Lizzie pagó el peaje al trabajador aburrido de la cabina con la misma alegría de un niño que acaba de ver el juguete que quiere debajo del árbol de Navidad.
Ahí, justo cruzando el puente, estaba la gran ciudad.
Brillaba con la promesa de grandes posibilidades y oportunidades no disponibles en Boca Falls.
Los rascacielos relucían con el sol de la mañana, a juego con el destello desbordante de los coches que pasaban sin parar. Bajó la ventanilla del camión de mudanzas U-Haul y respiró profundamente. El humo de los tubos de escape se mezclaba con la brisa del río, contaminado sin lugar a duda, pero para ella olía a libertad.
Lizzie se sintió más afortunada que la mayoría de las chicas de su edad de su pueblo. La mayoría de ellas habían ido a la escuela profesional del condado para agarrarse del brazo de algún chico miembro de una fraternidad y conseguir un anillo de compromiso antes de graduación; encontrar un trabajo en una de las fábricas; o acabar embarazadas.
Tuvo el sentido común de marcharse antes de acabar con un hombre, un trabajo o un bebé.
Lizzie no estaba dispuesta a conformarse sólo con algo mediocre. Había sufrido y lo había pasado mal durante el instituto, por lo que la escuela profesional no le atraía en absoluto.
Lo que de verdad quería hacer, era trabajar por cuenta propia dirigiendo un bed & breakfast. Soñaba con conocer gente interesante procedente de todas las partes del país, intercambiar historietas de todos los sitios maravillosos en los que habían estado mientras disfrutaban de comidas caseras gourmet hechas por ella en su cocina de última generación.
Pero primero tenía que aprender cosas que en Boca Falls no podía aprender, sobre la vida y sobre los negocios.
El estrépito de una bocina la sacó del ensimismamiento. Las luces del semáforo se habían puesto en verde y estaba atascando el tráfico. Se puso roja, farfulló una disculpa, y puso el camión en marcha.
Según la voz del GPS, estaba a un par de calles de su próximo hogar. Cuando Lizzie habló con su prima Renee sobre un sitio en el que quedarse, Renee idealizó su edificio de apartamentos. Su marido y ella eran los superintendentes y vivían en la planta baja, por lo que ofrecieron amablemente a Lizzie un estudio con un alquiler bastante reducido hasta que pudiera ganar suficiente dinero para un anticipo y tener su propio sitio. Al teléfono y en los emails Renee lo llamaba el «neo-victoriano urban chic» con una buena parte de un toque bohemio.
En realidad el edificio estaba construido en estilo victoriano durante mediados de los setenta y no se había renovado desde entonces. La fachada de ladrillo parecía que se podía a derrumbar con un vendaval, y la pintura de las molduras se había desteñido volviéndose de un beige verdoso que hacía imposible adivinar el color originario.
Esto no detuvo a Lizzie. Vale, algunas de las ventanas podrían lavarse y a lo mejor el timbre de la puerta principal parecía medio roto, pero todo ello le sumaba cierto encanto al lugar.
A lo largo de la mañana mudó las cajas más pequeñas a su diminuta habitación, tomándose como un juego la empinada subida hasta el último piso. Si mudaba todas las cajas del camión al salón sin quejarse, se recompensaría a sí misma con una ducha caliente y un yogur helado.
Mientras Lizzie se las apañaba con dificultad para levantar una caja enorme llena de libros del fondo del camión, unos ladridos de pronto la distrajeron. Un joven labrador negro apareció en su campo de visión, con la lengua fuera mientras se apoyaba contra el borde para decir hola.
-¡Hola bonito!- dijo Lizzie. –Me encantaría acariciarte, pero tengo las manos ocupadas.
Lizzie sonrió y subió la caja más alto. Cuando se volvió para bajar la rampa, un hombre joven, alto y pálido, recogió la caja de sus manos. Tenía los ojos más inquietantes que jamás había visto. Eran de color hielo grisáceo con forma almendrada. Nadie en Boca Falls tenía los ojos así.
