di cuenta que deseaba a esas chicas. Quería desnudarlas y sentir sus pechos, ver sus pequeños coños recubiertos de fino vello negro, y saborear con mi lengua sus bocas.
Claro, que no podía tener a esas dos. Pero podía tener a una esperándome.
Era ahora o nunca, por lo que elegí ahora.
Cuando el taxi entró en Yoshiwara, me sorprendió ver las calles iluminadas como en las Vegas y a la vez extrañamente vacías de viandantes. Casi todos los vehículos que había eran taxis, y las pocas personas que vi salían como un rayo de los coches y se metían en los edificios. Japón es un sitio interesante. Todo el mundo conoce la industria del sexo, pero son demasiado reservados para admitir que existe y disfrutar de sus placeres abiertamente.
Después de todo, tras contraer matrimonio, se esperaba que los hombres fuesen fieles a sus mujeres tanto como que fueran felices. Satisfacer a sus mujeres con suficiente sexo para tener hijos; aunque he sabido por la investigación de marketing que tuve que realizar para la transacción encargada por mis jefes, que la tasa reproductiva de parejas japonesas había decrecido dramáticamente en las últimas décadas.
Los japoneses no estaban teniendo suficientes hijos para cubrir las defunciones que se producían.
Durante siglos se esperaba que los hombres se casaran y se reprodujeran, y mantuvieran su verdadera tendencia sexual en privado.
Eso podía incluir: desde tirarse a mujeres de burdeles en Japón o en el extranjero, ser azotados con los ojos vendados, poner collares de perros a mujeres, salir por bares sólo para hombres o pagar a estudiantes para asistir a la universidad (citas compensatorias).
No es de extrañar que tantas mujeres japonesas estuviesen posponiendo el matrimonio en favor de sus carreras profesionales.
Si nada cambiaba, en un siglo el país se iba a convertir en una enorme ciudad fantasma.
Mientras tanto, todo el mundo quería excitarse, incluida yo.
El taxi llegó al Pink Love Hotel, y me tomé mi tiempo para salir. Ya estaba mojada y cachonda por anticipar el placer que me esperaba esta noche. Cuando salí del taxi, permití que la falda se me subiera a la cadera, disfrutando del aire de la noche bailando en mi piel.
Entonces me di la vuelta y me apoyé sobre la ventana abierta del pasajero, con mis pechos claramente visibles y casi saliéndose de la blusa medio abotonada que llevaba. Saqué orgullosamente el culo para fuera y con calma conté los yenes antes de guiñarle un ojo al taxista, para acto seguido erguirme. El hombre solo emitió un gruñido, como si cada noche llevara allí a mujeres jóvenes gaijin, y a lo mejor era cierto y eso es lo que hacía.
Cuando me giré me sorprendió ver ante mí a los animales anime mas monos jamás vistos realizando un acto sexual para adultos. De hecho, me reí en alto con la foto de un perrito comiéndole el coño a una gatita, me inspiró y me acordé de la broma ridícula de “comerle el conejo” antes de abrir la puerta y entrar en el edificio.
La decoración era impecable. Considerando lo sombría parecía la calle, no me esperaba un interior con tanto gusto y tan arreglado estéticamente. Para entonces tendría que haber sabido que todo en Japón tenia tanto gusto y estilo, incluyendo todo lo que tenía que ver con el sexo.
Había luz tenue en lámparas moderas, los suelos cubiertos de alfombras tejidas con diseños complejos, y las paredes contenían elaborados tapices ilustrando todos los actos que se podían conseguir en el local.
Justo cuando estaba admirando la foto de una mujer pequeña de grandes pechos siendo tomada desde detrás con un increíble cinturón elástico, me di cuenta que no había nadie allí para atenderme. Con curiosidad, me adentré hasta el fondo del vestíbulo para encontrar un ordenador que me pidió introducir mi identificación de cliente. Había memorizado los ocho dígitos y los introduje. Tan pronto como presioné la ultima tecla la maquina me dijo en una voz seductora en inglés que estaría en la habitación Champagne.
