El trío en carnaval

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Apenas podía oír mis pensamientos mientras bailaba samba con mi escaso disfraz por el desfile del carnaval.

Había dedicado últimamente tanto tiempo a viajar por trabajo, que la verdad era estupendo poder hacer un viaje de placer. Era la primera vez que viajaba a Brasil, y vine durante el frío mes defebrero, justo a tiempo para la gran celebración del carnaval. Tuve suerte y pude reservar un disfraz para poder pasear por el desfile, aunque esperaba haber podido llevar algo más de disfraz y mostrar algo menos de piel.

Cuando me puse el traje estaba agradecida que me quedara tan bien. Iba al gimnasio cuatro veces por semanas, corría en la cinta, y controlaba todo lo que comía. A cambio, mi cuerpo era alargado y esbelto, mis músculos fibrosos y firmes, mi estomago plano y tenia los pechos altos y en su sitio.

Mirando a mí alrededor a las mujeres brasileñas de grandes pechos, y pensé que una chica menos dotada que Dolly Parton tendría que tener cuidado viviendo aquí, ya podría acomplearse facilmente.

Sólo iba a estar aquí durante una semana, y pensaba disfrutar cada momento, por lo que me enfundé en mi disfraz y airee mis virtudes, haciendo lo posible en no pensar cuanta carne tenía a la vista de todos. Mi dialogo cohibido se hizo añicos en cuanto me di cuenta que me lanzaban muchos de los hombres brasileños y de algunas de las mujeres vítores y silbidos.

Bailé toda la tarde, bebiendo y riéndome, y por lo general pasándolo fenomenal, disfrutando del baile al ritmo de la música. Aunque había claramente alguna influencia del rap, se las arreglaron para añadir ritmos más tradicionales y complejos, no sólo un sonido fijo computarizado de bajo.

Cuando terminó el desfile y se enfiló hacia la fiesta principal lo seguí,  me tomé unas cuantas copas y disfruté del ambiente aunque no entendía la mayoría de lo que se decía a mí alrededor. El sonido de la charla portuguesa y la música picante se mezclaba creando una banda sonora inolvidable.

Echando la vista atrás sobre mi último año, me daba cuenta que había recorrido un largo camino. Había esta sola los últimos doce meses gracias al inútil de mi ex, Mike, y me había dado cuenta que estaba prosperando y floreciendo como mujer soltera.

Cuando aún estaba deprimida porque Mike, mi novio de instituto, había roto conmigo porque se había enamorado de una mujer «cuarentona», mi mejor amiga Marie me alentó (¡forzó!) a viajar con ella un resort de playa en las Islas Vírgenes. La primera noche que pasamos allí conocí a un macho lugareño llamado Romeo, que me demostró que aun era una mujer cachonda, bella y deseable, y desde ese momento las cosas empezaron a mejorar.

Gracias a que trabajaba tan duramente (ya que no tenía nada más en mi vida que me aliviara la pena), recibí en Doug & Draw Associates un ascenso increíble, y un nuevo puesto detrabajo que me exigía viajar por el mundo.

Había estado desde entonces en cinco países. Además para experimentar nuevas culturas y vistas, había desarrollado también mi apetito sexual. Antes de la ruptura con Mike, sólo había estado con una persona. Desde entonces había tenido sexo ardiente y salvaje con diferentes desconocidos, me había desnudado en público más de una vez, e incluso había contratado los servicios de una escort femenina para darme placer en una casa de baños.

No había venido a Brasil buscando otra experiencia sexual, pero si la oportunidad se presentaba por sí misma no iba a desperdiciarla.

Justo cuanto reflexionaba sobre la evolución de mi vida sexual, vi una chica de piel morena quitándose el top mientras corría detrás a un hombre corpulento hacia un bosque que había en el entorno. Me reí para mis adentros, deseándoles a ambos un agradable encuentro, pensando solamente que eran una pareja lujuriosa escapándose para echar un polvo, hasta que me di cuenta que otros dos corrían en la misma dirección mientras se quitaban la ropa.

Las cosas volvieron a la normalidad, pero no podía evitar mirar en la dirección hacia donde la gente había desaparecido, preguntándome si se habrían encontrado.