Era delgado, pero de forma sana. Lizzie supuso que tenía aspecto pálido por las capas de negro que llevaba puestas. Tenía el pelo grueso a la altura de los hombros, de color ébano tan oscuro que destellaba tonalidades de azul oscuro bajo el sol. Lo llevaba sujeto en una coleta en la base del cuello, y tuvo que apretar los puños del impulso que tuvo de soltarle el pelo y pasar los dedos por él.
-Parece que necesitas que te echen una mano-. Su voz era sorprendentemente suave y profunda, como si subconsciente hablase a menos volumen para no espantarla como a un animal salvaje.
Lizzie parpadeó aturdida, hasta que su cerebro se puso al mismo ritmo que el resto de su cuerpo.
-¡Gracias! No he contratado personal de mudanza. No me tienes que ayudar. Hay muchas escaleras, y no conseguiré el premio si no gano el juego... me estoy dispersando, ¿verdad?-. Lizzie se rió, dándose cuenta lo ridícula que sonaba.
El desconocido la miró con una expresión apacible, sólo tenía una ceja arqueada levemente dejando entrever su curiosidad.
-¿Un juego? Y ¿contra quién estás jugando?
-Contra mí misma. Si consigo descargar todas las cajas sin quejarme. Me voy a autopremiar.
Ladeo un poco la cabeza. – Hades, quieto-. Abrió la mano de la correa y Lizzie la tomó sin pensar. El cachorro de inmediato se detuvo, vigilante y orgulloso. -¿Es este edificio?
- Si. ¡Pero, espera!- Lizzie tuvo que correr detrás para alcanzarlo, y maldijo tener las piernas cortas. – ¡Soy Lizzie! Gracias. Si me quieres ayudar sólo te puedo pagar con un yogur helado. ¿Te parece bien? Y, anda, que maleducada soy ¿cómo te llamas?
- Shea. Y esto pesa bastante -. Sus labios hicieron un pequeño gesto peculiar cuando Lizzie se aturulló con una disculpa rápida y le abrió la puerta, sujetando la correa del perro.
Con la ayuda de Shea la tarde paso rápidamente. Hades vigilaba las cajas del apartamento como buen perro guardián.
Shea no sólo llevó las cajas más pesadas, sino que también montó el futón sin hacer caso ninguno a las protestas Lizzie. Ella se entretuvo separando todas las piezas y leyendo en alto las instrucciones, charlando mientras él apretaba tuercas y tornillos. Shea rara vez hablaba, y cuando lo hacía era con frases cortas, pero Lizzie sabía que la estaba escuchando.
––––––––
Mientras él trabajaba, Lizzie se tomó su tiempo para observarlo de arriba a abajo. No había nadie en Boca Falls como él. Seguro, había algún chico «raro» que vestía todo de negro y gruñía a cualquiera que no fuera de su círculo de amistades, pero Shea llevaba el estilo gótico con suficiente gracias como para parecer natural. Desde el intrincado dragón plateado esculpido y enroscado desde arriba hasta abajo de la oreja, hasta los pantalones negros que colgaban, todo en Shea era poderoso y peligrosamente convincente.
- Es la primera vez en mucho tiempo que me observan tan abiertamente.
Lizzie salió de golpe de su ensimismamiento, con la cara roja de vergüenza.
Shea se arrodillo junto a Hades que dormía, el brillo del sol poniéndose reflejaba un aurea salvaje sobre él e hizo que Lizzie se estremeciera. Se tenía que estar riendo de ella por dentro. Él era un hábil y misterioso urbanita, y ella una chica bajita, rechoncha y dulce proveniente de un pueblo paleto de ninguna parte. Era de broma, se viera como se viera.
-No era mi intención...- se aclaró la garganta, desesperada por encontrar algo que decir gracioso o alegre para poder tapar la vergüenza. – No es que no seas guapo, no era mi intención observarte...no estoy mejorando la situación, ¿verdad? Gracias por tu ayuda, has hecho que todo sea más fácil...
-Si te besara ahora mismo, no dirías que no-. No era ni de cerca una pregunta. Estaba en el límite de ser una orden que hizo que se pusiese roja hasta el cuello.
- ¡Ni si quiera te conozco! ¿Por qué crees que yo...?-. Lizzie se obligó a tomar aire profundamente. Shea se levantó del suelo cuando el sol se ocultaba en el horizonte llenando el estudio de una mezcla de colores violeta y de una profunda sombra.