Seguí sus instrucciones, llamé a la puerta delante de mí por si había alguien dentro, y con cuidado asomé la cabeza. Si pensaba que la entrada del local era preciosa, me encantó completamente lo que acababa de ver. Dentro había una cama de cuatro postes con montañas y montañas de cojines, y una bañera estilo jacuzzi grande en la que fácilmente entraban seis personas, y ya estaba humeante y burbujeando. Una de las paredes estaba cubierta de artilugios, desde látigos a barras separadoras para los tobillos y juegos de pluma para hacer cosquillas.
El resto de las paredes estaban ingeniosamente decoradas por ropajes de seda, y de pequeñas lucecitas centelleantes que de alguna manera en vez de horteras parecían mágicas. En un rincón había un gran carrito, y sobre él, si te fijabas, había varias botellas con lubricantes y tinturas, un surtido de condones y bolas chinas ben wah de diferentes tamaños: como gravilla, pasando por canicas, hasta tan grandes como bolas de chicle; y luego un par de cosas que no había visto ni había oído hablar de ellas en la vida. En algunas podía adivinar de qué se trataban. Otras me desconcertaban.
Rápidamente me desnude y me quité los zapatos, doblando todo ordenadamente sobre la cama antes de ponerme una bata. Me acomodé en un lado del jacuzzi, y de repente me empecé a poner un poco nerviosa. Estaba aun muy cachonda, tenía los pezones duros y bastante calor saliendo de mi entrepierna, pero al mismo tiempo no estaba segura de lo que había reservado.
Por capricho, había pagado por una escort femenina, y ahora estaba preocupada que fuera demasiado para mí. No había estado nunca antes con una mujer. A pesar de mi arrebato de lujuria anterior por las dos mujeres japonesas, empezaba a replantearme mi decisión y estaba considerando seriamente encontrar a alguien que cambiara mi petición a un escort masculino, hasta que escuche unos delicados golpes en la puerta.
- Adelante - dije.
La puerta se abrió y entró una mujer pequeña, varios centímetros más baja que yo, y varios kilos más delgada, enfundada en una bata estilo kimono. Tenía el pelo recogido en un moño por lo que no sabía cómo lo tenía de largo, pero sano porque brillaba, e imaginé que su tacto era sedoso.
- Hola, soy Beth- le dije nerviosa.
La mujer junto las manos colocándolas delante del cuerpo como si rezara e hizo una reverencia baja. - Konâ’nichiwa- dijo en un tono delicado.
Ahora tenía miedo de parecer estúpida o maleducada. Ella no tenía pinta de hablar demasiado inglés y yo desde luego no hablaba japonés, y sabía lo fácil que era ofender a un japonés sin querer, por la cantidad de capas de cortesía y formalidades que empleaban –incluso en un hotel soapland –, los americanos simplemente es que no reparamos en eso.
Por supuesto no tenía nada claro el protocolo correcto a seguir en esta situación, pero antes de empezar a preocuparme demasiado por ello, la mujer delante de mí se desabrochó la bata y se quedó desnuda frente a mí. No tuvo la mínima intención de moverse para taparse el cuerpo, todo lo contrario, lo mostró orgullosa esperando a mi comprobación. No pude evitar tomar aire con fuerza por la admiración que me provocaba el cuerpo que tenía frente a mí. Tenía los pechos pequeños coronados por unos pezones largos y oscuros, un cuerpo esbelto y suave, un estómago firme, y una postura de lo más dandi. Empecé a excitarme nada más verla, ya que esta iba a ser una experiencia completamente diferente a cualquiera que hubiera tenido antes.
Se señaló a sí misma. – Kik0-.
- Encantada de conocerte, Kiko-. Me señale- Beth. Algunas personas me llaman Beth la Audaz-. Pero por supuesto no pilló la broma.