Más tarde, mientras bailaba en mitad de una multitud de hombres guapísimos, me fijé en otra persona escapándose en la misma dirección que las otras dos parejas.

Ahora llena de curiosidad, fui bailando hasta la jungla tropical y con cuidado entré por donde los otros habían desaparecido. Caminé durante cinco minutos por una senda marcada antes de toparme con gritos y risas que provenían de algún lugar frente a mí en lugar de venir de la fiesta de carnaval.

Cuanto más me adentraba, más escuchaba los nuevos sonidos, como una cascada y la animada charla del grupito de gente que ahogaban el ruido del carnaval.

Sin preaviso entré en el inesperado claro. Desconcertada, me detuve y simplemente me quede mirando.

La impresionante cascada de 12 metros de altura no fue lo que me llamó la atención, aunque era sin duda a una espectacular muestra de la naturaleza. En cambio, lo que me alucinó  fue ver una treintena de personas desnudas y entretenidas en diferentes actos sexuales.

Cierto, algunos estaban simplemente bailando para sí mismos o nadando en la cascada, pero muchos estaban enrollándose, haciendo felaciones y cunnilingus, masturbándose mutuamente, o directamente follando.

Y no solamente estaban de dos en dos. Algunos estaban en grupos de tres o más, un embrollo sudoroso  de brazos y piernas jadeando y moviéndose a sus propios ritmos.

Nunca en mi vida pensé que sería parte de una orgía. A pesar de mis recientes descubrimientos  sexuales, nunca antes pensé en participar en algo así. Casi me di media vuelta cuando me detuvo un pensamiento. Antes de todas mis otras aventuras sexuales, quise igual que ahora correr y esconderme, pero no lo hice, y me alegraba por ello. A lo mejor esto también acababa en final feliz.

Justo mientras trataba de decidir si esto sobrepasaba mis límites personales, un hombre bronceado de cabello dorado, casi un dios, emergió del agua, echó la cabeza para atrás para sacudir su melena lacia, y me mostró su desnudo integral antes de volver a lanzarse salpicando al agua de espaldas. Se dio la vuelta, mirándome directamente, y me saludó con la mano.

A la luz de la luna  a pesar de la agitada superficie del agua, pude apreciar la maravillosa herramienta de ese hombre. Permanecía en reposo sobre su muslo, casi hasta la rodilla, o eso me parecía en la oscuridad.

Eso fue lo me hizo decidirme.

Quitarme el disfraz me llevó un par de minutos y varios saltitos poco gráciles, pero pronto estaba ya desnuda, y perfecta para el atuendo de una orgía. Bajé los hombros, me erguí, y saqué pecho antes de salir al entorno frenético, abriéndome paso hasta el agua.

Estaba más caliente de lo que me esperaba. Metí el pie y me estremecí de placer por la agradable temperatura. No necesité que me persuadieran para meterme por completo en el agua, y cuando llegué a la adecuada profundidad me sumergí, metiendo la cabeza bajo el agua, y emergiendo después con todo mi pelo caoba pegado a la espalda  y los hombros.

No me acerqué enseguida al chico rubio, sino que estuve chapoteando y observándolo a unos pocos pasos de distancia. Sabía que me estaba mirando detalladamente. No tenía nada que ocultar – mis pechos se estaban poniendo juguetones y echándose hacia delante, siempre dispuestos a mostrar mis pezones rosados, redondos y puntiagudos.

Siguiendo la línea de mi estómago hacia el triángulo de mi entrepierna estaba todo rasurado, dejando ver los labios de mi coño con ciertos atisbos de los pliegues rosados interiores en cada uno de mis movimientos.

Observé aprobación en la cara del tío rubio, y de hecho se viró para poder flotar sobre la espalda, y chulear orgulloso de su gran miembro. No sólo era más largo que la media, jamás había visto en mi vida una polla tan gorda. La idea de tenerla llenándome, abriéndome hasta el límite, me dejó tan mojada por dentro como el agua de la piscina por fuera.

Tras comprobar nuestra mutua admiración, me encaminé hacia este espécimen de hombre tan bello e hice el amago de presentarme.