-Si me dices que me vaya, me voy. Si me dices que te bese, lo haré. Tiene que salir de ti-. Lo dijo como si fuese lo más fácil del mundo, una elección entre blanco y negro, de lógica frente a instinto.
Lizzie se mordió la uña del pulgar, intentando ignorar los pequeños y deliciosos escalofríos que le producía su voz bajándole por la espina dorsal. Ya no era virgen, había dado el paso el año anterior con su exnovio, pero no estaba segura que fuera lo suficientemente guarrilla como para enrollarse con un hombre al que acababa de conocer esa misma tarde.
Pero, ¿eso no era pensar como una pueblerina? ¿Había venido hasta la gran ciudad para seguir viviendo como en Boca Falls?
¿De qué servía si seguía actuando con la misma actitud limitada de Boca Falls?
- ¿Me has ayudado solo para ligar conmigo? ¿Ha sido por eso?- Lizzie se levantó de golpe, dejando espacio entre ellos.
La pregunta no pareció molestar en absoluto a Shea. Se agarró el cinturón con los pulgares, haciendo que Lizzie siguiese el movimiento de manera visual sin pensar.
- Necesitabas ayuda, y es lo que he hecho. Me he quedado porque creo que eres original y es agradable hablar contigo. Me he ofrecido porque me he dado cuenta que me mirabas y nada me gustaría más que ver hasta dónde llega ese rubor adorable que se te pone-. Dio un paso hacia delante, sus ojos luz de luna clasificándola mientras calibraba su reacción. – ¿Me estás invitando a entrar Lizzie?
-¿Siempre sigues tu instinto así, sin pensarlo?
- Si -. Shea contestó de inmediato. Fijó sus ojos en ella, mientras avanzó acechante un paso más.
A Lizzie le picó la curiosidad bajo la piel. No importaba cuanto lo intentara, no podía apartar la mirada de su boca.
- Eres igual que yo – dijo. – Has venido aquí sola, dispuesta a enfrentarte al mundo porque sientes en tu corazón que es lo correcto. Tienes fuego en el interior. ¿Por qué estás entonces tan sorprendida que un hombre se sienta atraído por ti?
- Lo estás diciendo por decir.
- No pierdo el tiempo mintiendo-. Lo dijo con tanta pasión que Lizzie sorprendió completamente.
De pronto volvió a su estado normal de calma. – Dime. ¿Me quedo o me voy?
Se apartó, dejándo sitio a Lizzie para poder respirar, y sin pensarlo fue ella quién dio un paso hacia delante. Se le puso una mirada apacible, y Lizzie sintió un pequeño destello de orgullo al poder desestabilizrle un poco. Shea avanzó. Ella se quedó quieta.
Otro paso más hacia delante, y Lizzie sintió que el corazón se le iba a salir del pecho.
Shea le agarró la mano. Sus uñas ónices le rozaron la cara, y ella se volvió hacia su mano para devolverle la caricia. No podía articular palabra. Habían pasado meses desde que había roto con su novio que solía meterse con ella por ser una estrecha, y no había estado con nadie desde entonces. Ahora ya no se sentía una estrecha, solo una mujer que quería dos brazos fuertes que la abrazasen y una polla llenándole el vacio interior.
Shea pareció comprenderlo todo sin articular palabra. Le agarró la cara, rozó sus labios con los de ella en un movimiento más parecido a un susurro que a un beso, dejando a Lizzie sin aliento, seguido de otro beso, poniéndola cachonda y por las nubes, y luego otro, hasta que Lizzie no lo puedo aguantar más y se puso de puntillas para acentuarlo.
Bajo los labios podía sentir su sonrisa, y parte de ella estaba triste de no poder verlo. Shea introdujo la lengua en su boca, rozándola con delicadeza con unos dientes algo afilados que hicieron que Lizzie jadeara. Al final se dejó llevar por el impulso que había sentido durante todo el día de arrancarle la coleta que le sujetaba el pelo, y al hacerlo sintió una cortina de sedosa oscura en la cara.