Su cara tenía esa suavidad, y despreocupación tan característica de los que son muy jóvenes. Sus bellísimos ojos color azabache me observaban intensamente con bondad, o ¿podía ser eso diversión? Si pensaba que estaba loca, era demasiada educada para dejarlo entrever.
Sin mediar palabra, estiró el brazo para tirar de un elástico oculto del pelo, y liberar onda tras onda de una cascada negra de pelo que casi le llegaba a la cintura. Se dirigió a mi lado, y sin decir una palabra desató con cuidado la bata que me envolvía y la dejó escapar de mis hombros tirando de ella completamente y dejándola en el suelo.
Entonces se metió en la bañera y se movió detrás de mí, poniendo sus manos sobre mis hombros para frotarlos y masajearlos primero de manera delicada, y después más profundamente.
Apoyé la cabeza y me relajé, disfrutando del comienzo de algo que prometía ser una noche increíble. Tras unos minutos de masaje, la joven asiática bajo una de sus manos a mi cintura persuadiéndome a que me diera la vuelta para quedarnos cara a cara, mientras con la otra mano me acercaba a ella. Obediente, me metí en el jacuzzi y me acomode, con el agua tan caliente me abrasaba el cuerpo mientras me aclimataba a la alta temperatura. Cuando me metí hasta el pecho, la mujer se puso lo que parecía ser jabón líquido en las manos, se apartó para poderse sentarse en el borde frente a mí, y empezó a acariciarse, creando un rastro diminuto de espuma.
Empezó en el cuello, simplemente pasándose las palmas de las manos por la clavícula y por los hombros. Echó la cabeza para atrás y cerró los ojos, formando un círculo con las manos de absoluta felicidad, deslizándolas por los pechos, y tomándose su tiempo para cubrirlos concienzudamente con el líquido resbaladizo. Se tomó más tiempo del necesario para abrazarse los pechos formando círculos, rozándose completamente con las manos para poder cubrirse de las esencias de burbujas en cada pasada. Cuando se llegó a los pezones no perdió el tiempo, los enroscó entre sus dedos índice y pulgar apretando suavemente.
Ahora eran mis pezones los que exigían atención por toda esa muestra descarada, por lo que me empecé a tocarme imitando a mi pareja, trabajándome directamente los botoncitos rosados, pellizcándolos y retorciéndolos mientas veía el show que tenía frente a mí. Respiré profundamente mientras mi cuerpo iba respondiendo a mis tocamientos, y esa presión tan familiar que empezaba a aflorar.
Sonriendo por mis acciones desinhibidas de lujuria, la mujer bajó las manos de los pechos a su tripa. Evitó tocarse el centro, sin embargo utilizó cada mano para acariciarse los muslos, bajó por las pantorrillas hasta sus diminutos pies. Mientras volvía a subir, y se aseguraba que cada pantorrilla había sido bien enjabonada, despacio, empezó a separar las piernas, invitándome a ver la piel rosada que asomaba del interior del cuerpo.
Podía observar todo de esta mujer, sus labios vaginales aunque inflamados eran pequeños. Lo más impresionante era como su clítoris asomaba fuera de su rajita, lo único de ella que parecía más grande que el tamaño de la media. Su excitación me sorprendió, yo suponía que hacer este trabajo casi diariamente le podía resultar a la larga algo tedioso, y que en algún momento podía dejar de resultarle algo sexual. Pero estaba equivocada. Eso, o yo le suponía un cambio muy deseado tras muchos hombres a los que debía servir diariamente.
Una vez se llegó a las caderas, aun sin tocarse la entrepierna, abrió los ojos y me miró un momento, asegurándose que yo estaba de acuerdo con todo lo que estaba pasando.