-Hola. Soy Beth.

Me contestó en portugués. Me sentí algo desilusionada de que no hablará inglés. Aunque, dada la reacción de nuestros cuerpos, supuse que hablar no importaba siempre y cuando nos comunicásemos tocándonos. Me acordé de Kiko, la mujer que conocí el Love Hotel soapland de Tokio, tampoco hablaba inglés, y eso no le impidió practicarme el sexo más exquisito de mi vida.

Frunciendo el ceño por la confusión, me encogí de hombros para demostrar que no hablaba su idioma. Comprendió lo que le quería decir y asintió, y sin previo aviso me acercó a él y estampó mis labios contra los suyos.

Me pilló con la guardia baja con ese repentino ataque de intimidad y pasión, pero yo podía rechazar su esencia aromatizada y esa legua inquieta. En seguida nos estábamos acariciando como adolescentes, nuestros cuerpos mojados completamente pegados, su miembro punzante cortando a través de su pecho, entre nuestros ombligos y mis pezones.

Cuando por fin nos separamos para tomar aire no perdió el tiempo en agarrarme el pecho, aferrándose a cada pechos con sus enormes manos y acariciándolos duramente. Tenía las manos callosas y las palmas rasposas, y me daban escalofríos por la espina mientras me ponía cachonda cuando me masajeaba y manipulaba la piel y los pezones.

Aproveché para repasar con la mano sus pectorales musculados, recorrer sus brazos fibrosos y extasiarme con sus abdominales marcadísimos. ¿Por qué no podía encontrar hombres así en Estados Unidos? Empecé a acercarme para meterle mano a ese culo tan fantástico, cuando sentí un leve cachete en todo el coño.

Eché la cabeza para atrás sorprendida, y repitió el movimiento. Con sus manos había conseguido su misión hacer que se me hincharan los labios vaginales y que se me abultara el clítoris, que se volvía loco por esa atención, como una putita. Nunca antes nadie me había tratado así, y me ponía muy cachonda.

Sonriendo, no hizo ningún amago por tratarme con delicadeza, todo lo contrario, empezó a ahondar en mi raja, haciendo círculos con uno de sus dedos antes de penetrarme con él sin piedad ni previo aviso.

Grité de placer, adorando la sensación de que me tomaran con tanta firmeza, de manera tan pasional. Escondí la cara contra su hombro, y le mordí con fuerza, chupando y lamiéndole la piel mientras me follaba primero con un dedo, luego con dos, y luego sorprendentemente con tres.

Estaba tan absorta en la sensación de que me llenara por dentro y en el dolor placentero del clítoris, que casi no me di cuenta de cómo me ponía las piernas entorno a su cintura, con una de las manos entre mis piernas y levantándome con la otra para poder llevarme hasta la orilla.

Cerré con fuerza las piernas entorno a su espalda y seguí mordiéndole, chupando y mordisqueándole el hombro, el cuello, y la oreja.

Cuando llegamos a la orilla, quitó la mano de mi entrepierna, me dio la vuelta dejándome de espaldas a él, y me empujo a cuatro patas. Solo me di cuenta de cómo me introducía en la raja desde atrás la punta de su polla, restregándola antes para poder lubricarla con la humedad que emanaba de mi coño. Y me embistió profundamente, enterrándose completamente dentro de mí con el primer empujón. Pude sentir como sus pelotas me golpeaban los cachetes.

Nunca me habían follado desde atrás, y ahora sentía lo maravilloso que era, y no sería la última vez. Algo de esta postura hacía que esa polla enorme me presionara deliciosamente algún área profunda y muy sensible dentro de la vagina. No sabía porqué me gustaba más que cara a cara, pero era así, por lo que gemí y grité mientras sentía como me metía  ese trozo de carne grande y largo hasta el fondo.

Clavé las uñas en la tierra para agarrarme, disfrutando completamente de cómo me montaba mientras me embestía una y otra vez, sacándola casi del todo con cada golpe antes de volver a metérmela con fuerza y rapidez hasta el fondo. No había caricias delicadas o amorosas en este acto sexual. Únicamente follábamos como animales.