Pasándole la mano por el pelo, y arañando con las uñas su cuero cabelludo se produjo una reacción maravillosa: Shea gimió, un gruñido grave que Lizzie sintió hasta en los huesos cuando la agarró por la cintura para acercarla hasta él. Los besos se volvieron salvajes.
Sin darse cuenta, había logrado algo maravilloso.
Pronto, se encontró tumbada sobre la espalda, con la camisa hasta el cuello, y con Shea en su pecho. Lizzie gimió cuando Shea empezó a mordisquearle las tiras de su sujetador. Cuando finalmente llegó a desabrochar los diminutos enganches de la espalda, Lizzie se estaba retorciendo como una pecadora en el infierno. A lo mejor debía ir al infierno por esto, porque un rollo de una noche era algo que sólo hacían las chicas malas y las putillas, o eso le habían dicho. Pero la manera que Shea la lamía, la manera que tenía de sujetarle los pezones con los dientes y el suave tacto de sus manos sobre su piel como si fuese de porcelana, hizo que se sintiese tan bien que Lizzie no podía parar.
Le apretó el pecho y se apoyó sobre ella, esos increíbles ojos plateados y el dragón enroscado de su oreja era lo único que podía distinguir por la interacción de la luz de la luna y las luces de la calle. Shea parecía hecho de sombras y sueños obscenos. Cuando miraba a Lizzie, ella no podía evitar pensar en él como en un ángel caído, un íncubo alimentándose de sus gemidos y sus gritos desesperados.
-Eres tan bella que casi duele-. Su voz aun contenía ese sedoso ronroneo. Shea se sentó sobre sus rodillas con los ojos fijos en ella mientras le desabrochaba con cuidado la cremallera de los vaqueros, y se los bajaba por la cadera.
Shea parecía muy complacido con sus caderas, viendo en sus ojos la llama de lujuria resplandeciente mientras toqueteaba el borde de sus braguitas,. Los chicos de Boca Falls actuaban como si solo un buen par de tetas fuerean la única cosa que tenía que tener una chica guapa, pero Shea la miraba como una especie de diosa pagana sensual y salvaje.
- ¿Por qué no te estás desnudando? ¿No quieres que yo...?
Shea le corto la pregunta colocándole un dedo sobre los labios, echándose hacia atrás hasta colocarse entre sus muslos.
- Si quieres puedes gritar o tirarme del pelo. No me importa.
Cuando Lizzie le miró completamente confusa, una mirada oscura de enfado le cruzó el semblante.
Lizzie frunció el ceño, pensando que había hecho algo mal. ¿Es que había un código sexual del que no se hablaba del que ella no se había percatado, uno desconocido por ella y por su novio? ¿Uno que los paletos de pueblo desconocían pero los tíos sofisticados de ciudad si? ¿Había ofendido a Shea de alguna manera?
Antes de que pudiera empezar a preguntar, Shea gruñó, metió los dedos por el lado del borde sus braguitas, y literalmente se las arrancó, tirando el trozo inútil de tela a un lado.
-Los chicos de Boca Falls son un desperdicio de oxigeno- dijo.
Lizzie se rió nerviosa por su brusquedad. Intentó pensar en una contestación, una pizca de orgullo de su pueblo natal estallando en el peor momento posible, pero se ahogo en un grito cuando se topó con el lento quemazón de un beso en la parte superior de su muslo.
-¡Shea! No, no, no, ¿qué haces? dime en qué estas pensando... ¡Oh Dios! Trató de cerrar las piernas, peleando por la repentina sensación de exposición mientras él le separaba las piernas.
Ignoró sus protestas, utilizando los hombros para mantenerla quietecita donde él quería. Lizzie arañó con las uñas la moqueta cuando Shea sopló una pequeña ráfaga de aire contra sus labios vaginales. Se le agarrotó el estómago, le temblaron los muslos, pero Shea era implacable.
Con el primer roce de su lengua sobre el clítoris, ella emitió un sonido interior que jamás pensó que podría hacer. Gritó su nombre, sin importarle como reverberaba en el aire vacio del apartamento. Sintió como si todo su cuerpo estuviera en llamas. La voz aguda de su mente se tambaleaba de horror por sentir la boca de Shea «allí abajo», pero se apagó sin importancia por el asalto de la increíble boca de Shea.