Al no inmutarme para protestar, se deslizó dentro del agua, moviéndose hacia delante, deteniéndose justo antes de llegar a tocarnos. Se me aceleró la respiración por la anticipación; no tenía ni idea de lo que iba a pasar a continuación, y me moría de ganas por saberlo. No estaba decepcionada lo más mínimo.
Kiko me retiró las manos de los pechos, y me las colocó a los lados, y acercándose del todo apretó sus pechos contra los míos. Nunca antes había sentido los pechos de una mujer, y estaba encantada que fuesen firmes y suaves al mismo tiempo, más pequeños que los míos claro, pero aun así igual de sensuales. Lo que más me impresionó fue la sensación que me provocaba el jabón sobre su piel, lubricándome eficazmente mientras se restregaba contra mi cuerpo.
Se acarició el pecho una vez más, esta vez dirigiendo sus pezones a excitar los míos mientras me los restregaba haciendo pequeños círculos con ellos. Cada vez que nuestros pezones se restregaban, sentía un escalofrío por todo el cuerpo – el tener el pecho de otra mujer acoplado al mío era increíblemente estimulante, y me pregunté por qué nunca antes había mantenido sexo con chicas.
No os equivoquéis, aun me apasionaba la idea de tener una buena polla dura cabalgándome una y otra vez, pero este tipo de acto sexual era muy reconfortante y relajante, era un cambio agradable de ritmo.
Se acercó aun más, con sus piernas abiertas a cada lado de las mías, casi sentándose sobre mi regazo. Con unos movimientos coreografiados primero se acariciaba a sí misma, para luego tocarme a mí en el mismo sitio y de la misma manera, poniéndome cachonda. La mayoría del tiempo empleaba sus pechos para transferirme lubricante, esparciéndomelo por los brazos, haciéndome sujetárselos con las manos y abriéndose camino hasta mi estómago.
Algo de lo que jamás había oído hablar, un masaje de pecho.
En cada sitio que me tocaba en seguida se me ponía la carne de gallina, mi cuerpo se encontraba cada vez más consciente si mismo más que en cualquier otro encuentro sexual que hubiera tenido. Cada centímetro de mi piel estaba siendo acariciada, primero por sus manos, y después por sus pechos, y luego sorprendentemente por sus labios. Aunque nunca nos besamos, su boca se hizo íntimamente a mi cuerpo, especialmente con mis pechos, empleando las manos para manipularlos mientras los mordisqueaba y mamaba.
Llegó un punto que la parte frontal de nuestros cuerpos resbalaban como aceite gracias a la loción de jabón; apoyó su cuerpo sobre el mío y empezó a frotarse hacia arriba y hacia abajo, por lo que nuestros pechos se frotaban uno contra el otro a una velocidad salvaje. En una de las veces, colocó su monte de Venus contra mis muslos, dejando el mío contra su ombligo.
Mis pechos siempre habían sido una parte importante de mi sexualidad, y entendí que había algo especial hacerlo con una mujer en vez de con un hombre. O esta chica era sumamente intuitiva, o me estaba haciendo lo que a ella le gustaba sentir en el suyo. De cualquier manera, tras el tiempo empleado con cada uno de mis pezones ya los sentía satisfechos, y fue entonces mi coño el que empezó a demandar atención; si no hubiera estado sumergida en el agua estaba segura que estaría chorreando de excitación.
Ahora éramos las dos, las que respirábamos de forma pesada, y con mis jadeos dejaba entrever mis necesidades. Sin preguntar, mi compañera de juegos se puso en las manos más líquido resbaladizo cubriéndose los dedos a la perfección antes de sumergirlos dentro del agua para probar mi entrepierna. No encontró resistencia alguna, ya que de hecho separé los muslos a modo de invitación. Esperé para que se sumergiera en mí, embistiéndome sin piedad con los dedos a modo de polla. Pero en cambio, sonrió tímidamente, casi de manera taimada, y empezó a masajearme los labios vaginales sin importarle en absoluto mis necesidades lujuriosas.