Mientras jadeaba y gruñía al ritmo de sus embestidas, mi cuerpo empezó a agarrarse al suyo desde dentro, disfrutando del viaje que me estaba dando, y de pronto lo escuché hablar rápidamente con otra voz masculina que respondía a la conversación.  Me daba exactamente igual que hubiera alguien cerca mientras mi maromo no parara de follarme. En vez de parar, un par de piernas nuevas entraron de mi campo de visión, y vi de golpe una polla larga y dura mirándome de frente.

Aún me estaban follando por detrás, por lo que este debía de ser otro tío, queriendo unirse a nosotros. Sin darme la oportunidad a considerarlo, esta segunda polla se me acercó presionándome contra los labios para meterse en mi boca. Con cada embestida trasera, mi cuerpo avanzaba hacia delante, obligándome a meterme centímetro a centímetro ese rabo en la boca. Y así siguió, yo rebotando entre dos hombres, y disfrutando al máximo.

Nunca había pensado en montármelo con dos hombres a la vez, y ahora que sabía lo estupendo que era, me enganché.

Que me penetraran por los dos extremos era una sensación increíble. Y casi más increíble que el hombre rubio desde atrás empezara a toquetearme el clítoris con una mano mientras seguía con los embistes. La estimulación desde dentro del coño y la sensación de una polla dura punzándome en la boca, se acoplaron con los movimientos constantes en mi clítoris y todo esto me llevó al límite de inmediato. Empecé a gimotear y gritar, aunque lo que se oía con la boca tan llena era tan sólo gimoteos entrecortados. Aun así, mis gemidos y la sensación profunda que sentía dentro del pecho no se podían negar. Aunque entrecortados, los gritos escaparon de mi boca en el momento de mayor excitación.

Parecía que mis orgasmos animaban a los dos hombres que me penetraban, y pronto  formamos parte de una masa de cuerpos gimientes.

A la vez, los dos hombres llegaron al punto de correrse. El hombre que me follaba por detrás me embistió una última vez, con un gran impulso, su cuerpo se estremeció, y mientras gruñía me llenaba de varios chorros de lefa caliente.

Mientras, el otro hombre frente a mí, me sacó la polla de la boca, y llegó a los espasmos del orgasmo corriéndose por todo mi cuerpo, regándome con varios chorros de leche caliente, que me cubrían la cara, el pelo e incluso el pecho.

Cuando el hombre de atrás me saco la polla del coño con un «pop» distintivo por lo mojado que estaba, se colapsó en el suelo, vencido por el esfuerzo. Casi no me podía creer lo que acababa de ocurrir, pero al mismo tiempo, tenía energía para otra ronda. En cambio, simplemente me tumbé durante un momento, cubierta en lefa de la cabeza a al coño, temblando mientras me relajaba tras el orgasmo.

Cuando por fin me pude sentar, me di cuenta que el hombre al que se la chupe se había ido. A día de hoy no sé quién era, o cómo era.  El que me montó, por otro lado, estaba tumbado junto a mí en la hierba, y me di cuenta que me estaba acariciando y azotándome levemente el culito.

Me dijo algo rápidamente en portugués otra vez, y sin entender, asentí sin saber a lo que estaba accediendo.

No tenía ni idea de cómo él tenía todavía fuerza tras lo que habíamos vivido, ni sé cómo me levantó y me llevó de vuelta al agua. Una vez allí, se llenó las manos de agua a modo de cuenco y me lo derramó sobre el pelo, para limpiarme la lefa que me cubría y se estaba secando.

Considerando la paliza que me había dado, me sorprendió la dulzura de sus cuidados, y sin cuestionármelo me apoyé sobre su pecho para disfrutar de los cuidados. Una vez tuve el pelo bien enjuagado, me limpió la cara, y empezó a derramar agua también sobre mis pechos.

Al final toda la lefa que me cubría el cuerpo desapareció, aunque el hombre rubio seguía limpiándome y masajeándome, pasando de un intento de limpiarme a empezar una segunda ronda. En ese punto, ya había recuperado las piernas, y me giré enfrentándome a él.

Era mi turno de tomar las riendas.

Se acabó la niña buena.