- Nnnnnng... oh Dios, eso es demasiado... no puedo... Sheaaaaaa!
Y justo cuando Lizzie pensó que no podía aguantar más la sensación arrolladora que estaba haciendo que se retorciera, sin previo aviso Shea introdujo dos dedos dentro de ella hasta el fondo. Con un movimiento de la punta de sus dedos, la espalda de Lizzie se arqueó del suelo con los ojos abiertos como platos como si un rayo le atravesara desde la cabeza hasta la base de la espina dorsal. Se atrevió a mirar para abajo, y descubrió a Shea mirándola fijamente, con la primera sonrisa real que había visto en él.
Tan pronto como se aseguró que ella lo estaba mirando, empezó a mover sus dedos dentro y fuera, acompañados de lametazos rápidos.
Menos mal que le había dado permiso para agarrarle el pelo, porque Lizzie se agarró como si le fuera la vida en ello. Cada vez que intentaba hablar sus súplicas sonaban en tono alto como un galimatías o como si se tratase una mezcla de sonidos de un ritual ancestral.
El sudor le caía por la cara. Cuando empezó a gotear por los muslos, Shea lo chupó, mordió y lo lamió de manera enérgica. Cuando el orgasmo llegó, los ojos de Lizzie se pusieron en blanco. Todo el aire parecía haber desaparecido de golpe de sus pulmones, y el único sonido que ella podía escuchar por encima del subidón de sangre de sus oídos eran los gemidos de placer que Shea emitía mientras seguía trabajando tras las sacudidas orgásmicas.
-Espera, ¿qué haces? – para sorpresa de Lizzie, a pesar de que las sacudidas habían terminado, Shea continuaba.
Como era de esperar, Shea no contestó a la pregunta de manera verbal. En cambio, añadió otro dedo, abriendo deliciosamente a Lizzie. Esta vez no había un ápice de intención de ponerla cachonda ni delicadeza en su acercamiento. Lizzie sintió que las lágrimas le llegaban a los ojos cuando los dedos de Shea arremetieron contra ella a un ritmo brutal, empujando contra su punto G una y otra vez, mientras le lamía el clítoris.
Lizzie sabía que se iba a quedar ronca de tanto gritar, pero no podía hacer nada al respecto. Shea le arrancó su segundo orgasmo, manteniéndose con ella a pesar de que sus caderas se levantaron claramente del suelo y sus piernas se cerraron sobre él. Cuando terminó, Lizzie ya no podía mantener los ojos abiertos, lo único que podía ver a través de los parpados eran estrellas.
La luz del sol de la mañana fue el despertador de Lizzie. Abrió los ojos con gesto de dolor. Le dolía todo el cuerpo, aunque se alegró de ver que no estaba en el suelo.
En algún momento de la noche, Shea la había movido hasta el futón. Encontró una bolsa de bagels y un café para llevar esperando en el suelo junto a la cama.
Cuando miró a su alrededor no vio ni a Shea ni a Hades. Sintió una punzada de desilusión en el pecho.
Se irguió y agarró el café. No se iba a colgar por esto. Había sido un rollo de una noche, no una declaración de amor ni nada por el estilo. Si iba a vivir en la gran ciudad, tendría que adaptarse y volverse más fuerte.
Tomó cinco sorbos del delicioso café antes de darse cuenta que el vaso tenía algo escrito. Se frotó los ojos, pestañeó, y lo leyó dos veces más antes de entenderlo:
––––––––
Lizzie,
Da rienda suelta a tu pasión. Sigue tus instintos y nunca tengas miedo de agarrar parte o todo el amor que puedas, sin importar su forma o su duración. Lúcelo y piensa en mí con cariño.
Shea
Lizzie se limpió las lágrimas que caían por su cara como si un trozo de hielo se hubiese derretido sin dejar rastro. No se iba a arrepentir jamás de vivir aquí ahora que sabía que podía conocer gente tan maravillosa como Shea. Él tenía razón, y por alguna razón entendió sus palabras como liberadoras. Cuando por fin puedo entrar en la ansiada ducha, fue entonces cuando se dio cuenta de lo que realmente significaba la nota.
Se miró en el espejo y descubrió el dragón plateado enroscado en su propia oreja.