Gimiendo de placer y frustración a partes iguales, agarré sus pechos y empecé a jugar con ellos como ella hacía conmigo. Disfruté de esos pezones largos, pellizcándolos con crueldad, deleitándome viendo perlas de sudor formándose en su frente tratando de controlar su propio deseo. Como represalia, empezó a juguetear con el borde de mi coño, recorriendolo con los dedos una y otra vez, casi penetrándome pero nunca dándome esa satisfacción.
Decidí que podíamos jugar las dos a ese juego, y desde que no me había resistido aun, me aseguré de tener los dedos bien resbaladizos por las burbujas que impregnaban nuestros cuerpos, y metí los dedos en el agua para empezar a juguetear con su coñito, como ella hacía con el mío. Para mis adentros empecé a jugar a un juego de imitación, repitiendo lo que ella mi hiciera. Si quería ponerme cachonda ¡iba a ver lo que era eso!
En segundos ya estábamos las dos jadeando, y estoy segura que si no llega a ser por mi retorcido plan no se habría entregado tan rápidamente a mis deseos. No pude evitar gimotear en voz alta cuando me introdujo dos dedos, acariciándome desde el interior mientras con la otra mano salió en búsqueda de mí abultado clítoris. Casi me corro por el sonido de sus gemidos entrecortados, mientras copiaba lo que me hacía, y en breve estuvimos las dos accionándonos mutuamente el clítoris intentando provocarnos una corrida.
Recordándolo, no puedo evitar alucinarme con lo maravillosa que es la anatomía femenina. Antes, cada vez que me masturbaba me parecía una tarea sencilla. Sacaba mi querido vibrador y a jugar, y normalmente en menos de un minuto ya había terminado. Nunca me había tomado el tiempo suficiente para disfrutar de mi cuerpo, y ahora estoy completamente impresionada con su suavidad, de lo mojado que se puede poner, de lo resbaladizas que pueden llegar a estar sus dobleces enigmáticas, y de lo que se me abulta el clítoris cuando se estimula completamente.
En el momento que me empecé a correr, mi diosa asiática soltó un gritito y empezó a convulsionar sobre mi mano. Cuando me corrí me agarroté, se me tensaron las piernas, se me arcó la espalda, y no sé cómo pero de alguna manera seguí adelante, follándole el coñito con los dedos. Una sensación ardiente se me esparció por el interior desde los pezones al clítoris, recorriéndome el cuerpo como miles de fuegos artificiales a la vez.
Normalmente cuando me empezaba a correr, sola o acompañada, en cuanto me ponía rígida y gemía la acción llegaba a su fin. En vez de decelerar, la mujer empezó a acelerar el ritmo, y nunca sabré si fue para placer mío o suyo. Conseguí seguirle el ritmo durante un momento antes de rendirme. Mi cuerpo se empezó a agitar, y luego a convulsionar mientras me golpeaban olas y olas liberadas de espasmos.
Tuve mi primer multiorgasmo esa noche, no me corrí una vez, ni dos, sino tres. Estoy completamente segura que si no le hubiera sacado las manos de la entrepierna para poder recuperar el aliento, ella me hubiera seguido estimulando y acosando hasta que me volviera a correr una y otra vez.
Me desplomé sobre el borde del jacuzzi, con el agua aun burbujeante y caliente, intentando simplemente recuperarme de la experiencia. Mientras me recuperaba, mi compañera se me acercó y brevemente acarició sus labios contra los míos antes de levantarse para ir a recoger dos toallas.
Terminamos el encuentro con ella secándome con la toalla y ayudándome a vestirme. Le dejé una suculenta propina encima de la bata, y cuando por fin abandone el edificio con las piernas todavía temblándome había un taxi aguardándome en la puerta para llevarme de vuelta al hotel.
A día de hoy, aun pienso en lo que viví en el Pink Love Hotel, y que el mejor encuentro sexual de mi vida había sido con una mujer.